JUEVES 18 DE JULIO Muerte de Juárez Por Rafael Tortajada Se - TopicsExpress



          

JUEVES 18 DE JULIO Muerte de Juárez Por Rafael Tortajada Se iniciaba el año de 1871 y doña Margarita Maza, esposa del presidente Benito Juárez, empezó a sentir los tremendos dolores del cáncer en su estómago, nunca antes se quejó y si lo hubiera hecho de poco hubiera servido ya que no había elementos médicos para curar ese mal. Debido a las circunstancias que se vivieron en México con la guerra que ocasionó primeramente el Plan de Ayutla y después la llamada Guerra de Reforma que duró tres años; la señora vivió en Estados Unidos y justo es decirlo, fue atendida por el gobierno de ese país como la primera dama de México. En ese exilio voluntario que tuvo que elegir para no poner en peligro su familia, vivió la tragedia de la muerte de su hijo José y con el deseo de que su cuerpo descansara en tierras mexicanas lo mandó embalsamar y lo trajo siempre en una petaquilla de mano mientras vivió en ese país del norte. El Dios de la Guerra o el joven Macabeo como los conservadores nombraban a su campeón que era nada menos el general Miguel Miramón, que, debemos abonar en su favor el hecho de que estuvo entre aquellos estudiantes del castillo de Chapultepec que sobrevivieron al ataque desigual de las tropas de los Estados Unidos en contra de unos cuantos valerosos mexicanos que se quedaron a defender ese baluarte. Este personaje tuvo un acto cívico poco común; diariamente les pasaban lista puesto que estaban en calidad de prisioneros y un día de tantos no lo encontraron cosa que alarmó a la guardia norteamericana, al buscarlo lo encontraron cerca de un horno que se había construido ex profeso para quemar los cuerpos de los que habían fallecido en batalla ¿qué hacía Miramón en ese lugar?, estaba haciendo una guardia de honor a sus compañeros muertos. Este personaje que de momento se sentía invencible, fue derrotado en dos ocasiones por el mismo general liberal que fue Jesús González Ortega, la primera de ellas fue precisamente en Zacatecas y ahí estuvo a punto de ser fusilado Filomeno Bravo, aquel militar que le permitió a Juárez Salir del palacio de gobierno en Guadalajara, Jalisco y que gracias a eso, pudo llegar sano y salvo a Colima; ya todos sabemos cómo le salvó la vida la tarjeta que llevaba y que Juárez le había regalado con la leyenda de “reciprocidad en la vida”. La segunda vez ya fue la batalla definitiva la que dio término a la guerra de reforma y que se llevó a cabo con el enfrentamiento de los dos ejércitos en San Miguel Calpulalpan; en este pequeño poblado que existe entre las inmediaciones del estado de México y el de Querétaro ahí los conservadores perdieron su último acto de guerra. Esto le abrió las puertas a Juárez para llegar a Palacio Nacional en la ciudad de México a poder gobernar como tantas veces había aspirado. Sabemos como algunos Conservadores encabezados por el padre Francisco Javier Miranda, se sintieron altamente ofendidos porque estaban siendo gobernados por un “indio” ¿Cómo era posible eso?, México necesitaba de la sabiduría de esas familias que por centurias estuvieron gobernando con mano de hierro a los pueblos europeos, nos hacía falta un personaje de esos que nos integrara a la gente de bien. Ya en la corte francesa José Manuel Hidalgo y sobre todo José María Gutiérrez Estrada se había encargado de preparar mentalmente a María Eugenia de Montijo, esposa del emperador francés Napoleón III y fue esta dama quien les abrió las puertas a la comitiva de inconformes que tuvieron que pedir prestado para el pasaje del barco que los iba a llevar a Europa porque ni para eso tenían. Es curioso cómo el padre Miranda era el mejor detractor de los mexicanos y quien más defendía el derecho a que vinieran los europeos a gobernar. Todos sabemos los descalabros que tuvieron en nuestro país, el primero de ellos el 5 de mayo de 1862 en los Fuertes de Loreto y Guadalupe en Puebla, donde un conjunto de aguerridos mexicanos mal vestidos y hambrientos se enfrentaron a los mejores soldados del mundo y los hicieron huir; entre la tropa, alguien empezó a entonar el Himno Nacional Mexicano y esto encendió el ánimo de los combatientes que, los hicieron vencer a los extranjeros. El general Ignacio Zaragoza, comandante en jefe del Ejército de Oriente, pudo rendir el informe respectivo al presidente Juárez diciéndole que: “las armas nacionales se han cubierto de gloria”. Por un decreto presidencial a la ciudad se le puso el nombre de Puebla de Zaragoza; ahora, nuevamente fue cambiado su nombre con el original de Puebla de Los Angeles debido a que fueron estos seres los que subieron las campanas a las torres de la Catedral. El contraataque francés fue feroz y mejor dirigido tomando este baluarte durante dos meses de asedio, para entonces Zaragoza ya había muerto de tifo y fue González Ortega quien por órdenes presidenciales tomó la jefatura, cuando se vieron totalmente vencidos destruyeron las cureñas de todos los cañones y entregaron la plaza sin dejar arma alguna que le pudiera ser útil al invasor. Ahí fueron remitidos varios generales rumbo a Francia sólo que antes tenían que hacer una parada técnica en una de las islas del Caribe, en la Martinica, que era posesión de este reino; por el camino estos valerosos mexicanos fueron escapando, lo mismo hizo Porfirio Díaz; todos se dispersaron por el país formando guerrillas con las cuales fue muy efectiva su lucha, por eso los franceses hicieron acopio de crueldad en contra de todos aquellos defensores de su patria que los encontraban con las armas en la mano y ahí mismo se les fusilaba sin formarles juicio. Sabemos también el peregrinar de Juárez y su comitiva y al fin y al cabo fueron hombres valientes, por ejemplo en Monterrey después de hablar el presidente con el cacique Santiago Vidaurri, y haber llegado a un acuerdo, cuando Juárez apenas había abandonado la ciudad aquel renegó de su promesa y se levantó en armas en contra de la República. Juárez demostró un valor inaudito, se vuelve y se enfrenta al infidente reclamándole su proceder; un hijo de este general que defeccionó encañonó al presidente amenazándolo con matarlo y ni así lograron amedrentarlo. Este cacique norteño pagó su osadía muy caro cuando años después en México fue tomado prisionero y pasado por las armas de inmediato, no hubo perdón para él. También sabemos como el general Porfirio Díaz tomó la ciudad de Puebla y cortó los avituallamientos que iban para ayuda de Maximiliano que ya se encontraba copado en Querétaro; después el mismo Díaz tomó la ciudad de México y la guardó intacta para que fuera el presidente Juárez quien tomara posesión de ella. Así se inicia un periodo de reconstrucción nacional y después de enviar el cuerpo de Maximiliano en un ataúd a su familia en Trieste, el presidente se dedicó a planear un sistema de gobierno que sacara del atraso en que se encontraba el país. Doña Margarita acompañó siempre a su esposo en el ala poniente del Palacio de Gobierno donde se quedaron a vivir con toda su familia ahí atendía a su amado esposo sirviéndole su comida. De repente ella se empezó a sentir mal como ya lo citamos al principio y pronto se vio postrada en su cama y no fue posible que se levantara, sus fuerzas fueron menguadas por ese terrible mal y falleció en el mes de enero del año mencionado. Juárez no lloraba, aullaba de dolor; se había ido su inseparable compañera de toda su vida con quien procreó 12 hijos y varios de ellos se le murieron, algunos en el exilio. Sabiendo el poco aprecio que la alta sociedad le guardaba a la familia presidencial, el mismo presidente les rogó que no fueran al sepelio, sin embargo cuando partió el cortejo fúnebre rumbo al cementerio de San Fernando se le agregaron unas dos mil personas; ante la tumba don Guillermo Prieto quien ya se encontraba seriamente distanciado del presidente fue quien dijo la oración fúnebre. A partir de entonces el presidente se volvió sombrío, solitario, acompañado sólo por sus hijas a la hora de comer. Los enemigos políticos no hallando más cómo atacarlo les dió por criticar el hecho de que su hija Manuela se había casado varias veces. La salud de don Benito empezó a dar muestras de quebranto hasta que llegó el momento en que su médico narra así: “La angina de pecho, que con más o menos crueldad ataca a otras personas – dice el doctor Ignacio Alvarado, que atendió a Juárez en sus últimos momentos, desplegó su más extraordinaria energía cuando tuvo que habérselas con un héroe, como si fuera un ser racional que comprendiera que, para luchar con éxito con aquella alma grande, era indispensable ser también grande en la crueldad. Dos horas hacía apenas que estaba yo a su lado cuando la opresión del corazón con que empezó se transformó en dolores agudísimos y repentinos, los que veía yo, más bien los que adivinaba en la palidez de su semblante. Aquel hombre debía estar sufriendo la angustia mortal del que busca aire para respirar y no lo encuentra; del que siente que huye el suelo en que se apoya y teme caer; del que, en fin, está probando a la vez lo que es morir y seguir viviendo. La enfermedad se desarrolló por ataques sucesivos; los sufre en pie. Vigorosa es la naturaleza, indómita su fuerza de voluntad, y aun desplegada toda ésta no le es dable sobreponerse por completo a las leyes físicas de la vida, y, al fin, tiene que reclinarse horizontalmente en su lecho para no desplomarse y para buscar instintivamente en esta posición el modo de hacer llegar a su cerebro la sangre que tanta falta le hace. Cada paroxismo dura más o menos minutos, va desvaneciéndose después poco a poco, vuelve el color a su semblante y entra en una calma completa; el paciente se levanta y conversa con los que le rodeamos de asuntos indiferentes, con toda naturalidad y sin hacer alusión a sus sufrimientos; y tal parece que ya está salvado, cuando vuelve un nuevo ataque, y un nuevo alivio, y en estas alternativas transcurren cuatro o cinco largas horas, en que mil veces hemos creído cantar una victoria o llorar una muerte. Serían las once de la mañana de aquel luctuoso día, 18 de julio, cuando un nuevo calambre dolorosísimo del corazón lo obligó a arrojarse rápidamente al lecho; no se movía ya su pulso, el corazón latía débilmente; su semblante se demudó, cubriéndose de las sombras precursoras de la muerte, y en el lance tan supremo tuve que acudir, contra mi voluntad, a aplicarle un remedio muy cruel, pero eficaz: el agua hirviendo sobre la región del corazón. El señor Juárez se incorporó violentamente al sentir tan vivo dolor, y me dijo, con el aire del que hace notar a otra una torpeza: –¡Me está usted quemando! –Es intencional, señor; así lo necesita usted. EI remedio produjo felizmente un efecto rápido, haciendo que el corazón tuviera energía para latir, y el que diez minutos antes era casi un cadáver, volvió a ser lo que era habitualmente: el caballero bien educado, el hombre amable y a la vez enérgico. Parece que yo mismo estoy desmintiendo, con el hecho que acabo de relatar, esa fuerza de voluntad que lo caracterizaba, supuesto que no supo sobreponerse al dolor de una quemadura; pero no es así, no; el dolor lo cogió de improviso, y su naturaleza, dejada a la influencia de las leyes físicas y sin el freno del espíritu, reaccionó como era necesario que reaccionara, en virtud de esas mismas leyes, con un fenómeno de los que llamamos reflejos; le sucedió lo que al valiente capitán que se demuda involuntariamente al escuchar los primeros disparos; la palidez de su semblante es un fenómeno reflejo que no está en su mano dominar, como no puede dominar la virgen tímida la rubicundez de su rostro al oír las primeras palabras de amor. Cuando volvió a sentirse mal llamó a su fiel criado, a Camilo que lo había seguido en todas sus andanzas y sufrimientos y le pidió que le frotara la parte herida en la que se notaban las ampollas del agua hirviendo que le habían aplicado; Camilo desempeñó su cometido y sin poder contener el llanto estuvo dando masaje al más grande de los mexicanos que en ese momento veía llegar el final de su vida. Momentos antes de morir estaba sentado tranquilamente en su cama; a las once y veinticinco minutos se recostó sobre el lado izquierdo, descansó su cabeza sobre la mano, no volvió a hacer movimiento ninguno, y a las once y media en punto, sin agonía, sin padecimiento aparente, exhaló el último suspiro. Hubo malas lenguas que dijeron que había sido envenenado y lo peor de todo es que culparon a los masones del rito yorkino y el argumento era que se había negado a conmutar la pena de muerte por el destierro a Maximiliano. Sólo algún ignorante es capaz de decir esto, es cierto que Juárez era masón pero pertenecía a un pequeño grupo que aún subsisten y que se llama Rito Nacional Mexicano; nunca tuvo compromisos con los extranjeros para perdonar la vida a quien tanto había ofendido a México.
Posted on: Thu, 18 Jul 2013 05:50:21 +0000

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