Jesús, revelador de Dios y del hombre «Jesús vino a abrirnos - TopicsExpress



          

Jesús, revelador de Dios y del hombre «Jesús vino a abrirnos los ojos para que viéramos que Dios es el Padre de todos, y que todos somos hermanos». El mensaje de Jesús es, a la vez, la más exacta revelación de Dios y la más exacta revelación del hombre. En la misma revelación de Dios como Padre, como amor, nos brinda la auténtica revelación del hombre. Nos trajo el más bello de los mensajes: el mensaje de la paternidad de Dios y el mensaje de la fraternidad de todos los hombres. Sin la luz del evangelio, el hombre se encontraría ciego, desorientado, perdido, por los caminos sin camino a) Jesús, revelador de Dios J/REVELADOR-DE-D-Y-H: Todo el evangelio de Juan gira en torno a esta idea central: Jesús, revelador del Padre. Aparece firmemente, intensamente, afirmada en el prólogo, donde es presentado el Hijo de Dios como Palabra, que se hace carne, y, al hacerse carne, comienza a ser, de forma singular, palabra de Dios y sobre Dios dirigida al hombre, en la que Dios se ha manifestado, se ha revelado plena, total y definitivamente a nosotros. «A Dios nadie lo ha visto jamás. El Hijo único, que está en el seno del Padre, él nos lo ha dado a conocen» (Jn 1,18). Como está en el seno del Padre, conoce íntimamente al Padre y sólo El nos lo ha podido dar a conocer. Jesús es el único testigo del mundo divino. El único que ha venido de arriba, y ha descendido a nuestra tierra, y se ha hecho hombre, para darnos a conocer el misterio de Dios Padre. Esta es la finalidad esencial de la Encarnación: «ha venido a revelárnoslo» (Jn 1.18). A continuación comienza el relato de los hechos y dichos de Jesús. Esos hechos y dichos de Jesús nos van revelando el misterio más hondo de Dios. «Toda la vida de Cristo es revelación del Padre: sus palabras y sus obras, incluso sus silencios y su mera presencia entre nosotros». Y este tema, formulado en el prólogo y que se va desarrollando a lo largo de todo el evangelio, es reasumido en el capitulo 17, donde, insistentemente, se reafirma esta idea: 1 7,3-4.6.26. «Jesús es el exegeta del Padre». Es el revelador y la plenitud de la revelación de Dios. «La verdad más intima acerca de Dios... se nos manifiesta por la revelación de Jesucristo, que es, a un tiempo, mediador y plenitud de la revelación» (DV 2). Dios Padre, en su Hijo único, nos ha manifestado su ser mas íntimo, su secreto más profundo. Jesús no se limitó a recordar o repetir lo que ya sabíamos sobre Dios, sino que vino a comunicarnos la verdad más intima, la realidad más profunda de Dios. Y en el evangelio de Juan, Jesús pudo decir, al final del camino: «salí del Padre y vine al mundo; ahora dejo el mundo y me voy al Padre» (Jn 16,28). Pero no ha dejado todo como estaba. Todo lo ha dejado profundamente iluminado, enriquecido. Nos ha dejado a nosotros infinitamente iluminados, enriquecidos con la revelación de Dios Padre. «Cristo, el Hijo de Dios hecho hombre, es la Palabra única, definitiva, perfecta e insuperable del Padre» (C.65), en la que se ha expresado, se ha revelado plena y definitivamente (Cfr. San Juan de la Cruz, S2 22). «Al problema de Dios anunciado en Cristo, se le ha dado, demasiadas veces poca importancia. Se juzgaba que, aun prescindiendo de Jesús, se sabía ya quién era Dios y qué quería de los hombres... Pero quién es Dios o cómo es realmente Dios sólo lo sabemos con seguridad por medio de Jesús... La extraordinaria violencia con que Jesús fue rechazado por los fariseos sería inexplicable si se hubiese tratado sólo de una diferente explicación de la Ley. La raíz profunda de la oposición se encuentra más bien en su diferente idea de Dios», (MS lIl.l). Corregir las falsas imágenes de Dios que se habían forjado los hombres y revelarnos su auténtico rostro: ésta fue la tarea de Jesús, que realizó a lo largo de toda su vida, con sus palabras y sus obras. Jesús, su vida y su doctrina, es la parábola viviente del Padre, la imagen perfecta del Padre, imagen visible del Dios invisible. En la última noche, Jesús, como poseído de una sagrada obsesión, repite sin cesar, una y otra vez, el nombre bendito del Padre. Quiere darles a conocer su gran secreto: el Padre. Los Apóstoles, en aquella noche iluminada, debieron escuchar aquellas efusiones de Jesús, absortos, sobrecogidos. Nunca lo habían visto tan radiante, tan transfigurado. Entendemos que Felipe, impresionado, haciéndose eco de los deseos de todos, dijera a Jesús: «Señor, muéstranos al Padre, que esto nos basta»> (Jn 14,8). Has encendido en nosotros una gran sed; apaga ya la sed. Morimos de nostalgia por el Padre; descorre el velo y muéstranos su rostro. Jesús, en aquella noche iluminada y gloriosa, como respuesta a la pregunta encendida de Felipe, hará esta solemne y majestuosa afirmación: «Felipe, el que me ve a mí está viendo al Padre» (Jn 14.9). Jesús es la imagen perfecta del Padre. Y sabemos que, para nuestro consuelo y alegría, en las páginas de los evangelios ha quedado reflejada, como en un espejo, la verdadera imagen de Jesús, sus hechos y sus dichos. Y me gusta aplicar a los evangelios aquellos espléndidos versos de San Juan de la Cruz:
Posted on: Mon, 01 Jul 2013 07:18:16 +0000

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