Juan Torres Silva, hijo de Don Antonio Torres Ortiz, de profesión - TopicsExpress



          

Juan Torres Silva, hijo de Don Antonio Torres Ortiz, de profesión zapatero y Doña Dolores Silva Vargas (natural de Villanueva del Ariscal - Sevilla), nació en Bollullos de la Mitación el día 12 de diciembre de 1890. Por el párroco Don Rafael Carnevali recibió el bautismo el día 15 del citado mes, tres días después de su nacimiento. Recibió la Confirmación en la iglesia de los PP. Escolapios de Sevilla. Su padre era chantre en la iglesia del Sr. San Martín de Bollullos de la Mitación su pueblo natal, el chico nace pared por medio, muy cerca del sagrario. El día 29 de mayo de 1900, cuando tenía diez años ingresó en la Congregación Salesiana. Con fecha 14 de noviembre de 1903, a la edad de trece años, marchó a estudiar latín al seminario de Málaga. EL JOVEN JUAN Vistió la sotana salesiana el día 21 de noviembre de 1905, por entonces tenía quince años de edad. El día 20 de julio de 1910 cuando tenía veinte años y al quedar viuda su madre, se vio obligado a salir de la Congregación Salesiana para poder cuidarla, de acuerdo con lo que disponía en estos casos el Derecho Canónico. En 1914 marchó al Seminario de Badajoz, donde terminó los estudios sacerdotales. Una vez finalizados se presentó a Beneficiado de Salmista de la Catedral de Badajoz. EN TIERRAS DE ORIHUELA El día 18 de febrero de 1918, se presentó a las oposiciones de Sochantre de la Catedral de Orihuela, tomando posición del cargo el día 12 de marzo de 1918. Fue ordenado sacerdote de primer Clerical Tonsura dos días antes de su toma de posesión (10 de marzo). Recibió las órdenes menores, el día 7 de abril. El orden de subdiacono el día 1 de mayo; y el orden sacerdotal el día 9 de mayo de 1918. Todas las órdenes fueron conferidas por el doctor Don Ramón Plaza Blanco, obispo de Orihuela. Celebró su primera misa el día 19 de mayo de 1918, en la Iglesia de la Santísima Trinidad de los PP. Salesianos de Sevilla, ante el altar de María Auxiliadora. A partir de esta fecha inicia su labor de apostolado en la tierra del Segura cuando todavía los sagrados óleos sacerdotales perfumaban sus manos. Se trajo a su madre desde Bollullos de la Mitaciòn y una noche del mes de junio en que cenaban pacíficamente en el patio, “una enorme piedra disparada por un peñero vino a anunciarle que ya era hora de abandonar dulces y gratas impresiones de su primera misa y que debía aprestarse a la vida activa”. La Peña es un barrio típico de Orihuela que hay que atravesar para subir al Seminario de San Miguel. Casuchas viejas, sin ventilación, ennegrecidas las paredes. Las callejas son estrechas y sucias, cubiertas de todo género de inmundicias y desperdicios. El género de vida en el barrio en el año de la fundación del Oratorio era gracioso y pintoresco. Los hombres pasaban el día tendidos al sol en invierno y en la sombra en verano. Las mujeres vivían en continua pelea escandalosa y en caza mutua de parásitos. Los niños de piel tostada por el sol con trajes adámicos y con greñas hasta las narices cruzaban las callejuelas tocando flautas de caña y redoblando palos en utensilios culinarios y en toda suerte de latas. De noche sus callejuelas eran frecuentadas por beodos nocturnos que buscaban madrigueras de “gatonas” de las que el barrio estaba plagado. El peñero es servicial, noble, cariñoso, interesado y profundamente religioso. Estas pobres gentes además del nombre de pila llevaban agregados apodos o motes originalísimos y hasta graciosos. La comida la gestionaban los peñeros pidiendo por la huerta, pescando anguilas en el Segura, haciendo puros de dulce, torrando garbanzos y llevando maletas a los viajeros. Qué raro era subir al Seminario sin recibir la crecía de una pedrada lanzada por un peñero... Los niños de Orihuela tenían miedo de subir al barrio, y la palabra peñero era empleada en la ciudad para calificar a personas de mal vivir. Esta era la situación del barrio de la Peña cuando el Reverendo Padre Don Juan Torres Silva, Beneficiado de la Catedral de Orihuela y ex alumno salesiano, buen conocedor del referido barrio por vivir cerca del mismo, fundó el Oratorio Festivo “San Miguel” conforme el espíritu de Don Bosco. ¿Por qué el Oratorio se llama de San Miguel? Porque el Oratorio se fundó en la pequeña ermita que en honor de San Miguel había en el barrio. Otras de las razones fue la siguiente: conocido el estado de incultura, suciedad material y espiritual en que se hallaba toda la Peña y siendo muy difícil y expuesto el acceso a la misma de las personas decentes, se necesitaba una protección especialísima del Cielo para acabar con aquel estado de cosas. Al entrar Don Juan Torres por primera vez en la ermita y encontrar a San Miguel con la espada en la mano, teniendo a sus pies al enemigo secular de las almas, se dijo en su interior: Este es el protector que necesitamos... El Oratorio Festivo desde su fundación 24 de mayo de 1918 bajo la dirección de Don Juan, llevó una vida intensa de actividades de orden social, religioso y cultural: clases diurnas y nocturnas, catequesis, banda de música, deportes, cuadro artístico, congregaciones, ejercicios espirituales, saneamiento moral de barrio, escuelas profesionales... Siendo insuficiente la ermita se compró una casa en el barrio, después otra... Sobre los solares se levantó el actual edificio. ¿Con qué recursos se contó en la fundación y con qué medios económicos? Todo ha sido obra de la Providencia y lo mismo se asegura del momento actual. Don Juan Torres se puso gravemente enfermo y acorralado por los médicos y una anemia cerebral, tuvo que abandonar su primer gran campo de apostolado impregnado de espíritu salesiano, dejando la dirección del Oratorio y pasando éste a la Orden Capuchina el 1 de julio de 1927. (La época más difícil del Oratorio, se salvó por los beneméritos Capuchinos, que siguieron manteniendo las actividades de Don Juan con gran tenacidad y entusiasmo. El padre P. Gonzalo de Benajama fue el hombre providencial. Al cesar los PP. Capuchinos en el Oratorio el 30 de junio de 1928, se hizo cargo el Rvdo. Don Monserrate Celdrán Mogica, Beneficiado de la S.I. Catedral. Don Monserrate dio gran impulso a la obra oratoriana y a él se debe el taller de encuadernación y a la ampliación del patio. El 25 de abril de 1933 fue nombrado director del Oratorio Don Antonio Roda López, exceptuando el tiempo que duró la contienda nacional del 36, pues se tuvo que cerrar el Oratorio; La contienda destrozó la capilla, saqueó las aulas, robó la imprenta y la encuadernación y convirtió el edificio para evacuados. El 28 de marzo de 1939 fue recuperado el Oratorio y gracias a la generosidad de los oriolanos reanudó sus actividades religiosas, culturales y sociales. El Obispo nombró a Don Juan Torres Silva fundador y primer director del Oratorio, misión que desempeñó hasta el día 30 de junio de 1927. A partir de esta fecha, el Padre Torres Silva ejerce varias misiones del apostolado y entre ellas las encontramos en la Catedral de Sevilla, supliendo como organista a los célebres maestros Elistuza y Luis Mariani. EN TIERRAS DE JEREZ DE LA FRONTERA En el año 1928, se presentó en la R. e I. Iglesia Colegial de Jerez a las oposiciones de salmista por marchar a Córdoba Don Ángel Melgar sochante de la Colegial. Don Juan Torres Silva pasó a ocupar su puesto, en el cual permaneció hasta el día 23 de marzo de 1956 en que el Cardenal Doctor Bueno Monreal lo nombró canónigo, tomando posesión de su canonjía el día 10 de abril del mismo año. Al poco tiempo de su llegada a Jerez, el día 27 de septiembre de 1928, el Padre Torres Silva junto a su madre Doña Dolores se inscriben como hermanos de la Hermandad de las Angustias. Días más tarde, el 23 de octubre del mismo año, recibió del Cardenal doctor Don Eustaquio Ilundain el nombramiento de Capellán de las Hermanitas de los Pobres, cargo que desempeñó hasta el día 15 de agosto de 1956. Tales eran las pretensiones del Padre Torres Silva, a la vista de tanto desamparo como apreciaba por los arrabales jerezanos y especialmente entre la población infantil, allá desde tiempo inmemorial. Pero los buenos propósitos del Padre Torres se estrellaban contra la incomprensión comunal y principalmente por la carencia de medios económicos. El padre Torres Silva lleno de ilusión, comenzó su apostolado con la restauración del “Trisagio” devoción que implantó en la ciudad de Jerez, el beato capuchino Diego José de Cádiz, cuentan que llenaba las iglesias los domingos, a tres turnos, y Don Juan consiguió que desde entonces no se haya dejado de celebrar dominicalmente esta devoción. La maravillosa intención del Padre Torres Silva, era, una vez conocida la gran necesidad de socorrer a tanto niño desvalido, la construcción de un Oratorio Festivo, como hiciera en Orihuela tiempo atrás. Para poner su gigantesco plan en marcha, solo le faltaba el pequeño detalle de “medio millón”, pero había que ir a por el; Estampitas, calendarios de bolsillo. El padre Torrres Silva acompañado siempre del “Luquillas”, su lazarillo de confianza, los colocaba en oficinas, banquetes, bodas, talleres. Nunca tuvo puertas cerradas porque sabía darse trazas para abrirlas, las pesetas se iban acumulando muy despacio y el Oratorio Festivo urgía. ¿Qué hacer? LAS FAMOSAS MULTAS Y EL BOLETÍN DE DON JUAN En 1939 comenzó a publicar un boletín mensual titulado “Oratorio Festivo Domingo Savio” muchas veces redactado a mano en altas horas de la noche, según testimonio de Don Antonio Gándara, salesiano veterano que le asesoró en los primeros momentos difíciles para sacarle los cuartos al lucero del alba. Nuestro buen sacerdote cambió de táctica, mejor dicho, la reforzó, porque, sin abandonar la recogida de perras y pesetillas con sus famosos almanaques, ideó otro plan más productivo, el de las multas, y de ellas se valía para multar a las autoridades porque organizaban actos sin su autorización; A las hermandades por la misma causa, a los que se casaban, a los que mejoraban su suerte, y siempre porque hacían cosas sin consultar con él, ni le hacían partícipe de sus alegrías con algún donativo fuerte ni ningún cheque abultadito. Vayan algunos ejemplos: - Don Antonio, usted va muy cerca de la acera, 50 pesetas de multa. - Don Fernando, ha comprado un caballo nuevo y no me lo dicho, 100 pesetas de multa. - Don Andrés, su hijo ha hecho la primera comunión, por no informarme, 500 pesetas de multa. - Don Felipe, me he enterado que se ha comprado un tractor y no he sido informado, 500 pesetas de multa. - Don José, se ha casado y no he sido invitado, por no hacerlo, 500 pesetas de multa. DON ÁLVARO “EL BENEFACTOR” Una mañana, de tantas como salía a “dar sablazos” para el Oratorio, bajando la cuesta de la calle José Luis Diez, pasó un joven que, montado en bicicleta, iba a su bodega, le cortó el paso y paró en seco. Alto ahí amiguito, y después de darle veinte vueltas a la bici y pedirle un sin fin de documentos le dijo: Veo que no llevas en la máquina la matricula del Oratorio Festivo, estás multado con cien pesetas, dirigiéndose al lazarillo que llevaba pegado a su sotana, le ordenó a “Luquillas”, - que así se llamaba -, que actuara en consecuencia, tiró de la cartera, sacó un grueso talonario, arrancó una hoja y pasándosela por las narices al multado que no salía de su asombro le dijo: Son cien pelas señor y la propina. Después de abonar aquella curiosa multa, Álvaro Domecq, - que así se llamaba el ciclista -, le dijo a Don Juan, que qué era todo aquel tinglado, y Don Juan, en dos palabras y con mucho ángel, le explicó su “negocio”. Mira hijito, como yo no tengo vinos que vender, y necesito mucha pasta para levantar el Oratorio Festivo a toda mecha para acoger a un montón de chaveitas que andan descarriaos por las calles, me tengo que valer de sablazos para acometer tan perentoria obra, así que este mes, ciclista que no lleve la matricula oratoriana, multa que te crió. El joven pagó su multa y le pidió una amplia información sobre el Oratorio, y después de satisfacer su curiosidad, le preguntó a bocajarro: ¿Cuánto dinero piensa, padre, que puede costarle? Por mis cálculos, unas quinientas mil pesetas. Cuente con ellas, esas las gano yo para su obra en un año. Cuando Don Juan oyó esas palabras, no sabe aún lo que le pasó, sintió que el rostro se le encendía y que cambiaba de color por momentos. Le lanzó de soslayo una mirada parte llena de interés y parte también de picardía al muchacho. Pero él, sin darle mucha importancia a la cantidad, se queda unos segundos pensativo y dice: Bien. Medio millón… Yo se lo voy a procurar a usted. Ya sabe que a mí me gustan los caballos, los toros… Voy a ver si rejoneando por las plazas de España, puedo procurarle esa cantidad. Que si no la reuniera, yo pondría lo que faltara. ¿Estamos? Don Juan no sabía que contestar, veía visiones, notaba que el cuerpo se le descomponía. ¿Sería verdad tanta belleza?… Ay, mi madre, las cosas que se le ocurrieron en aquel momento. Pero haciendo un gran esfuerzo, logró serenarse y le objetó: -Pero ¿usted sabe lo que significa echarse a las plazas… en manos de públicos no siempre comprensivos… los sacrificios enormes que eso representa?… Lo tengo bien pensado y estoy resuelto a todo. No se preocupe. Vaya usted mañana por la bodega y hablaremos. Y perdone, padre, la molestia… Don Juan quedó enteramente turulato, no puso atención a si aquello de “molestia” lo dijo de verdad o con su mijita de intención. Lo cierto es que, después de todo esto, Don Juan llegó a su casa, subió los escalones de dos en dos y al llegar a casa y estar frente a su madre, le dio un abrazo y un beso y exclamo: Madre, gracias a Dios. Ay, niño… No te pongas así. Tú vienes muy nervioso. ¡Que te pasa? Que la obra se va a terminar pronto, madre… Mira, déjate de tonterías y no te hagas ilusiones. ¿Quién es ese señor? -Madre, es un Domecq, y cuando uno de esta familia coge el timón de una nave, es para llegar seguro a puerto. Está resuelto a entregarme medio millón para rematar la obra. -Medio millón… - respondió su madre muy pausadamente -, y mirando no sé dónde y después de un breve silencio y le dice: -Bueno… tranquilízate y acuéstate. DON JUAN Y SUS ANÉGDOTAS A Don Juan por aquellos días, le ocurrieron infinidades de anécdotas una de ellas fue la de que, un día se tropezó con un buen amigo que salía de su trabajo y que llevaba consigo una curda incipiente que ya decía lo que aquello iba a dar de sí. Pues este hombre, después de un saludo cariñosísimo, sacó una peseta y me dice: -Tome usted esta peseta, pa su obra. Yo me resistía a tomarla pero el hombre insistió: -Tómela usted. Al fin y al cabo me la iba a gastar en vino... Otro día se encuentra con un jovencito y después de saludarle y besarle la mano, se saca del bolsillo cuatro pesetas y al entregárselas le dice: -Tome usted, Don Juan. Este es el primer sueldo diario que cobro en la colocación que usted me facilitó. Sirva esta pequeñez de testimonio de agradecimiento. Rehusé tomar dicha cantidad ante la pobreza de aquella familia, pero tanto insistió que hube de aceptar. Que hermosa lección. Yo me decía después: Si todos los que han recibido algún beneficio en este sentido me hubieran dado una cantidad parecida, qué lote se hubiera costeado... Que el Señor te bendiga, joven agraciado... Un día una devota, de esas que llaman beatas, le quiso demostrar su admiración a cuanto hacía y decía, y que no paraba de exclamar: Don Juan es usted un santo, pero un santo santo. Bueno, ahora que usted me lo zampa así tan de repente, pues no sé qué decirle. Pero mirándome a los pies, creo que ya tengo la peana. Fíjese señora en mis zapatos y agárrese. Calzo un cuarenta y ocho. Si me ponen, seguro que no me caigo. Don Juan se cortaba el pelo en la peluquería de Antonio Guerrero, en la Corredera. Allí llegaba acompañado de su lazarillo secretario “Luquillas”, portador de la inseparable y misteriosa talega y se sentaba en el escalón a comer pipas, mientras Don Juan, como otro cliente cualquiera, esperaba su turno. La conversación entre los parroquianos se iniciaba rápidamente, llevando Don Juan, con su habitual gracejo la voz cantante. Cuando el maestro barbero – Antonio Guerrero murió ciego – terminaba de arreglarlo, Don Juan, mirándose al espejo, solía decir: Ea, ya estoy como un San Luis. Que Dios se lo pague, amigo. Esta frase de “Dios se lo pague” no se le cayó nunca de la boca. Cuenta el Señor Rodríguez de Molina que en cierta ocasión coincidió con Don Juan en la consulta del odontólogo Don Vicente Florán, en el edificio del “cierro redondo” de la calle Larga. El Padre Torres Silva iba a que le sacara una muela picada que le estaba dando mucha guerra. Lo vi tan nervioso y con tanto tembleque, que traté de apaciguarlo. Mira, hijo, no lo puedo remediar. Es el primer hueso que me van a quitar de mi cuerpo. Me avergüenzo de ser como un castillo y tener más miedo que una vieja, es la primera vez que tengo problemas con mi dentadura, y no sé cómo ha podido suceder esto, porque yo siempre he cuidado bien las herramientas que Dios me dio para comer. Hay quien se limpia los dientes con polvos o pasta dentífrica. Yo con agua pura, que el Señor lo hizo tan abundante y rica. Bueno, después del vino, que lo elevó a Sacramento. ¿No es maravilloso? A Don Juan se le cambió su siempre sonrosada cara al decir esto, olvidándose de su muela picada. El doctor Don Fermín Aranda, cuya casa siempre estaba abierta para Don Juan “el gigante”, como le solía decir, emitía el siguiente comentario “Yo no me fío mucho de los curas, pero de Torres Silva es un santo varón de los pies a la cabeza. Ah, si hubiera muchos curas como él...” Un día que se encontraba en su casa, pasó una gitana pidiendo, y como vio que iba con ropa harapienta y un tanto despeinada, cogió su única sotana y por la ventana se la tiró diciéndole que con la tela de ella podía hacerse un buen vestido, a los pocos días tuvo que pedir una prestada, porque tenía que hacer acto de presencia en su entrega del Título de Hijo Adoptivo de la ciudad.
Posted on: Tue, 02 Jul 2013 10:26:11 +0000

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