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KILÓMETRO 6 El silencio y la intemperie caen sin sosiego en la comunidad San Benito. Leves quejidos rompen como un remolino de luz el nacimiento de un niño, saliendo del vientre cansado de jadeos de Delfina, tan llevado a cuesta por tantos, con tanto sol, por estos lugares del trópico que le diluyen la edad y le dibujan en la sombra tan seguidora ese brazo que le falta. -Es un varón.- Alcanza a oír que dice Nicolás Machaique, el marido y un desmayo la sumerge justo cuando en el rostro se le tallaba la alegría, al sentir el primer llanto como un respiro de presencia en el aire del kilómetro seis tan maltratado de pobreza. Sueña Delfina, artesana de estolas y crucifijos, entre el ronroneo de un motor de la camioneta del cura que la lleva al hospital; sueña con el andar de ese hijo sembrando suerte hasta que se le cansen los huesos y ella que acompaña con su corazón en tibieza por el calor y la humedad las travesuras de los años de niño; luego la escuela del árbol inmenso en medio del patio visto ayer antes del parto, tan bellamente florecido el Jacaranda; sueña paciente con el nuevo hijo, ese rayo de luz que le trae la vida para esta escasez de pocas monedas como si contemplara el inicio del amor abrigado de noches con luna sencilla y los pechos que amamantan ese cetrino milagro de la vida igual a un leño tibio, prendido ahí de las colinas de sus pechos que maman el amor de hoy en la libre mañana; sueña y goza ella y él, acudido a los pechos se atestigua el iris de los ojos de Delfina sin imaginar ausencias de heridas de infortunio si todo es claro y es tiempo de estrellas sobre sus cabezas y ella y él son frescos remansos en plena liturgia, sostenido él en el solo brazo de Delfina; sueña en quietud y en hondura, después del desmayo sobre su piel desvanecida que se bambolea en la camioneta del cura. ¡Así eres, Delfina, todo amor en la luna de tus pechos! Dormida va, manca y artesana, toda pobreza y sueño en la desolación de los largos cabellos y todo el hambre eterno hondeado en las venas. ¡Ah, pero el hijo! Arde en el crepitar intenso del sonido de felicidad que la sangre lleva como arde el amor materno sin apaciguos ni condensos. Pálida llega al hospital y cansada como un solitario deseo. Queda allí vulnerable y desasida en esa sala grande de desierto silencio, de sábanas medrosas, de penumbras en la ventana y las luces distantes, sin el cielo abierto del kilómetro seis. El cuerpo cansado se hace sombra desde la orilla de la almohada y se llena de angustia su garganta. Ya se ha ido el sueño, apagado en esas sábanas, incorpóreo en esos silencios de hospital. Tiene los ojos abiertos y le llega el llanto del niño. Y le llega el miedo como un océano tormentoso y choca como un puño en las costas de su cuerpo. ¡Delfina, artesana y desierto! ¿Qué fue del crucifijo y los misterios? ¿Qué miserables tejen otra historia en el niño a espaldas de tus sueños? Y entonces llora por la distancia que se viene encima a la india manca y artesana; viene a mutilarle también el corazón. – Profesor.- Héctor Arturo Juan de La Cruz CABOT
Posted on: Sat, 27 Jul 2013 02:42:54 +0000

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