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LA COMPRA DE VOTOS Comprar votos, en sentido literal, es un sencillo intercambio económico. Los candidatos “compran” y los ciudadanos “venden” votos, como compran y venden manzanas, zapatos o televisores. El acto de comprar votos, conforme a esta perspectiva, es un contrato, o tal vez una subasta, en la que los votantes venden sus votos a la oferta más alta. Este modelo de mercado se expresa en lenguaje coloquial de la siguiente forma en inglés, “vote buying”, en español, “compra de votos”, en francés, “achat de voix”, o en alemán, “Stimmenkauf”. Aunque es simple, el modelo de mercado de la compra de votos debe erradicarse por las connotaciones inherentes a él, pues se trafica con las necesidades de los votantes al extremo de considerarles poco menos que unos débiles mentales a los cuales se les satisface con necesidades superfluas. Los partidos y candidatos que ofrecen beneficios materiales particulares a los votantes en general aspiran a comprar apoyo político en las urnas de acuerdo con la idea de intercambio de mercado. Sus aspiraciones comerciales, sin embargo, pueden toparse con barreras objetivas e intersubjetivas. Por el lado objetivo, no existe certeza alguna en cuanto al cumplimiento del vendedor, puesto que la compra de votos es un negocio ilícito y, como tal, no se realiza dentro de un mercado “normal” protegido por normas sociales y legales. Por el lado intersubjetivo, las cuentas empíricas de las perspectivas de los participantes revelan que las prácticas electorales que describimos como “compra de votos” pueden tener diferentes significados dependiendo del contexto cultural. La compra de votos como un intercambio de mercado En principio, la noción central del comercio (comprar y vender) parece no tener ningún problema. Se refiere a una operación comercial, el intercambio de bienes y servicios por dinero (u otras formas de pago) —una operación de rutina que los habitantes competentes del mundo capitalista moderno entienden sin problemas. La mercancía que cambia de manos en actos de comercio de votos tiene también un significado institucional bien definido. Los votos son la expresión formal de la preferencia de miembros individuales de los cuerpos que toman decisiones. Más ampliamente, las propuestas de comerciar con votos pueden tener como objetivo la decisión electoral o la participación electoral. Pueden tener la intención de persuadir a los individuos de votar de determinada manera, o de votar o no votar, en primer lugar. Las estrategias para alterar resultados pueden enfocarse a desmovilizar a los oponentes activos o a movilizar a los partidarios pasivos. Puesto que a la primera con frecuencia se le llama compra “negativa” de votos o “compra de abstención,” es posible hablar de esta última como “compra de participación.” En síntesis, pues, si aceptamos una definición literal del término dentro del mundo del intercambio económico, podríamos definir la compra de votos en el ámbito electoral como una operación de mercado en la que los partidos, candidatos o intermediarios pagan (en efectivo o en especie como unos “regalos” o “presentes”) por “servicios electorales” que prestan ciudadanos individuales—un voto favorable o una abstención favorable. La lógica del comercio exige que los actores involucrados (compradores y vendedores) participen en intercambios efectivos de dinero por bienes o servicios. En ausencia del intercambio recíproco, si los compradores no pagan a los vendedores o los vendedores no entregan, no se habla de actos de comercio, sino de instancias de fraude o robo. La lógica de las operaciones comerciales, además, exige que los compradores y los vendedores comprendan qué hacen: que celebran una relación recíproca de intercambio. El comercio involucra la entrega de algo a cambio de algo, objetivamente e intersubjetivamente. Comprar algo significa adquirir un bien o servicio poco común, con cierto valor, que el comprador no podría obtener de otra forma. No tiene mucho sentido (conforme al conocimiento lingüístico práctico del cliente promedio en las economías modernas de mercado) decir que alguien “compra” algo si esa persona paga por productos o servicios que obtendrá de cualquier forma (sin gastar dinero). Dependiendo del contexto, podría pensarse en ese pago no solicitado como una donación, una recompensa, un error o un delito, pero nunca como una compra. De la misma manera, si los candidatos distribuyen beneficios materiales a votantes individuales, deben obtener algo a cambio por su inversión electoral. De otra forma, no reconoceríamos sus gastos de campaña como parte de una relación de comercio. Si los votantes aceptan el dinero, pero votan como habían planeado hacerlo, no participan en el acto de intercambio. No venden sus votos, sino que obtienen ganancias unilaterales. Además, si los compradores y vendedores en una economía monetaria compran y venden bienes y servicios, se supone que comprenden la naturaleza de la operación en la que participan. Se da por hecho que comprenden el significado social del comercio, que saben, por ejemplo, que comprar un objeto es diferente de robarlo o recibirlo como regalo. Si los participantes no tienen esa noción común, tendrán dificultades para completar su operación sin fricciones. De la misma manera, si los políticos entregan efectivo o bienes a los votantes, su oferta representa el acto de inicio de una relación de intercambio sólo si ambas partes lo entienden como tal. Si alguno no lo concibe como una oferta cuya aceptación obliga al receptor a dar algo a cambio, ya sea explícito o tácito, no estamos ante una operación de comercio, sino ante “otra cosa,” como un intercambio de regalos o un sencillo malentendido (en caso de que quienes dan y reciben le den interpretaciones inconsistentes). En resumen, una definición literal de compra de votos como un intercambio de mercado impone condiciones restrictivas al uso del término. Si hablamos de compra de votos y nos referimos a la compra de votos—en sentido estricto, basado en el mundo de las operaciones comerciales—se sugieren dos afirmaciones empíricas relacionadas, ya sea de manera explícita o tácita. En primer lugar, afirmamos que ambas partes en realidad intercambian algo valioso—servicios electorales que no estarían a disposición del comprador sin el pago. Sólo si los políticos compran algo con su dinero, en vez de despilfarrarlo sin consecuencias, presenciamos instancias de intercambio comercial (el lado objetivo de la compra de votos). En segundo lugar, ya sea de manera explícita o tácita, afirmamos también que los políticos y los ciudadanos leen su relación como una relación de intercambio (el lado intersubjetivo de la compra de votos). Pero ambos aspectos son problemáticos. Por el lado objetivo, es posible que los votantes no voten como se espera en las elecciones. Por el lado intersubjetivo, es posible que los votantes no sean capaces de leer las propuestas que se les hacen como ofertas comerciales. Esperemos que el candidato que aspire a convertirse en el próximo burgomaestre de este distrito, no esté pensando en tratar a los Casagrandinos como unos votantes anodinos a los que se les puede manipular con unas baratijas a cambio de sus votos. El tener “plata como cancha” (como lamentablemente inmortalizó un político, que cada vez que abre sus fauces, retrocede cien pasos después de haber avanzado uno), no les da derecho de jugar con el electorado. LOS CASAGRANDINOS CONSTITUÍMOS UN ELECTORADO, NO UN “ELECTARADO”.
Posted on: Mon, 30 Sep 2013 22:08:58 +0000

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