LA HIJA DEL PELUQUERO Cuando éramos chicos, mi padre nos hacía - TopicsExpress



          

LA HIJA DEL PELUQUERO Cuando éramos chicos, mi padre nos hacía cortar el pelo todos los meses de una forma rara, pues en vez de ir a la peluquería como cualquier hijo de vecino, el señor peluquero venía a nuestra casa, con su vocación de trabajo, dispuesto llevar adelante estrictamente las órdenes de mi padre. Mi padre era autoritario y poderoso en un perdido pueblo de casas de madera, perfumada por limoneros y papayas. Nosotros éramos cuatro sabandijas. El peluquero era siempre el mismo, llegaba en su bicicleta negra con su maletín negro y una traba en una de las botamangas del pantalón. Era paraguayo, de apellido Amarillo, de lentes oscuros, gruesos como para poder ver bien donde cortaba, casi pelado y muy serio. Llegaba sabiendo "muy bien qué hacer" a todos igual, corte a la romana bien corto para que parezcan bien hombres, eran las órdenes de mi padre. No podíamos evitar sentir miedo ante tanta seriedad y a la vez impotencia, y añorar nuestros cabellos al viento cuando corríamos, haciendo volar las cometas... ¡qué hermoso era verlas volar a su antojo y en libertad!. El tiempo pasó de esa infancia rebuscada, aprovechando cualquier hueco para escaparnos a pescar, a bañarnos en el canal o jugar a los indios. Cualquier excusa era buena para hacernos la yuta a la escuela. Como olvidar ese peluquero, que aparecía los primeros días de cada mes sin poder resistir a su mandato. El tiempo pasó, ya no era un niño, sino un adolescente, que tenía que ganar espacio de hombre, y unos pesos para fumar con los amigos. El poder de mi padre había desaparecido derrocado políticamente y económicamente fundido... acostumbrado al poder y la bigamia, y a las noches de cabaret... se separó de mi madre, y como se dice "que de un árbol caído todos hacen leñas" se tuvo que ir a Buenos Aires. Nos cambiamos de casa gozando de una libertad sin timón. Mi madre trabajaba todo el día para poder mantener a sus cuatro hijos. La casualidad que nuestro vecino en la casa alquilada, justo era el peluquero... él y su familia; su mujer que era una hermosa india guaraní y sus dos hijas mujeres cuál de las dos más bella. A la mayor el padre ya la tenía comprometida con el turco, dueño de una tienda, y a la segunda, más linda para mis ojos y más pispireta, le andaba buscando un buen candidato. Como vecinos podíamos ver que con pocas palabras, lograba manejar a su familia, en un estricto orden con severos castigos al que se salía de sus normas. Yo no era un mal chico. Había dejado de estudiar, pero trabajaba de noche en una panaderia, y en el día cultivaba un huerto en el fondo de mi casa, con mucho trabajo cosechaba tomate, pimientos y perejil. La más chica de las hijas del peluquero, detrás del cerco, miraba como yo transpiraba con la azada y el rastrillo. A pesar del temor por la vigilancia del padre, nos mirábamos, contemplando como crecía las plantas de tomate y los piropos a su belleza y caderas bien formadas. Se caso su hermana con el turco, mucho mayor que ella y a la menor la seguían tratando como niña... ¡si era una niña, que se hacía mujer! y los dos sentiamos el primer amor con muchas fantasías... de noche, encandilados por le luna, nos escapábamos a correr envueltos por el aroma de los limoneros. Aprobechábamos cualquier oportunidad para vernos, como la noche del velorio de su abuela, o el día que creció el río, y su padre estuvo muy ocupado, por salvar los catres y los gallos de riña. Paso el tiempo, y ella era una brasa en mis brazos. Mientras, en su casa, el padre hablaba del candidato para ella, un finquero viudo y con mucha plata. Y yo, tratando de ganar la confiansa del padre, cada tanto ponía mi cabeza a su disposici6n, superando el miedo de la infancia; aunque la última vez que fuí, el peluquero rue muy claro, en sus indirectas. "...Quiero que sepa, muy bien, que soy paraguayo de pura sangre y el que ande rondando a mi hija, se va a encontrar conmigo y soy muy bueno como podrás ver, en el manejo de la navaja...". Yo, salí medio tonto del susto. ¿Me parece que ya sabe algo?. Pero nuestra pasión crecía cada día más. Ya a los encuentros furtivos no eran suficientes, ella se mostraba más sensual, más mujer ardiente, que deseaba dar rienda suelta a su ser tropical. Fue de ella la prouesta de construir en el limonal del fondo una "chozita", lo más romántica posible; así podríamos en la primera oportunidad... dejarnos llevar de la mano de los duendes y alejarnos del mundo, que para nosotros se estaba complicando. Así fue, como, con esmero, fuí armando un nido de amor, con la experincia de tantas chozas construidas en la infancia para escaparnos, aunque sea por unos minutos, de la autoridad de su padre. Quizás, el juego para prepararnos para nuestra propia vida. El momento llegó, pues su padre, que nunca rompía su rutina, de la casa a la peluquería y de la peluquería a su casa, tuvo que viajar a un pueblo cercano, para ver a su hermana enferma. Ella logró romper el cerco de su madre, que se durmió cansada. Tiró una piedra, como señal que yo esperaba..., con los corazones golpeando llegamos a la choza, era realmente un nido de pájaros, nos zambullimos, locos de pasión, locos de disfrutar el contacto con las pajas y de chocar nuestros cuerpos jóvenes, llenos de vida y ansias de aventuras. Nos sentíamos libres, tanto que... después de descubrir la magia de nuestra sensualidad, gozamos el saber que hacíamos lo querido por los dos, más allá de cualquier dictamen, basado en el amor de un padre que piensa en el futuro de su hija. Después de saciar los deseos juveniles, éramos los dueños del mundo... nos reíamos pensando, ¡Qué poco se necesita para ser felíz!, una choza de paja, la luna arriba, y el aroma de los limoneros, y si había alguna araña...¡Qué disfrute también!... Dormitábamos de placer, cuando nos iluminaron con linternas... lo primero que vi fue el rostro del peluqero... del mismo que cortaba el pelo, cuando era chico, "corte a la romana, todos iguales, para que parezcan bien hombres". Mi instinto, de la vida y de la calle, me ha llevado a no pensar dos veces, conocedor del terreno, di un salto felino... salí disparando... Entré a mi casa, agarré una muda de ropa, y me fui del pueblo. Nunca más me lo corté, con ningún peluquero del mundo. Emilio Haro Galli ...UTAMA
Posted on: Tue, 10 Sep 2013 15:45:57 +0000

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