LA IMPORTANCIA DE PESCAR Todo pasó allá por final de la - TopicsExpress



          

LA IMPORTANCIA DE PESCAR Todo pasó allá por final de la década de los 60”, cuando en Mar del Plata era corresponsal de la revista Gente. Un día, por la vieja teletipo (que yo no tenía y en consecuencia debía ir diariamente al correo a leer y contestar) me avisan que llegaba a Mar del Plata, invitado por el Gobierno Nacional, las Naciones Unidas y toda la menesunda diplomática, todo un personaje. Nada menos que el filósofo chino, radicado en Estados Unidos, Lin Yutang, famoso autor del conocido libro “La Importancia de vivir”(1937) y otros muchos. Y muy suelto de cuerpo, entonces como ahora, Samuel “Chiche” Gelblung, Secretario de Redacción y “jefe” de los corresponsales de Gente, me pone por la teletipo: “Lucho…entrevístalo, sácale fotos y manda el material urgente… acordate que “cerramos” el jueves, tenes tres días…y no falles, que ya está guardado el espacio…” Eso, y arréglatelas como puedas, era lo mismo. Custodiado al mango por equipos de guardaespaldas nacionales y extranjeros, acercarse al chino era imposible. Se alojaba en el Hotel Provincial, en la suite Presidencial del cuarto piso. Minga de presentar la credencial, un carné, nada. Ni con las amistosas gestiones de Teodoro Bronzini, ni de Rufino Inda, ni del Intendente. Toda gestión terminaba con un “vamos a consultar con “protocolo”, que decía que a las entrevistas las manejaba Cancillería, y que Cancillería debía consultar con las Naciones Unidas. . Una pálida total. Hasta que chamuyando con mi amigo Serodino, Conserje del hotel, uno de los mejores profesionales de ese oficio que he conocido, me tiró un cabo salvador: “Me enteré que el chino quiere salir a navegar, o a pescar… o qué se yo…” Era la mía. Serodino ya me había pasado el dato (para una eventual nota tipo “chimento”) de lo que el chino comía, de que su mujer, había pedido, en inglés-español para beber: “Media Villa whith out gas” (media Villavicencio sin gas) y que el visitante ilustre habría dicho querer conocer “gente del pueblo” que, seguramente, los cráneos del Protocolo estarían seleccionando entre los notables más conspicuos de la ciudad. Y con el desparpajo total de mi juventud de entonces y sabiendo que me quedaban apenas tres días para el “cierre” de la nota en la redacción de “Gente” le propuse a mi amigo, el Conserje: “Decile al Secretario Privado del chino, o a los de Cancillería, que tenes pescadores amigos de la Banquina, que se han ofrecido a llevarlo, en secreto, a pasear o pescar en las lanchas amarillas del Puerto…” A las tres horas, Serodino me llama: “Venite ya y arreglamos la cosa…está listo…pero si me haces quedar mal, te mato. Me estoy jugando el puesto….” Dicho y hecho. Me fui a la banquina a los piques, busqué a unos tanos amigos, a quienes días antes les había hecho una nota sobre la “sacrificada pesca”, quedé en pagar el gasoil y, sin decir quién era el personaje que traería, arreglamos que nos embarcaríamos, aunque previa charla y autorizacion con Prefectura por el asunto del “rol” (sería una nota más sobre la “pesca sacrificada, pero esta vez hecha “ en vivo”) Arreglé estar en la banquina a las siete, le avisé a Serodino y a la mañana siguiente, a las seis, disfrazado de pescador, con un Jean viejo, botas de goma pampero, pulóver grueso, gorro de lana con pon-pon, y saco de agua de hule amarillo, me aparecí por el estacionamiento subterráneo del Provincial, en mi viejo y maltrecho Fiat “milqui”, diciendo “Vengo del Puerto, a buscar a un señor chino” Lin Yutang bajó entre dos cosos, ellos vestidos de traje negro y anteojos oscuros, como los de las películas del FBI (A lo mejor eran).Me lo entregaron previo quedarse con mi Cédula de Identidad, que recuperé recién dos días después. Lin hablaba inglés fluido (Era profesor de Harvard) y yo chapuceaba el básico de la Secundaria. Como tal vez él pensaba que yo era “tano” del Puerto, entre el inglés, el italiano cocoliche y las señas, nos entendíamos de diez. Nos embarcamos en una amarilla, la “Santa María Madre” se sentó apoyado de espaldas en la cabina de mando, en cubierta, sobre en un cajón para pescado (entonces eran de madera), sacó una libretita y se puso a anotar cosas. Yo había llevado, en un bolsito de lona, además de algo para comer, mi cámara fotográfica Rolleiflex 6x6, un rollo de película blanco y negro y haciéndome el distraído empecé a sacarle algunas fotos, a lo que no le dio ni bola o pareció no percatarse,.. Navegamos como una hora, rumboal “banco de afuera” hasta que me dijo, ansioso: “¿Yo no pescar? Le alcancé una maderita, con un nylon del 90, envuelto como hilo de barrilete, (¿viste?) Terminada en un “”fiocco” “¿To hand?...very good…” Dijo, dejando caer la línea al agua, con un “fiocco”, como dije, hecho de hilo sisal desflecado, un bruto anzuelo y trozos de caños de plomo enhebrados, como dos metros antes del anzuelo, para que trabajara troleando a “media agua”. Si tendría pique, a joderse. El tano patrón no bajaría la marcha y así ¡andá a levantar un pescado!. En esas. cuando los tanos vieron el manchón de un cardumen de anchoítas y las gaviotas haciéndose el Picnic, bajaron la marcha y empezaron a tirar la red. El chino, entusiasmado, revoleaba la línea sobre la cabeza, la tiraba al agua y la recogía haciendo casting a mano. Hasta que enganchó un pez limón, inmenso, esta vez en serio. Trataba de traerlo jalando del nylon a dos manos y a medida que el pescado saltaba como a treinta metros, el gritaba cosas en chino, gozoso, sin importarle que las palmas se le lastimaran con el correr y raspar del nylon. Hasta que lo sacó, chocho, feliz, exultante. Y no quiso que lo levantaran con el bichero. Lo subió a bordo él solo, a pura mano. Y me lo mostró, para la foto. (Como hacemos todos cuando pescamos algo “para el recuerdo”). La tripulación hizo un alto para comer. Yo había llevado un paquete de sándwiches de miga triples, finísimos, de la Boston y ni bola . Le alcanzaron un plato de lata enlozada con albóndigas de pescado con tuco, y vino en tetra brick. Se sentó a comer sobre un cajón con anchoítas, todavía saltando. Daba risa verlo. Chiquito, con mi saco de agua amarillo, (que le había prestado y le quedaba inmenso), sentado a lo Buda, con el plato sobre las piernas, un tenedor en una mano y en la otra, el vaso de aluminio, con vino berreta, tratando que no se le volcara con el oleaje, que nos escoraba de babor a estribor y de proa a popa. A eso de las cuatro de la tarde volvimos. El, con su pez limón (colgando de un cabo pasado entre agallas y boca), las manos heridas curadas a saliva y pañuelo y yo, con la Rollei en el bolso, con un negativo expuesto de 12 tomas, que tal vez salieron bien. En el hotel nos estaban esperando, nerviosos. Por Serodino me enteré que habían estado tratando de averiguar quién era el “pescador”, el de la Cédula, del que Prefectura no sabía dar noticias. El chino, como si nada, me pidió le llevara el pescado a la suite, para presentarse ante su mujer, que lo esperaba, a la que le dijo, en chino algo que supuse era “Pesqué uno grande, así”… Expresado con ese gesto universal, de palmas abiertas enfrentadas, cada una a medio metro del hombro, que usamos cuando queremos mentir. Yo estaba atrás, fuera de la vista, en la puerta, con el pescado colgando, arrastrado por el moquete rojo del pasillo. Hasta que me hizo entrar y mostrar el bicho, feliz ante su mujer, que movía la cabeza como diciendo: “No...No lo puedo creer…”. Me invitaron con vino de arroz, me pidieron que llevara el Pez Limón a la cocina, mientras ella escribía, para el Chef, la receta de cómo lo quería comer esa noche. Gran tarado, no tenía más rollos de fotos. Conseguí hacerle una fotocopia a la “receta “para mandarla a la redacción y me despedí, Nunca más me permitieron verlo. Esa misma noche escribí la “gran” nota en mi vieja y fiel Underwood, que tenía una O que le hacía agujeros al papel. La metí, así, de primera mano sin corregir, en una caja de zapatos, junto al rollo de fotos sin revelar (digitales, fotoshop, Web ¿qué es eso?) y me fui al aeropuerto, para alcanzar el último avión de AA de la tarde. La cosa entonces era así: Si despachabas el paquete, te cobraban y además, no lo entregaban hasta el día siguiente. Había que buscar un pasajero con algo “raro” (Un gordo rubio con camisa floreada, y zapatos bicolor, o así) .Encararlo, mostrándole el paquete rotulado “Material periodístico para Editorial Atlántida, teléfono tal” (El teléfono por las dudas) y decirle que al paquete lo irían a buscar de la Editorial, que era una noticia importante y que había fotos exclusivas y todo el verso. Cosa que el señor, o señora, se creía a pies juntillas y viajaba con el paquete en la falda, como si llevara copas de cristal de Murano. En el aeropuerto de Buenos Aires, un motoquero cualquiera (siempre los hubo) buscaba al gordo rubio de la camisa floreada, (o quien fuera) le sacaba el paquete de la mano y sin darle ni las gracias disparaba a la redacción. Nunca falló. Salvo una vez que el vuelo se demoró, y llegó a las mil y quinientas y no había nadie esperando. El envío iba en manos de una señorita en edad de merecer y con maquillaje de guerra, (tipo actual “tapa de GENTE”). La chuchi se apareció, ella misma, en persona, por la mismísima redacción, como a la media noche. Seguro que los vagos le sacaron fotos con las manitos detrás del pelo, posando “así” y le prometieron hacerla famosa y todo eso. El que se comió el caramelito, jamás me lo agradeció. Publicaron a la nota de Lin Yutang, pero privilegiaron las fotos, cortando sin asco gran parte del texto. Pero eso sí. Pusieron la copia de la receta de la mujer de Lin, y respetaron el título “La Importancia de pescar”, seguro sin saber, realmente, la importancia que para el famoso escritor y filósofo había tenido ese día pasado sin protocolos, comiendo albóndigas de pescado en salsa de tomate, acompañado por hombres rudos, pescadores auténticos indiferentes a su fama. Una de sus frases, dejada para la posteridad, pareciera que señala el día que pasó pescando: “Vive como si no fueras a morir nunca…actúa como si fueras a morir mañana... (Falleció en 1976, como diez años después) Los gastos del gasoil, los sándwiches de la Boston, y la Lavanda Fulton que le regalé a Serodino, no me los pagaron jamás. Había que solicitar los importes deseos gastos , antes y por escrito. Si no me crees, pregúntale al Chiche Gelbrung. ¿Los negativos de las fotos? Anda a saber. Hace un montón de años que no se usan esas películas de celuloide en las editoriales, menos de 6x6 y sin colores. ¿Los recortes de la nota? ¿Quién va a guardar más de 40 años tanta cosa escrita, impresa en papel, si ahora se mete todo en un chip, en un pen-drive ( o como se llame) y chau? 1969, Mar del Plata
Posted on: Tue, 20 Aug 2013 19:26:59 +0000

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