LA REVUELTA DEL OTOÑO BRASILERO revistavelaverde.pe/?p=3069 desde las protestas contra Fernando Collor de Mello, a inicios de los años 90, no se veía tanta gente en las calles de Brasil. La gota que rebasó el vaso fue el aumento de 0.20 centavos, unos 25 centavos de sol, en los pasajes de transporte público. La población, indignada, salió a las calles de todo Brasil exigiendo la rebaja inmediata. Menos de una semana después, alcaldes y gobernadores, asustados con la movilización nacional que jamás imaginaron que podría surgir, renunciaron al reajuste. Pero la mecha ya había sido prendida y las manifestaciones continuaron. Ahora la sétima economía mundial hierve y el gobierno de Dilma Rousseff da la impresión de no saber qué hacer. ESCRIBE: MICHELLE MARINHO No es Turquía, no es Grecia. Es solo Brasil saliendo de la inercia”, gritaban jóvenes en São Paulo. En Río de Janeiro, un cartel decía: “No es por centavos, es por derechos”. En Belém, una joven preparaba una pancarta en la que escribía: “Brasil, vamos a despertar! Un profesor vale más que Neymar”. “Queremos escuelas y hospital modelo FIFA”, afirmaba otro. En las calles de todo el país, cada ciudadano tenía un reclamo, una demanda distinta, un pedido al gobierno. “Estoy cansada. ¿Brasil no está bien económicamente? Entonces es hora de que el pueblo vea eso reflejado en los servicios públicos”, desahoga Catarina Pessoa, una joven de 25 años, que participó en la manifestación del último jueves 20 de junio, que reunió 300 mil personas en las calles de Río de Janeiro. En 1992 las protestas tenían un objetivo muy puntual. El pueblo quería la salida de Collor después de enterarse de los escándalos de corrupción perpetrados por su gobierno. Las protestas pacíficas, de las cuales participé activamente, fueron lideradas por estudiantes. Ahora, veinte años después, en las calles de las ciudades del Brasil no hay solo estudiantes. Hay ancianos, niños, familias enteras. Las generaciones que enfrentaron la dictadura y la que luchó contra el esquema de corrupción de Fernando Collor de Mello, y logró el primer impeachment de América Latina, se unieron a las manifestaciones. Analistas políticos y sociólogos aún intentan explicar qué está pasando en el país. Tres causas son vistas como las principales. La primera sería la que destapó la olla a presión: la insatisfacción popular con el reajuste de los precios de los pasajes en el país. En un artículo en el diario O Globo, Carlos Eduardo Frickmann y Camilla Aguiar, investigadores del Instituto de Economía de la Universidad Federal de Río de Janeiro, explican que el precio de la tarifa de ómnibus y otras formas de transporte tienen peso significativo en el presupuesto de las familias de baja renta. “La investigación ´Movilidad urbana y pobreza en Río de Janeiro´ demuestra que la población de la región metropolitana de la ciudad tiene un gasto promedio de 4% del presupuesto familiar en transporte público. Frickmann y Aguiar cuentan que el ciudadano en Río gasta en promedio 100 minutos diarios desplazándose al lugar donde trabaja. Cuanto menor es el nivel de educación formal, mayor es el tiempo que se utiliza en el transporte. “Eso crea un ciclo vicioso porque ese trabajador tiene menos tiempo para volver a estudiar. Tampoco se puede dejar de considerar otros aspectos relacionados a la incomodidad y pérdida de calidad de vida: contaminación del aire, enfermedades cardiorrespiratorias, riesgos de accidentes, etc. Si bien es cierto que esos costos no son directamente computados, sí son percibidos por la población que sufre todos los días con esos problemas. Por ello, es bastante probable que la revuelta popular sea también contra la pésima calidad del transporte público en el país”, afirman. La segunda razón que habría llevado a más de un millón de personas a las calles de Brasil serían los gastos excesivos con la Copa del Mundo de 2014 que tendrá lugar en el país el próximo año. Los gastos iniciales eran de alrededor de US$ 12,5 mil millones de dólares, pero este mes el Ministerio de Deportes anunció que estos subieron y están ahora en US$ 14 mil millones. Son un total de 51 obras en 12 ciudades donde se disputarán los partidos de la copa. El gobierno asegura que la mayoría de los gastos tienen que ver directamente con movilidad urbana, es decir, transportes, justamente uno de los reclamos de la población. Sin embargo, los brasileños reclaman que ese valor, en vez de ir para la organización de eventos internacionales, debería ser invertido en educación y en salud. “No necesitamos un mundial. Necesitamos inversiones en educación y salud. Brasil no es solo fútbol. ¿Para qué gastar tanta plata en estadios que después serán poco utilizados?”, comenta un grupo de amigos en el metro. Y no están equivocados. Algunos de esos modernos estadios permanecerán vacíos después del mundial por falta de espectadores. La tercera causa que habría llevado a la gente a las calles sería la inflación. El país tiene actualmente un índice inflacionario de 6.5% al año, muy por encima de la meta propuesta por el gobierno de Dilma Rousseff. Como analizó el diario francés Le Monde, que critica el desempeño económico durante la gestión actual, el proteccionismo de Dilma puso fin al crecimiento milagroso de los años 2000. “Basta ver la caída en la curva de crecimiento del Producto Interno Bruto”, afirma el diario francés. “El aumento de las tarifas de importación y el patriotismo económico del gobierno perjudican el sistema que permitió al país emerger en los años 2000”. Quien visitó Brasil en los últimos años sabe que los precios, especialmente en ciudades grandes como Río y São Paulo, son excesivamente altos. El ministro de Hacienda, Guido Mantega, insiste que se sufre los efectos de la crisis de los países ricos, especialmente de Europa. El problema, analiza el diario, es que hoy hay riesgo de fuga de capitales del país, en un momento en el que debería atraer inversiones por las obras que realiza para ser sede de eventos internacionales como la Copa del Mundo y las Olimpiadas. La marcha contra el aumento de los transportes fue convocada por las redes sociales por un movimiento conocido como Pase Libre. Sus integrantes defienden que el transporte público, por ser público, no debe cobrar una tarifa. Es decir, debe ser gratuito. No es una utopía, en algunas ciudades brasileñas eso ya es posible, como en los municipios de Agudos en São Paulo, Porto Real en Río e Ivaiporã, en Paraná. En Tallin, capital de Estonia, los medios de transporte son gratuitos. La tarifa cero también funciona en algunas líneas de bus en Australia y Estados Unidos, 30 ciudades adoptan la medida. Algunos analistas llaman ya a estas manifestaciones “la revuelta del Otoño Brasileño”, una alusión a la Primavera Árabe que logró derribar gobiernos dictatoriales. Un punto de vista equivocado si se repara en que en Brasil vivimos en una democracia. Los ciudadanos no reclaman, como en Tunes, Egipto, Yemen o Libia, contra una dictadura en el poder. La pregunta principal ahora es: ¿Cuál será el futuro de esta revuelta? El movimiento es horizontal, organizado por las redes sociales, apartidario y no presenta liderazgos visibles. Hubo sí una primera victoria al conseguir la rebaja en el precio de los pasajes en todo Brasil. Pero ¿qué hacer a partir de ahora? La presidenta Dilma Rousseff se presentó por primera vez en cadena nacional el último viernes y anunció que se reunirá con representantes de varios movimientos. Dijo también que escucha la voz de las calles que se opone a los gastos en los eventos mundiales y sí los demanda para los servicios públicos. Al terminar su discurso se escucharon abucheos en las calles. El anuncio de que contrataría médicos extranjeros para cubrir las necesidades de la atención de la salud llenó de críticas las redes sociales. ¿Necesitamos más médicos o mejores sueldos y mejores hospitales para que los profesionales quieran trabajar en los servicios públicos? ¿Qué viene primero, el huevo o la gallina? Lo que importa es que la política del pan y fútbol, parodiando la tan famosa política del pan y circo de la Roma antigua, ya no funciona en Brasil. La sétima economía mundial se estremece. En las calles solo una cosa es cierta: El país del fútbol no quiere ser la sede de la copa. Quiere ser sede de una revolución social, en la que el crecimiento económico tan alardeado mundialmente sea invertido en beneficio de la vida cotidiana de los brasileños.
Posted on: Sat, 29 Jun 2013 16:28:48 +0000
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