LAS 33 ESTRATEGIAS DE LA GUERRA de Robert Greene. - TopicsExpress



          

LAS 33 ESTRATEGIAS DE LA GUERRA de Robert Greene. PREFACIO. Vivimos en una sociedad que promueve los valores democráticos de ser justos con uno y con todos, la importancia de encajar en un grupo y saber cómo cooperar con los demás. Se nos enseña pronto en la vida que quienes son exteriormente combativos y agresivos pagan un precio social: impopularidad y aislamiento. Estos valores de armonía y cooperación son perpetuados en formas sutiles y no tanto: a través de libros sobre cómo triunfar en la vida; a través del agradable, pacífico exterior que quienes encabezan al mundo presentan a la sociedad; a través de las nociones de corrección que saturan el espacio público. El problema para nosotros es que se nos educa y prepara para la paz, y no se nos prepara en absoluto para lo que enfrentamos en el mundo leal: la guerra. Esta guerra existe en varios niveles. El más obvio es el de nuestros rivales en la parte contraria. El mundo se ha vuelto crecientemente competitivo y malévolo. En la política, los negocios e incluso las artes encaramos adversarios que harán casi cualquier cosa para tener ventaja. Más inquietantes y complejas, sin embargo, son las batallas que sostenemos con quienes supuestamente están de nuestro lado. Hay quienes externamente juegan en equipo y actúan en forma amigable y complaciente, pero nos sabotean tras bastidores y usan al grupo para promover su propia agenda. Otros, más difíciles de detectar, practican sutiles juegos de agresión pasiva, ofreciendo ayuda que nunca llega, infundiendo culpa como un arma secreta. En la superficie todo parece bastante pacífico, pero justo bajo ella cada quien ve únicamente por sí mismo, dinámica que infecta incluso a familias y relaciones. La sociedad puede negar esta realidad y promover un cuadro más apacible, pero nosotros la conocemos y sentimos, en nuestras heridas de guerra. Y no es que nosotros y nuestros colegas seamos criaturas innobles incapaces de cumplir los ideales de la paz y el desprendimiento, sino que no podemos evitar ser como somos. Poseemos impulsos agresivos imposibles de ignorar o reprimir. En el pasado, los individuos podían esperar que un grupo -el Estado, la familia extensa, una compañía- se hiciera cargo de ellos, pero éste ya no es el caso, y en este mundo desvalido tenemos que pensar primero y principalmente en nosotros y nuestros intereses. Lo que necesitamos no son imposibles e inhumanos ideales de paz y cooperación a los cuales adherirnos, ni la confusión que esto nos provoca, sino conocimientos prácticos sobre cómo abordar el conflicto y las batallas diarias que enfrentamos. Y estos conocimientos no aluden a cómo ser más enérgicos para obtener lo que queremos o para defendernos, sino a cómo ser más racionales y estratégicos en lo tocante al conflicto, canalizando nuestros impulsos agresivos en vez de negarlos o reprimirlos. Si hay un ideal que perseguir, debería ser el del guerrer@ estratégic@, el hombre o la mujer que maneja situaciones y personas difíciles con maniobras hábiles e inteligentes. Muchos psicólogos y sociólogos han sostenido que es por medio del conflicto que los problemas a menudo se resuelven y las diferencias reales se concilian. Nuestros éxitos y fracasos en la vida pueden atribuirse a lo bien o mal que manejamos los inevitables conflictos que enfrentamos en la sociedad. Las formas comunes en que la gente los maneja -tratar de evitar todo conflicto, reaccionar emocional y violentamente, volverse furtiva y manipuladora- son todas ellas contraproducentes a largo plazo, porque no están bajo un control consciente y racional y suelen empeorar la situación. L@s guerrer@s estratégic@s operan de modo muy distinto. Piensan anticipadamente sus metas de largo plazo, deciden qué batallas eludir y cuáles son inevitables, saben cómo controlar y canalizar sus emociones. Cuando se ven obligad@s a pelear, lo hacen en forma indirecta y con maniobras sutiles, de modo que sus manipulaciones son difíciles de rastrear. Es así como pueden mantener el pacífico exterior tan apreciado en estos tiempos políticos. Este ideal de combatir racionalmente nos viene de la guerra organizada, ámbito en el que el arte de la estrategia se inventó y refino. En un principio, la guerra no fue en absoluto estratégica. Las batallas entre tribus se libraban en forma brutal, una especie de ritual de violencia en el que los individuos podían ostentar su heroísmo. Pero cuando las tribus se expandieron y evolucionaron en Estados, se hizo más que evidente que la guerra tenía demasiados costos ocultos, que trabarla ciegamente solía conducir al agotamiento y la autodestrucción, aun para el vencedor. De alguna manera las guerras tenían que librarse de un modo más racional. La palabra estrategia procede de la antigua palabra griega strategos, que significa literalmente el jefe del ejército. La estrategia era en este sentido el arte del generalato, de la dirección del esfuerzo bélico entero, decidiendo qué formaciones desplegar, en qué terreno combatir, qué maniobras usar para lograr ventaja. Y cuando estos conocimientos progresaron, los jefes militares descubrieron que cuanto más pensaban y planeaban con anticipación, más posibilidades de éxito tenían. Nuevas estrategias podían permitirles derrotar a ejércitos mucho más grandes, como hizo Alejandro Magno en sus victorias sobre los persas. Al enfrentar a adversarios astutos que también recurrían a la estrategia, se desarrolló una presión ascendente: para obtener ventaja, un general tenía que ser aún más estratégico, más indirecto y hábil, que la otra parte. Al paso del tiempo, las artes del generalato se volvieron cada vez más sofisticadas, conforme se inventaban más estrategias. Aunque la palabra estrategia es de origen griego, el concepto aparece en todas las culturas, en todos los periodos. Sólidos principios sobre cómo manejar los inevitables accidentes de la guerra, cómo elaborar el plan maestro, cómo organizar mejor al ejército: todo esto puede encontrarse en manuales de guerra desde la antigua China hasta la Europa moderna. El contrataque, la maniobra de flanqueo o envolvimiento y las artes del engaño son comunes a los ejércitos de Genghis Khan, Napoleón y el rey zulú Shaka. En conjunto, estos principios y estrategias indican una suerte de sabiduría militar universal, una serie de patrones adaptables que pueden incrementar las posibilidades de victoria. Quizá el mayor estratega de todos sea Sun-tzu, autor del antiguo clásico chino El arte de la guerra. En su libro, escrito probablemente en el siglo IV a.C., pueden hallarse huellas de casi todos los patrones y principios estratégicos desarrollados más tarde en el curso de los siglos. Pero lo que los une, lo que constituye de hecho el arte de la guerra a ojos de Sun-tzu es el ideal de vencer sin derramar sangre. Explotando las debilidades psicológicas del adversario, manipulándolo para que adopte posiciones precarias, induciendo sentimientos de frustración y confusión, un estratega puede lograr que la otra parte se desplome mentalmente antes de rendirse físicamente. De este modo, la victoria puede obtenerse a mucho menor costo. Y el Estado que gana guerras con escasa pérdida de vidas y desperdicio de recursos es el Estado que puede prosperar durante periodos más largos. Ciertamente, la mayoría de las guerras no se dan en forma tan racional, pero las campañas de la historia que han seguido este principio (Escipión el Africano en España, Napoleón en Ulm, T. E. Lawrence en las campañas del desierto de la Primera Guerra Mundial) destacan sobre las demás y representan el ideal a seguir. La guerra no es un reino aparte divorciado del resto de la sociedad. Es un campo eminentemente humano, colmado de lo mejor y lo peor de nuestra naturaleza. La guerra también refleja tendencias sociales. La evolución hacia estrategias menos convencionales, más sucias -guerra de guerrillas, terrorismo-, responde a una evolución similar en la sociedad, donde casi todo se vale. Las estrategias exitosas en la guerra, ya sea convencional o no convencional, se basan en una psicología imperecedera, y los grandes fracasos militares tienen mucho que enseñarnos sobre la estupidez humana y los límites de la fuerza en cualquier campo. El ideal estratégico en la guerra -ser sumamente racional y guardar el equilibrio emocional, pugnar por vencer con un mínimo de derramamiento de sangre y pérdida de recursos- tiene una aplicación y relevancia infinitas en nuestras batallas diarias. Imbuidos de los valores de nuestra época, muchos argumentarán que la guerra organizada es inherentemente bárbara, una reliquia del violento pasado del hombre y algo por superar para siempre. Promover las artes de la guerra en el ámbito social, dirán, es interponerse en el camino del progreso y alentar el conflicto y la disensión. ¿No hay ya suficiente de ello en el mundo? Este argumento es muy seductor, pero no del todo razonable. En la sociedad y el mundo en general siempre habrá individuos más agresivos que nosotros empeñados en lograr lo que quieren a todo trance. Debemos estar alertas y saber defendernos de esas personas. Los valores civilizados no se fomentan si nos vemos obligados a rendirnos a los astutos y los fuertes. De hecho, ser pacifistas de cara a esos lobos es fuente de inagotables tragedias. Mahatma Gandhi, quien elevó la no violencia a gran arma para el cambio social, tuvo una meta muy sencilla en las últimas etapas de su vida: librar a la India de los amos británicos que la habían sometido durante siglos. Los británicos eran hábiles gobernantes. Gandhi comprendió que para que la no violencia surtiera efecto, tenía que ser extremadamente estratégica, lo que exigía mucha reflexión y planeación. Llegó incluso a calificar la no violencia como una nueva forma de guerrear. Para promover cualquier valor, aun la paz y el pacifismo, se debe estar dispuesto a pelear y perseguir resultados, no sólo la grata y cálida sensación que la expresión de esas ideas puede brindar. Y desde el momento mismo en que se persiguen resultados, se está en el reino de la estrategia. Guerra y estrategia poseen una lógica inexorable: si quieres o deseas algo, tienes que estar dispuesto y en condiciones de luchar por ello. Otros aducirán que la guerra y la estrategia son principalmente cuestiones que conciernen a los hombres, en particular a los agresivos o pertenecientes a la élite del poder. El estudio de la guerra y la estrategia, dirán, es una actividad masculina, elitista y represiva, un medio de perpetuación del poder. Este argumento es un disparate peligroso. Al principio, la estrategia fue efectivamente exclusiva de unos cuantos selectos: un general, su estado mayor, el rey, un puñado de cortesanos. A los soldados no se les enseñaba estrategia, porque no les habría ayudado en el campo de batalla. Además, era imprudente armarlos del tipo de conocimientos prácticos que podían servirles para organizar un motín o una rebelión. La era del colonialismo llevó aún más lejos este principio: los pueblos indígenas de las colonias europeas fueron enrolados en los ejércitos occidentales y realizaban gran parte de la labor de vigilancia, pero aun a quienes ascendían a los grados superiores se les privaba rigurosamente de conocimientos de estrategia, considerada demasiado peligrosa para que la aprendieran. Mantener la estrategia y las artes de la guerra como rama del conocimiento especializado es en realidad hacer el juego a las élites y fuerzas represivas, que gustan de dividir y vencer. Si la estrategia es el arte de obtener resultados, o de poner en práctica ideas, se le debería difundir ampliamente, en particular las personas a las que tradicionalmente se ha privado de ella, incluidas las mujeres. En la mitología de casi todas las culturas, los grandes dioses de la guerra son mujeres, como Atenea en la antigua Grecia. La falta de interés de una mujer en la estrategia y la guerra no es biológica sino social, y quizá también política. En vez de repudiar la propagación de la estrategia y de las virtudes de la guerra racional, o de imaginarlas indignas de nosotros, es preferible aceptar su necesidad. Dominar este arte hará más pacífica y productiva tu vida a largo plazo, porque sabrás practicar el juego y ganar sin violencia. Ignorarlo te conduciría a una vida de interminable confusión y derrota. Los siguientes son seis ideales fundamentales que deberías perseguir para transformarte en guerrer@ estratégic@ en la vida diaria. Ve las cosas como son, no como tus emociones las colorean. En la estrategia debes ver tus reacciones emocionales a los hechos como una especie de enfermedad por curar. El temor te hará sobreestimar al enemigo y actuar demasiado a la defensiva. El enojo y la impaciencia te empujarán a acciones precipitadas que reducirán tus opciones. El exceso de confianza, particularmente como resultado del éxito, te obligará a ir demasiado lejos. El amor y el afecto te cegarán ante las insidiosas maniobras de quienes aparentemente están de tu lado. Aun las más sutiles gradaciones de estas emociones podrían colorear tu manera de ver los hechos. El único remedio es estar consciente de que el brote de la emoción es inevitable, notarlo cuando aparezca y compensarlo. Cuando tengas éxito, sé extremadamente precavid@. Cuando te enojes, no emprendas ninguna acción. Cuando tengas miedo, recuerda que exagerarás los peligros que enfrentes. La guerra demanda el máximo de realismo, ver las cosas tal como son. Cuanto más puedas limitar o compensar tus reacciones emocionales, más te acercarás a este ideal. Juzga a la gente por sus actos. El brillo de la guerra es que ninguna medida de elocuencia o palabrería puede disculpar un fracaso en el campo de batalla. Un general lleva a sus tropas a la derrota, se han perdido vidas, y así es como la historia lo juzgará. Pugna por aplicar esta implacable norma en tu vida diaria, juzgando a la gente por los resultados de sus actos, las acciones que pueden verse y medirse, las maniobras que usó para adquirir poder. Lo que la gente diga de sí misma no importa; dirá lo que sea. Ve lo que ha hecho; los actos no mienten. También puedes aplicar esta lógica a ti mism@. Al analizar una derrota, identifica las cosas que habrías podido hacer de otra manera. La culpa de tus fracasos la tienen tus malas estrategias, no las trampas del contrincante. Eres responsable de lo bueno y malo en tu vida. Como corolario de esto, ve todo lo que hacen los demás como una maniobra estratégica, un intento por conseguir la victoria. Quienes te acusan de desleal, por ejemplo; quienes intentan hacerte sentir culpable y hablan de justicia y moral, tratan de obtener una ventaja en el tablero. Depende de tus propias armas. En la búsqueda del éxito en la vida, la gente tiende a depender de cosas que parecen simples y fáciles o que han funcionado antes. Esto podría significar acumular riqueza, recursos, un gran número de aliados o la más reciente tecnología y la ventaja que conlleva. Pero esto es ser materialista y mecánico. La verdadera estrategia es psicológica; cuestión de inteligencia, no de fuerza material. Puedes tomar de ti todo en la vida, y por lo general estará en algún lado. Tu riqueza se evaporará, los más recientes artefactos se volverán passés en forma súbita, tus aliados te abandonarán. Pero si tu mente está armada con el arte de la guerra, no habrá poder que te lo pueda quitar. En medio de una crisis, tu mente hallará su camino a la solución correcta. Tener a la mano estrategias superiores dará a tus maniobras una fuerza irresistible. Como dice Sun-tzu, nuestra invencibilidad depende de nosotros. Venera a Atenea, no a Ares. En la mitología de la antigua Grecia, el inmortal más inteligente de todos era la diosa Metis. Para impedir que se burlara de él y lo destruyera, Zeus se casó con ella y luego se la tragó entera, con intención de apropiarse de su sabiduría en el proceso. Pero Metis estaba embarazada de la hija de Zeus, la diosa Atenea, quien nació así de la cabeza de éste. Como correspondía a su linaje, fue bendecida con la astucia de Metis y la mentalidad bélica de Zeus. Los griegos la consideraban la diosa de la guerra estratégica, siendo el ingenioso Odiseo su mortal y acólito favorito. Ares era el rey de la guerra en su forma directa y brutal. Los griegos lo despreciaban y adoraban a Atenea, quien siempre combatía con la mayor inteligencia y sutileza. Tus intereses en la guerra no son la violencia, la brutalidad y la pérdida de vidas y recursos, sino la racionalidad y el pragmatismo que ella misma nos impone, así como el ideal de vencer sin derramar sangre. Las figuras del mundo semejantes a Ares son en realidad muy estúpidas y se descarrían fácilmente. Usando la sabiduría de Atenea, tu meta es volver la violencia y agresión de esos sujetos contra ellos mismos, convirtiendo su brutalidad en la causa de su ruina. Como Atenea, anda siempre un paso adelante, para que tus lances sean más indirectos. Tu meta es combinar filosofía y guerra, sabiduría y batalla, en una mezcla invencible. Elévate sobre el campo de batalla. En la guerra, la estrategia es el arte de dirigir todas las operaciones militares. La táctica es, por su parte, la habilidad de formar al ejército para que combata solo y resuelva las necesidades inmediatas del campo de batalla. En la vida, la mayoría de nosotros somos tácticos, no estrategas. Nos enredamos tanto en nuestros conflictos que sólo podemos pensar en cómo lograr lo que queremos en la batalla que sostenemos en el momento presente. Pensar estratégicamente es difícil y poco natural. Tú podrás creer que eres estratégic@, pero es muy probable que seas meramente táctic@. Para tener el poder que sólo la estrategia te puede brindar, debes ser capaz de elevarte sobre el campo de batalla, concentrarte en tus objetivos de largo plazo, planear una campaña íntegra y abandonar el modo reactivo en el que tantas batallas en la vida te encierran. Teniendo en mente tus metas generales, te será mucho más fácil decidir cuándo pelear y cuándo retirarte. Eso volverá mucho más sencillas y racionales las decisiones tácticas de la vida diaria. Las personas tácticas son torpes y están fijas en el suelo; los estrategas son ligeros y pueden ver muy lejos. Espiritualiza tu guerra. Cada día enfrentas batallas: ésta es la realidad de todas las criaturas en su lucha por sobrevivir. Pero tu mayor batalla es contigo mism@: tus debilidades, tus emociones, tu falta de resolución para llevar las cosas hasta su término. Debes declarar una guerra incesante contra ti. Como guerrer@ en la vida, acepta el combate y el conflicto como medios para ponerte a prueba, mejorar tus habilidades y aumentar tu valor, experiencia y seguridad en ti mism@. En lugar de reprimir tus dudas y temores, debes eliminarlos, trabar batalla con ellos. Tú quieres más desafíos, y por lo tanto incitas más guerra. Estás forjando el espíritu del guerrer@, y sólo la práctica constante te llevará ahí. Las 33 estrategias de la guerra es una destilación de la perdurable sabiduría contenida en las lecciones y principios de la operación militar. Este libro está destinado a armarte de conocimientos prácticos que te brinden infinitas opciones y ventajas frente a los elusivos guerreros que te atacan en tus batallas diarias. Cada capítulo es una estrategia dirigida a resolver un problema particular con el que te topas a menudo. Tales problemas incluyen luchar ejército desmotivado tras de ti; desperdiciar energía peleando en demasiados frentes a la vez; sentirte abrumad@ por la fricción, la discrepancia entre planes y realidad; meterte en situaciones de las que después no puedes salir. Podrías leer los capítulos que se aplican a un problema particular en un momento dado. Mejor todavía, podrías leer todas las estrategias, asimilarlas y permitir que se conviertan en parte de tu arsenal mental. Aunque tu intención sea evitar una guerra, no sostenerla, muchas de estas estrategias son valiosas para efectos defensivos y para que comprendas qué podría tramar la parte contraria. En cualquier caso, no pretenden ser doctrinas ni fórmulas por repetir, sino apoyos para tu juicio al calor de la batalla, semillas que echen raíces en ti y te ayuden a pensar por ti mism@ desarrollando al estratega latente que llevas dentro. Las estrategias de este volumen proceden de los textos y prácticas de los más grandes generales de la historia (Alejandro Magno, Aníbal, Genghis Khan, Napoleón Bonaparte, el zulú Shaka, William Techumseh Sherman, Erwin Rommel, Vo Nguyen Giap), así como de los mayores estrategas (Sun-tzu, Miyamoto Musashi, Cari von Clausewitz, Ardant du Picq, T. E. Lawrence, el coronel John Boyd). Van de las estrategias básicas de la guerra clásica a las estrategias sucias, no convencionales, de los tiempos modernos. El libro se divide en cinco partes: guerra autodirigida (cómo preparar tu mente y espíritu para la batalla); guerra organizacional (cómo estructurar y motivar a tu ejército); guerra defensiva; guerra ofensiva, y guerra no convencional (sucia). Cada capítulo se ilustra con ejemplos históricos, no sólo de la guerra, sino también de la política (Margaret Thatcher), la cultura (Alfred Hitchcock), los deportes (Muhammad Ali) y los negocios (John D. Rockefeller), lo que confirma la íntima conexión entre lo militar y lo social. Estas estrategias pueden aplicarse a contiendas de cualquier escala: guerra organizada, batallas de negocios, política de un grupo e incluso relaciones personales. Finalmente, la estrategia es un arte que requiere no sólo una diferente manera de pensar, sino también un enfoque completamente distinto de la vida misma. Con demasiada frecuencia existe un abismo entre nuestras ideas y conocimientos, por un lado, y nuestra experiencia real por el otro. Absorbemos trivia e información que ocupan espacio mental pero no nos llevan a ninguna parte. Leemos libros que nos divierten, pero que tienen poca relevancia para nuestra vida diaria. Tenemos elevadas ideas que no ponemos en práctica. También tenemos muchas y muy ricas experiencias que no analizamos lo suficiente, que no nos inspiran ideas, cuyas lecciones ignoramos. La estrategia requiere un constante contacto entre esos dos reinos. Es conocimiento práctico en su mejor expresión. Los hechos de la vida no significan nada si no reflexionas en ellos a profundidad, y las ideas de los libros son chatas si no tienen ninguna aplicación a la vida tal como tú la vives. En la estrategia, toda la vida es un juego en el que tú participas. Este juego es emocionante, pero también requiere profunda y seria atención. Es mucho lo que está en disputa. Lo que sabes debe traducirse en acción, y la acción en conocimiento. En consecuencia, la estrategia es un desafío para toda la vida, y fuente de constante placer en la superación de dificultades y la resolución de problemas. “En este mundo en el que se juega con dados cargados, un hombre debe poseer temple de hierro, armadura a prueba de los golpes del destino y armas para abrirse camino contra los demás. La vida es una larga batalla; tenemos que luchar a cada paso; y Voltaire dice muy atinadamente que si triunfamos, será a punta de espada, y que morimos con las armas en la mano”. Arthur Schopenhauer, Counsels and Maxims, 1851.
Posted on: Sat, 09 Nov 2013 16:35:10 +0000

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