LAS CEBRAS PONEN HUEVOS Aprender un idioma es una tarea compleja, - TopicsExpress



          

LAS CEBRAS PONEN HUEVOS Aprender un idioma es una tarea compleja, sobre todo cuando el aprendizaje comienza a la edad en la que empezamos a olvidarnos de cuanto hemos aprendido. Rodeada de vocablos imposibles y de longitud inusitada, me esforzaba en distinguir las pausas primero, después la entonación y, finalmente, una raíz donde agarrarme, lo suficientemente robusta, para dar sentido a una larga ristra de sonidos consonánticos. Dicen que dominamos un idioma, cuando somos capaces de mantener una conversación telefónica en la que pretendemos un logro que nos es negado y que, el éxito en la contienda, constituye el diploma invisible que podemos finalmente enmarcar en nuestro subconsciente y que nos permite tener la confianza suficiente para creer que ya nada podrá resistirse a nuestra maestría. Seguramente azuzada por la necesidad imperiosa de sobrevivir en mundos hostiles, logré subir ése primer peldaño con la agilidad de un equilibrista confrontado con la administración de aduanas más tosca de la Europa occidental, emulando las cadencias de cuantas actrices de seriales americanos me habían ayudado a descifrar lo imprescindible para salir del paso. Resuelta a poner en práctica la confianza adquirida por el éxito contra la Grenzpolizei, caminé con paso seguro a una cena donde mi llegada generaba expectativas similares a la llegada de un animal salvaje a una cena palaciega. No hacía mucho que había dejado de lucir las pinturas de guerra y, aunque los trajes de etiqueta parecían estar hechos a mi medida, no podía contar con el dominio de la dialéctica con el que había logrado sobrepasar fronteras sin perder la cabellera. Finalizada la copiosa cena, en la continuidad de los salones plano secuencia, respondía con holgura a interrogatorios curiosos, no exentos del sarcasmo característico del “Wienerschmäh” que, aún lejos de dominar, me producía irritación, pues de verbo directo se componía mi pasado, sin adornos, suficientemente estrambótico como para emular ironías y romper moldes; comencé un relato sin rumbo del que desconocía su principio y su final y, guiada por sabe el cielo qué demonios, describí un amanecer en la Savana (en la que por entonces, nunca había estado), donde las fieras despertaban perezosas a un mundo subyugante de colores y aromas ricos en matices y armonías. Volaba sin aeroplano y, de vez en cuando, descendía para cruzar cauces polvorientos en vehículos no fabricados, receptora de mensajes cifrados por el sonido de tambores lejanos, lejanísimos, de la mano de personajes tan irreales como deseados, que hacían las delicias de los presentes y capturaban su atención, ya casi rendición, presas atentas de mis fallos gramaticales y de las expresiones pictóricas de nuestro idioma, inexistentes en el suyo. Cuando dejé de hablar todos me contemplaban atónitos y ávidos de una continuación que me era harto imposible, pues creí haber agotado toda la capacidad para inventar que Dios me había dado, en una sóla noche. Un galante caballero, protegido por el manto de lo que entonces me parecía una edad madura y de un cargo en la administración que postraba en permanente sonrisa a los presentes, rompió el silencio preguntando: “Liebe Frau Doktor, ¿cuál fue la más extraordinaria de sus vivencias, allá, en la Savana?”. Invadida por una seguridad absoluta, que pocas veces a lo largo de mi vida he vuelto a recobrar, contesté: “Fue aquella ocasión en la que vi a una cebra salir del huevo”. La perplejidad se hizo patente en la solidez del silencio y en las epíglotis de los allí congregados. Una dama entrada en carnes, y en años, añadió: “Pero, los huevos de cebra ¿son blancos o tienen rayas?”, a lo que yo respondí con absoluta rotundidad: “Lo más curioso de todo, es que son completamente blancos”. Con aquella frase se reanudó la animada charla, confesando los presentes que nunca hubiesen creído la historia, si los huevos hubiesen sido rayados; siendo blancos, estaban seguros de haberlos visto eclosionar, con anterioridad a mi relato, en algún reportaje del National Geografic. Sueño muy poco, pero cuando lo hago, aun sueño en alemán. Dominas un idioma, cuando éste se convierte en el idioma de tus sueños. ...Y repito la canción, porque es perfecta
Posted on: Sun, 20 Oct 2013 19:59:03 +0000

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