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LEANLON.... ES MAGNÍFICO. Un maestro como su amigo el Chuñi Benite La asombrosa leyenda de Paulino "La Garza" Stirenzas, el arreglador de mates Miércoles, 21 de Agosto de 2013 12:07 Yasduit Pepe [Un don por el que Paulino pagó un alto precio.] Un don por el que Paulino pagó un alto precio. "A este mate no lo arregla ni La Garza". La frase es común en los barrios del oeste de Resistencia -tanto que la repiten incluso jóvenes que no conocen el origen de esa sentencia- y alude a un hombre que se ganó un prestigio de acero como exponente de un oficio único en el mundo. Es que Paulino "La Garza" Stirenzas fue un legendario "arreglador de mates", título adquirido por antonomasia. La habilidad natural de Stirenzas se plasmaba en lo que el lector ya puede suponer a esta altura del texto: reparaba y corregía los mates que no alcanzaban las expectativas de quienes los habían preparado. Salvaba incluso a los que peor sabían. "Hasta si la yerba era ortiga molida, el tipo lo arreglaba", recuerdan los vecinos más antiguos. Stirenzas murió en 2008, pobre y olvidado. Pero de esa parte de la historia casi nadie se acuerda. Como si fuera un acto de justicia del tiempo y la memoria, en barrios como San Cayetano, Santa Inés, España, Provincias Unidas y otros, lo que todos recuerdan es su talento asombroso para convertir cualquier agua de palos flotantes en un cimarrón inolvidable. Un elegido La Garza -así apodado por su estilo cuidadoso y su tranco zancudo al andar por las calles- había nacido el 12 de septiembre de 1911 en un área rural próxima a Concordia, Entre Ríos, aunque a los doce años se instaló en la capital chaqueña con sus padres. Fue el mayor de 34 hermanos. El periodista y escritor Chuñi Benite, en un ensayo biográfico publicado en 2009, al cumplirse el primer año del fallecimiento de Stirenzas, decía que la increíble habilidad de Paulino para la preparación de mates había tenido que ver, justamente, con la formidable capacidad de producción de hijos que tenían sus padres. "El viejo y la vieja de La Garsa se la pasaban empomando tanta hora cada dia que a él no le quedaba otro remedio que pasarse tomando mate en el patio, a la espera de que lo dó calentone salieran de la piesa, porque el caráter retraído no le avia permitido al pendejito aser demasiado amigo en ese nuebo entorno que era la casa de Resistencia", dice Benite en un párrafo de su investigación. En esas largas tardes mirando las enredaderas del fondo y los gorriones que bajaban a comer las migas de pan que el propio Paulino arrojaba sobre la gramilla, ese niño de largos silencios y de un intenso mundo interior fue dejando salir una impresionante creatividad a la hora de hacer trabajar mates, bombillas y pavas. Los primeros en asombrarse fueron sus padres, que al salir sudorosos y despeinados de la habitación matrimonial se encontraban con mates de sabores que jamás habían bañado sus paladares y que Paulino había preparado tratando de no escuchar los gemidos, jadeos y alaridos que llegaban a la cocina luego de atravesar el pasillo de la vivienda. El artista, en esos tiempos iniciáticos, se animó primero a combinar las yerbas disponibles con otras hierbas, pero no tardó en lanzarse a fórmulas más osadas, que eran el comentario semanal de las comadres de la cuadra. Por todas partes se fueron así expandiendo los relatos sobre los mates del chico Stirenzas: amargo al vapor con cáscaras de limón almibaradas, cimarrón pre-hervido con esencias del Cáucaso, dulce con yerba al ron y arándanos flambeados, rústico con hebras de canela congoleña y paltas bicéfalas sancochadas en miel de abeja-dromedario tibetana, y otras combinaciones de un menú tan asombroso como inagotable. Luces y sombras La fama de Paulino crecía de un modo imparable. Desde todos los barrios aparecían en la vivienda de los Stirenzas, cada día, decenas de personas que con cualquier excusa (una supuesta averiguación de parentesco, un dato erróneo inventado acerca de la venta de un lavarropas en desuso, etc) buscaban estar unos minutos en la casa y ser convidados con algún mate del Paulino. A La Garza la admiración popular no le cambió sus hábitos solitarios ni le arrimó amores visibles. Siempre parecía abstraído, sólo interesado en hallar nuevas fórmulas para la bebida criolla por excelencia. Llegó a los treinta años como si continuara siendo el niño de siempre, sólo que más lánguido y más nostálgico. El rostro delgado y alargado, los ojos de marrón tristeza, la boca de labios finos, los dedos interminables y suaves como besos junto al río. La vida no le había preparado grandes cosas, pero tampoco conflictos importantes, excepto uno: con su padre, Prigor Stirenzas, quien en poco tiempo pasó de la celebración de los logros de su primogénito a un ensañado rechazo por su obra. "El mate es otra cosa, no esas mierdas de maricón", le gritaba cuando la ginebra descalibraba los ánimos. Arrimándose a los cuarenta, Paulino encontró el peor amor con el que puede toparse un ser vivo: el que es correspondido y al mismo tiempo imposible. La vida dejaba de tener futuro. Todo el tiempo por delante se convertía, de repente, en un tiempo que iba caminando de espaldas. Un tiempo que mientras se agotaba sólo podía mirar hacia atrás. Dejó de experimentar, y hasta regaló su pava con mango de palo santo al pordiosero de traje gris que habitaba el baldío junto a la panadería de los Alberti. Sin embargo, la gente no lo olvidaba. De tanto en tanto llegaban a su casa con las mentiras conocidas, buscando un mate que no aparecía. Hasta que un día, un muchachito acudió a pedirle ayuda para corregir un amargo que convidaba a la chica a la que pensaba declararle su amor. Le había salido desastroso y temía arruinarlo todo. Paulino preguntó por el color de cabellos de ella, su forma de mirar y la manera de mover las manos. Luego de escuchar las respuestas, rebuscó en su alacena y entregó el envase de madera con una mezcla de yerba e ingredientes secretos. Al segundo sorbo, la muchacha besó al joven, y a la semana siguiente ya vivían juntos. Tuvieron luego cinco hijos. El mito La histora tardó en conocerse, pero cuando comenzó a saltar de boca en boca, la puerta de la pequeña casa a la que Paulino se había ido a vivir solo, en el Barrio San Cayetano, no dejó de ser golpeada a cualquier hora con un pedido de ayuda detrás. Eran personas de todos los géneros, de todas las edades, solicitando que él les arreglara mates fallidos. Paulino casi no hablaba, sólo escuchaba. Luego probaba el preparado defectuoso, pensaba en silencio, abría su almacén de mago y un cielo de aromas inundaba el diminuto comedor-cocina. Después preguntaba lo que necesitaba saber, hasta tener claro si la infusión era para un encuentro de amigos, para despedir a un muerto querido, para conquistar a la empleada de una mercería o para atrofiar las glándulas cobrativas de un acreedor implacable. Sacaba algo de aquí, una pizca de allá, unas hojas de esto, una ramita de esto otro, y devolvía el mate. Entre los viejos vecinos del vasto territorio de actuación de Stirenzas abundan los testimonios sobre los prodigiosos resultados que arrojaban las recetas. El don de Paulino se volvió una maldición. Ya casi no tenía una vida propia. Lo despertaban al amanecer, a la siesta, a la madrugada, para arreglar mates de urgencia. Se dio cuenta de que a veces hasta habían sido mal preparados a propósito, al solo efecto de tener la excusa para que él les hiciera el que permitiera derribar una resistencia amorosa o curar un empacho de chorizos freídos en grasa de oso hormiguero. Decidió primero restringir el horario de atención. Se creía con derecho, ya que jamás había cobrado un peso por sus servicios. De lunes a viernes, de 8 a 12 y de 17 a 20, redactó en el cartelito que colgó en la puerta. "Agrandado de mierda", le escribieron debajo, un sábado. En otra ocasión, unos muchachones le rompieron la ventana de enfrente a ladrillazos, por no ser recibidos un miércoles al alba. En el almacén, una mujer lo insultó y sopapeó. Según ella, el marido la había dejado por una vendedora de billetes de Telekino a la que había logrado seducir gracias a un mate de menta, nuez moscada y cerezas verdes que le había preparado él. La Garza dejó de atender, y casi no se lo veía fuera de su casa. Corrían historias como papeles arrastrados por el invierno. Que estaba encerrado tomando verdes con el Diablo, que se había hecho millonario con sus invenciones y se la pasaba contando billetes, que había enloquecido y en sus mates en vez de yerba utilizaba alacranes, que había conquistado con sus artes a una joven de melena azul a la que hacía bailar delante de él hasta que los pies le sangraban, que había aprendido cómo hacer el mate para volar y se había ido a Estambul. Uno de sus hermanos lo encontró muerto un domingo a la mañana, sentado a la mesa. Tenía una carta amarillenta y ajada en una mano, y enfrente una taza de Nesquik.
Posted on: Sun, 25 Aug 2013 02:09:52 +0000

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