LO QUE LA BIBLIA NO DIJO... Alzó en ese momento su voz Elihú, hijo de Baraquel, el buzita, joven que se acercó no sé en qué momento de la penosa porfía, y que, afincado en el lugar, permanecía hasta ese momento distantemente reservado. Pero ahora, silenciados mis incoherentes detractores, arremetió cual soberbio hierofante cargando contra todos, aduciendo que no tomaba partido por ninguno. A mis hostiles antagonistas los regañó por no haber sabido refutar mis palabras, quedando perplejos, sin respuesta; y a mí por pretender pleitear con Dios porque no respondía a mis lamentos. Intenté escucharlo, pues finamente se vanagloriaba de su saber a pesar de su juventud y porque era una voz nueva que al menos presumía de un virtuoso corazón. Pero a lo largo de cuatro confusos discursos de exuberante retórica, a los que escuché calladamente, nada dijo que pudiera reconvertir mi ya estuporoso dolor. Todo era vanidad de vanidades, nada nuevo bajo el sol. Y mi oído se había cansado ya de oír y mi espíritu de intentar atrapar vientos. Sólo la voz de Dios podía calmar mi trágico aturdimiento. A intervalos descifraba yo algunos de sus extensos devaneos. Que Dios no era mi igual sino definitivamente superior a mí, y por tanto yo no podía pleitear con él; a punto estuve de aleccionarlo que yo admitiría que un criado me interpelara, que un hijo tuviera algún desacuerdo conmigo: los hubiera al menos escuchado y discernido si había o no alguna razón en sus reclamos. Pero callé. Repitió el sonsonete que Dios no podía ser injusto; a punto estuve de decirle simplemente “¡Mírame y enmudece!”. Pero callé. Volvió a sentenciar que los malvados no podían ocultarse de Dios, ni guardarse de su castigo; a punto estuve de detallar un listado de perversos que contrariaban absolutamente su aserto. Pero callé. Que mis respuestas eran dignas de un malvado, porque a mi pecado añadía rebeldía; a punto estuve de consentirle lo segundo y objetarle lo primero. Pero callé. Magistralmente expresó que Dios era tan grandioso, tan inconmensurable, que no estaba en nosotros poder comprenderlo; a punto estuve de decirle que lejos de servirme de consuelo, eso me consternaba y desolaba. Pero callé. Que todo en la tierra era conforme a sus designios, ejecutándose lo que Él mandaba, ya como castigo y maldición, ya como señal de bondad; a punto estuve de pedirle que tan sólo mirara el mundo y me dijera si eso justamente no lo acusaba. Pero callé. Que teníamos que amedrentarnos por su poderío, su majestad portentosa; a punto estuve de decirle que yo no quería temerle, sino amarle. Pero callé. De "Y entonces Él habló..." en "Tres relatos bíblicos y otros cuentos". (Acerca del Libro de Job)
Posted on: Mon, 26 Aug 2013 19:14:19 +0000
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