LOS “ OCUPAS ” DE LAS ESTANCIAS Es larga la lista de paisanos - TopicsExpress



          

LOS “ OCUPAS ” DE LAS ESTANCIAS Es larga la lista de paisanos que hace muchos años vivió en cuevas y refugios en las estancias de la zona, con consentimiento tácito del titular de la tierra. Cada descendiente de propietario o arrendatario de las tierras colonizadas a principio del siglo XX tendrá su lista. Creo que puede ser importante para la historia de la región que los nombres, la trayectoria y el final de esta gente quede registrado, para preservar la memoria, para inmortalizarlos. Mi pequeña lista corresponde a algunas personas que vivieron en Estancia Telken en tiempos de mis abuelos, a otras por mentas de vecinos y amigos. Otros personajes y familias por historias conocidas tan solo en el ámbito regional que puedo recordar. Estas historias deben estar llenas de errores, ya que en muchos casos son recuerdos de mi niñez, contadas por mi abuela materna, Maggie Macdonald o su hermana Ivy, criollitas nacidas en la zona de Camarones, en el Chubut. A mi abuelo, pionero y fundador de la estancia allá por 1915, Don Juan Campbell Clark (Jumbo), nacido en Nueva Zelandia, no lo conocí. Había fallecido antes de que yo naciera. Algunas de estas historias tienen su correlato en leyendas familiares o locales. Algunos de estos cuentos son creíbles y otros sumamente fantasiosos. Vamos a ocuparnos en un principio de lo más cercano, los “ocupas “de Estancia Telken. Dionisio Chávez Como en casi todas las estancias patagónicas hay una invernada y una veranada. La invernada de Telken está ubicada al este del casco, en la zona más baja y abrigada de las 21.000 hectáreas que corresponden a la estancia. Chávez vivía en la invernada, allí hay una serranía de origen volcánico, cerca del deslinde con la Estancia Laurak Bat y La Emilia, donde en las cercanías de un mallín se abre la pequeña cueva llamada Casa de Piedra o Cueva de Chávez. En algún momento esta cueva fue ocupada por las bandas de aborígenes cazadores y recolectores que ocuparon esta parte de Patagonia. Según los estudiosos Merchanue kenkes o “masticadores de la resina del molle”, típicos de toda la comarca que incluye a la Cuenca del Río Pinturas. Las pruebas de que en algún momento ocuparon el sitio están en las paredes rocosas donde se encuentra una muestra mínima de arte rupestre representado por algunos negativos de manos y un diseño parecido a un sol. También están en los sedimentos rocosos del piso de la cueva y sus alrededores donde aún podemos hallar lascas de obsidiana y sílex, piedras que utilizaban estos nativos para tallar sus herramientas y las puntas de sus proyectiles. El abrigo rocoso ancestral fue ocupado por Don Dionisio Chávez. Con el tiempo lo mejoró construyendo una pared de piedras amontonadas que dividía la cueva en dos. El sector al oeste de este tabique fue ocupado como vivienda, quedando tan solo una estrecha entrada a ese recinto. En él se puede permanecer parado en su porción externa, haciéndose cada vez más bajo a medida que uno se acerca a la pared de la roca madre. Muestras quedan que cerca de la puerta tenía su fogón ya que el techo está tiznado de humo y faltan algunas piedras del muro que harían las veces de chimenea. Del otro lado del muro estaría la caballeriza, bajo el techo de la cueva, para tiempos de invierno ya que afuera de la misma existe un pequeño corral de piedra que ocuparía el matungo en época estival. No existen registros en los libros de la estancia que Dionisio fuera personal del establecimiento. Por eso y con todo cariño es que lo llamo “ocupa”. Dicen que, como compensación a tener un lugar para vivir y a la provisión por parte de la estancia de vicios y carne, el paisano actuaba como puestero en tiempos de invierno y ayudaba en los trabajos de campo. La cosa es que este hombre vivió en la Casa de Piedra durante varios años. En algún momento los recorredores de la estancia lo encontraron muerto, en su casa de piedra. Se trajo el cadáver de Dionisio Chávez a la estancia a lomo de caballo. Se dio parte a la policía y esta autorizó que el finado fuera enterrado en el lugar. Allí está su tumba, al reparo de una gran mata de calafate, cerca del corral de los caballos en el casco de la estancia. Es un pequeño túmulo de tierra rodeado de piedras bola y en la cabecera una cruz de madera de cajón de antisárnico Cooper con el nombre del paisano tallado en el brazo horizontal. Simplemente dice “Dionisio Chávez”. La vida de Chávez terminó allí. Al poco tiempo comenzó la leyenda. Se dice que un tiempo después del fallecimiento del hombre un primo de mi vieja pasó por Casa de Piedra, recogió y trajo al casco de la estancia las pertenencias del finado. Fueron depositadas en el cuartito del remedio. Este cuartito está en la cercanía del baño de las ovejas y es donde se almacenaba el antisárnico, los elementos y utensilios necesarios para ese trabajo. También se guardaban allí las tijeras de esquilar, los muesqueros, marcas y las redes para la señalada. Pegadito a ese cuartito hay otro cuarto donde se guardaban fardos de pasto para el invierno. Para la época de la esquila, en verano, ese cuarto ya estaba vacío ya que los caballos pasteros habían liquidado su contenido. Los trabajadores por día que querían descansar alejados de los ruidos de la cocina del personal tiraban sus pilchas y sus catres allí, lo usaban como dormitorio. Durante el primer trabajo de esquila, luego del fallecimiento de Chávez, fue cuando comenzaron las quejas de los peones que habitaban ese cuartito. Comenzaron a contar que a media noche, una vez que estaban acostados, escuchaban un caballo que se aproximaba al galope, que se detenía y bufaba y que inmediatamente comenzaba una lluvia de piedras sobre el techo de chapa del cuartito de los remedios, contiguo al dormitorio. La gente se levantó, fue a investigar y afuera no había nadie. Al levantarse ya con las luces del amanecer comprobaban que no había piedras sobre el techo. Ese mismo día se mudaron los más supersticiosos, pero algunos quedaron. Esa noche se repitió el episodio y para el otro día nadie habitaba ese recinto. Don Domingo Luna, viejo paisano entrerriano, dio en la tecla. Vaticinó que era el espíritu de Chávez que venía por sus pilchas y enseres. Que las cosas había que devolverlas a Casa de Piedra. Pocos días después mi pariente armó el mono con todas las cositas de Dionisio Chávez y partió para la cueva. Dijo que las había enterrado en las cercanías de esa cueva-habitación. Los hechos terminaron. Años después, siendo adolecentes y motivados por la curiosidad y el misterio, fuimos con mi hermano a buscar las cosas de Chávez. Jamás las encontramos. Máximo Lipinsky Así como Chávez vivía en la invernada, Máximo Lipinsky ocupó la veranada. Aquí el arreglo era distinto. De alguna manera se había armado de una puntita de vacas que pastoreaba en los valles del faldeo de la meseta con permiso de mi abuelo. Para estar cerca de sus animales este hombre habitaba un refugio que había encontrado entre los rodados de piedra basáltica. Este lugar no tenía ninguna comodidad comparado con la Cueva de Chávez, eran tan solo piedras rodadas desde la barda de la meseta que habían dejado un pequeño espacio de entrada y luego un hueco debajo de ellas donde habitaba Máximo. El piso de ese mísero habitáculo tenía varios niveles, uno solo con suficiente espacio para que un hombre se acueste y duerma. Para evitar los vientos y las heladas había rellenado los resquicios entre las rocas con coirón, mata negra y piedras. Para colmo de males este empecinado australiano de orígenes austríacos no seguía las idas y vueltas de las estaciones. Permanecía empacado año redondo en las tierras altas junto a sus vacas. En los sesenta hubo inviernos muy duros, con mucha nieve seguida por temperaturas bajísimas que escarcharon todo. Cualquiera sabe que un vacuno, sin agua líquida y sin pasto pasa a otro mundo. La mortandad de la puntita de vacas fue completa. A esto le siguió la muerte de Máximo, que vista la imposibilidad de seguir resistiendo en su refugio decidió mudarse al puesto de veranada de la Estancia La Paloma, un buen puesto de material cercano a su cueva. Cuando los recorredores de La Paloma pudieron acceder al faldeo de la meseta para reparar los alambrados tras el duro invierno encontraron a Máximo escarchado en el puesto. Se dio aviso a la policía y su cuerpo fue retirado y enterrado en Perito Moreno. Como era de esperar no apareció ningún familiar para su funeral ni quedó ningún bien para repartir ya que sus vaquitas habían muerto. Lo único que permanece es ese misérrimo refugio de rocas rodadas con algún tarro, alambre y un trozo de cuero en su interior. Bill Jones Su verdadero nombre era William Peacock Jones (Guillermo Pavoreal Jones), galés y un verdadero ocupa del casco de la estancia. No fue empleado de la estancia, no era familiar de mis abuelos, simplemente vivia en el casco. Habitaba una de las primeras construcciones, una pieza de adobe al lado del depósito de comestibles, a pocos metros de la casa de mis abuelos. Compartía las comidas con la familia, charlaba hasta por los codos, tocaba el piano y se chupeteaba el whisky. La única función que cumplía, parece ser, era alimentar a las gallinas. Tenía fama de sucio, de muy sucio y alardeaba de su único baño anual en un pozón del arroyo durante el verano. Los cuentos acerca de la suciedad y hediondez de Bill nos llegó a nosotros como legado. Era una fantasía imaginar al viejo sucio transitando por la impecable cocina de mi abuela. Una de las historias familiares respecto a este personaje tuvo como protagonista a una de mis tias abuelas, recién llegada de visita a la estancia desde Inglaterra, que entra en la cocina y percibe un olor desagradablemente fuerte. En la cocina, echado en una silla estaba Bill y durmiendo en un rincón, Lucky, el perro ovejero de mi abuela. Cuando se encuentra con mi abuela se queja del mal olor echándole la culpa al perro. Maggie le responde: Mi perro no apesta, te recomiendo que cuando vuelvas a la cocina lo olfatees a Bill. Al rato vuelve y le dice: ¡Mis disculpas para Lucky, el no es el que hiede!!!. Pese a todo esto Bill convivió con mis abuelos en la estancia durante varios años e incluso fue galardonado con el padrinazgo de mi madre. No lo tengo muy claro, pero supongo que después de la muerte de mi abuelo se retiró de la estancia. Mucho tiempo después, en la casa de Buenos Aires, cuando yo era adolescente, recibimos un llamado de una conocida de mi abuela que le informaba que Bill Jones estaba internado en el Hospital Británico muy delicado de salud. Decidió ir a visitarlo y me invitó a acompañarla. Fui con ella con todas las expectativas de conocer a ese personaje legendario, pero grande fue mi decepción al encontrar a un señor pelado, gordito y rozagante, totalmente limpio y perfumado en una blanca cama de hospital. No era el Bill Jones que yo esperaba.
Posted on: Mon, 18 Nov 2013 16:39:43 +0000

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