LOS SACRAMENTOS INTRODUCCIÓN: PROBLEMAS ACTUALES DE LA PASTORAL - TopicsExpress



          

LOS SACRAMENTOS INTRODUCCIÓN: PROBLEMAS ACTUALES DE LA PASTORAL SACRAMENTAL Para introducirnos en EL TEMA, nos parece importante comenzar reflexionando sobre cómo se vive la práctica de los sacramentos en este momento actual de la Iglesia. Para eso, les propongo la lectura de un texto que describe, analiza e interpreta algunos problemas que tienen que ver con la práctica actual de los sacramentos en la Iglesia católica. Ciertamente, depende mucho de los contextos socio-culturales y eclesiales el modo concreto en que se viven y celebran los sacramentos en una determinada comunidad, y por lo tanto no en todas partes, ni de la misma manera, se reflejan los problemas que indica el autor. Sin embargo, el texto me parece sugerente para que podamos pensar en qué medida se viven estas dificultades en las iglesias locales a las que pertenecemos cada uno. Fuente: Félix Placer Ugarte, Signos de los tiempos, signos sacramentales. Sacramentalidad de la praxis cristiana y de la pastoral, Paulinas, Madrid 1991, pp. 11-20. Crisis de una pastoral centrada en los sacramentos La pastoral actual se caracteriza por su marcado carácter sacramentalista. Casi todos los esfuerzos pastorales van dirigidos a los sacramentos, tanto en lo que se refiere al tiempo dedicado como en la misma orientación que se da a la mayor parte de diversas actividades catequéticas: preparación a la primera comunión o confirmación; catequesis ocasionales de padres; preparación al matrimonio... Puede decirse que los sacramentos son hoy las mediaciones pastorales más utilizadas. La mentalidad del pueblo es también sacramentalista en el sentido de que ve y considera a la Iglesia como el lugar donde se reciben los sacramentos y cuyo centro fundamental y más llamativo es, por consiguiente, el templo parroquial. Al mismo tiempo, el signo o criterio más claro de pertenencia a la Iglesia lo constituye el ser o no ser practicante (de los sacramentos). La misma conciencia de gran parte de los cristianos está influenciada por la obligatoriedad de los sacramentos. Las costumbres cristianas expresadas en la religiosidad popular tienen un marcado carácter sacramentalista y ritualista. Los sujetos principales o agentes pastorales más importantes y significativos en la praxis de los sacramentos son los sacerdotes, a los que el sacramento del orden confiere una casi exclusiva potestad de administradores. Este modelo de pastoral sacramentalista que ha correspondido a una larga época eclesial –la cristiandad- continúa aún vigente; pero nadie duda de que tal modelo es cada día más inadecuado o de que, al menos, encuentra dificultades crecientes. Síntomas y dimensiones más importantes de la crisis sacramental El modelo sacramentalista de pastoral, propio del período de la cristiandad, ha tenido una influencia decisiva en la configuración de la Iglesia actual. Pero hoy dicho modelo encuentra serios problemas y dificultades que han generado una profunda crisis que afecta no sólo a los sacramentos en concreto, sino a la pastoral en general, y también a los mismos agentes pastorales; esta incertidumbre, que también provoca problemas de identidad en algunos, induce a reacciones muy diversas. Una de ellas consiste en la denominada involución eclesial, que intenta reafirmar el carácter sacramentalista de la pastoral. Probablemente no sea esa la reacción más acertada para encontrar auténticas soluciones. Es necesario, hoy más que nunca, una gran dosis de serenidad para afrontar con realismo y honradez las dificultades de este desconcierto pastoral y sus causas, para interpretar con objetividad y profundidad el alcance de la crisis actual. Cualquier observador realista de la práctica sacramental advierte el carácter rutinario y costumbrista de bastantes sacramentos, impregnados de ritualismo y con un lenguaje simbólico que resulta anacrónico para muchos. Esto hace que para una parte importante de los creyentes el sentido de los sacramentos pierda su significado, a pesar de los importantes esfuerzos de renovación realizados a partir del Vaticano II y con su impulso. Es normal apreciar en estas circunstancias un progresivo alejamiento de la práctica sacramental, aunque bastantes aún mantienen una conciencia legalista de obligatoriedad. En consecuencia, una pastoral que se apoya básicamente en los sacramentos no tarda en tener una cada vez más clara sensación de inoperancia o de fracaso. Los mismos esfuerzos por promover la participación y la conciencia eclesial o comunitaria chocan con un sentimiento acentuado de pasividad y dependencia que es difícil cambiar. Pero no sería exacto ni objetivo subrayar tan solo esos aspectos negativos. Hay cristianos que viven con fe los sacramentos y encuentran en ellos u sentido para su existencia, aunque tal sintonía pueda entenderse de maneras muy diversas, que van desde un sentido individualista hasta una auténtica participación eclesial. Estos síntomas pueden ser simplemente superficiales o también indicativos de una crisis profunda. Para poder interpretarlos adecuadamente hace falta en primer lugar detectar a qué dimensiones de los sacramentos afectan y conocer su alcance: a) Dimensión psicológica. Los sacramentos tienden a suscitar una experiencia de fe que afecta a las actitudes y a los comportamientos religiosos. La pastoral de los sacramentos encuentra hoy serias dificultades para descubrir esa experiencia creyente. Esto es debido a que la experiencia simbólica que comunica el sacramento está muy distante hoy de la experiencia humana de la mayoría. Se establece así una especie de abismo entre la vida diaria y lo que el sacramento propone y ofrece. b) Dimensión sociocultural. Los sacramentos son actos sociales que responden a un contexto sociocultrual dentro del cual deben ser entendidos. Pero muchos ritos y formas simbólicas de expresión sacramental corresponden a contextos donde lo religioso y lo sagrado tenían relevancia social. Los actuales procesos de secularización han afectado a esas expresiones haciéndolas perder su significación en parte, de manera que para muchos no dicen ni expresan lo que su simbolismo significa; se reducen en muchos casos a ritualismo sociales. c) Dimensión antropológica. Cada sacramento expresa y santifica dimensiones fundamentales de la existencia humana. El sacramento está referido esencialmente al hombre y a sus características existenciales básicas. Pero los sacramentos encuentran hoy serias dificultades para expresar y transformar esos niveles antropológicos. Con frecuencia se quedan anclados en un ritualismo, costumbrismo o legalismo. La comunicación simbólica, que es característica esencial de la antropología sacramental, encuentra numerosos obstáculos para realizarse. d) Dimensión comunitaria y relacional. Los sacramentos son acciones de Iglesia, esencialmente comunitarias, fuente de encuentro y comunicación entre cristianos. Sin embargo, la actual práctica de los sacramentos está impregnada de características individualistas, cuando no intimistas y meramente devocionales. En lugar de promover la comunicación, la participación y la relación, “el sacramentalismo de gran parte del pueblo lleva a vivir los símbolos sacramentales como algo meramente ritual, con una actitud pasiva y consumista de los sacramentos” (J. A. ESTRADA, La transformación de la religiosidad popular, Sígueme, Salamanca 1986, 62). e) Dimensión institucional-eclesial. Los sacramentos, “cuya administración sana y fructuosa regulan los obispos con su autoridad, santifican a los fieles” (Lumen gentium, 26). Por medio de los sacramentos, entre otras maneras, “distribuyen la plenitud de la santidad de Cristo”; “ellos los regulan con su autoridad” (id), “son en verdad los jefes del pueblo que gobiernan... En virtud de esta potestad los obispos tienen el sagrado derecho y ante Dios el deber de legislar sobre los súbditos, juzgarlos y de regular cuanto pertenece al culto y organización del apostolado” (id, 27). Desde esta perspectiva, los sacramentos son para bastantes creyentes y no creyentes “símbolos de sometimiento... Son utilizados de hecho como instrumentos de dominación... Hay razones para pensar que los sacramentos son los medios más poderosos con que cuenta la institución eclesiástica para influir, mandar y dominar” (J.M. CASTILLO, Símbolos de libertad, Sígueme, Salamanca 1981, 312). f) Dimensión liberadora y social. Los sacramentos comunican la gracia de la libertad, como afirma con insistencia Pablo (Rom 3,21-22; Gal 4,31; 3,13-14.23-26; 4,1-5). Pero, en general, los sacramentos han perdido este carácter al estar cargados de normas y de ritos y sometidos a un fuerte control eclesiástico. Con frecuencia se viven y practican más como signos de obligatoriedad y dependencia que como símbolos de libertad. Además, el sacramento por su naturaleza no sólo aporta una liberación, sino que impulsa al compromiso liberador en la justicia. Pero para muchos los sacramentos, más que impulsar al compromiso, son pasivizantes y carentes de dimensiones sociales liberadoras: se reciben, se cumplen; pero no animan y empujan a transformar la realidad. g) Dimensión evangelizadora. Como indicaba Pablo VI, “no se pueden separar evangelización y sacramento” (Evangelii nuntiandi, 47). Los sacramentos no son un rito mágico, sino que anuncian y realizan el evangelio, siendo signos eficaces de la misma gracia que anuncian. Sin embargo, en la práctica sacramental se detecta con frecuencia una oposición entre la mera recepción de los sacramentos y lo que significa e implica la evangelización. Hay una ruptura entre ambas, con lo cual, como denunciaba Juan Pablo II, “la vida sacramental se empobrece y se convierte muy pronto en ritualismo vacío, si no se funda en un conocimiento serio del significado de los sacramentos” (Catechesi tradendae, 23). De esta primera aproximación a la crisis actual de los sacramentos podemos concluir que las dimensiones más fundamentales de estas mediaciones eclesiales están seriamente afectadas. No se trata, por tanto, de una crisis superficial o coyuntural, que puede solucionarse con sencillas adaptaciones. Sus causas van probablemente más allá de una simple inadaptación. Por esto es necesario analizarlas. Causas de la crisis sacramental Un análisis no se conforma con indicar los síntomas y sus dimensiones. Es necesario penetrar las razones que los motivan, si se quiere encontrar vías de solución eficaces y prácticas. Pero hay que tener en cuenta que las causas tienden a explicar un fenómeno de manera racional. Es un método derivado y apoyado en las ciencias humanas. Por tanto, no pueden dar la razón fundamental y total de una realidad sacramental, que desborda lo científico; por eso nuestra última razón deberá ser del género de la interpretación y de la comprensión, ya que la crisis de los sacramentos no tiene sólo una explicación científica. Esto nos indica desde ahora que las soluciones o respuestas definitivas a la crisis sacramental, aunque deban tener en cuenta las explicaciones del método científico y aplicar las soluciones que de ahí se derivan, deberán abordarse en su totalidad por caminos y métodos apoyados e inspirados en la fe sacramental. En la enumeración de las causas que afectan y explican la crisis de los sacramentos comenzamos por aquellas más generales que se refieren al fenómeno religioso en cuanto tal y provienen también de la evolución sociocultrual. Analizamos después aquellas que afectan de manera directa a la naturaleza y comprensión específicas del sacramento. a) Causas ambientales de carácter sociológico y antropológico. Son las más conocidas y apuntadas. En primer lugar, el proceso de secularización, que afecta sobre todo a la pérdida de sentido de lo sagrado en el que se han apoyado las prácticas sacramentales. Esta desacralización es sobre todo social y ha contribuido a que la fe, que antes se expresaba pública y colectivamente, se privatice ahora y sea, en forma creciente, un tema personal o individual. El sacramento pierde entonces la proyección social que tenía en una sociedad de cristiandad. Al perder esta proyección, se debilita su sentido o se reduce a ámbitos muy limitados de la existencia humana. Vivimos en una sociedad de eficacia (competitiva); una sociedad positivista y utilitarista, que busca su emancipación de todo lo que le impida ser libre a base de poseer más. Utilitarismo, positivismo, eficacia, emancipación son aspiraciones de una sociedad moderna y posmoderna en la que difícilmente puede prosperar o mantenerse el sentido sacralizado de los sacramentos. La avalancha de neoindividualismo y falta de utopía propias de la posmodernidad son los puntos culminantes del descrédito social de los sacramentos. Sin embargo, este complejo de causas no explica adecuadamente el fenómeno. Lo sagrado sigue subsistiendo, la gente pide los sacramentos, continúa la religiosidad popular, surgen fenómenos carismáticos. ¿Cómo explicar esta pervivencia de lo sagrado? Las prácticas religiosas siguen constituyendo para bastantes una defensa contra esa modernidad y posmodernidad aniquiladora de muchos convencimientos y generadora de inseguridades. b) Causas psicológicas. Están relacionadas con las anteriores. En un contexto sacralizado, los sacramentos tenían razón de ser: aportaban un signo de identidad (“soy cristiano porque practico los sacramentos”). El contexto ambiental y la práctica religioso-sacramental se correspondían en un equilibrio que se ha perdido al cambiar ese ambiente. Entonces la identidad entra en crisis. Los sacramentos comienzan a no ser significantes y pierden su motivación anterior. Se desconectan de la experiencia concreta e inmediata de los sujetos y no sirven ya para integrar su identidad. De la misma manera que en la causa anterior, también ocurre aquí una reacción involutiva consistente en hacer de la práctica religiosa un elementos psicológico para mantener la identidad titubeante. Se aferra entonces a las prácticas de siempre. Pero esa actitud no corresponde a una fe propiamente sacramental, sino a la necesidad de mantener una seguridad psicológica. c) Causas éticas de carácter emancipador. El creciente carácter autónomo de la ética actual choca frontalmente con la ética heterónoma que ha impregnado la práctica de los sacramentos, cargados de obligatoriedad, de dependencia, de ritualismo. Tal obligatoriedad extrínseca, que ha promovido y sustentado tantas prácticas pastorales, carece de sentido en la nueva sensibilidad ética. Es normal, por tanto, que se dé una tendencia progresiva a desvincularse de los sacramentos, aunque seguirá subsistiendo el aferramiento a la obligación en quienes quieren ser siempre dependientes éticamente. Pretender mantener los sacramentos como signos de obligatoriedad equivale a incapacitarlos para ser símbolos expresivos de la experiencia actual y de la libertad. d) Causas pedagógicas. No hay duda de que la educación y preparación para la recepción de los sacramentos ha sido la más atendida y cuidada pastoralmente. Sin embargo, la forma en que se ha realizado esa educación ha generado varios problemas, dado su carácter, con frecuencia dogmático y apologético, apoyado e inspirado en una teología escolástica preocupada más por definir la esencia del sacramento que por ayudar a vivirlo. La catequesis ha explicado con claridad qué es un sacramento, en qué consiste cada uno de ellos, cuáles son las condiciones para recibirlo; sin embargo, no ha educado el sentido de la sacramentalidad y de la vivencia sacramental. Ha sido más bien una catequesis intelectualizada, que no ha cobrado vida en la práctica sacramental (Juan Pablo II, Catechesi tradendae, 23). El sacramento ha sido y sigue siendo, en bastantes casos, el final de una etapa, una recompensa, una fiesta final; pero no ha habido un proceso sacramental catequético que se continúe posteriormente. e) Causas pastorales. Se ha dado una separación prolongada entre las tres dimensiones clásicas de la acción pastoral: evangelización, sacramentos y práctica de la justicia y de la caridad. Respecto a la relación entre evangelización y sacramentos, ya señaló Pablo VI como “un equívoco oponer la evangelización a la sacramentalización. Porque es seguro que si los sacramentos se administran sin darles un sólido apoyo de catequesis sacramental y de catequesis global, se acabaría por quitarles gran parte de su eficacia” (Evangelii nuntiandi, 47), como así ha ocurrido con frecuencia. Pero no menos grave y llamativa ha sido la ruptura práctica entre sacramentos y lucha por la justicia. Muchos cristianos se han refugiado en la práctica de los sacramentos para olvidarse del prójimo o para justificar su cristianismo. Esta especie de tricotomía pastoral ha sido una de las causas que ha influido en el desprestigio de los sacramentos, o que al menos ha contribuido a un reduccionismo en su comprensión, cuando no a una alienación del pueblo: “Lo que la Iglesia ha contribuido a la alienación del pueblo ha sido en gran parte a través de la liturgia” (I. ELLACURÍA, Conversión de la Iglesia al reino de Dios, Sal Terrae, Santander 1984, 283. f) Causas histórico-teologales e institucionales. La teología del sacramento ha sufrido una fuerte evolución, con dos líneas muy marcadas que desarrollaremos más adelante. De un concepto amplio y profundo de sacramento, entendido en primer lugar como misterio, se ha pasado a una concreción, e incluso dispersión, en acontecimientos, personas, ritos, y, por fin, una fijación en los siete sacramentos (Pedro Lombardo, siglo XII y Concilio de Trento). Con el Concilio Vaticano II se ha recuperado el sentido amplio y fundamental de sacramento de Cristo y de su Iglesia (Lumen gentium, 1.5.48.59). Pero hasta hoy la doctrina de los sacramentos que más nos ha influido ha sido la de Trento, caracterizada por su carácter apologético contra los errores protestantes. Aunque expresa claros y luminosos aspectos de la fe en los sacramentos (DS 1606, 1607), su doctrina no es completa ni exhaustiva. Aquel planteamiento pudo ser el que convenía en una época y coyuntura determinadas; pero hoy es claramente insuficiente, dadas sus carencias cristológicas y eclesiológicas, que ha replanteado el Vaticano II (Sacrosanctum concilium). Dentro de la comprensión y evolución teológica del sacramento, y como explicación también causativa de su actual crisis, se puede incluir la conexión establecida entre sacramento y misterio. El servicio ministerial tiene en los primeros siglos una concepción fundamentalmente eclesial, como indica E. Schillebeeckx (La comunidad cristiana y sus ministros, en “Concilium” 153 (1980) 393ss.). Además de la imposición de manos por parte del obispo, es también la comunidad la que llama (“el que preside a todos debe ser elegido por todos”, San León Magno). Esta designación eclesial, como indica el mismo autor, se entendía a la vez como don del Espíritu Santo. Parece que estos presidentes de la comunidad eran los encargados de presidir la eucaristía (ib 410.411). Pero ya en el segundo milenio se va afirmando claramente una concepción mucho más centrada en el ministerio que en la ecclesia (ib 415). En Trento desaparece ya la consulta a la comunidad concreta. El obispo es el responsable definitivo, que consultará a la comunidad en general. Poco a poco, al parecer bajo la influencia de factores feudales y jurídicos, va cambiando la concepción de ministerio, estableciéndose una separación entre potestas ordinis y potestas jurisdictionis. Esto permite que se den ordenaciones absolutas, misa privada. El sacerdote lo es por cuenta propia, con lo cual va desapareciendo la estrecha relación entre comunidad y ministerio, cambiándose por la relación entre potestas y eucaristía. El presbítero pasa de ser ministro de la comunidad a ser jefe y dueño de la administración de los sacramentos. En la época moderna se elabora una amplia literatura espiritual sobre el sacerdocio, basada en la gracia del estado sacerdotal y su sentido sacrificial, con rasgos monásticos cada vez más acentuados. Se clericaliza y jerarquiza el sacerdocio con fuertes características jurídicas. En este contexto ministerial son normales la ausencia de participación comunitaria, el legalismo y juridicismo sacramentalista: “Se oscurece el significado eclesial-carismático y pneumatológico del ministerio, el cual queda progresivamente inserto en un marco jurídico separado del sacramento de la Iglesia” (ib 424). g) Causas intrínsecas a la naturaleza del sacramento. Puede decirse que el sacramento, por su misma naturaleza, está en crisis permanente. En efecto, un sacramento no es algo en sí, una cosa, algo estático y ya dado. El sacramento se entiende como una dynamis (fuerza, energía, gracia), en cuanto que es una relación viva entre el hombre y Dios; es un diálogo, una palabra viva comunicada a través de mediaciones simbólicas. Por eso el sacramento no puede ser algo que se da o administra (como un capital), sino algo que se vive y se comunica: una relación interpersonal y comunitaria. Entonces, como toda “fuerza”, como todo “diálogo”, como toda “vida”, el sacramento está siempre en tensión, exige una superación permanente, un cambio; implica dificultades y conflictos, está en crisis. El sacramento es, por tanto, la expresión simbólica de la relación de Dios con el hombre y de los hombres entre sí en su dimensión creyente. Esta relación se realiza en la tensión de tres polos, que el sacramento simboliza o relaciona: revelación, religión, vida. Si se exclusiviza uno de los tres polos o se suprime alguno de ellos, se desvirtúa el sacramento... Lo propio del sacramento es ser símbolo, es decir, unir los diferentes extremos separados. Pero esta unión no es confusión o pansacramentalismo, sino que es unión en la diferencia, en la tensión, en la crisis y opción permanente. Por eso los sacramentos no son algo, sino una forma de entender y de vivir la relación Dios-hombre. Esta relación es pascual, pneumatológica y eclesial... Dentro de esa relación, la revelación es entendida y vivida como palabra viva y signo de salvación, la vida es signo de los tiempos y praxis de liberación y la religión es celebración de la fiesta. ACTIVIDAD: Compartimos en el foro nuestra reflexión a partir del texto leído. ¿Nos parece que los análisis del autor reflejan, en mayor o menor medida, la realidad que se vive en nuestras comunidades eclesiales con respecto a la práctica de los sacramentos? ¿Por qué?
Posted on: Mon, 26 Aug 2013 08:53:14 +0000

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