La Criminología como Literatura La Criminología, cuyo nombre - TopicsExpress



          

La Criminología como Literatura La Criminología, cuyo nombre tiene un origen francés, es una constelación de saberes científicos, con su aplicación tecnológica, enfocados unidireccionalmente al delito y a su autor, o quizá más exactamente, al hombre como delincuente con un contenido heterogéneo y una perspectiva pluridimensional e interdisciplinar. En un cierto sentido parece correcta pero incompleta la concepción de Franz von Liszt, para quien la Criminología, como “teoría del crimen”, tiene una vocación “causal y explicativa” de la etiología de la criminalidad. Sería, en definitiva, una ciencia con pretensiones de conseguir la síntesis en este ámbito de la Antropología (Biología, Psicología) y la Sociología. Aquélla considera el delito como un acaecimiento excepcional en la vida del individuo, mientras que la perspectiva sociológica lo estudiaría como un hecho normal en la sociedad. Tal dicotomía, admisible intelectualmente, no debe ocultar que el objeto a considerar es único, difiriendo tan sólo el método, ya que la criminalidad como fenómeno social, está a su vez compuesta de crímenes particulares. Ahora bien, la Criminología, en mi opinión, no debe limitarse a la etiología sino que ha de extenderse a la terapéutica y tender, por ello, a la profilaxis de la delincuencia, con una triple función: ayudar a comprender al hombre que delinque para poder juzgarle (individualizando el castigo) y, luego, conseguir su recuperación social, fin constitucionalmente explícito de la pena aunque secundario, detectando la peligrosidad de otros a tiempo para evitar que delincan. La Criminología, y ello es particularmente importante aquí y ahora, tiene su origen en la publicación de causas célebres, como advierte Jiménez de Asúa. En principio podría parecer que cualquier delito tiene interés criminológico y así es. La extorsión, el robo, el hurto o la estafa han sido tema de investigación, pero la palabra “crimen” da la señal de alerta por hacer referencia inmediata a la gravedad del hecho y a su naturaleza, ya que tradicionalmente nombra los delitos contra la vida. Los procesos famosos, desde los recogidos en el viejo “Pitaval”, a principios del siglo XVIII, hasta los que más abajo se dirán, tienen casi siempre como objeto el asesinato cuyos protagonistas y antagonistas son las víctimas y sus asesinos. En todo juicio por tal delito a quien se juzga realmente es al interfecto, para saber si mereció la muerte y en consecuencia, si merece morir su matador. Lo dicho pone de manifiesto que el crimen y la literatura han sido siempre buenos amigos. Ese misterio de la muerte violenta a manos de otro hombre y su singular producto, el criminal, ha despertado el interés de los grandes escritores en todos los tiempos, que lo han utilizado como tema dramático por excelencia, desde el teatro griego y Shakespeare, Lope de Vega o Calderón hasta nuestros días. La estructura dramática del juicio o la tensión de la investigación policial han servido de cauce a obras maestras como “Crimen y castigo” de Dostoyewski, “La Malquerida” de Benavente o “Llama un inspector” de Priestley. Hay incluso un género literario que, a partir de Edgard Allan Poe, ha dado excelentes frutos a este lado y al otro del Atlántico, la novela policíaca, no siempre pasatiempo al estilo de Ágatha Christie sino a veces con una gran carga sociológica (“novela negra”). El periodismo, por su parte, fue desde sus comienzos compañero de viaje de la criminología. Las crónicas de sucesos e incluso periódicos especializados –“El Caso”- dan testimonio de ello, así como la figura del “periodista de investigación”. Sin embargo, nada de lo dicho hasta aquí resulta comparable, aunque sirva para explicarlo, al fenómeno de las “true crime stories”, nacidas en el libro pero trasplantadas luego al cine y a la televisión. A título esporádico este tipo de obras ha existido siempre, pero con carácter masivo tienen partida de nacimiento, con lugar, tiempo y paternidad conocidos. Las crónicas de hechos reales, surgen con “A sangre fría” el año 1965, cuyo autor, Truman Capote, relata un asesinato múltiple, la matanza en su hogar de una familia por dos vagabundos, desde la noche del crimen hasta la escalofriante ejecución de los asesinos. En tal sendero le seguiría en 1980 Norman Mailer con “La canción del verdugo”, “novela verídica” sobre la singular personalidad de Gary Gilmore, un condenado a muerte que se negó a pedir el indulto pero intentó evadirse de la prisión. Prefería morir a vivir encarcelado. Entre estas dos obras, empezaron a proliferar otras por goteo al principio, luego a cientos, sobre los crímenes más espectaculares. No faltaron ejemplos en otros países, Gran Bretaña (“Trail of Havoc” de Patrick Marnham) o Francia (“El jersey rojo” de Pilles), donde lo judicial había atraído siempre a sus escritores y España, con cultivadores ilustres (Jiménez de Asúa, Bernaldo de Quirós, Antonio Pedrol). Surge así un auténtico subgénero literario, sin que el prefijo quiera ser peyorativo sino orientador de algo que forma parte de un ámbito más extenso. El nuevo género no es el relato urgente, sobre la marcha, periodístico, ni tampoco reelaborado artísticamente, como novela o drama, sino un testimonio con vocación de rigor histórico. En un cuarto de siglo ha alcanzado un desarrollo imponente cuantitativa y cualitativamente. Han aparecido cultivadores no ya ocasionales, como fueron los primeros, sino especializados, tanto que ello les permite llegar a ser “expertos” en la materia y actuar luego como asesores de las instituciones policiales. Es el caso paradigmático de Ann Rule, colaboradora del FBI y en tal grupo pueden ser incluidos algunos más como Joseph Wambaugh, que fue policía en Los Ángeles. Nada en el mundo es obra de la casualidad, aunque pueda serlo del azar como consecuencia de la conjunción aleatoria de una serie de circunstancias. Los factores que explican este auge de las “true stories” son varios y todos enraizados en la idiosincrasia de la sociedad norteamericana. Uno, su capacidad de autocrítica y, a la vez, su optimismo antropológico, que le lleva a creer en la posibilidad indefinida de mejoramiento. Otro, la proclividad a expresar sus pensamientos y sentimientos en público, sin el falso pudor de los europeos. También el respeto a la verdad y el amor al trabajo bien hecho, así como el deseo y la necesidad de conocer la realidad para actuar sobre ella y perfeccionarla, la convicción de que todos merecemos una segunda oportunidad y la “freedom of speech” más amplia en el país más judicialista del universo, donde el juez es un mito. Estas crónicas comprenden, como regla, la investigación policial del crimen, la preparación del juicio por la Fiscalía, la instrucción y el juicio, con trascripción textual de las partes más importantes, contando luego, unas veces sí y otras no, las peripecias posteriores, como los recursos o el cumplimiento de la pena. En los títulos, no muy imaginativos por lo regular, abunda lo mortal (“deadly”) y lo sangriento (“bloody”). Por su propia índole, abren en canal el sistema judicial y permiten contemplar cómo palpita a corazón abierto, con sus virtudes y sus lacras. En efecto, a lo largo de estas crónicas se aprende cómo funcionan los mecanismos para conseguir las pruebas, por ejemplo, los “affidávit” y “warrants” para la entrada y registro en domicilios o las medidas cautelares (prisión preventiva, libertad bajo fianza), la defensa de oficio o “Public Defender Office”, la instrucción por el Fiscal y la Policía con transparencia para la defensa, el “impeachment” por el gran jurado si hubiera “probable cause”, la “inmunidad” de los testigos coautores o cómplices y el valor de su testimonio, la posibilidad y la forma del “bargain” o acuerdo de acusado y Fiscal, homologado por el juez, el reparto de asuntos entre éstos o el “change of venue” a otra circunscripción menos contaminada, la selección de los jurados, la actuación de los abogados, las reglas procesales, el tiroteo verbal de “Your Honor” “objection”, “overruled” o “sustained” e incluso las deliberaciones del Jurado o de los magistrados (“judges associates”) en los Tribunales colegiados. En fin, de película. Rafael de Mendizábal Allende Magistrado Emérito del Tribunal Constitucional Director de “Actualidad Administrativa”
Posted on: Tue, 27 Aug 2013 18:52:58 +0000

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