La Peste.(fragmento) habían ido a la ópera Municipal donde - TopicsExpress



          

La Peste.(fragmento) habían ido a la ópera Municipal donde daban el Orfeo de Glück. Era Cottard el que había invitado a Tarrou. La compañía había venido al principio de la peste para dar unas representaciones en nuestra ciudad. Bloqueada por la enfermedad se había puesto de acuerdo con el teatro de la ópera para dar un espectáculo una vez por semana. Así, desde hacía varios meses, todos los viernes nuestro teatro Municipal vibraba con los lamentos melodiosos de Orfeo y con las llamadas imponentes de Eurídice. Sin embargo, el espectáculo seguía contan do con el favor del público y tenía todos los días grandes entradas. Instalados en los puestos más caros, Cottard y Tarrou dominaban un patio de butacas lleno hasta reventar por los más elegantes de nuestros ciudadanos. Los que llegaban se preocupaban visiblemente de llamar la atención. Bajo la luz resplandeciente de la sala, antes de levantarse el telón, los músicos afinaban discretamente sus instrumentos, las siluetas se destacaban con precisión, al pasar de una fila a otra se inclinaban con gracia. En el ligero murmullo de una conversación de buen tono, los hombres recobraban el aplomo que les faltaba horas antes por las calles negras de la ciudad. El frac espantaba a la peste. Durante todo el primer acto Orfeo se lamentó con facilidad, algunas mujeres vestidas con túnicas comentaron con gracia su desdicha y cantaron al amor. La sala reaccionaba con calor discreto. Apenas se notó que Orfeo introducía en su aria del segundo acto ciertos trémolos que no figuraban en la partitura y que pedía con cierto exceso de patetismo al dueño de los Infiernos que se dejase conmover por su llanto. Algunos movimientos o sacudidas que se le escaparon parecierona los más informados efectos de estilización que en riquecían la interpretación del cantante. Fue necesario que llegase el gran dúo de Orfeo y Eurídice del tercer acto (el momento en que Eurídice vuelve a alejarse de su amante) para que cierta sorpresa recorriese la sala. Y como si el cantante no hubiera estado esperando más que ese movimiento del público o, más exactamente todavía, como si el rumor del patio de butacas le hubiera corroborado en lo que sentía, en ese mismo momento avanzó de un modo grotesco, con los brazos y las piernas separados, en su atavío clásico, y se desplomó entre los idílicos decorados que siempre habían sido anacrónicos pero que a los ojos de los especta dores no lo fueron hasta aquel momento, y de modo espantoso. Pues al mismo tiempo la orquesta enmudeció, la gente de las butacas se levantó y empezó a evacuar la sala, primero en silencio, como se sale de una iglesia cuando termina el servicio, o de una cámara mortuoria después de una visita, las mujeres recogiendo sus faldas y saliendo con la cabeza baja, los hombres guiando a sus compañeras por el codo, evitándoles chocar con los asientos bajados. Pero poco a poco el movimiento se hizo más precipitado, el murmullo se convirtió en exclamación y la multitud afluyó a las salidas apretándose y empujándose entre gritos. Cottard y Tarrou, que solamente se habían levantado, se quedaron solos ante una imagen de lo que era su vida de aquellos momentos: la peste en el escenario, bajo el aspecto de un histrión desarticulado, y en la sala los restos inútiles del lujo, en forma de abanicos olvidados y encajes desgarrados sobre el rojo de las butacas. Rambert, que desde los primeros días de setiembre trabajaba seriamente con Rieux, había pedido un día de licencia para encontrarse con González y los dos chicos delante del instituto de muchachos.
Posted on: Thu, 07 Nov 2013 02:23:04 +0000

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