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La Silla Rota 2 de noviembre de 2013 | 08:09 hrs rss twitter facebook InicioEstadosOpiniónMultimediaLenguas ViperinasLo Esencial Son Tema CNTEMegaofrenda en DFReforma HacendariaEspeciales LSRAlberto PatishtánDía de Muertos Más Temas » GDF_NoviembreCentrales Roberto Morris Sobre el autor Roberto Morris, (México D.F., 1979) es Maestro en Políticas Públicas por la London School of Economics, Licenciado en Comunicación por la Iberoamericana y cuenta con estudios de extensión por la Escuela Libre de Derecho y la JFK School of Government de Harvard. Es novelista, poeta y actualmente es Director General de Asuntos Públicos de ByPower, consultorñia política. Roberto Morris 02/Nov/2013 00:00 HRS Los Males de Hollywood Hay ciertos males que solo el cine hollywoodense puede provocar. Desde que tengo uso de razón (que según mi ex novia es desde hace muy poco tiempo), cada vez que me encuentro utilizando una puerta automática, extiendo mi mano y como el mismísimo Obi Wan Kenobi, le ordeno que se abra. La “fuerza” en mí es poderosa, soy Jedi de los centros comerciales. Cuando voy acompañado de gente, la acción es más sutil, en vez de utilizar mi mano, tan solo guiño mis ojos y utilizo el poder de mi mente, pero la intención sigue ahí. Gracias a Hollywood, soy capaz de mover montañas (o mínimo puertas eléctricas). Compartir Imprimir E-mail Esto suena muy bonito, pero después de meterte varios golpes con puertas que no son automáticas y no se abren con el uso de la “fuerza”, uno descubre que quizá las lecciones del cine anglosajón no son traducibles a la vida y a veces hay que poner las manos. Hay ciertos males que solo un corazón roto puede provocar y no existe “fuerza” Jedi que los cure. El cine romántico hollywoodense (que es lo que realmente voy a criticar a pesar de mi ilustrada metáfora estarguariana) nos tiene muy mal acostumbrados. Hace poco viví un episodio digno de la pantalla grande: amor, drama, gritos, lágrimas, y en el clímax del suceso, decidí partir. Orgullosamente, me levanté y me fui. Caminando en la oscuridad de la calle me di cuenta de la tremendísima estupidez que acababa de cometer. Seguí caminando jurando que atrás de mí iba a salir corriendo dicha dama, me iba a tocar suavemente el hombro, yo me voltearía hacia ella y los problemas desaparecerían con un largo y apasionado beso. Después de una cuadra, yo seguía caminando y ni dama llegó, ni mi hombro fue tocado, ni mi boca fue besada. Me paré a la mitad de la calle. Ahora yo juraba que al voltear ella iba a estar en el marco de la puerta donde la dejé, abrazada de una columna, mirando hacia mí, esperando a que volviera. Me di la vuelta y no estaba. No había nadie. Como último recurso me apoyé en un barandal sobre el puente peatonal que había en la calle y prendí un cigarro. Se supone que siempre salen cuando estás solo y apoyado en un barandal (ya sea de un balcón o de un puente peatonal), esto nunca falla. Un cigarro se volvió en cinco y lo único que salió fue el sol. Al llegar a mi casa intenté abrir la puerta con mis poderes Jedi y aún sigo con el chipote. Si mi vida fuera un romance hollywoodense, ella hubiera estado en mi habitación esperándome, quizá vestida con lencería, quizá con un revolver, pero hubiera estado. En el peor de lo casos, podría instantáneamente adelantar los siguientes diez años de mi vida y encontrármela ansiosa de verme en un lugar lejano de la tierra, o si realmente fuera dramático me enteraría que mi despojo fue gracias a una enfermedad terminal y que me mandó a volar porque no quería que sufriera. Pero esto no es Hollywood, es la vida real, y a veces un “no te quiero” significa justo eso. Según Michel Foucault, lo normal es impuesto a través de la aceptación social de discursos de poder. Me pregunto si gracias al discurso amoroso del cine posmoderno comercial (o sea Hollywood) se ha logrado que nosotros los humanos realmente creamos que el amor es como en el cine. ¿Será que realmente a alguien le toquen el hombro o lo alcancen en el balcón? A lo mejor si viera más cine de arte no me hubiera ido tan apresuradamente, me hubiera quedado, platicado y asimilado mi batazo con mayor madurez y menos drama. El resultado yo sé que hubiera sido el mismo. Un batazo es un batazo, pero posiblemente el dolor sería un poco más tolerable y menos hollywoodense. Según los estándares de la gran empresa fílmica, dos posibles futuros me esperan: el primero es volverme Darth Vader, el amargado tirano que busca que los demás sufran igual que él. El segundo, es volverme Luke Sywalker y reivindicar a la humanidad. Yo no quiero eso. Yo sólo quiero encontrar alguien que me quiera, a lo mejor tener un par de chamacos y un perro que cache un frizbee en el Bosque de Chapultepec. Para lograr eso, voy a ver mas cine francés, quizás se me pegue algo.
Posted on: Sat, 02 Nov 2013 14:10:07 +0000

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