La campana de Dolores Manuel Ajenjo “Chatarra, pedacería de - TopicsExpress



          

La campana de Dolores Manuel Ajenjo “Chatarra, pedacería de cobre, barreños oxidados, palmatorias, cucharas con herrumbre, jaladoras de cajón” se escuchaba una voz que recorría la ciudad de Colima, una precursora de la voz infantil que hoy en día, en una camioneta, con el aditamento de una bocina, recorre la ciudad de México ofreciendo comprar cosas inservibles. Pregón que vino a desplazar del top ten de voces citadinas la de “tamales calientitos”, que se hizo lugar común. El buhonero del relato, años después obtendría por méritos heroicos el título de Padre de la Patria. No es otro que don Miguel Hidalgo y Costilla, en el año 1792, cuando fue enviado a Colima “exilado de rectorías y cargos de Valladolid. Por liberal y mujeriego dirían las malas lenguas”, consigna Paco Ignacio Taibo II en su libro El cura Hidalgo y sus amigos. Francisco Nacho escribió: “Con ese innoble material tenía la intención de fundir una campana (…) “que se oiga en todo el mundo”. Finalmente fue fundida, pero la historia (…) hizo que la campana no lo acompañara a su futuro curato de Dolores y que no fuera esa campana la que habría de llamar a arrebato a los ciudadanos del pueblo la noche del 15 de septiembre. (¿15 o 16?). La campana tañida para convocar feligreses —futuros sublevados—, según el historiador Jaime Rodríguez, fue la ubicada en la torre oriente de la parroquia dolorense —el Esquilón de San José, fundida en 1768. El encargado de tocarla fue el sacristán del curato, pero para darle variedad y cuerpo a mi escrito regreso con Taibo II, quien en el libro ya citado escribió: “Domingo 16 de septiembre, cinco de la madrugada. Un nuevo personaje entra a escena: el Cojo Galván llamado por otros el Zurdo Galván, quizá porque fuera las dos cosas. Es el responsable de hacer repicar las campanas”. (La verdad es que no era el responsable de repicar las campanas. Sucedía que era cojo de la pierna izquierda y zurdo de lo demás, lo cual provocaba que viviera asido a las cuerdas para mantener el equilibrio). Según Emmanuel Carballo, la tradición del Grito de Independencia la instauró Ignacio López Rayón en Huichapan —hoy estado de Hidalgo—, el 16 de septiembre de 1812. José María Morelos en los Sentimientos de la Nación estipuló que “se solemnice el 16 de septiembre de todos los años como el día aniversario en que se levantó la voz de la Independencia y nuestra Santa Libertad”. En 1825 fue la primera ocasión en que el 16 de septiembre tomó forma de fiesta nacional. El Presidente Guadalupe Victoria recibió felicitaciones de diplomáticos. La versión popular de que Porfirio Díaz decretó adelantar el Grito un día, para que coincidiera con su onomástico, al parecer carece de veracidad, ya que en 1846 se comenzó a celebrar a la medianoche del 15 de septiembre. Inclusive el Presidente Benito Juárez dio un emotivo Grito la noche del 15 de septiembre de 1863, en San Juan de la Noria, Durango. Un dato para confirmar nuestro surrealismo es el hecho de que Maximiliano diera el Grito en Dolores en 1864. ¿Lo daría en español o en francés? ¿Gritaría: “vivan los héroes que nos dieron patria” o diría: “viva el hijo del héroe —refiriéndose a Juan Nepomuceno Almonte, hijo de Morelos— que me dio patria”? Ahora bien, la campana no siempre formó parte de la parafernalia para la reproducción conmemorativa del Grito. En un principio, la ceremonia se hacía a puerta cerrada —dado el resultado del pasado domingo, tal vez a partir del próximo año vuelva a ser ése su formato original. En 1886, Guillermo Valleto, encargado de las festividades conmemorativas de la Independencia por parte del Ayuntamiento de México, le propuso a don Porfirio Díaz realizar la ceremonia en el balcón del Palacio, para que la población participara del acontecimiento desde el Zócalo. La idea no le pareció mala al dictador. Henchido de felicidad, colmado de gratitud, genuflexo de agradecimiento por tomar en cuenta su idea, el lamehuevos Valleto propuso al Mandatario el complemento de su idea: que, durante su arenga, el general Díaz pulsara la campana de Dolores, la auténtica. Don Porfis dijo: “va” y Valleto, sintiéndose ya regente de la ciudad o, tal vez, ¿por qué no? Ministro de Innovación de Ceremonias Anquilosadas, se dio a la tarea de buscar la campana. Los dolorenses le causaron un gran desánimo cuando le informaron que el aparato ya no existía, porque ya había sido fundido. Al saberlo, el señor Valleto bajó de la nube de la ilusión y se despidió de su quimérico ministerio, pero prosiguió en la labor de lamer huevos, para no dejar de vivir del presupuesto. Años más tarde —según sabemos por Ángeles González Gamio— el historiador Pedro González investigó y descubrió que la célebre campana existía. Luego de una labor de persuasión ante el Ayuntamiento de Dolores, la campana fue traída a la ciudad de México, el 14 de septiembre de 1896 e instalada en el Palacio Nacional, donde desde entonces se encuentra. Cada noche del 15 de septiembre es tañida por el Presidente de la República. No fue fácil convencer a los dolorenses de traer la campana a la ciudad de México. Al parecer, los habitantes de la población guanajuatense querían guardarla con la intención de fundirla, para con su bronce, 100 años después, hacerle un monumento a José Alfredo Jiménez.
Posted on: Tue, 17 Sep 2013 15:49:16 +0000

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