La clave de los separatismos, principal peligro para - TopicsExpress



          

La clave de los separatismos, principal peligro para España Creado el 5 agosto, 2013 por Pío Moa Nacionalismo y separatismo Nación es una comunidad cultural bastante homogénea. El nacionalismo se apoya en una nación ya formada o en una comunidad cultural más o menos precisa a la que aspira a convertir en nación. En el primer caso el ejemplo claro es Francia, nación antigua que desarrolla el concepto nacionalista a partir de la Revolución francesa. En el segundo caso, el nacionalismo es inevitablemente separatista, con más o menos razones. Es decir, intenta separar a una comunidad determinada de aquel poder político que de un modo u otro la venía englobando, generalmente un estado imperial considerado opresor. Las razones pueden ser evidentes en casos como los de los griegos o los serbios con respecto al imperio otomano. A menudo esas comunidades habían sido naciones antes de ser sometidas, por las armas u otros medios, como ha ocurrido con los escoceses, irlandeses, polacos, etc. Los casos son muy variados, pero el de los nacionalismos vasco y catalán tiene fuertes peculiaridades: aspiran en sus palabras, a “construir” nación en sus sociedades. Y lo hacen porque, en rigor, nunca ha existido una nación catalana o vasca, o, dicho de otro modo, nunca sus comunidades han dispuesto de un estado. Cataluña, como Aragón, se integró primitivamente en el estado francés (La Marca Hispánica, así llamada, significativamente), del que se liberaron cuando tuvieron ocasión. La primera se integró pacíficamente en la Corona de Aragón, que llegó a incluir también lo reinos de Valencia y Mallorca. Cataluña propiamente nunca fue considerada, por propios ni extraños, un reino, independiente o no. En cuanto a las provincias vascongadas, oscilaron durante la Reconquista entre el reino de Pamplona y el de Castilla, optando finalmente de modo voluntario por Castilla. Ni Cataluña ni Vascongadas dispusieron nunca de estado propio ni fueron invadidas para ser sometidas por otras regiones o reinos (el caso de Navarra se dirigió contra Francia, y la guerra de Cataluña en el siglo XVII tuvo un carácter parecido), sino que su integración en el conjunto político de España fue pacífico y voluntario. No se trataba, por tanto, de recuperar una independencia perdida Los separatismos vasco y catalán surgen tardíamente, hacia finales del siglo XIX, y solo cobran cierta potencia a raíz de la crisis moral del 98, debida a la pérdida de las últimas colonias españolas en América y el Pacífico a manos de Usa. Esos separatismos buscaban dotar de un estado, es decir, convertir en naciones a las regiones catalana y vasca (integrando en esta última a Navarra y una pequeña parte de Francia). Ahora bien, ¿en qué justificaban ese objetivo? ¿Eran tan profundas las diferencias culturales entre dichas regiones y el resto de España? En realidad compartían un idioma, el castellano o español común, mayoritariamente hablado en las Vascongadas desde hacía siglos, y hablado ampliamente y conocido por la mayoría en Cataluña, siendo además el catalán una lengua latina muy próxima a la castellana. Sus literaturas más abundantes y probablemente de mejor calidad habían sido escritas en la lengua común, no en la regional. Las dos habían compartido con el resto la prolongada lucha contra el Islam, un estricto catolicismo, las formas artísticas y culturales románica, gótica, renacentista o barroca y más recientemente la lucha contra la invasión francesa o las divisiones del siglo XIX entre carlistas y liberales. Compartían y comparten tradiciones, incluso culinarias, musicales, costumbres (como la tauromaquia). El aspecto físico de la gente es asimismo común, al igual que la ascendencia, mostrada en el predominio de los apellidos: García (este probablemente de origen vasco, el más corriente en España), Pérez, López, Rodríguez, etc. Durante siglos, vascos y catalanes se consideraban naturalmente españoles y sus intelectuales, políticos o militares formaban parte natural de las élites españolas. Y así una larga serie de elementos comunes. Al lado de tales elementos, pero, históricamente, no en oposición a ellos, existían diferencias, la principal de ellas el idioma regional y algunas costumbres más o menos ancestrales. Naturalmente, “construir nación” significa ante todo exaltar esas diferencias, sobre todo la lengua, y despreciar las afinidades con el resto de España. La lengua vasca y la catalana han sido definidas por los nacionalistas como únicas “propias” de sus territorios, atribuyendo de hecho al castellano el carácter de lengua extranjera. A despecho, como quedó indicado, de que la mayoría de los catalanes y la inmensa mayoría de los vascos tienen por lengua materna el español común, y en él se ha escrito, sobre todo en el caso vasco pero también en el catalán, la mayor literatura de las respectivas comunidades. Así, los constructores de la nación han hecho esfuerzos ímprobos por segregar al castellano, humillarlo o marginarlo de muchas formas, excluirlo en lo posible de la enseñanza, etc. Sin éxito concluyente, pese a haber dedicado a esa tarea un enorme esfuerzo de propaganda y económico. Aspecto relacionado ha sido la pretensión de otros separatismos menores, como el andaluz o el canario, de inventar idiomas diferenciales (andalusí o guanche). En el caso del gallego, la gran similitud con el castellano ha llevado al intento de asimilarlo al portugués. Pero el punto esencial de los nacionalismos era la concepción de “raza”, muy influyente en Europa a finales del siglo XIX y que tomó aquí rasgos pintorescos. El racismo en el nacionalismo vasco era obsesivo y en el catalán un ingrediente clave (Ver apéndice), pese a que las diferencias raciales o genéticas entre las regiones de España son insignificantes. La única apoyatura de ese racismo (Cambó la alude indirectamente al hablar de cómo la prosperidad de Cataluña había ayudado a sus propagandas) consistía en que Vizcaya y Barcelona eran por entonces las provincias más industriales y ricas de España, las más dinámicas, adonde acudían miles de inmigrantes del resto. Aunque esa industrialización estaba muy protegida desde Madrid, y creada en relación con el mercado español y por empresarios no separatistas, podía interpretarse como resultado de una superioridad racial de los catalanes y los vascos sobre el resto de España, considerada después del “Desastre” del 98 –y harto precipitadamente– como un país al borde de la extinción. Desde la II Guerra Mundial, el racismo se ha convertido en tabú, pero todas las diatribas de los separatistas contra España tienen el fondo común de una pretensión de superioridad en todos los órdenes sobre el resto del país. Al mismo tiempo afirman ser “colonias oprimidas”, lo que resulta chocante: no es frecuente que las explotadas colonias sean más ricas que la metrópoli y que esta haya amparado tanto esa riqueza de las “colonias”. En definitiva, la verdadera sustancia de estos separatismos yace en un racismo explícito antes del fin de la guerra mundial, e implícito y disimulado posteriormente. No tiene otra apoyatura real. Un racismo carente por completo de base, mas no por ello deja de ser menos generador de pasiones en ambientes más o menos amplios. Sin tener en cuenta este rasgo decisivo no podrá entenderse realmente el problema. Para avanzar hacia su objetivo de secesión, estos dos nacionalismos han seguido una doble estrategia basada en la exacerbación de los sentimientos de ultraje al estar supuestamente sometidos a unas gentes inferiores, y de virulenta denigración de España (con variantes en “Madrid” o “Castilla”). Propaganda con una mezcla ofensiva de desprecio, odio y victimismo. Consignas actuales como “España nos roba”, “representa el atraso y la opresión”, o “el fascismo”, “Viven de nosotros”, etc. Son el pan cotidiano del que se alimenta el separatismo. La inmigración de otras provincias se presenta como proveniente de un país extranjero, atrasado y semiafricano, donde todo funcionaría mal en contraste con Cataluña y Vascongadas, europeas y siempre superiores. Los inmigrantes “muertos de hambre” deberían estar agradecidos, en lugar de orgullosos por su trabajo dentro de una misma nación, a menudo el trabajo más duro y peor pagado, gracias al cual han prosperado todos. Tales sentimientos y expresiones se combinan arbitraria y contradictoriamente con otros de “democracia”, “cultura”, “europeísmo”, etc., combinados con unos relatos históricos no menos peculiares. Pero, ante la escasa respuesta obtenida en los últimos decenios y las continuas concesiones de los gobiernos españoles, tales distorsiones políticas e históricas han llegado a arrastrar a un número considerable de catalanes o vascos oriundos por familia de otras provincias. Obviamente estas actitudes provocan y quieren provocar réplicas en el mismo diapasón, lo cual alimentaría una espiral de resentimientos mutuos entre vascos, catalanes y habitantes de otras regiones. Pues sin ese odio o al menos aversión, disfrazado a menudo con pretensiones de objetividad, los separatismos calarían poco entre unas masas que por tradición de siglos se han sentido igualmente españolas, como ya lamentaban Sabino Arana o Prat de la Riba (Ver apéndice). En definitiva, la secesión solo podría cimentarse en una fuerte expansión de tales sentimientos de superioridad ultrajada por “los españoles” supuestamente extranjeros y naturalmente inferiores, y de las reacciones consiguientes. ¿Qué posibilidades reales tienen los separatismos? Se han convertido en el problema más grave y de mayor calado de España después de que el peligro revolucionario de los años 30 fuera vencido en la Guerra Civil y haya pasado mundialmente a segundo plano, especialmente tras la caída del Muro de Berlín. Paradójicamente, el peligro secesionista ha sido alimentado desde Madrid a partir de los gobiernos de la Transición, como veremos en este libro. Alimentado con concesiones de todo tipo, económicas, educativas, evitando la respuesta en el plano intelectual e ideológico, etc. Los gobiernos desde la Transición pretendían que los separatistas se sintieran cómodos en España y se integrasen en la política general, aspiración nacida de una ignorancia radical tanto de la historia como de la propia naturaleza de esos nacionalismos. A la mayoría de los políticos españoles de estos años podrían aplicárseles sin injusticia los reproches de Ortega y Gasset a Einstein durante la Guerra Civil: “Usufructúa una ignorancia radical sobre lo que ha pasado en España ahora, hace siglos y siempre”. Si los separatismos, que al principio de la Transición tenían muy poco peso, han llegado a convertirse en un enorme problema, se debe ante todo a las políticas seguidas por los gobiernos centrales. Si tal situación se prolonga sin reacción, no parece imposible que España llegue a balcanizarse en un conglomerado de pequeños estados mal avenidos entre sí, impotentes y sujetos a las maniobras y presiones de otras potencias más fuertes y conscientes de sus intereses. Incluso a ciertas esperanzas islámicas de reconstruir Al Ándalus.
Posted on: Tue, 06 Aug 2013 09:22:34 +0000

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