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La columna que publico a continuación tiene un comienzo que la persona responsable de la edición, le pareció algo tremendo a pesar de su veracidad, para publicar en "Nueva". Está enterada de que aquí aparecería. Hasta aquí llegó mi amor… Mientras revolvía la salsa con esmero, quedó muerta sobre la olla hirviendo, desfigurada. Consternación en todos. Una lectora me contó que su tía, algo engripada, recibió la visita de un sobrino y cuatro amigos. Contenta, se levantó, preparó la cena, lavó los platos, acomodó lo restante, se acostó y no amaneció al otro día. Hay casas menos perturbadores, pero igual de inauditos. Supe de una radiante divorciada que, al regresar a su casa, se quitó sus tacones rojos con plataforma y, al recostarse, dio su último suspiro. Hace pocas semanas, la soprano Florencia Fabris (38 años y dos hijos) mientras interpretaba el Requiem de Giuseppe Verdi, en San Juan, se sintió mal y decidió terminar la función sentada. Falleció a las pocas horas, tras su segundo ACV. No soy apocalíptica. Estoy convencida, con la tozudez de mi sangre italiana con una gota de sangre india, de que las mujeres aguantamos más que los hombres, (que me disculpen los señores, no es superioridad, sino enajenada persistencia). Bueno, sí, puro masoquismo, lo acepto. Conozco pocas mujeres cómodas, ya que la mayoría caemos en la omnipotencia: ¿nosotras?, ¡claro que podemos! Sí, podemos trabajar, pagar las cuentas, resolver desencuentros, (propios o ajenos), formar hijos, (propios o ajenos), preparar sabores, mantener el orden, regar las plantas, vigilar la economía, apagar las luces y lucir compuestas sin un asomo de malestar físico o espiritual. Cuando advertí la falacia de que mi voluntad le podía a las luchas, acechanzas y vicisitudes que aparecieran porque ¡ja!, ¿quién me iba a parar?, bajé un cambio a tiempo, como dicen los muchachos. Tengo amigas, empleadas o no, que se asombran, siempre a escondidas, que las agiten palpitaciones, después de un día de múltiples funciones, en que sólo descansaron para tomar un café a las apuradas y, a veces, con un niño quejándose por aburrido y “¡quiero ir al pelotero ya!”. Borges se atrevió a afirmar que “toda muerte es un suicidio”. ¿Y si lo es? Mover la cabeza de derecha a izquierda cuando se está por dar el paso de más, es la expresión que evita un aneurisma a cualquier edad. Marlene Dietrich, ícono del séptimo arte, se enfrentó su retiro encerrándose en su piso de Paris, donde recostada y sin maquillaje, hablaba por teléfono con celebridades. Su hija debía avisarle antes de visitarla. Le ganó un juicio al periódico cuyo cronista la fotografió, en su encierro, leyendo a cara lavada. Vengo de un ancestro de mujeres que no pararon de moverse, servir y crucificarse por sus seres queridos. Se postergaron, y su partida, (aun estando en este mundo), fue sorprendente y conmovedora, casi insoportable. Nadie admitía su armisticio, que era un pacto de paz, también con ellas mismas. Admito que pertenezco a este género sensible que le cuesta separarse de sus seres queridos, aunque sea por tres días, pero aprendí que la calidad en los amores, es fórmula infalible. Si preparo una comida con esmero, renuncio al club con los míos. Si voy al teatro, no ordeno los libros ni limpio a fondo mi alacena. Lograr la conciencia de los propios límites es un acto de humildad. Decirse, en directo, “Elijo, yo no puedo con todo”, se me ocurre una apuesta a la proporción, la mesura, la ecuanimidad. Ocuparse de los otros está bien, mientras se mantenga la certeza de que, a la vez, somos motivo de cuidado. Dicen que la abundancia de sueños se paga con frecuentes pesadillas. Me gusta una frase de Chesterton: “He creído que existe algo que se llama destino, pero también acepté el libre albedrío. Lo que hace a un hombre íntegro y satisfecho es alcanzar el equilibrio dentro de esta aparente contradicción.”
Posted on: Sun, 06 Oct 2013 20:06:19 +0000

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