La evolución de la sensibilidad estética. Con el - TopicsExpress



          

La evolución de la sensibilidad estética. Con el descubrimiento de la ciencia es­ tética del siglo XVII en la Europa cristiana, se aprendió a mirar las obras de arte con una mirada más profunda, y se descubrieron las razones que asistían a ciertos artistas en determinadas épocas para realizar cambios estilísticos y para inventar formas que te­nían que extrañara las gentes habituadas a estilos caracterizados por formas más con­ formes a la realidad visible. Piénsese, por ejemplo, en la pintura del Greco o en las es­ culturas manieristas de Miguel Ángel y sus seguidores. De esta evolución de la sensibilidad tenía que dar testimonio también el arte sacro, y concretamente el arte icónico que pretende representar a Cristo Jesús. Pero la búsque­da de ese ideal clásico llevó a desviaciones de una cultura paganizante, a la que la Jerarquía no supo poner freno a tiempo. En consecuencia, los episodios narrados por los Evangelios brillan ahora con inusitada belleza formal pero carentes del sentido profundo que debía darse a la expresión del misterio cristológico. En la primera mitad del siglo XVI, siglo de grandes genios del arte por otra parte, el gusto por la exhibición de la belleza terre­nal se va acentuando a expensas de la expresión del misterio. La figura de Jesús en los artistas del Alto Renacimiento es frecuentemente la de un personaje que nos recuer­da más a Hércules y a Júpiter que al Jesús del Evangelio y de la auténtica tradición. El siglo XVII es el siglo de la Contrarre­forma, concebida ésta como el movimiento espiritual y cultural en el que, instaurada ya la Reforma Católica desde el Concilio de Trento, la Iglesia ve definitivamente frena­ da la escisión protestante y cree llegado el momento de cantar victoria. Se produce en los países católicos una explosión icono gráfica, particularmente en ciertos temas combatidos por los Protestantes como los referentes a Cristo en la Eucaristía. Lo que entonces caracteriza a la icono grafía de Cristo es su multiplicidad, su calidad artística, su fidelidad a la tradición histórica y canónica, y su realismo emoti­vo. Es la era de; los grandes retablos que cubren los ábsides de las iglesias, sobre todo en España. Durante el siglo XVIII el triunfalismo católico derivó hacia lo teatral y grandilo­cuente tiñéndose de un sensualismo muy en consonancia con el libertinaje moral que penetró en las clases altas de la sociedad europea arrastradas hacia un deísmo racio­nalista y agnóstico propagado por los filó­sofos de la Ilustración. No eran tiempos para una iconografía de Jesús que expresara la profundidad de su misterio. En los techos de las pintadas cú­pulas se podía contemplar a Cristo como un olímpico Apolo, perdiéndose en lejanías se que, en el incendio de la Revolución Francesa y de las convulsiones sociopolíti­cas del siglo XIX quedó reducido a cenizas el sentido tradicional del gran arte icono­ gráfico de 18 siglos. En Francia alguna pinturas valientes del agnóstico Delacroix y en España algunas obras excepcionales de Goya parecen sal­varse únicamente de la quema. Empobre­cida por el despojo de sus bienes materiales en muchos estados europeos, la Iglesia se replegó sobre la añoranza de su glorioso pasado. El gran arte quedó fuera de las fronteras de su influencia. Y se tuvo que espe­rar a las primeras décadas del XX para que pudiera iniciarse una era de colaboración de la Iglesia con el arte creador.
Posted on: Sat, 29 Jun 2013 09:25:01 +0000

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