La permanencia de San Francisco con sus compañeros en el monte - TopicsExpress



          

La permanencia de San Francisco con sus compañeros en el monte Alverna SAN FRANCISCO Y LA CUARESMA A SAN MIGUEL ARCANGEL. franciscanos.org/florecillas/llagas1.htm La segunda consideración se refiere a la permanencia de San Francisco con sus compañeros en dicho monte. Por lo que hace a ella, es de saber que, al tener noticia messer Orlando que San Francisco había subido con tres compañeros para morar en el monte Alverna, se alegró muchísimo, y al día siguiente salió de su castillo con muchos otros y fue a visitarle, llevando pan y otros alimentos para él y para sus compañeros. Al llegar arriba, los halló en oración, y, acercándose, les saludó. San Francisco se levantó y recibió con gran caridad y alegría a messer Orlando y sus acompañantes. Luego se pusieron a conversar juntos; y, cuando hubieron hablado un rato, San Francisco le dio las gracias por la donación de un monte tan recogido y por su venida, y le rogó que le hiciese preparar una celdita pobre al pie de un haya muy hermosa que estaba a la distancia de un tiro de piedra del lugar de los hermanos, porque aquel sitio le parecía muy retirado y muy apto para la oración. Messer Orlando se la hizo preparar al punto (18). Hecho esto, como la noche se venía encima y era tiempo de partir, San Francisco les hizo una breve plática antes que se fueran; luego, cuando hubo terminado de hablarles y les hubo dado la bendición, en el momento de partir, messer Orlando llamó aparte a San Francisco y a sus compañeros y les dijo: -- Hermanos míos muy amados, no es mi intención que en este monte agreste tengáis que pasar necesidad alguna corporal, con menoscabo de la atención que debéis poner a las cosas espirituales. Quiero, pues, y os lo digo una vez por todas, que enviéis confiadamente a mi casa para todo lo que necesitéis; y, si no lo hacéis así, lo llevaré muy a mal. Dicho esto, partió con todo su acompañamiento y se volvió a su castillo. Entonces, San Francisco hizo sentar a sus compañeros y les dio instrucciones sobre el estilo de vida que habían de llevar ellos y cuantos quisieran morar religiosamente en los eremitorios (19). Entre otras cosas, les inculcó de manera especial la guarda de la santa pobreza, diciéndoles: -- No toméis tan en consideración el caritativo ofrecimiento de messer Orlando, que ofendáis en cosa alguna a nuestra señora madonna Pobreza. Tened por cierto que cuanto más huyamos nosotros de la pobreza, tanto más huirá de nosotros el mundo y más necesidad padeceremos; pero, si permanecemos bien estrechamente abrazados a la santa pobreza, el mundo correrá en pos de nosotros y nos alimentará con abundancia. Dios nos ha llamado a esta santa Orden para la salud del mundo, y ha establecido este pacto entre nosotros y el mundo: que nosotros demos al mundo el buen ejemplo y que el mundo nos provea de cuanto necesitamos (20). Perseveremos, pues, en la santa pobreza, ya que ella es camino de la perfección, prenda y arras de las riquezas eternas. Y, después de muchas, bellas y devotas palabras e instrucciones sobre esta materia, concluyó: -- Este es el modo de vivir que he determinado para mí y para vosotros. Y, puesto que me voy acercando a la muerte, es mi intención estar a solas y recogido en Dios, llorando ante Él mis pecados. El hermano León, cuando le parezca bien, me traerá un poco de pan y un poco de agua; y por ningún motivo habéis de permitir que se acerque ningún seglar, sino que vosotros responderéis de mi parte. Dichas estas palabras, les dio la bendición y se fue a la celda del haya; y sus compañeros se quedaron en el eremitorio con el firme propósito de poner en práctica las instrucciones de San Francisco. Al cabo de unos días, estaba San Francisco junto a dicha celda y observaba la disposición del monte, extrañado de las grandes hendiduras y grietas de aquellos enormes peñascos; se puso en oración, y durante ella le fue revelado por Dios que aquellas hendiduras tan sorprendentes se habían producido milagrosamente en el momento de la pasión de Cristo, cuando, como dice el evangelista (Mt 27,51), se resquebrajaron las piedras. Y Dios quiso que esto quedase singularmente testimoniado en aquel monte Alverna para significar que en él se había de renovar la pasión de Jesucristo: en su alma, por el amor y la compasión, y en su cuerpo, por la impresión de las llagas. Recibida esta revelación, San Francisco fue a encerrarse en seguida en su celda, y, recogido todo en sí mismo, se dispuso a penetrar el misterio que encerraba. Desde entonces comenzó a gustar con más frecuencia la dulzura de la divina contemplación, y le hacía quedar tantas veces arrobado en Dios, que los compañeros le veían elevado corporalmente de la tierra y en éxtasis fuera de sí. En estos arrobamientos contemplativos le eran reveladas por Dios no sólo las cosas presentes y futuras, sino también los secretos pensamientos y deseos de los hermanos, como lo pudo comprobar en sí mismo, en aquellos días, el hermano León su compañero. Estaba el hermano León sosteniendo por parte del demonio una fortísima tentación, no carnal, sino espiritual, y le vino un gran deseo de tener algún pensamiento devoto escrito de mano de San Francisco, pensando que, si lo tuviera, aquella tentación desaparecería en todo o en parte. Andaba dando vueltas a este deseo; pero, por vergüenza y por respeto, no se atrevía a decírselo a San Francisco; pero si el hermano León no se lo dijo, se lo reveló el Espíritu Santo. San Francisco, en efecto, lo llamó a sí, le hizo traer un tintero, pluma y papel, y con su propia mano escribió una laude de Cristo, conforme al deseo del hermano, y al final trazó el signo de la tau. Después se lo dio, diciendo: -- Toma, amadísimo hermano León, este papel y guárdalo cuidadosamente hasta tu muerte. Dios te bendiga y te guarde de toda tentación. No te desanimes por tener tentaciones, porque cuanto más combatido eres de las tentaciones, yo te tengo por más siervo y amigo de Dios y más te amo yo. Te aseguro que nadie debe considerarse perfecto amigo de Dios mientras no haya pasado por muchas tentaciones y tribulaciones (21). Recibió el hermano León el escrito con suma devoción y fe, y, volviendo al eremitorio, refirió con gran alegría a los compañeros la gracia tan grande que Dios le había concedido con recibir aquel escrito de mano de San Francisco. Se lo guardó y lo conservó cuidadosamente, y con él hicieron más tarde muchos milagros los hermanos. Desde aquel momento, el hermano León comenzó a observar, con gran sencillez y buena intención, y espiar con atención la vida de San Francisco; y por su pureza mereció ver más de una vez a San Francisco arrobado en Dios y elevado del suelo; algunas veces, a una altura de tres brazas; a veces, hasta cuatro; a veces, hasta la copa del haya, y vez hubo que lo vio elevado en los aires a tanta altura y rodeado de tanto resplandor, que apenas podía divisarlo. Y ¿qué hacía en su sencillez el hermano León? Cuando San Francisco estaba elevado del suelo a tan poca altura que él podía alcanzarle, se acercaba sigilosamente, se abrazaba a sus pies y los besaba, mientras decía entre lágrimas: -- Dios mío, ten misericordia de mí, pecador, y, por los méritos de este santo hombre, hazme hallar tu gracia. Un día, entre otros, mientras estaba de esa forma bajo los pies de San Francisco, sin lograr tocarle, porque estaba muy elevado en los aires, vio bajar del cielo una cédula escrita en letras de oro y posarse sobre la cabeza de San Francisco; en la cédula estaban escritas estas palabras: La gracia de Dios está aquí. Y, cuando la hubo leído, vio cómo volvía al cielo. Por el don de esta gracia de Dios que había en él, San Francisco no sólo era arrebatado en Dios por la intensidad de la contemplación extática, sino que a veces era confortado con visiones angélicas. Estaba un día absorto en el pensamiento de su muerte y de la suerte que correría su Orden cuando él ya no viviera, y decía: -- Señor Dios, ¿qué será, después de mi muerte, de esta tu familia pobrecita, que en tu benignidad me has encomendado a mí, pecador? ¿Quién la sostendrá? ¿Quién la corregirá? ¿Quién te pedirá por ella? Y, como seguía orando en estos términos, se le apareció un ángel enviado por Dios, que, animándolo, le dijo: -- Yo te aseguro, de parte de Dios, que tu Orden durará hasta el día del juicio; y que no habrá nadie tan pecador que, si ama de corazón tu Orden, no halle ante Dios misericordia; y nadie que por malicia persiga tu Orden podrá alcanzar larga vida. Y, ademas, ningún hermano que se haga reo en la Orden de grandes pecados podrá perseverar por mucho tiempo en ella, si no enmienda su vida (22). Pero no te entristezcas cuando veas en tu Orden algunos hermanos que no son buenos, que no guardan la Regla como deben, y no pienses que por ello esta Orden va a ir para menos, porque siempre habrá muchos, muchos, que observarán a perfección la vida del Evangelio de Cristo y la pureza de la Regla; y éstos, inmediatamente después de la muerte corporal, irán a la vida eterna sin pasar absolutamente por el purgatorio. Algunos la observarán menos perfectamente, y éstos, antes de ir al paraíso, serán purificados en el purgatorio; pero la duración de la purificación la dejará Dios en tu mano. Mas de aquellos que no guardan absolutamente tu Regla, Dios dice que no te preocupes, porque Él no se preocupa por ellos (23). Dichas estas palabras, el ángel desapareció, y San Francisco quedó del todo animado y consolado. Al acercarse la fiesta de la Asunción de nuestra Señora, San Francisco se puso a buscar un lugar más solitario y más oculto donde poder más a solas pasar la cuaresma de San Miguel Arcángel, que daba comienzo en dicha fiesta de la Asunción. Llamó, pues, al hermano León y le dijo: -- Ve y ponte a la puerta del oratorio del eremitorio de los hermanos, y, cuando yo te llame, vienes. Fue el hermano León y se puso a la puerta; San Francisco se alejó un trecho y llamó fuerte. El hermano León, al oír que le llamaba, acudió a él, y San Francisco le dijo: -- Hijo, busquemos otro lugar más oculto, donde tú no puedas oírme cuando yo te llame. Buscaron, y vieron al lado meridional del monte un sitio oculto y muy a propósito para lo que él deseaba; pero no era posible pasar, porque estaba separado por una hendidura horrible y espantosa en la roca. Con mucho trabajo pudieron colocar un madero a manera de puente y pasaron al otro lado (24). Entonces, San Francisco hizo llamar a los demás hermanos y les dijo cómo tenía intención de pasar la cuaresma de San Miguel en aquel lugar solitario. Les rogó que le preparasen una celdita, de modo que, aunque gritase, no pudiera ser oído por ellos. Preparada la celda, les dijo San Francisco: -- Id a vuestro sitio y dejadme solo, porque es mi intención, con la ayuda de Dios, pasar esta cuaresma lejos de todo ruido y sin distracción alguna del espíritu. Ninguno de vosotros ha de venir aquí y no permitáis que se acerque ningún seglar. Pero tú, hermano León, vendrás una sola vez al día, trayendo un poco de pan y de agua, y otra vez por la noche, a la hora de los maitines. Entonces te acercarás silenciosamente y, cuando estés al extremo del puente, dirás: Domine, labia mea aperies (25). Si yo te respondo, pasas y vienes a la celda, y diremos juntos los maitines; si no te respondo, márchate en seguida. Decía esto San Francisco porque algunas veces estaba tan arrobado en Dios, que no oía ni sentía nada con los sentidos del cuerpo. Dicho esto, les dio la bendición y ellos se volvieron al eremitorio. Llegada, pues, la fiesta de la Asunción, comenzó San Francisco la santa cuaresma, macerando el cuerpo con grandísima abstinencia y rigor y confortando el espíritu con fervientes oraciones, vigilias y disciplinas. Con estos ejercicios fue creciendo de virtud en virtud y disponiendo su alma para recibir los divinos misterios y la divina iluminación, y su cuerpo para sostener las batallas crueles de los demonios, con los cuales con frecuencia tuvo que combatir en forma sensible. Sucedió durante aquella cuaresma que, saliendo un día San Francisco de la celda en fervor de espíritu y yendo a ponerse en oración allí cerca, en la concavidad de una roca, situada a una gran altura sobre un horrible y espantoso precipicio, se presentó de pronto el demonio, acompañado de un fragor y estrépito enorme y con aspecto terrible, y le golpeó, empujándolo para hacerle caer en el precipicio. San Francisco, viendo que no tenía retirada posible y no pudiendo soportar la feroz catadura del demonio, se volvió rápidamente, pegándose a la peña con las manos, con la cara y con todo el cuerpo, mientras se encomendaba a Dios, buscando a tientas con las manos algo donde poder agarrarse. Pero Dios, que no permite nunca que sus siervos sean tentados más allá de sus posibilidades, hizo que en aquel momento la roca a la que se había arrimado cediera, tomando la forma del cuerpo y protegiéndolo; y, como si hubiera puesto las manos y la cara sobre una cera líquida, quedó impresa la huella de la cara y de las manos en la roca. Y así, con la ayuda de Dios, pudo librarse del demonio (26). Pero lo que no pudo hacer entonces el demonio con San Francisco, echarlo por el precipicio abajo, lo hizo más tarde, mucho después de la muerte de San Francisco, con uno de sus queridos y devotos hermanos. Estaba este hermano colocando en aquel mismo lugar algunos troncos para que se pudiera pasar sin peligro, por devoción a San Francisco y al milagro que allí había tenido lugar; y un día que llevaba sobre la cabeza un grueso tronco para colocarlo, el demonio le empujó y le hizo caer al fondo del precipicio con el tronco en la cabeza. Pero Dios, que había librado y preservado a San Francisco de la caída, libró y preservó, por los méritos del Santo, al hermano, devoto suyo, de los peligros de la caída, ya que al caer se había encomendado con gran devoción en alta voz a San Francisco; éste se le apareció al punto, lo tomó y lo posó abajo, sobre las piedras, sin golpe ni lesión alguna. Los otros hermanos que oyeron el grito dado por él al caer, dándolo por muerto y despedazado por la caída de semejante altura sobre los picachos agudos, tomaron unas parihuelas, con gran dolor y lágrimas, y bajaron por la otra parte del monte para recoger el cuerpo despedazado y darle sepultura. Habían descendido ya la pendiente, cuando les salió al encuentro el hermano despeñado llevando en la cabeza el tronco con el que había caído, y venía cantando a voz en cuello el Te Deum, alabando y dando gracias a Dios y a San Francisco por el milagro hecho con un hermano suyo (27). Continuó, pues, San Francisco, como se ha dicho, aquella cuaresma, y, aunque tenía que sostener muchos ataques del demonio, también recibía muchas consolaciones del Señor, no sólo por medio de visitas angélicas, sino también mediante las aves del bosque. Porque sucedió que, durante toda la cuaresma, un halcón que tenía el nido allí cerca, cada noche, un poco antes de los maitines, le despertaba graznando y batiendo las alas junto a su celda, y no se iba hasta que él se levantaba para rezar los maitines. Y, cuando San Francisco se hallaba más fatigado que de ordinario, o débil o enfermo, el halcón, como si fuera una persona discreta y comprensiva, le despertaba más tarde con sus graznidos. Este reloj causaba gran placer a San Francisco, tomando de la solicitud del halcón estímulo para sacudir toda pereza y para darse a la oración; además, de vez en cuando se entretenía con él familiarmente (28). Finalmente, por lo que hace a esta segunda consideración, como San Francisco se hallaba muy debilitado en el cuerpo, así por su rigurosa abstinencia como por los ataques de los demonios, quiso reconfortar el cuerpo con el alimento espiritual del alma, y para ello comenzó a meditar en la gloria sin medida y en el gozo de los bienaventurados en la vida eterna; comenzó también a suplicar a Dios que le concediera la gracia de probar un poco de aquel gozo. Estando en tales pensamientos, de pronto se le apareció un ángel con grandísimo resplandor, con una viola en la mano izquierda y el arco en la derecha; San Francisco le miraba estupefacto, y, en esto, el ángel pasó una sola vez el arco por las cuerdas de la viola; y fue tal la suavidad de la melodía, que llenó de dulcedumbre el alma de San Francisco y le hizo desfallecer, hasta el punto que, como lo refirió después a sus compañeros, le parecía que, si el ángel hubiera continuado moviendo el arco hasta abajo, se le hubiera separado el alma del cuerpo no pudiendo soportar tanta dulzura (29).
Posted on: Sun, 29 Sep 2013 16:39:55 +0000

Trending Topics



Recently Viewed Topics




© 2015