La política exterior occidental en el Mundo árabe, desorientada, recalcitrante y a menudo contradictoria, está impidiendo que las facciones extremistas y violentas del cosmos islámico, corrientes minoritarias todo hay que decirlo, desaparezcan definitivamente de la consideración de la población de estos países. Tan pronto se apoya a los Hermanos Musulmanes en Egipto, para luego apoyar al ejército en contra de las reformas de Mursi una vez ganadas las elecciones limpiamente. O se persigue a esos mismos Hermanos en Arabia Saudí, o se envía a la gendarmería francesa a liquidar a intelectuales y activistas islamistas en Argelia, o se mantiene absoluto silencio sobre las protestas de Yemen, o se bombardea y elimina a Gaddafi, líder laico de una república hereditaria como la de Siria, en la que se interviene indirectamente en el mismo sentido, es decir, en favor de unos aventureros terroristas que lo único que pretenden es hacerse con un trozo del pastel estatal. Los mismos aventureros que solían nutrir las filas de la OLP, o atender la llamada de la yihad en conflictos calientes como el de Afganistán. Con este comportamiento, es natural que la religión no haya sido derrotada aún en esta franja del planeta, puesto que los valores morales y jurídicos de Europa y Estados Unidos, que deberían sustituirla, se están vendiendo por parte de estos últimos bajo una máscara de hipocresía y ventajismo que no se le escapa a nadie.
Posted on: Wed, 03 Jul 2013 20:03:22 +0000