La vida cristiana sólo puede ser vivida en el Espíritu. Ella no - TopicsExpress



          

La vida cristiana sólo puede ser vivida en el Espíritu. Ella no es el resultado del esfuerzo ni de la actividad estéril de la carne. Esta es una lección fundamental que EL HOBRE SEGUN DIOS El hombre original El apóstol Pablo nos enseña a partir de Romanos capítulo 5, que el problema fundamental de cada hombre se halla en la fuente o raíz desde donde se nutre su vida. Previamente nos ha mostrado cómo nuestros pecados nos separaban de Dios, su propósito y su gloria. Y cómo, a continuación, Cristo ha provisto una perfecta obra de reparación, que nos permite reconciliarnos con Dios y ser declarados justos ante sus ojos por medio de la fe en su sangre. Sin embargo, aunque justificados por la fe tenemos paz con Dios, el principal obstáculo para una vida santa continúa actuando aún en nosotros, y necesita ser tratado y removido. Esto explica el porqué tantos creyentes que han conocido la salvación y el perdón de sus pecados, no consiguen, no obstante, vivir vidas santas y libres del poder del pecado. Una y otra vez, aunque se esfuerzan por vencer los pecados que aparecen recurrente-mente en su vida, fracasan y acaban en la confusión y el desaliento. ¿Cómo se explica este fracaso? Para encontrar la respuesta necesitamos comprender, con la ayuda indispensable del Espíritu de Verdad, cómo Dios diseñó originalmente la naturaleza humana, y cómo esta puede y debe ser restaurada al original divino, antes de poder vivir de acuerdo con el carácter y la santidad de Dios. Precisamente acerca de esto nos habla Romanos 5 al 8. Dios creó al hombre con el propósito de que éste llevase su imagen en el mundo creado; es decir, para que fuese la expresión de su carácter y de su gloria. Sin embargo, ¿cómo puede el hombre, una criatura tomada del polvo de la tierra, llevar y expresar la imagen de su Creador? Pues ni aún los ángeles, tanto mayores en fuerza y potencia, fueron creados para un designio tan alto. La respuesta se encuentra en la misma creación del hombre. Dios dijo: «Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza». Las dos palabras resaltadas en la frase anterior, aunque puedan parecer una figura redundante de la poesía hebrea, conllevan, en realidad, un importante significado. La imagen hace referencia al ya mencionado propósito divino de que el hombre exprese su carácter y su gloria en el universo creado. La semejanza, por otro lado, es la clave fundamental para el logro de dicho propósito. Pues Dios posee una naturaleza y una vida por completo distinta a la de cualquier criatura, aun la de los poderosos arcángeles y los llameantes serafines (en realidad, la naturaleza divina se eleva a una distancia infinita por encima de la naturaleza creada). Dios, nos dice la Escritura, es Espíritu (Jn. 4:24). Esta es su naturaleza esencial. Por ello, para poder poseer su imagen, el hombre necesitaba, en primer lugar, una naturaleza semejante a la que Dios posee, capaz de recibir, contener y expresar su vida divina. Por ello, cuando Dios moldeó al hombre del polvo de la tierra, la Escritura nos sugiere que lo hizo tal como un alfarero moldea una vasija de arcilla, pues el nombre Adán (del hebreo adama), procede de una raíz semántica que significa barro rojo (vgr. greda o arcilla). Una vasija tiene por propósito contener algo dentro de sí. Es decir, la mayor parte de ella es un gran vacío interior, cuyo único fin es el ser llenado. En este sentido, la Biblia nos dice que Dios sopló en el hombre aliento de vida, y que fue el hombre un ser viviente (un alma viviente). Pero, en ese instante, cuando el aliento de Dios entró en el hombre tomado de la arcilla de la tierra, plasmó en lo más íntimo de él una cámara secreta que tiene la «forma de su aliento», es decir, su semejanza. Tal vez, un ejemplo nos ayude a entender mejor lo recién afirmado: Una vez vi a un hombre haciendo botellas de manera artesanal. Con un tubo largo de cobre extraía una pequeña gota de vidrio líquido desde un horno ardiente, pegado a uno de sus extremos. Luego, soplaba por el otro extremo y el vidrio comenzaba a inflarse maravillosamente, igual como si fuera un globo. Entonces aquel hombre, sin dejar de soplar, daba rápida y hábilmente forma a una botella, girando el tubo con velocidad. Finalmente, en unos pocos minutos, la botella estaba terminada. Se podía decir que, literalmente, el aliento de ese hombre había dejado su forma en la botella. Del mismo modo, el aliento de Dios plasmó su semejanza en el interior del hombre, cuando entró en él para crear su alma. Entonces, el hombre no sólo tuvo un cuerpo tomado de la tierra, un alma creada por el soplo de Dios (como el exterior de la botella), sino también la forma interior del aliento de Dios (el interior de la botella), semejante en naturaleza al mismo Dios. Es decir, un espíritu. Luego, el hombre fue creado como un ser tripartito, formado por un espíritu, un alma y un cuerpo. Pero el espíritu fue concebido para ser la parte más elevada y rectora del hombre, pues tiene la capacidad de recibir la vida divina dentro de sí y participar así de su naturaleza increada. El espíritu podía ser engendrado por Dios, al recibir dentro de sí la simiente divina, contenida en el árbol de la vida. De ese modo, el hombre habría sido elevado a participar de una vida de unión y comunión con Dios en espíritu. Pero este era el primer paso requerido. Recordemos que, en lo principal, la Escritura nos dice que el primer Adán fue hecho un alma viviente (1 Co. 15:45a). Y que lo animal (lo que pertenece al alma) es primero, y luego lo espiritual. Por ello, el postrer Adán, que es Cristo, es espíritu vivificante (1 Co. 15:45b), mostrando cuál es la meta final de Dios. Esto implica que el alma fue creada para servir al propósito divino. Ella es el asiento de lo propiamente humano, vale decir, de nuestra identidad y personalidad. En ella están la voluntad, la mente y las emociones. Ella era, en unión con el cuerpo, la vasija destinada a expresar la vida y la naturaleza divinas alojadas en el espíritu. Por ello fue creada con una voluntad libre y distinta de la voluntad divina. Pues el propósito de Dios es que el hombre se rinda voluntariamente a la operación de la vida divina, entregando su voluntad a la voluntad del Espíritu, su mente a la mente del Espíritu, y sus emociones a los sentimientos del Espíritu. Este habría de ser un proceso gradual y progresivo de una cada vez más libre y profunda capitulación del alma a la operación de la vida del Espíritu en el espíritu humano. Entonces el hombre llegaría a ser un espíritu vivificante (tras comenzar siendo un alma viviente en su primer estado, con un espíritu aún no desarrollado). El alma fue creada para ser una sierva sumisa y voluntaria del espíritu, quien a su vez tenía la capacidad de unirse a Dios y comunicar su vida, dirección, poder, carácter y autoridad hacia el alma y, por medio de ésta, al cuerpo. Este era el diseño original de Dios para el hombre
Posted on: Sat, 02 Nov 2013 03:33:57 +0000

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