La vida de Sofía Alessandra. Capítulo 1 Aún recuerdo la primera vez que hablé, recuerdo mis primeras palabras: ¿Por qué mamá y papá están gritando?, eran tan solo una pequeña niña ilusa, una niña inocente, una niña que odiaba estar lejos de sus padres. Tenía cinco años, nunca había hablado hasta ese entonces, no lo había hecho porque lo creía inútil, creía que hablar era desperdiciar energía a lo tonto, ese día vi morir a mucha gente, a mi mejor amigo Joel, a mi tía Lucía, al campesino Jeremías, al pastor Josué, vi morir a muchas personas cercanas a mí. Ahora que recuerdo, creo que no me he presentado, mi nombre es Sofía Alessandra, no recuerdo si yo tenía algún apellido, ya que llevo más de mil años sin que alguien los use para llamarme, no recuerdo ni mi propia edad. Como les digo, ese día vi como morían todos a mi alrededor, en especial, vi como mi padre intentaba proteger a mi madre, ella estaba embarazada. Desde ese entonces supe que no podría ser feliz. Era un día algo caluroso, vivíamos en un pueblo algo pequeño, casi todas las casa eran iguales, todas eran de madera, con el techo en forma de uve invertida y una chimenea, en esa época no existía lo que es el vidrio, así que las ventanas eran de paja, eran como cortinas, la calle era de pura tierra, habían rocas y piedras por doquier, ese día era especial, además de lo usual, habían estacas y troncos delgados incrustados en el suelo, habían muchas personas alrededor, yo me encontraba en casa de Doña Perla, su casa se encontraba hasta el final de la calle, hasta allí se escuchaba la bulla de la gente, era la casa más vieja pero con un jardín hermoso, tenía de cualquier tipo de flores que pudieses imaginar, Doña Perla no quería que saliese, no quería que fuera donde la gente se encontraba alterada, debí haberle hecho caso, fui un poco necia y salí por la puerta trasera. Aún viviendo en esa época, existía lo que la gente podía llamar por alcalde, el alcalde del pueblo, claro no con ese nombre se le llamaba sino por “El Señor”. Bueno. Como les iba diciendo, salí de casa de Doña Perla y sigilosamente fui entrando al centro donde la gente se encontraba, allí la gente se encontraba más alterada que cualquier otra, “El Señor” se encontraba en medio de todos, al frente de las estacas, desde donde yo me encontraba, tenía un sombrero algo diferente, muy elegante, jamás había visto uno así, tal vez porque tan solo tenía cinco años de edad. “El Señor” vestía de forma muy elegante, no usaba ropas mal gastadas como la mayoría de los del pueblo, él se encontraba enfrente de todos y cada uno de los que se encontraban allí tenía puesta la atención en él, solo existía él y su discurso. Gente del pueblo – Este exclamaba de una manera poco convencional, tenía una mirada un poco desconcertada, como si lo que estuviese por hacer fuese un pecado –. Creo que se preguntaran porque estas personas están atadas y cubiertas con mantas – La gente cada vez se emocionaba más –. Bueno, la razón es por el hecho de que esta gente – tragó un poco de saliva – está maldita, estas personas han pecado de tal manera que ni el mismísimo Dios las quiere en el cielo, inclusive, dudo que nuestro Dios les haya concedido la vida, en otras palabras, son hijos del Demonio, son seres cuya existencia es una blasfemia, por lo que todo aquel que se encuentre a su lado será maldecido, lo que nos lleva a que – volvió a tragar saliva-nuestro pueblo ha sido maldecido desde el momento que estas personas tocaron nuestras tierras – la gente cada vez más se alteraba más y más –. Desde que esta gente comenzó a vivir con nosotros lo único que nos ha causado es que poco a poco la gente de aquí fallezca, solo nos han traído penas y desgracias; por ejemplo: Hace unos días el campesino Javier falleció, y vaya coincidencia que fue cerca de la casa de Jeremías en la noche, sé que se preguntarán el porqué de afirmar que la muerte de Javier fue causada por esta gente, ¿me equivoco?, ¿por qué insinúo que Jeremías es responsable de la muerte de Javier?. La cuestión es que se escuchan los rumores de que los asesinatos solo se dan en las noches, y estas personas nunca salen en el día, ¿o acaso miento?. Mejor les enseño el porqué de su no salir de día – “El Señor” se acercó a uno de los que se encontraban cubierto por las mantas, era una figura algo pequeña – y así entenderán porqué digo todo esto. Esta persona de aquí es un niño que fue capturado, él se encontraba junto al cadáver de Javier – le quitó la manta al niño, era el hijo de Jeremías. Extrañamente él niño no sabía que era lo que sucedía, parecía que se estaba quemando, se llenó de ampollas todo su cuerpo, estas se reventaban, cada vez eran más y más ampollas, el niño gritaba de dolor, se quemaba vivo, creo que ahora entendía porque su padre le decía que nunca saliese de día -. ¡Papá!, ¿Dónde estás? – el niño tiraba gritos ahogados, las lágrimas invadían su rostro – ¡Me quemo!, ¡duele!. Siento que estoy derritiéndome, se me cae la piel, ¿Papá dónde estás? – la pie se le caía, y la sangre del pobre niño manchaba la tierra, la gente lo miraba con temor, algunos lo miraban con odio y muy pocos con dolor –. Tu padre no hará nada para ayudarte ya que lo tenemos atado de la misma manera que tú. El niño no entendía que sucedía pero sus heridas sanaban por si solas, toda la gente miraba con asombro, aunque cada vez que se quemaba más, tardaba más en sanar sus heridas, como un ciclo casi infinito. Era como si su fuerza vital fuese desapareciendo ya que poco a poco dejaron de sanar sus heridas llegando al punto en el cual ya solo se veía el cuerpo del niño lleno de ampollas, con pedazos de carne evaporándose, luego, cuando ese poder de sanar desapareció por completo, el cuerpo del niño se hizo polvo en un estallido. Seguidamente, “El Señor” fue quitándoles las mantas a todas las veinte y tres personas que se encontraban allí e igual que el pobre niño sus cuerpos comenzaban a llenarse de ampollas, se quemaban vivos. Habían algunas personas que no pasaban por ello, es decir, habían seres humanos entre esa gente que agonizaba, para ser exactos una mujer, tres hombres y dos niños, la mujer estaba embarazada, era mi madre. Tuve que contenerme ya que Doña Perla me había dicho que nunca dijera que ella era mi verdadera madre; para todos los demás, sin contar a ella ni a mí, yo era la hija de Perla Escarlata Garrovica Sofía, Alessandra Garrovica, ciertamente les había dicho que no recordaba mi apellido, y es cierto ya que ese no era mi apellido verdadero. Bueno como les decía, las personas que si se estaban quemando gritaban de dolor, los niños eran los que más sufrían pero para “El Señor” ello no bastaba, se acercó a la mujer embarazada, tomó un hacha que se encontraba cerca de allí, y antes de realizar lo que cambiaría mi forma de ver la vida, se secó el sudor de la frente dio un suspiro algo agotador, le movió el cabello con el hacha, luego miró a los dos niños que estaban a un lado de ella, de último miró al muchacho que se encontraba allí, “El Señor” tenía su mirada fija en la gente que no se quemaba. ¿Creen qué me engañaran?, No sé porque no están sufriendo como el resto pero… - Alzó el hacha, el brillo del sol se reflejo por un segundo, la gente gritaba mátenlos, “El Señor” dudaba en hacerlo pero al final cedió bajo la presión del pueblo –. Los primeros en ser asesinados por las manos de “El Señor”, fueron los dos niños, fueron decapitados en frente de todo el pueblo, claro Doña Perla no estaba allí. Las dos cabezas de los niños rodaron, la sangre no estaba de por más, los padres, que eran una mujer bastante hermosa que se quemaba y un hombre algo robusto que ardía de dolor por las ampollas, soltaban lágrimas amargas de dolor, la mujer cedió ante el dolor de quemarse viva y perdió el conocimiento, luego de unos minutos ella también se volvió polvo en un estallido mientras que el padre casi perdía la razón, aún sí comenzó a forzar su cuerpo, intentaba romper las cadenas, quería vengar la muerte de sus hijos. Luego, los tres hombres que se encontraban en las mismas que la mujer embarazada fueron decapitados por la misma hacha...... .....------Continuará
Posted on: Thu, 08 Aug 2013 03:59:06 +0000
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