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Lea autores de su ciudad, ayuda a mantener el medio ambiente. Una mano por Isma Origlia Estamos en el patio de una casa modesta pero aplicada. El pasto es de un verde joven y estridente. Parece tierno. Dan ganas de comerlo, o al menos de intentar hacerlo. Está cortado con una dedicación y un cuidado enfermizo. Dan ganas de medirlo, también. Mi tía termina de sentarse. Los sillones son cuatro y son de hierro, duros, pesados, pintados de blanco con evidente descaro y sin diluir. Los almohadones en el respaldo y la base son de un amarillo tímido, ya percudido, y son también duros y ásperos, casi como de castigo. Mi tía apoya su mano ortopédica sobre la mesa del jardín, que es un redondel de vidrio sostenido por una estructura de hierro, pintada también de blanco por la misma mano obtusa. Desencastra el falso miembro del muñón usando su mano buena, su única mano en realidad, y allí la deja. Recién acaban de disponer la mesa para merendar y la mano queda a la par de una platina de acero inoxidable donde reposan unas masitas finas, con glaseado mitad rosa mitad blanco, apiladas en forma de pirámide, no estrictamente. Inclino la cabeza buscando algo que sea de chocolate. No hay. -¿Qué buscas?- me pregunta mi tía. -Nada- le digo. -Me hace picar- nos dice. -¿Qué?- pregunta mi madre. -La mano- dice mi tía. -Y sácatela- la alienta mi madre, a pesar de que ya lo hizo.- ¿Es cómoda?- pregunta. -Y, no, pero para ir a misa o a hacer las compras me sirve- nos dice mi tía, y le da una fuerte chupada al mate. Mi madre parece ansiosa. Junta determinación. Finalmente habla: -A ver-, dice, y estira la mano hacía la prótesis dibujando con su brazo un puente en arco sobre la mesa. Mi tía se la termina de alcanzar. La prótesis pasa frente a mis ojos y llego a distinguir piel seca y muerta, pegada al borde del hueco donde estaciona el muñón. Mi madre atrapa la mano. Vuelve a sentarse. La acomoda en su regazo. La mira. La aprieta con ganas. Después con rabia. La miro. Pienso en cuanto me gustaría disuadirla de hacer eso. -¿Dónde la compraron?- le pregunta a mi tía. -¡En Italia!- responde enseguida, y se altera. -Es dura. Yo pensé que era más esponjosa- dice mi madre. Ahora está claramente sorprendida. -Parece- dice mi tía.- Pero no, es dura- y durante el trámite de alcanzarle un mate a mi madre me pregunta como ando. Es tendenciosa. Estuve unos días en el hospital. “Bien, por lo menos tengo las dos manos”, pienso. -Bien- le digo. -Volviste al restorán- ni pregunta ni afirma. -Sí. -Te gusta, ahí, a vos. -No- le digo, y la miro. Sé que cree que tengo cara de loco (ojos de loco en todo caso). Mira para otro lado. Después se mira la punta de los pies. Parece esperar algo. Yo le vuelvo a mirar por enésima vez el muñón. Parece la punta de una baguete. Finalmente mira a mi madre. Le reclama el mate. Mi madre se mira las manos. En una tiene el mate y en la otra la mano ortopédica. Apura al primero y me lo alcanza. -Pasale a la tía- me dice. Agarro el mate y se lo paso. -Esta refrescando- dice mi tía. Tiene razón. Tirita y atrapa el cuenco con la mano. Yo miro el cielo, que se está cargando de grises, uno, dos segundos, y enseguida algo me llama la atención por el flanco derecho de mi visión periférica. Es mi madre. Amaga a rasguñarme con la mano ortopédica. Yo muevo un poco la cabeza hacia el costado opuesto del embate de la prótesis y, sin hacer mucho esfuerzo, logro esquivarla. Ahora me alcanza la mano como corresponde. -Tomá, pasale a la tía- me dice. -Pasasela vos, conchuda. (Una epifanía menemista que me vino a visitar en septiembre del 2013) poloseckix.blogspot.ar/
Posted on: Sat, 07 Sep 2013 19:34:57 +0000

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