Lectio: 33º Domingo del tiempo ordinario Domingo, 17 - TopicsExpress



          

Lectio: 33º Domingo del tiempo ordinario Domingo, 17 Noviembre, 2013 El discurso de Jesús sobre el final de los tiempos Lucas 21, 5-19 Queridos Amigos, el mensaje bíblico de este domingo contiene una fuerte tensión escatológica. En el centro de las lecturas sobresale la figura de Dios, Señor y Juez de la historia, en cuyas manos está el destino último del hombre y del cosmos. La perspectiva del fin del mundo no debe suscitar inquietudes y temores apocalípticos. Para el cristiano, el final no es destrucción, sino plenitud. La perspectiva del fin del mundo y de la historia más bien estimula al discípulo de Jesús a un compromiso serio, humilde y paciente en el presente, a través de la vivencia y el anuncio de los grandes valores del Reino de Dios. La primera lectura (Mal 3,19-20) Está tomada del último libro profético del Antiguo Testamento, escrito probablemente hacia el siglo V a. C, durante la gran reforma político-religiosa de Esdras y Nehemías, después del exilio. Malaquías habla de la llegada del “día del Señor”, (v. 19), utilizando una categoría teológica que en la Biblia hace referencia al juicio de Dios sobre la historia humana. El “día del Señor” es el evento decisivo y determinante de toda la historia de la humanidad, en el cual Dios juzgará todo el “hacer” del hombre a través de los siglos e instaurará definitivamente su reino de justicia y de paz en un mundo renovado. Malaquías imagina este día como fuego que arde implacable, purificando y transformando, “ardiente como un horno” (v. 19). Sirviéndose del símbolo profético y apocalíptico del fuego, el profeta hace referencia a la gran transformación final del mundo y a la sentencia inapelable de Dios sobre la historia. Malaquías quiere despertar las conciencias indiferentes y llamar a una conversión radical delante de las exigencias éticas del Dios de la alianza. En aquel día terrible, “los arrogantes y malvados no serán más que paja” (v. 19). Solamente podrán sobrevivir los que han sido fieles a Dios. Para ellos, “se levantará un sol victorioso que trae la salvación entre sus rayos” (v. 20). En aquel juicio final sobre los hombres, se manifestará un “fuego” que consume a los malvados como paja y un “sol” que protegerá y asegurará la vida a los justos. La segunda lectura (2 Tes 3,7-12) Es un testimonio del modo con el cual Pablo se oponía a las esperanzas mesiánicas impacientes y a las hipótesis escatológicas espiritualistas que existieron en la iglesia primitiva. El texto es un fuerte llamado al trabajo cotidiano y al compromiso diario, sin evasiones alienantes de corte apocalíptico. Pablo se opone duramente a los que utilizan la segunda venida del Señor para “vivier ociosamente y metiéndose en todo” (v. 11). Recurre a su propio ejemplo de apóstol que libremente ha aceptado la dimensión del trabajo manual en su vida (vv. 8-9). Creyendo firmemente en el regreso de Cristo, Pablo no descuidó sus ocupaciones cotidianas, sino que “trabajó con esfuerzo y fatiga día y noche para no ser una carga a ninguno” (v. 8). De ahí que recomiende que “el que no quiera trabajar, que no coma” (v. 10). La despreocupación por el propio quehacer diario, la constante exaltación espiritualista y las preocupaciones obsesivas de tipo apocalíptico, representan una contradicción con la fe cristiana. El evangelio (Lc 21,5-19) Forma parte del largo discurso escatológico de Jesús en el evangelio de Lucas (Lc 21,5-38). Mientras se encuentra en las cercanías del Templo (Lc 21,1) y oye hablar del esplendor de su construcción y de las ofrendas que en él se depositaban, Jesús declara a sus discípulos el final de aquel edificio tan amado para los hebreos: “Vendrá un día en que de estas cosas que veis, no quedará piedra sobre piedra. ¡Todo será destruido!” (Lc 21,6). El final del Templo, no es sólo un signo profético del abandono de Dios como consecuencia de la ruptura de la alianza (Ez 10,18), sino que representa un evento histórico decisivo que marca el final de un mundo cultural y religioso. El final del Templo y de la Jerusalén histórica es símbolo del final de toda la historia. Ante la declaración de Jesús, los discípulos lo interrogan: “Maestro, ¿cuándo será todo eso? ¿Cuál será la señal de que esas cosas están a punto de suceder” (v. 7). Están preocupados por el “cuándo” y el “cómo” (los signos). Jesús, sin embargo, no cede ante esa banal curiosidad y no hace ningún tipo de previsión apocalíptica, sino que orienta hacia la actitud existencial de compromiso y de esperanza con la cual hay que vivir en el presente. Lucas prefiere poner el acento del discurso de Jesús en el peligro de los falsos mesías que podrían instrumentalizar la fe para seducir a la comunidad creyente, conduciéndola a la idolatría y, por tanto, a la crisis (v. 8). Los dos falsos anuncios mesiánicos: “yo soy” y “el tiempo está cerca”, indican que estos supuestos mesías se auto-proclamarán iniciadores del tiempo final, pero en realidad ellos no pertenecen al orden de los eventos que preanuncian la conclusión de la historia, ni son “signo” de que el final está cerca. A continuación Jesús invita a no dejarse turbar por los conflictos bélicos y sociales (v. 9). Estos eventos que están bajo el control de Dios, no son todavía los signos que indican que la historia está llegando a su fin. Jesús retoma el discurso anunciando conflictos étnicos y nacionales, calamidades naturales y hechos aterrorizante en el cielo. Se trata de un lenguaje totalmente metafórico que no hace referencia a acontecimientos concretos. “Los terremotos, el hambre y las cosas espantosas y las grandes señales en el cielo” (v. 11), son imágenes apocalípticas que intentan revelar una verdad más profunda. En la tradición apocalíptica, en efecto, los cataclismos histórico-cósmicos son símbolo de la intervención de Dios en la historia, sobre todo en relación con el juicio divino sobre la humanidad. Jesús no está haciendo ningún tipo de previsión del futuro o indicando señales concretas que anunciarían el fin del mundo. Simplemente utiliza un lenguaje conocido en su tiempo para estimular a sus oyentes a la conversión y a la seriedad delante de las exigencias de Dios, Señor y Juez de la historia. Antes de que llegue la intervención final de Dios como juez, la comunidad cristiana sufrirá el conflicto y la persecución. Su actividad misionera y evangelizadora provocará una serie de violentas reacciones de parte de los dominadores de este mundo que se oponen al proyecto del Reino (v. 12). Toda esta dolorosa situación es por causa de Jesús (v. 12: “por causa de mi nombre”). Por eso tal hostilidad, que aparentemente es negativa para la comunidad, es en realidad ocasión para dar “testimonio” (v. 13). La misma oposición del mundo se vuelve para los creyentes una oportunidad positiva para anunciar el nombre de Jesús. La invitación a no preparar la defensa cuando el discípulo es llevado a los tribunales, no es un incentivo para la improvisación, sino un estímulo a confiar únicamente en la acción de Jesús, el Resucitado, que inspirará palabras de sabiduría a los suyos (v. 15). Jesús asegura la fuerza del Espíritu como sostén del testimonio cristiano (Lc 12,12). El rechazo de los discípulos no vendrá sólo de fuera, de las autoridades y de los paganos, sino también de los parientes y amigos (v. 16). No sólo las relaciones sociales y políticas se ven amenazadas a causa de la adhesión de fe al nombre de Jesús, sino también aquellas más íntimas del ámbito familiar. Ninguna relación queda excluida del conflicto a causa de la adhesión a Jesús: “Seréis odiados de todos por causa de mi nombre” (v. 17). A pesar del odio del que serán objetos los discípulos, Jesús les asegura protección: “No perecerá ni un cabello de vuestra cabeza” (v. 18). Su promesa es fuente de confianza y de consuelo para el discípulo perseguido. La frase final, de corte parenético, explicita mejor el significado de la salvación anunciada por Jesús: “Con vuestra perseverancia, os salvaréis” (v. 19). El don de la salvación se alcanza viviendo con perseverancia y fidelidad al evangelio. Jesús nos asegura que la historia un día llegará a su fin, pero no hace elucubraciones fantasiosas sobre las coordenadas temporales precisas del evento. Nos invita sobre todo a leer los signos de los tiempos como estímulo constante para la conversión y la misión de dar testimonio de su nombre. La comunidad cristiana, antes de que llegue ese día terrible, el “día del Señor”, en el que toda la tierra comparecerá ante Dios, tiene una misión que cumplir en medio de hostilidades y conflictos. Jesús le asegura, sin embargo, sabiduría y protección. 1. Oración inicial Padre Santo, tú que has creado el cielo, la tierra , el mar y cuanto en ellos hay, tú que por medio del Espíritu Santo por boca de nuestro padre David, tu siervo, dijiste: ¿Por qué braman las gentes y los pueblos meditan cosas vanas? Los reyes de la tierra han conspirado y los príncipes se han confederado contra el Señor y contra su Ungido; Extiende la mano para que se realicen curaciones, milagros y prodigios en el nombre de tu santo siervo Jesús (Act. 4,24-25.30)”. Llénanos de tu Espíritu como lo hiciste con los apóstoles después de esta plegaria, en los tiempos de prueba, para que también nosotros podamos anunciar la Palabra con franqueza y dar testimonio como profetas de esperanza. 2. Lectio a) El contexto: El pasaje se relaciona con el comienzo del discurso de Jesús sobre el final de los tiempos. El pasaje 21,5-35 es toda una unidad literaria. Jesús se encuentra en Jerusalén, en los atrios del Templo, se acerca la hora de su Pasión. Los Evangelios sinópticos (ver también Mt 24; Mc 13) hacen preceder al relato de la pasión, muerte y resurrección, el discurso llamado “escatológico”. La atención no va puesta sobre cada palabra, sino sobre el anuncio del acontecimiento total. La comunidad de Lucas ya tenía conocimiento de los sucesos relacionados con la destrucción de Jerusalén. El evangelista universaliza el mensaje y pone en evidencia el tiempo intermedio de la Iglesia en espera de la venida del Señor en la gloria. Lucas hace referencia al final de los tiempos en otras partes (12,35-48; 17,20-18,18). b) Una posible división del texto: Lucas 21, 5-7: introducción Lucas 21, 8-9: advertencia inicial Lucas 21, 10-11: las señales Lucas 21, 12-17: los discípulos puestos en la prueba Lucas 21, 18-19: protección y confianza c) El texto: 5 Como algunos hablaban del Templo, de cómo estaba adornado de bellas piedras y ofrendas votivas, él dijo: 6 «De esto que veis, llegarán días en que no quedará piedra sobre piedra que no sea derruida.» 7 Le preguntaron: «Maestro, ¿cuándo sucederá eso? Y ¿cuál será la señal de que todas estas cosas están para ocurrir?» 8 Él dijo: «Mirad, no os dejéis engañar. Porque vendrán muchos usurpando mi nombre y diciendo: `Yo soy y `el tiempo está cerca. No les sigáis. 9 Cuando oigáis hablar de guerras y revoluciones, no os aterréis; porque es necesario que sucedan primero estas cosas,Lucas 21, 5-19pero el fin no es inmediato.» 10 Entonces les dijo: «Se levantará nación contra nación y reino contra reino. 11 Habrá grandes terremotos, peste y hambre en diversos lugares, habrá cosas espantosas y grandes señales del cielo. 12 «Pero, antes de todo esto, os echarán mano y os perseguirán, os entregarán a las sinagogas y cárceles y os llevarán ante reyes y gobernadores por mi nombre; 13 esto os sucederá para que deis testimonio. 14 Proponed, pues, en vuestro corazón no preparar la defensa, 15 porque yo os daré una elocuencia y una sabiduría a la que no podrán resistir ni contradecir todos vuestros adversarios.16 Seréis entregados por padres, hermanos, parientes y amigos, y matarán a algunos de vosotros. 17 Todos os odiarán por causa de mi nombre. 18 Pero no perecerá ni un cabello de vuestra cabeza.19 Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas. 3. Momento de silencio orante Para que la Palabra de Dios pueda entrar en nuestro corazón e iluminar nuestra vida. 4. Algunas preguntas a. ¿Qué sentimientos me embargan: angustia, espanto, seguridad, confianza, esperanza, duda...? b. ¿Dónde está la buena noticia en este discurso? c. ¿Amamos lo que esperamos y nos conformamos a sus exigencias? d. ¿Cómo reacciono en la pruebas de mi vida de fe? e. ¿Puedo hacer una conexión con los sucesos históricos actuales? f. ¿Qué puesto tiene Jesús hoy en la historia? 5. Meditación a) Una clave de lectura: No nos dejemos arrastrar por las convulsiones exteriores, típicos del lenguaje apocalíptico, sino de los interiores, necesarios, que preanuncian y preparan el encuentro con el Señor. Aunque estamos conscientes que también hoy, en diversas partes del mundo se viven situaciones “apocalípticas”, es posible también una lectura personalizada, ciertamente no evasiva que dirige la atención sobre la responsabilidad personal. Lucas, respecto a los otros evangelistas, subraya que no ha llegado el final, que es necesario vivir la espera con empeño. Abramos los ojos sobre las tragedias de nuestro tiempo, no para ser profeta de desventuras, sino valerosos profetas de un nuevo orden basado en la justicia y la paz. b) Comentario: a. Como algunos hablaban del templo, de cómo estaba adornado de bellas piedras y ofrendas votivas, él dijo: Probablemente Jesús se encuentra en los atrios del templo, considerado el sitio señalado para los dones votivos. Lucas no especifica quiénes son los oyentes, es dirigido a todos, universaliza el discurso escatológico. Este discurso puede referirse al final de los tiempos, pero también al final de cada persona, del propio tiempo de vida. En común está el encuentro definitivo con el Señor resucitado. b. “De esto que veis, llegarán días en que no quedará piedra sobre piedra, que no sea destruida” Jesús introduce un lenguaje de desgracias (17,22; 19,43) y vuelve a repetir las admoniciones de los profetas con respecto al templo (Micheas 3,12: Jer 7,1-15; 26,1-19). Es también una consideración sobre la caducidad de toda realización humana, por más maravillosa que sea. La comunidad lucana ya conocía la destrucción de Jerusalén (año 70). Consideremos nuestra conducta con las cosas que perecen con el tiempo. b. c. Le preguntaron: “Maestro, ¿cuándo sucederá eso? Y ¿cuál será la señal de que todas estas cosas están para ocurrir?”. Los oyentes están interesados sobre los sucesos trastornantes exteriores que caracterizan este acontecimiento. Jesús no responde a esta específica pregunta. El “cuándo” no lo coloca Lucas en relación con la destrucción de Jerusalén. Subraya que “ el fin no es inmediato” (versículo 9) y que “ antes de todo esto...” (v. 12) deberán acontecer otras cosas. Nos interroga sobre la relación entre los acontecimientos históricos y el cumplimiento de la historia de la salvación. Los tiempos del hombre y los tiempos de Dios. d. Él dijo: Mirad, no os dejéis engañar. Porque vendrán muchos usurpando mi nombre y diciendo: «Yo soy» y «el tiempo está cerca». No les sigáis. Lucas, a diferencia de los otros evangelistas, añade la referencia al tiempo. La comunidad de los primeros cristianos está superando la fase de un regreso próximo del Señor y se prepara al tiempo intermedio de la Iglesia. Jesús recomienda no dejarse engañar o mejor, no ser seducidos por impostores. Hay dos tipos de falsos profetas: los que pretenden venir en nombre de Jesús diciendo “soy yo” o los que afirman que el tiempo ha llegado, que ya se conoce la fecha (10,11; 19,11). e. “Cuando oigáis hablar de guerras y revoluciones, no os aterréis; porque es necesario que sucedan primero estas cosas, pero el fin no es inmediato” También los acontecimientos bélicos, y hoy diremos, la acciones terroristas, no son principio del fin. Todo esto sucede, pero no es la señal del final (Dn 3,28). Lucas quiere prevenir la ilusión del final inminente de los tiempos con la consiguiente desilusión y abandono de la fe. f. Entonces les dijo: “Se levantará nación contra nación y reino contra reino, g. Habrá grandes terremotos, peste y hambre en diversos lugares, habrá cosas espantosas y grandes señales del cielo”. La frase: “entonces les dijo” es una vuelta al discurso después de las advertencias iniciales. Estamos en pleno lenguaje apocalíptico que quiere decir revelación (Is 19,2; 2Cor 15,6) y ocultamiento o velación al mismo tiempo. Se usan imágenes tradicionales para describir la aceleración del cambio de la historia (Is 24,19-20; Zc 14,4-5; Ez 6,11-12, etc.). Lo imaginario catastrófico es como un telón que oculta la belleza del escenario que está detrás: la venida del Señor en la gloria (v.27). h. Pero, antes de todo esto, os echarán mano y os perseguirán, os entregarán a las sinagogas y cárceles y os llevarán ante reyes y gobernadores por mi nombre. j. Esto os sucederá para que déis testimonio. El cristiano está llamado a conformarse con Cristo. Me han perseguido a mí, también os perseguirán a vosotros. Lucas tiene presente la escena de Pablo delante del rey Agripa y del gobernador Festo (Act. 25,13-26,32). He ahí pues el momento de la prueba. No necesariamente bajo forma de persecución. Santa Teresa del Niño Jesús ha sufrido por 18 meses, desde el descubrimiento de su enfermedad, la ausencia de Dios. Un tiempo de purificación que prepara al encuentro. Es la condición normal del cristiano, la de vivir en una sana tensión, que no es frustración. Los cristianos están llamados a dar testimonio de la esperanza de la que están animados. k. Proponed, pues, en vuestro corazón no preparar la defensa, l. yo os daré una elocuencia y una sabiduría a la que no podrán resistir ni contradecir todos vuestros adversarios. Llega el momento de poner la confianza total en Dios, sólo Dios basta. Es aquella misma sabiduría con la que Esteban refutaba a sus adversarios (Act 6,10). Se le garantiza al creyente la capacidad de resistir a la persecución. m. Seréis entregados por padres, hermanos, parientes y amigos, y matarán a algunos de vosotros; n. Todos os odiarán por causa de mi nombre. Para recordar la protección divina asegurada en los momentos de prueba. Está garantizada también al creyente la custodia de su integridad física. o. Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas. La perseverancia (confer también: Act 11,23; 13,43; 14,22) es indispensable para producir fruto (8,15), en las pruebas cotidianas y en las persecuciones. Quiere decir el “permanecer” en Cristo del que habla Juan. La victoria final es cierta: el reino de Dios será instaurado por el Hijo del hombre. Es necesario ahora ser perseverantes, vigilantes y en oración (v.36 y 12,35-38). El estilo de vida del cristiano debe convertirse en signo del futuro que vendrá. 6. Oración: Salmo 98 Cantad al Señor un cántico nuevo ¡Aclama a Yahvé, tierra entera, gritad alegres, gozosos, cantad! Tañed a Yahvé con la cítara, con la cítara al son de instrumentos; al son de trompetas y del cuerno aclamad ante el rey Yahvé. Brame el mar y cuanto encierra, el mundo y cuantos lo habitan, aplaudan los ríos, aclamen los montes, ante Yahvé, que llega, que llega a juzgar la tierra. Juzgará el mundo con justicia, a los pueblos con equidad. 7. Contemplación Padre bueno, cuyo reino es todo amor y paz, crea tú mismo en nuestra alma aquel silencio que te es necesario para comunicarte con ella. Obrar tranquilo, deseo sin pasión, celo sin agitación: todo esto no puede provenir sino de ti, sabiduría eterna, actividad infinita, reposo inalterable, principio y modelo de la verdadera paz. Tú nos ha prometido esta paz por boca de los profetas, la has hecho llegar por medio de Jesucristo, y se nos ha dado la garantía con la efusión de tu Espíritu. No permita que la envidia del enemigo, la turbación de las pasiones, los escrúpulos de la conciencia, nos hagan perder este don celestial, que es la prenda de tu amor, el objeto de tus promesas, el premio de la sangre de tu Hijo. Amén (Teresa de Ávila, Vida, 38,9-10) Recuerda que: Al final del año litúrgico y antes de proclamar la definitiva victoria de Jesucristo, Rey del Universo, la Palabra de Dios nos enfrenta con la dimensión escatológica de nuestra fe: el problema del fin del mundo. Lucas, igual que los otros evangelistas, insiste en no dar importancia a la hipotética fecha de ese fin del mundo, que ni sabemos, ni, al parecer, podemos saber. Subraya, en cambio, la finitud y caducidad de las realidades de este mundo, y nos invita a fijar nuestra atención en las dimensiones permanentes y definitivas que ya están operando en nuestra vida, y hacer la elección correspondiente. Decía Chesterton que cuando los hombres son felices crean instituciones. Con su peculiar perspicacia, hacía notar que los seres humanos tratamos de atrapar, conservar y prolongar por este medio nuestras experiencias afortunadas, nuestros momentos de dicha. Es una gran verdad. El problema es que también las instituciones envejecen y acaban pereciendo. Por ello, el esplendor, la fuerza, la belleza que adornan ciertos logros del ingenio del hombre, pese a su indudable valor, están también afectados por la caducidad de todo lo humano. Jesús lo constata hoy a propósito de la admiración que el lugar más sagrado de Israel suscita en sus discípulos. La piedra y los exvotos del templo, su esplendor externo, no están llamados a perdurar, todo está condenado a la destrucción. En esta profecía de Jesús se refleja muy probablemente la traumática experiencia de la destrucción del templo de Jerusalén en el año 70. Incluso lo que nos parece más sagrado y firme está sujeto a la desaparición, por lo que hemos de fijar nuestra mirada más allá de las apariencias externas, como las piedras y los exvotos. Acto seguido Jesús nos advierte de dos peligros aparejados al trauma de la fugacidad de nuestra condición temporal. El primero consiste en pensar que las catástrofes naturales (terremotos, epidemias, etc.) y humanas (guerras y revoluciones) las provoca Dios para anunciar amenazante el próximo fin del mundo. Jesús en ningún momento atribuye a la acción de Dios esas desgracias. Más bien hay que entender que todas ellas son expresión de la limitación propia del mundo: de la limitación física (los acontecimientos físicos y naturales) y moral (las acciones del hombre, autor de guerras e injusticias). Unas y otras nos avisan de que no es posible poner en ellas nuestra fe y nuestra confianza definitiva. Pero esto no significa que “el final vendrá enseguida”. Es decir, no es posible, en virtud de un supuesto inminente fin del mundo, desentenderse de los asuntos cotidianos, como, al parecer, hicieron algunos en las primeras comunidades cristianas, y a los que amonesta Pablo con severidad con su palabra y con su propio ejemplo: seguimos sometidos a la ley del trabajo, esto es, de la responsabilidad y del compromiso con las realidades de la vida diaria, en las que precisamente tenemos que dar cuenta de nuestra esperanza y testimonio de nuestra fe. El segundo peligro o tentación de que nos advierte Jesús es el de tratar de superar las intrínsecas limitaciones físicas y morales de nuestro mundo pero dentro de él, instaurando ya, sea por los puros esfuerzos humanos, sea por ciertas confluencias cósmicas, el paraíso en la tierra, una nueva era de paz y armonía, en la que se eliminen o minimicen al máximo todas las causas del sufrimiento humano, y que sería la única salvación a la que nos sería dado aspirar. Los falsos profetas que tratan de usurpar el nombre de Jesucristo, que dicen de múltiples modos “soy yo”, “el momento de la salvación está cerca”, han sido y son legión. Unos lo hacen en nombre de determinadas ideologías políticas, otros en virtud del progreso científico, otros, por fin, apelan a los movimientos de los astros que marcan supuestos años cósmicos (y hay quienes combinan en una macedonia político-científico-mística todos estos motivos). Pero acomodarse a este mundo pasajero como si fuera definitivo es una solución tan falsa como lo es desentenderse del compromiso con la vida cotidiana. Por decirlo gráficamente, si los que se inhiben de sus responsabilidades cotidianas y no trabajan no tienen derecho a comer (y se condenan a morir de hambre), los que trabajan sólo para comer no podrán por ello escapar de la muerte (el particular fin del mundo de cada uno) y del sinsentido que lleva consigo. La destrucción por causas naturales o humanas no debe infundirnos, sin embargo, miedo, pánico o desesperación. Las palabras de Jesús son, más bien, una llamada a la confianza: existen valores y bienes permanentes, que podemos empezar a adquirir ya en esta vida, que no están sometidos a la fugacidad y limitación de este mundo, y que encontramos en plenitud precisamente en Jesucristo. Él es el único Señor y Salvador que, al adquirir la condición humana, se ha sometido ciertamente a las limitaciones físicas y morales propias de este mundo, y las experimenta en su cuerpo, hasta el extremo de padecer la injusticia de la muerte en cruz; pero ahí mismo manifiesta la victoria de la realidad que no pasa, que es el amor y la voluntad salvífica de Dios: Jesús es el verdadero y definitivo templo que atraviesa el fuego purificador de la muerte y, al superarla, se convierte en el sol que ilumina a los que creen en Él. Podemos así hacer la lectura cristiana del terrible tifón que ha azotado las islas Filipinas: no es un castigo de Dios, sino una enorme desgracia, expresión de las limitaciones de nuestro efímero mundo; Cristo está entre las víctimas, sus pequeños hermanos, padeciendo con y en ellas; en esta situación es posible vivir y realizar los valores del Reino de Dios que son más fuertes que la muerte, mediante la ayuda fraterna y solidaria por parte de todos a las víctimas de esta situación. Para los que viven como sí sólo existieran los bienes pasajeros de este mundo, y también para los que viven desentendidos de la responsabilidad que la vida conlleva, los acontecimientos que expresan la limitación y fugacidad de nuestra condición mundana (guerras y terremotos) son como un fuego devorador que quema la paja y consume lo que no está llamado a perdurar: piedras y exvotos, comer y beber. Para los que están afincados en el Dios Padre de Jesucristo las desgracias reales que, igual que todo el mundo, pueden padecer (además de guerras y terremotos, también persecuciones a causa del a fe), no son experimentadas como “el fin del mundo”, causa de pánico y desesperación, sino como ocasiones de testimonio de la esperanza en los bienes no perecederos, que se expresan sobre todo en las obras del amor. Los que eligen los valores permanentes y definitivos de la verdad, la justicia, el amor y el servicio a sus hermanos, valores que en Cristo han encontrado su definitiva expresión, también son probados y purificados en el crisol de ese fuego devorador, pero no son destruidos por él, pues los ilumina el sol de justicia que es Cristo. Estos son los que han sabido dar testimonio, sea en la persecución que a veces se desata contra ellos (por parte de los falsos profetas del paraíso en la tierra), sea en el compromiso cotidiano y perseverante por construir en la ciudad terrena las primicias del Reino de Dios. Ciertamente, cabe que este testimonio tenga en ocasiones un carácter anónimo: hay quienes han elegido la vía del servicio sincero a los hermanos, sin saber que es a Cristo al que están sirviendo (cf. Mt 25, 39-40). Pero para los creyentes ha de ser además un testimonio explícito, que se expresa en palabras de sabiduría, inspiradas por Cristo, y que hablan con especial elocuencia en los momentos de persecución. Aunque no todos los cristianos estamos llamados al martirio (“matarán a algunos de vosotros”, algo que en estos días se está verificando en varios países del mundo), todos estamos llamados a la disposición martirial, esto es, a testimoniar que nuestra fe y nuestra adhesión a Cristo Jesús vale para nosotros más que todos los bienes que podamos adquirir en este mundo. Este mundo nos presiona para que nos pleguemos a él, para que nos acomodemos a sus valores (a sus modas, sus slogans, sus normas de corrección), y lo hace en ocasiones de manera virulenta: mediante la persecución cruenta; otras veces, de manera “light”, ridiculizando o desprestigiando la fe, sus valores y sus exigencias. Ayer como hoy, no hay que tener miedo, sino hacer de todo ello, como nos dice Jesús, ocasión para anunciar lo que realmente vale, lo que no pasa nunca, al Único que nos salva del terremoto y de la guerra, del pecado y de la muerte. Que tengas un buen día, no olvides mirar el archivo adjunto. Aunque a todos les está permitido pensar, muchos se lo ahorran Waleiberi
Posted on: Sun, 17 Nov 2013 20:33:11 +0000

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