Les presento el Capítulo 9 de mi novela de Ciencia Ficción que - TopicsExpress



          

Les presento el Capítulo 9 de mi novela de Ciencia Ficción que espero terminar en estas semanas, espero que les guste! 9. Yo tengo un tatuaje - Usted no me entiende. - Sí, lo entiendo, pero lo que usted me plantea es una locura. (Dijo el Gerente, clavando las dos esferas azules de sus ojos sobre la anatomía desgarbada del Doctor). - Más que locura, estupidez. (Repuso un tercer hombre que llevaba en la cintura un cargador de agujas eléctricas y que en ese momento se asomaba a la ventana que daba directamente hacia la Estación ferroviaria). - Mire, durante siglos existió la lucha de clases... - No me venga con frases de alumno de primer año de sociología, hágame el favor hombre! - ¿Usted cree que va a poder contener por mucho tiempo más a estos grupos? ¿Cree que aumentando la cantidad de policías en las calles va a evitar la organización clandestina de grupetes que sueñan noche y día con arrancarle los ojos y bebérselos en una copa de Martini?¿Piensa acaso que los Cangrejos o los Policías de la ética y la estética están intelectualmente preparados para afrontar una potencial revolución, una sistemática mordedura de tobillos al Sistema? Al decir esto el Doctor Durkheim miró por encima de sus anteojos la figura osca del tercer hombre y repitió "no están intelectualmente preparados". El gigante avanzó con gesto de toro hacia la endeble figura que lo provocaba, lo hubiera arrugado como a un papel, le hubiese cercenado los brazos de un solo tirón si en ese momento no hubiera entrado Franco De Narvál a la precaria oficina. Saludó con una breve inclinación de cabeza, detrás de él tres hombres macizos y con gafas oscuras se cruzaron de brazos y así permanecieron durante todo el tiempo que duró la reunión. De Narvál era un hombre alto, pelirrojo, con un tatuaje en el cuello, dejaba las manos a sus costados para hablar y jamás sonreía, a no ser que una cámara de televisión o fotográfica lo estuviera tomando. Estrechó la mano de Mauro Macro, ambos se miraron duramente a los ojos, sostuvieron las miradas, el clima se iba poniendo tenso, las manos seguían rígidas en el aire en un saludo al óleo, los tres pirineos que escoltaban al pelirrojo apretaron las mandíbulas hasta adquirir la apariencia de bravos bull dogs, el gigantón posó deliberadamente su mano en el cargador de agujas, el Doctor sintió que una oleada de calor le abrasaba la espalda y solo el infinito ladrido de perros en la acera cortaba el filoso silencio que acampaba en el lugar. En ese instante Alcides Durkheim, el eminente Diseñador Social, renegaba de sí mismo, por momentos se insultaba y hasta llegó a pellizcarse el codo derecho con la mano izquierda como si tal acto lo redimiese de la tensión presente o lo pudiera transportar en tiempo y espacio a otra situación humana donde él, justamente él, no fuese el motivo insoslayable de esta reunión. Un pájaro negro desvió la atención de uno de los tres mastodontes, el ave ciega y voluminosa se había quebrado el cuello contra el vidrio cerrado de la ventana, resbalaba lentamente dejando la injuria roja de su tibia sangre como un leve camino trazado para el espanto. Él, el Doctor Alcides Durkheim, se sentaría en soledad de un lado del humilde escritorio y tendría enfrente a esos dos monstruos de la polis más poblada de los restos ígneos de Latinoamérica. Había otras ciudades-cúpula en el continente y, por supuesto, en el resto del mundo pero sin dudas esta era la que mayores densidades demográficas presentaba y, por ende, la que mayores conflictos sociales representaba. Por eso la mirada de otros gobernantes, de lejanas tierras posaban su preocupado entrecejo en esta región: sabían que el sistema se comporta como un dominó, si caía una ficha nadie podía asegurar que el juego entero no se vendría abajo. Él, uno de los ideólogos -en su pasada juventud- de la bioalimentación, reconocido intelectual de los antiguos partidos considerados de Derecha, él estaba encerrado en el cuartucho de un hotel de mala muerte con cuatro orangutanes armados y dos de los hombres mas poderosos de esta metrópoli. Se sentaría frente a ellos y les expondría la teoría de "la sociedad feliz" y les pasaría a explicar las ventajas de este modelo de control social sobre aquel que él -junto a un gran número de gerentes del resto de los continentes- ya consideraba perimido, obtuso, prehistórico y que basaba en la estricta vigilancia y el severo castigo el edificio de la cohesión social. No, era hora de un nuevo progreso, de una buena lavada de rostro; donde la mercancía ocupara el rol policial, higiénico, cohesivo. Señores, les diría cruzando los dedos de sus manos, en varias Ciudades-cúpula del antiguo Estado del Brasil -entre otros lugares del mundo- se ha aplicado esta teoría científica-que se fundamenta en la observación y en la experimentación más rigurosas- con resultados más que exitosos. Por ejemplo, en el año 2030 en la Ciudad-cúpula de Ilheus se registraron 335 atentados materiales y 956 atentados psicológicos contra el modelo de organización social fundamentado en la vigilancia y el castigo, una década después -¡oyeron señores, solo una década!- habiéndose comenzado a aplicar la teoría que fundamenta la cohesión en la felicidad y no en la coerción se registraron tan solo 24 atentados materiales y 105 psicológicos. La teoría no falla porque está originada a partir de las necesidades del Sistema y no del sistema en sus necesidades. Señores, miren, el mundo ha venido cambiando. Si ustedes pretenden dominar a través de la violencia la violencia, si hacen visible el conflicto, más tarde o más temprano la manija explotará y ustedes serán los picaportes que primero pagarán las consecuencias. Ellos quizá, lo mirarían entre incrédulos y desdeñosos o quizá le ordenarían que se fuera si no quería salir despedido por la ventana. En estas cosas pensaba el eminente Doctor Alcides Durkheim cuando las manos de los dos empresarios se dividieron y volvieron a ganar la autonomía perdida por algunos instantes que parecieron eternos. Mauro Macro, esbozando una de sus conocidas sonrisas, invitó a De Narvál a sentarse y la misma gentilidad dirigió al eminente intelectual. - Lindo sitio. Ironizó el señor Franco posando su mirada en torno a sí. - Si nos hubiéramos reunido en el Corregidor primero hubiéramos debido desactivar dos o tres bombas destinadas a que tu culo y el mío empapelaran la Plaza San Martín. Franco De Narvál rió estrepitosamente mientras se acomodaba los puños de su rosada camisa. Los cuatro centuriones parecían haber abandonado la rígida tensión mandibular aunque en sus miradas el frío metálico de la disposición a la muerte permanecía intacto. A través del vidrio de la ventana, manchado con la sangre brillante del pájaro, se veía la reciente llegada de un tren con pasajeros. Varios taxis se agolpaban a la entrada del maxilar edificio. El doctor comenzó a desplegar un plano sobre la rústica mesa. El señor Macro apoyó suavemente la mano en medio del mismo diciéndole "Doctor, yo conozco mejor que usted cada perímetro de esta polis, guarde su mapa, de verdad, lo que no hace falta sobra y por ende molesta", De Narvál observó toda la operación con un gesto de impaciencia en los labios. - Bueno, hombre -dijo el desasosegado pelirrojo- cuéntenos, ¿cómo anda el Viejo Continente? - No muy distinto que acá, pero si más controlado, los jóvenes han alcanzado un nivel de egoísmo alentador y los viejos son ballenatos que solo abren la boca para tragar alimentos o para sorprenderse frente a mismos chistes que vienen mirando hace veinte años en la televisión. Pero, al igual que a ustedes, nos preocupan los grupos de acción. Los hay de todo tipo, están los que se reúnen para leer a Lenin a hurtadillas, están los que reivindican a Bakunin, hay algunos incluso que fueron sorprendidos con páginas de la Biblia dentro de sus calzoncillos. Otros que se juntan a dar abrazos a la gente en plena calle; otros que improvisan cantos colectivos en las plazas. Pero nada grave, señores, se los aseguro. - Pues yo diría que sí es grave. Remarcó De Narvál. Aquí tenemos grupos que solo escriben paredes con letras de poesías! Y al decir esto volvió a soltar una estruendosa carcajada. Poesía! No, si no hay nada que hacerle, son vagos y quieren techo; son vagos y se quejan de tener el estómago vacío. Mauro Macro miraba al pelirrojo e, íntimamente, le agradaba coincidir en los aspectos morales con él, porque -en definitiva- aunque en distintas veredas iban hacia el mismo lugar. - No se burle de la poesía, señor Franco, no se burle. En el viejo Estado de Holanda, donde hoy día se levantan cinco Ciudades-cúpula hubo en el año 2046 una rebelión popular comandada por tres jóvenes poetas. Insuflaban a las masas con palabras ardientes, movilizaban a los jóvenes, conquistaban la libertad moral de las mujeres más sumisas y un enorme contingente de obreros detenía la producción y entonaba versos de Neruda, Rimbaud, Martí, Gelman o Dalton en plena labor fabril. No, señor Franco, ustedes no tienen un problema menor... si los recientes disturbios sociales que los han aquejado -y de los cuales estamos enterados- están siendo comandados por poetas, tienen un serio problema. - Imagino que no se ha molestado hasta aquí para hablarnos de las musas líricas ¿verdad, Doctor Durkheim? Este comentario del Gerente molestó sobremanera al eminente intelectual, al punto que sus mejillas se colorearon de un rojo furia. En lugar de hundirse en la incomodidad, se envalentonó al grado de olvidarse objetivamente de los cuatro mastines de caza. - Claro que no, Señor Macro. Claro que no. Verá, la ex unión europea esta algo preocupada. Ustedes a mí pueden ningunearme, pero a quienes yo represento no. Eso está sabido ¿verdad, Mauro Macro? El gerente debió contener un cachetazo que le hubiera volado el bigote al honorable intelectual. Se limitó a sonreír, pero esta vez sin mística, y se arrellanó en la silla. - Vaya al grano, Doctor. Inquirió el pelirrojo moviéndose en el reducido espacio de su asiento. Vaya directamente al asunto. Dijo subrayando casi como una amenaza el adverbio de modo. -Muy bien. Los intercambios comerciales entre las Ciudades- cúpula de la otrora región sudamericana con las de la zona del antiguo continente son inmejorables. - Eso es correcto. Interrumpió el señor Mauro. ¿Entonces? - Sucede que con las mercancías muchas veces viajan también las ideologías. - Las ideologías están muertas, camarada! Gritó jocosamente De Narvál que había llevado con gracia una mano militar a su sien derecha. - Eso es una idiotez, señor Franco. Eso lo hemos fabricado nosotros los Dominadores para sojuzgar aún más a los Dominados. Para quitarles toda esperanza de acción. No creí que usted o alguno de su clase, pudiera creer realmente que las ideologías hayan perimido. - Bueno, ¿y qué? ¿Qué sucede con eso? - Sucede, señor Mauro, que hemos venido a esta región sur del planeta yo y varios otros emisarios con la orden solapada de aconsejarles que apliquen otro sistema de control que no sea el de la violencia. En ese momento el Doctor Alcides Durkheim iba a dar el preparado ejemplo de Ilheus cuando Mauro Macro se levantó de su silla como un gato erizado. - Mire, Señor Doctor, eso funcionará en su tierra pero no en la nuestra. Históricamente esta ha sido una región de bárbaros, indios, gauchos, negros, villeros, llámelos como quiera, lo mismo da. Sujetos improductivos, incapaces de soportar las horas necesarias de trabajo para hacer de estas tierras un paraíso terrenal. No, Señor Doctor, aquí si usted suelta la rienda se va todo al diablo, ¿me entiende? Ustedes los viejos europeos tienen otra sangre que, ciertamente- envidio. ¿Usted de dónde es, Doctor? - Ex- Alemania. - Ah, la Perra Rubia! ¡Quién pudiera! Dígame, ¿con quién limita al norte su región? - Con la Ex- Dinamarca. - Claro... ¿y al oeste? Dígame, Doctor Durkheim, ¿al oeste, con quién limita? - Con la Ex- Francia, pero no entiendo qué... - No entiende... usted no entiende...claro, y como no entiende estoy yo para explicarle, cosa que luego usted deberá explicar a sus representados. Su región limita al norte con la gran Dinamarca, qué lindo... ¡nosotros limitamos con los sucios bolivianos y con los perezosos paraguayos! ¿¡Me entiende!? Los ojos azules, desencajados, habían tomado casi la tonalidad del rojo. Al formular la última pregunta el Gerente dio un puñetazo angular sobre el escritorio y dejó escapar una gota espesa de saliva que se posó en la fría nariz regordeta del Doctor Durkheim que, para ese entonces, ya había abandonado todo tinte de valor y ni siquiera se atrevió a limpiarse la húmeda bolita con el puño de su camisa. - Y cómo usted no entiende y yo debo explicarle -continuaba Macro- yo le explico, ustedes limitan al oeste con, ni más ni menos, la vieja Francia... ¡nosotros tras esos falsos Alpes tenemos unos pueblos de chilenos que son la peste bubónica de esta región del mundo! No, Doctor, perdonemé; a los negros, palos; a los subversivos, palos; y a esos poetas, cuando los agarremos, palos. A palos se hizo el mundo, Doctor, créame lo que le digo. Y a palos se seguirá haciendo. Uno de los tres guardaespaldas del pelirrojo sonrió imperceptiblemente. El rostro desencajado del Gerente dio por terminada la entrevista. Franco De Narvál aplaudió de pie no sin cierto aire de burla que desconcertó de alguna manera a Macro. El anaranjado atardecer hundía sus desnudas yemas por los cristales del cuartucho del ignominioso hotel. Los tres sujetos se levantaron al unísono de las sillas. - Dígale a sus representados que se despreocupen, con las mercancías solo viajarán sus sombras y nada más. Y si es como usted dice, que aún existen las ideologías: yo tengo un policía para cada ideología, así que duerma tranquilo, mi amigo. El Doctor saludó con una ligera mueca de rostro y salió abriéndose paso entre las tres esfinges que nada le cuestionaron. En el cuartucho quedaron frente a frente los dos empresarios, sin cámaras, sin micrófonos. - Las próximas elecciones son mías Mauro. - Si son tuyas o mías es lo de menos, Franco, ¿te crees que no estoy cansado de toda esta mierda? Si vos fueras el Gerente defenderías los mismos intereses que yo, porque los dos pertenecemos a la misma clase. Somos iguales, Franco. Te juro que me daría lo mismo. Iguales, Franco, somos el mismo. - No, yo tengo un tatuaje.
Posted on: Thu, 01 Aug 2013 23:49:17 +0000

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