Los artistas extranjeros en Cuba La vedette Rosita Fornés, - TopicsExpress



          

Los artistas extranjeros en Cuba La vedette Rosita Fornés, nacida en Nueva York, de padres españoles, se estableció en la Cuba siendo adolescente. MARICE COHN BAND / MIAMI HERALD STAFF Pantalla Completa Compraranterior | próximaImagen 1 de 5 ARTURO ARIAS-POLO [email protected] No hace mucho conversaba con una colega acerca de cuánto se ha hablado sobre el aporte artístico de los cubanos a la cultura mundial y lo poco que se menciona el legado de aquellos artistas foráneos que dejaron sus huellas en la isla. Los ejemplos sobran, y enumerarlos sería interminable, teniendo en cuenta que desde que Cuba es Cuba más de un extranjero terminó aplatanándose en La Habana o pasó temporadas tan largas que se le llegó a considerar “propiedad de la casa”. Casi nadie sabe que Antonio Meucci, un escenógrafo italiano que emigró a La Habana cerca de 1849, volcó toda su experiencia como maquinista de La Scala de Milán en el desaparecido Teatro Tacón, donde concibió escenografías complicadísimas para asombro del público. Pero Meucci no solo se limitó a crear decorados espectaculares. Su mayor aporte al desarrollo de la isla fue la invención de una conexión telefónica entre el teatro y la casa contigua que intentó patentar sin éxito en Estados Unidos. El Tacón también albergó a otro italiano, el maestro Gioavanni Bottesini, conocido como “el Paganini del contrabajo”, que dirigió la orquesta durante varios años y dio a conocer en La Habana óperas de Verdi antes que en muchas capitales de Europa. Por esa misma época la escena cubana comenzó a nutrirse de artistas de ultramar que se quedaban en tierra una vez que sus compañías proseguían sus giras por los países del área. Entre los que llegaron a mediados del siglo XX figura el tenor cómico español Antonio Palacios, pieza clave en el desarrollo del género zarzuelero en la isla y uno de los mentores de la vedette Rosita Fornés, hija de españoles, que siendo adolescente se estableció en La Habana para siempre. Según cuentan, los artistas extranjeros siempre tuvieron las puertas abiertas en Cuba. Al menos, así me lo afirmó la actriz canaria Pituka de Foronda hace 20 años, cuando me comentó que mientras vivió en la isla se sentió “una más”, porque tanto el que llegaba del extranjero como los nacionales tenían las mismas oportunidades de trabajo. De ahí que nadie se opusiera a su participación en La serpiente roja (1937), primer largometraje sonoro cubano, de la cual se enorgullecía. La soprano mexicana Elisa Altamirano fue otra que, sin proponérselo, pasó a los anales de la cultura de la isla en 1932, cuando estrenó Cecilia Valdés, la zarzuela cubana por antonomasia. Como el mundo de antaño era menos complicado que el de hoy los artistas armaban campamento donde encontraban trabajo. Por eso no asombra que el compositor boricua Rafael Hernández, autor de Lamento borincano, se mudara a La Habana en 1920, y viviera algunos años allí, tal como lo haría después su paisana Myrtha Silva, la primera voz femenina que tuvo la Sonora Matancera, a finales de la década de 1940. Fue la época en que, deslumbrado por el exuberante paisaje tropical, el director español Juan Orol filmó en Cuba varios melodramas y convirtió en estrellas, y luego en sus esposas, a María Antonieta Pons y Rosa Carmina. Pero mucho antes de que el creador del “cine de rumberas” mostrara el contoneo de las cubanas, en los eufóricos años 1920, la tiple mexicana Luz Gil encandilaba al público desde el escenario del Teatro Alhambra, una sala “para hombres solos”, donde protagonizó La danza de los millones y otros sainetes de actualidad. Al final de su vida la artista se dedicó a organizar espectáculos en el leprosorio San Lázaro, no muy lejos de la capital cubana, labor sin precedentes que continuaron sus colegas. A principios de la década de 1960 llegaron a la isla muchísimos artistas del mundo entero atraídos por el “milagro” revolucionario, en contraste con la creciente estampida de buena parte de las primeras figuras del arte cubano que marchó al exilio buscando libertad. Son los tiempos en que los payasos españoles Gaby, Fofó y Miliki, afincados en la isla, hacían sus maletas para no regresar, tal como lo haría luego la vedette española Yolanda Farr, formada en Cuba, tras brillar en la televisión, el teatro, el cabaré y en las películas Desarraigo (1965) y Memorias del subdesarrollo (1968). Fue una época de confrontaciones políticas en la que algunas figuras extranjeras que hoy escapan a la memoria hicieron su aporte a la cultura. Como es el caso del actor y director mexicano Alfonso Arau, fundador del Teatro Musical de La Habana, por el que pasaron las cantantes Mirtha Medina, Leonor Zamora y hasta el famoso saxofonista Paquito D’Rivera. Sus alumnos dicen que Arau fue un pedagogo riguroso que innovó la escena cubana, y que un buen día, como tantos otros, regresó a su terruño sin hacer ruido. Tras el golpe del general Augusto Pinochet, en Chile, el Ballet Nacional de Cuba acogió a la coreógrafa Hilda Riveros, y el cine al actor Nelson Villagra, que interpretó papeles protagónicos en La última cena ( 1976) y Cecilia (1981), entre otros títulos que hicieron historia. Pese a las etapas de censuras y persecuciones la isla no ha dejado de nutrirse del aporte cultural foráneo. ¿Será una de las razones por la que sus expresiones artísticas fascinan a cualquiera? • ¿Qué piensa usted sobre este tema? Escriba su opinión, con su nombre y apellido, en la sección Viernes de elnuevoherald. 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Posted on: Fri, 20 Sep 2013 00:52:42 +0000

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