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»Luego las cosas en el interior de su casa empezaron a cambiar de lugar, cambios que los demás no notaban. Al principio creía que se estaba volviendo loco. Sus instrumentos de escribir no estaban donde debían estar; y tampoco el sello que utilizaba el mayordomo general. Luego, en momentos diversos (y siempre cuando se hallaba solo) aquellos objetos salían disparados contra él, dándole en la cabeza, o aterrizando a sus pies. Algunos aparecían en los lugares más ridículos. El gran sello podía encontrarlo, por ejemplo, en su cerveza o en su caldo. »Pero no se atrevía a contárselo al Rey y a la Reina. Sabía que los causantes eran nuestros espíritus; y decirlo habría significado sentencia de muerte para nosotras. »Y así guardó para sí un terrible secreto, mientras las cosas empeoraban cada vez más. Adornos que había conservado como tesoros desde su infancia aparecían hechos añicos y cayendo como una lluvia sobre él. Los amuletos sagrados eran lanzados al retrete; excrementos sacados del pozo negro manchaban las paredes. »Apenas podía soportar estar en su propia casa, pero mandaba a sus esclavos que no contasen nada a nadie y, si huían despavoridos, él mismo limpiaba su propio lavabo y barría el lugar como un sirviente inferior. »Pero él también se sentía aterrorizado. Allí, en su casa, había algo con él. Podía olerle el aliento, sentirlo en su rostro y podía jurar que, de vez en cuando, sentía sus dientes, agudos como agujas. »Al final, ya desesperado, empezó a hablar a la cosa, a suplicarle que se fuera. Pero aquello sólo pareció aumentar sus fuerzas. Al dirigirle la palabra, doblaba su poder. Vaciaba la bolsa de monedas de Khayman en el suelo y hacía tintinear las monedas de oro unas contra otras durante toda la noche. Le volcaba la cama, de tal modo que aterrizaba de bruces en el suelo. Le ponía arena en los zapatos cuando no miraba. »Habían pasado ya seis meses desde que habíamos salido del reino. Se estaba volviendo loco. Quizá nosotras estábamos fuera de peligro. Pero él no encontraba lugar para estar a salvo y no sabía dónde buscar ayuda, ya que el espíritu lo estaba horrorizando realmente. »Entonces, en el silencio de la noche, mientras yacía preguntándose qué nueva jugarreta estaría tramando, oyó de repente unos fuertes golpes en la puerta. Estaba aterrado. Sabía que no tenía que responder, que los golpes no provenían de mano humana. Pero, al final, no lo pudo soportar más. Dijo sus oraciones y abrió la puerta de par en par. Y lo que contempló fue el horror de los horrores: la momia putrefacta de su padre con la repugnante mortaja hecha trizas, apoyada en la pared. »Por supuesto sabía que no había vida en el rostro encogido y arrugado o en los ojos muertos que lo miraban fijamente. Alguien o algo había desenterrado el cuerpo de su mastaba desierta y lo había traído allí. Aquel era el cadáver de su padre, pútrido, hediondo; el cadáver de su padre con todos sus objetos sagrados, el cadáver debería haber sido consumido, en el banquete funerario que les correspondía, por Khayman y sus hermanos y hermanas. »Khayman cayó de rodillas llorando, casi chillando. Y entonces, ante sus ojos incrédulos, ¡la momia se movió! ¡La momia se puso a bailar! Sus miembros pegaban sacudidas a un lado y a
Posted on: Tue, 03 Sep 2013 01:06:14 +0000

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