Lunes, Ministerio de Magia, 16:00 horas. Penélope consideraba a - TopicsExpress



          

Lunes, Ministerio de Magia, 16:00 horas. Penélope consideraba a Kingsley Shacklebolt una persona admirable, en todos los sentidos. En primer lugar, él era mucho más que un héroe de guerra. No se vanagloriaba en el éxito de una lucha ganada, como muchos otros habían hecho, ni siquiera le gustaba hablar de ello. Recordaba aquellos momentos con dolor, y describía la victoria como la última fase que ese dolor había causado. Tras vencer, la gente se olvidaba con facilidad del desespero, de la incertidumbre y del terror. Para aquél imponente hombre no era así. Él asqueaba la victoria sangrienta... y aspiraba a la bondad. Él creía en las personas. Creía en la igualdad, en la tolerancia, en la perfecta convivencia. Y, sin embargo, no era un idealista. Cualquier cosa que en los labios de la joven Ravenclaw podía parecer una simple y banal locura, sonaba como la mejor y la más coherente de las soluciones si surgía de la boca de Kingsley Shacklebolt. Por eso, y por muchas cosas más, Penélope, con su suficientemente larga experiencia como entrevistadora, se sentía como en el primer día de colegio sentada delante de su gran escritorio. - Última pregunta -la chica respiró pesadamente- ¿es usted realmente feliz cuando hace feliz a los demás? El ministro de Magia se revolvió casi imperceptiblemente en su sitio. Casi, sí, porque cualquier persona lo hubiera pasado por alto, pero no la observadora de Penélope. Tuvo que reprimir el impulso de sacar su maldita manía a flote y arrugar su nariz, y por ello apretó la pluma contra el pergamino con demasiada fuerza. No era la peor de las preguntas que le había hecho, ni tampoco la mejor. Pero los ojos oscuros del hombre destilaban inquietud. La chica no perdió el contacto visual: cualquier gesto, cualquier mueca de Kingsley era, ahora y para ella, la mejor de las respuestas. A veces las grandes cosas se expresan sin grandes palabras. - ¿Tengo qué contestar obligatoriamente a esa pregunta? -preguntó el hombre, visiblemente más calmado, y Penélope sonrió. - No, señor. Solo debe contestar cuando se encuentre cómodo. Si no se encuentra así, no tiene porque contestarme. El ministro no apartó su mirada, pero dejó escapar un leve suspiro entre sus dientes blanquísimos, que contrastaban con su casi perfecta piel oscura. - Sí -sentenció en su tono de voz calmado y grave- esa es mi respuesta: sí. Soy feliz sabiendo que puedo aportarle algo de justicia al mundo. Soy feliz sabiendo que los demás pueden serlo. La felicidad no depende de hacer lo que tú quieres, ni lo que tú deseas, la felicidad depende de querer, y de desear, incluso de amar lo que haces. Y yo... quiero, deseo y amo lo que hago. Ayudar, entender, mejorar. Ella simplemente asintió. Impresionada no era la palabra. La impresión te la crees, y ella no podía creerse ya nada. La mano de Penélope acarició el pergamino para escribir con su habitual serena caligrafía las palabras del ministro de magia. Pero entonces, volvió a escuchar su voz. - ¿Y usted, señorita Clearwater? ¿Es feliz cuando hace feliz a los demás? Ahora fue ella la que suspiró. Levantó la vista para encontrarse con aquellos grandes ojos oscuros. Jamás le habían devuelto una pregunta, y eso la inquietaba. Intentó reprimirlo, pero no pudo, y arrugó la nariz con delicadeza mientras buscaba en el habitual torbellino de su mente las palabras necesarias para formar una frase coherente. - Señor -se recostó algo en su silla, como si hubiera perdido una batalla que ni siquiera había empezado- lo más correcto que se me ocurre sería decirle que sí, para que usted se llevara una buena opinión sobre mí. Pero, creo que le mentiría, y no me gusta la mentira cuando es innecesaria. Soy más feliz cuando soy egoísta, cuando solo me dejo llevar por mis deseos personales, por mi simple o tal vez demasiado complicada forma de pensar. Con esto no quiero decir que no me guste ayudar a los demás, me encanta ser útil cuando puedo serlo... es simplemente que con el tiempo he aprendido que, para hacer feliz a la gente que me rodea, primero tengo que hacerme feliz a mi misma. Y eso se consigue siendo egoísta. Levantó la cabeza, pero la mirada con la que ella quería encontrarse ya no estaba. O estaba a ratos, en realidad, porque Kingsley Shacklebolt no dejaba de pestañear. - Ha sido un placer hablar contigo, Penélope. Sentenció el hombre al fin, con voz queda, mientras una enorme sonrisa alumbraba su rostro. Era la primera vez que lo veía sonreír, por un momento ella había descartado la idea de que pudiera hacerlo. Penélope dio un respingo al escuchar su propio nombre: ¿por qué la tuteaba, ahora? Compasó su respiración y se levantó de la silla algo alterada. Tomó la enorme mano que le tendía. - El placer ha sido mío -¿qué iba a decirle? ¿señor? ¿ministro? ¿señor ministro?- Kingsley. -susurró al fin, y desapareció por la puerta tan rápido que habría sido la envidia de toda Snitch existente.
Posted on: Mon, 02 Sep 2013 00:29:54 +0000

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