MENSAJE DEL 7-07-2013 “LA EXISTENCIA” DE DIOS, Y SU - TopicsExpress



          

MENSAJE DEL 7-07-2013 “LA EXISTENCIA” DE DIOS, Y SU NATURALEZA Y CARÁCTER” Comparte este Link: facebook/CAMBIATUVIDAYA.CON.JESUS El estudio de la Persona de Dios es absoluta y esencialmente necesario para todo cristiano, ya que es Su Creador, su Redentor es Cristo y su Padre Eterno. Es imposible vivir la vida cristiana separada de aquel, que es el autor de esa clase de vida. Así como en la vida natural necesitamos estabilidad y equilibrio de nuestro carácter, así mismo en la vida espiritual necesitamos: equilibrio, crecimiento, desarrollo, maduración cristiana. Todo ésto es posible cundo conocemos a Dios personalmente ya no como salvador personal, sino como Padre y Amigo. El conocimiento de la persona, carácter, pensamiento y voluntad de Dios, debería ser la principal ocupación y preocupación del creyente. I) DIOS, Y SU NATURALEZA Y CARÁCTER La Biblia siempre le recuerda al hombre acerca de sus limitaciones así como de las inescrutables perfecciones de Dios (Is. 55:8-9). Sin embargo, Dios, en Su gracia, se ha revelado a Sí mismo a los hombres, a través del Hijo, y esa manifestación está apoyada y reforzada por el Espíritu Santo, además del doble conocimiento por el cual el Padre revela al Hijo y el Hijo revela al Padre, como lo manifiesta el mismo Señor Jesucristo (Mt. 11:27). Es a través de la autoridad del Hijo que se nos dice que la vida eterna es dada con el fin de que el Padre y el Hijo sean conocidos (Jn. 17:3). Y ese conocimiento de Dios puede darse a través de dos áreas de estudio: a) Los elementos que tenemos en la esfera de la “creación”, o la “naturaleza”, estando estos conceptos sujetos a la razón humana; y b) El campo que toma lo anterior, y lo extiende incluyendo la ilimitada, absoluta, completa e inerrante revelación afirmada en las Sagradas Escrituras. Siendo la función de los “argumentos naturales” o “teísmo naturalista” – (“teísmo”) significa una creencia en Dios por medio de un sistema de ‘fe’ –, presentarlos en forma tal que nos permita llegar a conclusiones inherentes al área del “razonamiento humano”; mientras que la finalidad del “teísmo bíblico” es reconocer, clasificar y exhibir “la verdad [Pruebas Bíblicas] proclamada por Dios, en Su revelación” (Jn. 17:17). Pero lo que no debemos dudar es que tanto, “el libro de la naturaleza” es el libro del Dios Creador, como “el libro de la Revelación” lo es del Dios Inspirador (Jn. 16:13-15). Pues el universo es Su obra y por tanto debe atestiguar acerca de Su Persona, y hasta donde le es posible avanzar en su manifestación, nos señala Sus caminos. La Voz de la naturaleza y la Voz de la Revelación al proceder de la misma Fuente, inexorablemente, armonizan, no debiendo ser alguna de las dos descartada o ignorada, si queremos llegar al concepto de la “existencia” de Dios, según Su designio eterno. La Biblia no intenta demostrar que Dios existe sino que lo “afirma” desde el principio: “En el principio... DIOS... ”. Comenzando las Escrituras presentándolo a “EL” en “actividad”: “En el principio ‘creó’ Dios los cielos y la tierra... y al hombre” (Gén. 1:1,27). A su vez, Su Palabra nos revela que el hombre, muy contrariamente a otras cosas materiales, ha sido creado a imagen y semejanza del Creador (Gén. 1:26-27). De esto se deduce, entonces, que hay una semejanza entre Dios y el hombre (Sal. 8:5 – “Le has hecho – al hombre – poco menor que los ángeles”; Literalmente: “Un poco inferior a Dios”; en palabras de Bevan: “Un virrey de Dios”). Siendo en este modo de “comparar” las cosas, que la Biblia procede a presentarnos “la naturaleza y el carácter de Dios”. Y, aunque esas facultades y elementos de la personalidad de Dios, en Él, son “perfectos” en grado infinito (voluntad, amor, verdad, fidelidad, santidad, justicia); sin embargo, mantienen un parecido extraordinario a esas mismas facultades y elementos “imperfectos” y limitados que hallamos en el hombre. Lo cual no se hace extensivo a la “naturaleza corporal” del hombre, ya que “Dios es Espíritu” (Jn. 4:24). Por tanto la “semejanza” del hombre respecto a Dios, está circunscrita solamente a su parte “inmaterial”. Nuestro “cuerpo” tiende a separarnos de Dios, justamente, debido a lo opuesto de Su naturaleza (Espíritu [vs] Materia); nuestra “alma” por el contrario, nos une a Él de nuevo (Sal. 103:1-2), por medio de los principios y facultades que, aunque infinitamente inferiores y finitos, poseen una “cualidad” que armoniza con el Creador (Sgo. 1:17). El cuerpo es “creación” de Dios; el alma es “Su imagen”, la cual “está en Su mano”; siendo Cristo, “el Pastor y Obispo de ellas” (Job 12:10; 1ª Ped. 2:25); (Jn. 10:27-29); (2ª Cor. 5:8). “DIOS ES ESPÍRITU”. Esta afirmación implica que no podemos referirnos a Él con términos y conceptos “humanos”. Cuando decimos que Dios es “Espíritu”, queremos decir que Él es un “Ser–Espíritu” que no mora en un cuerpo material, lo cual se nos hace difícil de imaginar. Pero los ángeles, tampoco tienen cuerpo físico, excepto cuando aparecen en forma humana. Y nosotros, también viviremos sin cuerpo después de morir (2ª Cor. 5:8; Fil. 1:23; Ap. 6:9-11; 7:14; 20:4), hasta que seamos resucitados y/o transformados ante la venida del Señor por los Suyos (Fil. 3:20-21; 1ª Tes. 4:13-18). Sin embargo, el hecho de que Dios es Espíritu no niega Su personalidad, ya que Él es una Persona con intelecto, emociones y voluntad, los cuales son los componentes de la personalidad. Pero al ser “Espíritu”, es “invisible” a los ojos de los mortales (Col. 1:15; 1 Tim. 6:16). Siendo, únicamente visible en la Persona del Señor Jesucristo, como el Hombre-Perfecto aquí en la tierra (Jn. 1:18, 14:9) y como el Señor Dios Todopoderoso; el Hijo del Hombre; el Cordero; el Jesús; EL VERBO DE DIOS; el REY DE REYES Y SEÑOR DE SEÑORES, allí en el cielo (1ª Cor. 13:12; 1ª Jn. 3:2; Ap. 1:8,13,17-18; 5:6; 19:10,13,16; 22:4). Así, nuestra mente, al ser “Su creación”, indica a través de las capacidades que poseemos, el carácter de Aquel por cuya voluntad, decreto y designio “existimos”. Lo que sucede es que al usar el lenguaje humano, las nociones de hombre y personalidad son las más elevadas que, con nuestra mente y conocimiento finitos, podemos expresar. También, cuando nos referimos o atribuimos a Dios emociones y sensibilidades, obviamente Le libramos de todas las imperfecciones que acompañan a esos elementos cuando son concebidos por el hombre. Pero, de la misma manera que la debilidad y el pecado humano no pueden en ningún modo ser atribuidos a Dios (Sgo. 1:13-15), asimismo, hay características en Él que no pueden ser expresadas en términos de la vida humana; son “las cosas secretas que pertenecen sólo a Jehová nuestro Dios” (Dt. 29:29; Dn. 2:22), debiendo el creyente ser sumamente prudente y medido en sus apreciaciones, en todo lo concerniente a Dios (Ec. 5:2). “Así, condescendientemente, al revelarse a Sí mismo, Dios desciende a nosotros para que podamos comprenderle, entenderle y elevarnos hasta Él”. II) LOS “ATRIBUTOS” DE DIOS a) “Atributo” es la perfección divina propia de Dios que le distingue y afirma como Tal, de acuerdo a Su revelación en la Escritura, y mediante los cuales se manifiesta a nosotros, Sus criaturas. Así, poder declarar Su Persona y la suma total de Sus atributos; constituiría una definición completa de Dios, la cual, sin embargo, jamás el hombre podría realizar, pues las mentes finitas y temporales nunca podrán expresar lo infinito y eterno. Fijémonos que las Escrituras no definen específicamente a Dios, sino que Su existencia y Sus atributos son asumidos y aparecen solamente cuando la Palabra afirma lo que Él es y qué hace. Así, una definición bíblica de Dios podría esbozarse de manera “Inductiva” – es decir, extrayendo los conceptos principales en cuanto a la definición de las verdades que constituyen y caracterizan Su Persona que están implícitos en los textos – estudiando todos los pasajes relacionados al tema, entre otros: Gén. 1:1 – “Dios creando” ; Núm. 16:22 – “El Dios, Dios de los espíritus de toda carne”; 1 Rey. 8:24 – “Dios fiel a Sus promesas”; 1 Cró. 29:10-13 – “Dios Majestuoso y Poderoso, y digno de toda gloria y alabanza”; Ahora, al ser Dios revelado en la Biblia – no habiendo otra forma – mediante expresiones que pertenecen a la vida y a la experiencia humana, resulta nuestro conocimiento de Él, solamente “parcial”. De cualquier modo, a pesar de esta verdad, para tener noción de Su Persona, conviene a nuestras almas recordar algunas citas bíblicas: David, refiriéndose al entendimiento divino dice: “Tal conocimiento es demasiado maravilloso para mí; Alto es, no lo puedo comprender” (Sal. 139:6); Y Pablo, escribiendo acera de Su gloria, declara: “El único que tiene inmortalidad, que habita en luz inaccesible; a quien ninguno de los hombres ha visto ni puede ver, al cual sea la honra y el imperio sempiterno. Amén” (1ª Tim. 6:16). Del mismo modo, el Apóstol se refiere a Él, también: Como “... el Dios invisible” (Col. 1:15); Diciendo “... al Rey de los siglos, inmortal, invisible, al único y sabio Dios, sea honor y gloria por los siglos de los siglos. Amén” (1ª Tim. 1:17). Sin embargo, a pesar que Dios es más que la suma de Sus atributos, únicamente, puede conocérsele por ellos, ya que fuera de los mismos El no aparecería como lo que en realidad es. Pues, aunque cualquier concepto verdadero de Dios debe, inevitablemente, incluirlos, es necesario, ineludiblemente, sean ellos considerados como ideas abstractas, es decir, prescindiendo del carácter de quien las posee (DIOS), ya que ninguna terminología o definición humana podrá, jamás, abarcar o contener los conceptos y perfección divinas que constituyen o caracterizan Su Ser esencial. Ya que, si bien DIOS es el Sujeto, siendo Sus atributos esas verdades que pueden manifestarse acerca de Él, nunca esas manifestaciones, por si mismas, serán el “Sujeto”, es decir, “DIOS”. También, en cuanto a Dios, debemos tener en cuenta que la totalidad de Su esencia divina está en cada uno de Sus atributos, perteneciendo ellos eternamente a Su esencia. Por tanto tampoco existió ella fuera de los mismos, conformando Sus atributos y esencia, “un todo perfecto y eterno”. Así, los atributos de Dios forman un conjunto de “verdades y fuerzas” que están entretejidas y son interdependientes, los cuales armonizan con la Persona de Dios. Siendo “el carácter” en Dios, el producto de todos Sus atributos en relación perfectísima y armoniosa, uno con el otro. b) Clasificación de los “atributos” de Dios.- Si bien existe un amplio modo de clasificarlos, según la forma en que consideremos a Dios y Sus perfecciones, optaremos por la siguiente: -Atributos “Incomunicables”: Son los llamados también “ónticos”, “absolutos” o “constitutivos”. Tratándose de aquellas perfecciones exclusivas de Dios, que sólo Él puede poseer. -Atributos “Comunicables”: Son los denominados también “relativos” o “transmisibles”. Es decir, aquellas perfecciones que en grado absoluto sólo posee Dios, pero que en algún modo están también en el hombre como manifestación de Su imagen y semejanza (Gén. 1:27). Pensemos que la existencia al ser limitada por el tiempo tiene un principio y un fin, dependiendo ella del poder de quien depende. Mas esas limitaciones no existen en Dios, pues Él como Espíritu absoluto (Jn. 4:24), existe independientemente del tiempo. Más aún, el tiempo, juntamente con el universo condicionado por éste, dependen de Él (Dn. 2:21), siendo en este aspecto que Jehová dijo a Abraham: “¿Hay para Dios alguna cosa difícil?... ” (Gén. 18:14); o como expresó Pablo: “Pero cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a Su Hijo, nacido de mujer y nacido bajo la ley” (Gál. 4:4). Ya Abraham, en los comienzos fue el primero en describirle como “El Dios Eterno” (Gén. 21:33). Y si bien nuestras mentes se resisten a concebir la idea de un ser que no haya sido creado, preguntándonos a veces (con reverencia): ¿Quién creó a Dios?, debemos apreciar que el concepto divino de la eternidad de Dios, es demasiado grande para nuestra comprensión. Así, al actuar en el tiempo, Dios permanece a través de todas las sucesiones de eventos y cambios – los cuales proceden de Él sin alterar Su plenitud en atributos, conocimiento y voluntad – inmutablemente igual, y por tanto eternamente “sin sucesión ni cambio” (Mal. 3:6; Heb. 13:8). La Biblia afirma que no hay sucesión de tiempo para Dios: Dt. 32:40 – “Y diré: Vivo Yo para siempre”; Sal. 90:2 – “antes que naciesen los montes, Y formases la tierra y el mundo, Desde el siglo y hasta el siglo, Tú eres Dios”; 93:2 – “Firme es tu trono desde entonces; Tú eres eternamente”; 102:12,27 – “Más tú, Jehová, permanecerás para siempre, Y tu memoria de generación en generación,... Pero Tú eres el mismo, Y tus años no se acabarán”. Sin embargo, Dios que no vive en la esfera del tiempo, usa el lenguaje del tiempo para acomodarse a nuestro entendimiento (Sal. 90:4; 2ª Ped. 3:8). Además, Dios no cuenta el tiempo como nosotros lo hacemos, importándole más los eventos que el tiempo en el cual ocurren. Por ejemplo en Su Palabra, Él ignora los aproximadamente 400 años que separan el ministerio de Malaquías del nacimiento del Señor Jesús, pero dedica más de 25 capítulos de la Escritura a los eventos de la semana en la que el Amado murió. Es evidente entonces que Su manejo del tiempo dista del modo nuestro, y mucho menos es gobernado o limitado por él, como ocurre con nosotros. De esta manera, Dios trasciende toda la cadena de causas y efectos. Constituyendo tanto el pasado, como el presente y el futuro, con todos sus acontecimientos, Su eterno presente, siendo “ÉL” el Dios Creador y Señor de todo, el “YO SOY” y “la plenitud… que todo lo llena en todo” (Éx. 3:14; Ef. 1:23). Inmutabilidad.- Es la perfección divina por la cual Dios no puede cambiar, esto es, el estado o cualidad de ser aquello que “no es capaz de experimentar cambios, ya sea por aumento o disminución y desarrollo o evolución propia, manteniéndose inalterable, invariable y permanente; de la misma manera que Él es inmutable”. Dios no está sujeto a cambio alguno no importa cuál sea la esfera de relaciones. EL no podría ser menos de lo que es, y debido a que Él llena todas las cosas, no podría tampoco ser más de lo que es, ni ser removido de ningún lugar. No estando jamás Su conocimiento y Santidad, sujetos a variación. No solamente hay ausencia de cambio en Dios mismo, sino que también los principios morales que Él ha establecido son de carácter permanente. La Omnipresencia.- Relaciona a Dios con el universo donde los seres, cosas y lugares se hallan, estando Él presente con todos ellos. Mientras que la “inmensidad” sobrepasa toda creación y se extiende sin límite ni fin en el ámbito eterno. Dios ya existía en el tiempo en el cual llevó a cabo la “creación”, por tanto Él no puede estar sujeto ni contenido en ella, estando presente “totalmente” en todo lugar y en toda parte de Su dominio, sin límite, como si fuese todo un solo y único lugar. Es por ello, que nuestros pensamientos y palabras nunca lo podrán entender ni expresar, razón por la cual nos dice el salmista: “Tal conocimiento es demasiado maravilloso para mí; Alto es, no lo puedo comprender” (Sal. 139:6). Los hombres sólo mantienen propiedades mediante derechos que son temporales y permitidos por Dios (Ex. 19:5; Dt. 10:14; Job 41:11; Sal. 24:1; 50:1,10-11,12, 14-15; 1ª Cor. 10:26). Dios al ser Su Creador, tiene dominio perfecto sobre toda la creación, ya fuere en el momento que la produjo (Gén. 1:31; 2:1-4), ya sea en la sustentación actual (Heb. 1:3), como así también lo será en la disolución final (2ª Ped. 3:10): Su voluntad permanece.- Pr. 19:21 – “Muchos pensamientos hay en el corazón del hombre; Mas el consejo de Jehová permanecerá”; Dn. 4:35 – “Todos los habitantes de la tierra son considerados como nada; y Él hace según Su voluntad en el ejército del cielo, y en los habitantes de la tierra, y no hay quien detenga Su mano, y le diga: ¿Qué haces?”. Así, el versículo nos afirma que ÉL no está sujeto a norma ni ley alguna fuera de Su propia voluntad y naturaleza, manifestándonos que sólo “Dios es ley a Sí mismo”, significándonos con ello que todo lo que hace Dios es justo, santo y perfecto, y que no tiene obligación alguna de dar cuenta a nadie de Sus asuntos. Por tanto, el hombre, no está capacitado para cuestionar las acciones de Dios; Mt. 6:13 – “Y no nos metas en tentación, mas líbranos del mal; porque Tuyo es el reino, y el poder, y la gloria, por todos los siglos. Amén”. ¿Quién ordena los asuntos en la tierra hoy día, Dios o el diablo? Sin lugar a controversias, podemos convenir que se admite generalmente que Dios reina supremo en los cielos; pero también podemos acordar que se niega casi universalmente, ya sea directa o indirectamente, que lo haga en este mundo también. Hoy día, los hombres, en sus filosofías y teorías, tratan cada vez más de relegar a Dios a segundo término, suponiendo que todo está ordenado conforme a “leyes naturales” impersonales y abstractas. Dicho de otra manera: se “destierra” al CREADOR de su propia “creación”, ya sea en la esfera de lo material como en la espiritual, los hombres en sus conceptos degradados; egoístas; soberbios y mundanos, excluyen a Dios de la esfera de los asuntos humanos, ignorando que es ÉL y sólo ÉL quien dirige; gobierna y ordena los asuntos de esta tierra. No cabe duda que el mundo avanza a pasos agigantados hacia una crisis mundial que derivará en el caos y su destrucción total, apoderándose la alarma, por doquier, de la humanidad ¡Empero NO de DIOS! ÉL nunca será tomado por sorpresa, ni tendrá que habérselas con alguna emergencia inesperada, porque ÉL es quien “hace todas las cosas según el designio de su voluntad” (Ef. 1:11). Por eso, aunque el mundo esté sobrecogido por el terror y los problemas, la palabra para el creyente es: “No temas, porque Yo [Jehová] estoy contigo; no desmayes,... siempre te ayudaré, siempre te sustentaré... No temas Yo te ayudo” (Is. 41:10,13; Ap. 1:17). En este sentido, el apóstol Pablo, en (Rom. 8:28) nos afirma que “para los que aman a Dios (los creyentes) todas las cosas les ayudan a bien (es decir: Dios hace que todo lo que nos rodea y sucede resulte siempre, para nuestro bien)”. Definitivamente, nuestro Dios, el “SOBERANO SEÑOR”, lo es: En la delegación de Su poder a otros, según le place. Conviene recordar que la Soberanía de Dios, implica que, los “Actos de Dios”, son dispuestos y llevados a cabo, por el TRINO DIOS por Sí mismo, a través de las Santas Personas del “DIOS PADRE”; del “DIOS HIJO”; y del “DIOS ESPÍRITU SANTO”. Amén. Dios conoce cada uno de nuestros pasos y actos, en particular: Job 23:10 – “Mas Él conoce mi camino”; Dios conoce el futuro con total precisión. Para Dios las cosas del pasado son tan reales como si fuesen presentes y las cosas del futuro tan reales como si fuesen pasadas. Él es quien dice: “... porque Yo soy Dios, y no hay otro Dios, y nada hay semejante a Mí, que anuncio lo porvenir desde el principio, y desde la antigüedad lo que aún no era hecho; que digo: Mi consejo permanecerá, y haré todo lo que quiero... y llama las cosas que no son, como si fuesen” (Is. 46:9-10; Rom 4:17). Recordemos que Dios es la fuente inagotable de todo amor, siendo este hecho divino, la razón por la cual Él, preeminentemente, lo requiere de nosotros, al ser en Dios, el amor, la perfección divina por la cual Él hace todo con afecto entrañable y desinteresado (Ef. 2:4- Entonces, podemos bíblicamente afirmar que el amor de Dios es Su afecto tierno y Su profunda preocupación por los demás, el cual implica una fuerte ligadura emocional y una entrega que se manifiesta “dando” (Jn. 3:16; 13:1; Ef. 5:25). Pero por mucho que intentemos expresarlo, nuestro vocabulario se torna pobre, escaso e inadecuado, por falta de adjetivos simples, comparativos y superlativos, que lo puedan definir. Por otra parte, la Santidad de Dios condena el pecado mientras que Su amor le lleva a salvar al pecador, siendo solamente ése sublime amor quien pudo realizar el sacrificio requerido para que el pecador pudiese ser salvo (Rom. 5:8; 8:32; 1ª Jn. 4:10,19). Además, el amor divino aunque es “sin medida, y excede todo conocimiento y comprensión humanas” (Ef. 3:17-19), siempre está en armonía con la razón y la justicia divinas. Así, el “amor de Dios” tuvo su manifestación suprema y perfecta en “la muerte de Cristo el Señor” (Jn. 3:16; 1ª Jn. 3:16). Consistiendo esto, no en un simple “afecto” sino que es una “libre elección de Dios”, la cual puede ser reconocida y alabada en todo lo que Él hace, porque “Dios es Amor”. Todos los actos de Dios son cimentados en Su amor. “Su bondad” como algo inherente o dentro de Dios, estaría la misma, íntimamente ligada a “Su santidad”. Por tanto, la infinita “bondad” de Dios es una perfección de Su Ser que caracteriza Su naturaleza, viniendo a ser la fuente de todo aquello en Su creación, que es “bueno”. Siendo las expresiones propias que nos permiten describir Esa “bondad”: “Benevolencia” – que es la bondad, en su sentido genérico, la cual comprende todas las criaturas asegurando el bienestar de ellas; “Complacencia” – que es aquello en Dios que aprueba todas Sus perfecciones, y que está en conformidad con Él; “Misericordia” – que es la bondad de Dios ejercida “en favor” de la necesidad de Sus criaturas; y “Gracia” – que es el acto gratuito de Dios por todo aquél que carece de mérito y cuya libertad de acción ha sido asegurada, únicamente, a través de la muerte de Cristo el Señor. Sin embargo en ninguna otra forma se ha manifestado, más, la sabiduría de Dios que en “el plan de la redención”, donde se nos revela como Dios resolvió el mayor de todos Sus problemas, a saber: ¡Cómo puede Él ser a la vez, el “justo” y el “justificador” de los pecadores! Siendo en (1ª Cor. 1:23-24) donde se hace referencia a la solución de este santo enigma: “… nosotros predicamos a Cristo crucificado,… para los llamados – es decir, los que oyen Su llamamiento y confían en Él –,… Cristo poder de Dios, y sabiduría de Dios”. Amén. Santidad: Es la perfección divina que hace a Dios apartado de toda especie de mal. Sin embargo, aunque Él es infinitamente santo, no obstante, mantiene una relación con las criaturas que cayeron en pecado, no permaneciendo indiferente sino estando cerca de ellas, en Su gracia, misericordia y amor. Debemos tener en cuenta, que Su santidad no es engendrada sino que es intrínseca y sin mancha, pudiendo observársela en toda actitud y acción divina, la cual comprende no sólo la devoción de Dios hacia lo bueno sino que, también, es la base misma y la fuerza de Su odio hacia aquello que es malo. Resultando así, la reacción de Dios ante la ofensa a Su santidad tanto positiva (“complacencia” o “bendición”) como negativa (“disciplina” o “condenación”). III) LOS “NOMBRES” DE DIOS Los hombres del Antiguo Testamento conocieron a Dios porque Él se les “reveló” o “presentó”, no implicando esa verdad Su apariencia corporal. Tampoco tenemos abundante doctrina que nos permita establecer el qué y cómo de Su divina; altísima y santísima esencia. Si los hombres conocen a Dios, es sólo porque Él mismo se ha hecho conocer a ellos, debiéndose ése conocimiento a lo que Él hace y no a lo que los hombres por sí mismos logran. Si la humanidad tiene algo de Dios, lo ha recibido de Él, quien se lo comunica en amor y gracia. Cuando Dios aparece; el hombre escucha y contempla. Así, Dios se acerca al hombre y le da mandamientos, recibiéndolos ellos cuando aceptan Su voluntad y le obedecen. Los hombres (Abraham, Isaac, Jacob, Moisés, etc.…) no pueden hacer una exhaustiva manifestación de Dios, porque el “creado” no puede comprender ni expresar al “Creador”. Revelándose Dios a ellos: con forma humana (Moisés: Su espalda) ya que Su rostro no puede ser contemplado; o en el humo que descendió sobre el arca, en el tabernáculo; o en la zarza ardiendo. Significando todas estas cosas que Él estaba presente, mientras al mismo tiempo, nos indicaban que el “Invisible”, no podía ser visto (1ª Tim. 1:17; 6:16; Heb. 11:27). Así, la delineación de Dios, viene a ser totalmente ética y no corporal, y por excluyente manifestación de Él, siendo también “Sus nombres” – exclusivamente auto revelados –, aquellos que Dios mismo da a conocer en Su Palabra, con un énfasis especial en cuanto al significado de Ellos, como única fuente de “verdad” de revelaciones profundas tocante a Su Persona que serían imposible conocer o descubrir de otra manera y por otros medios. De allí la importancia de prestar atención a los nombres divinos y Sus significados, los cuales aparecen en el Antiguo Testamento, excepto el nombre completo y final de la Deidad como: “Padre, Hijo y Espíritu Santo” (Mt. 28:19). a) Nombres “simples” o “primarios” de la Deidad en el Antiguo Testamento: “Yahwe” o “Jehová” (Reina Valera): El nombre “Yahwe” (Éx. 34:6), traducido como “Jehová” está más plenamente definido en la Biblia que todos los otros títulos juntos de la Deidad. Algunas veces en los Salmos el nombre original se contrae a “Jah”, que es la sílaba final de aleluya [“Hallelu-jah”] (Éx. 6:3; Sal. 68:4 – “JAH es Su nombre; alegraos delante de Él”). En el hebreo se escribe con cuatro consonantes: “YHWH” (tetragrámaton). Y nos revela la Eternidad de Dios: “Yo Soy el que Soy” (Ex. 3:14) y esencialmente, Su Justicia y Verdad. Es el nombre, por excelencia, usado para expresar la relación de Dios con Su pueblo, siendo el nombre del Dios del pacto y el que Dios les dio para que le llamasen. “El”, “Elah” o “Elohim”: Es el primer nombre dado a Dios en la Biblia, como corresponde a quien es: El Soberano, Creador y Gobernador de todos los creados (Gén. 1:1). Significa: “Él es El Fuerte”, que es fiel a todos Sus pactos y que es digno de ser reverenciado y temido por lo que Él es (Gén. 31:42,53; Sal. 86:15 – “Mas Tú, Dios misericordioso y clemente, Lento para la ira, y grande en misericordia y verdad”). Fijémonos que es este último salmo se le da a Dios un atributo de alabanza y revelación del significado de Su nombre, similar a la de “Jehová” en (Éx. 34:5-7). También nos revela el “amor inmutable” de Dios. Se trata de un nombre “plural” de Dios (Gén. 1:26 – “Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza). También otros versículos reflejan la pluralidad de Dios, como ser: (Gén. 3:22 – “El hombre es como uno de nosotros”); (Gén. 11:7 – “Descendamos y confundamos allí sus lenguas”); (Job. 35:10 – “Y ninguno dice: ¿Dónde está Dios mi Hacedor – literalmente: ‘Dios mis Hacedores’”); (Sal. 149:2 – “Alégrese Israel en su Hacedor – literalmente: ‘en sus Hacedores’”); (Ec. 12:1 – “Acuérdate de tu Creador – literalmente: ‘Creadores’ – en los días de tu juventud”); (Is. 6:8 – “A quien enviaré y quién irá de nuestra parte”). Sin embargo este nombre de Dios, puede indicar tanto la pluralidad de Personas como la unidad de Su esencia (Gén. 1:27 – “Y creó Dios al hombre a Su imagen; varón y hembra los creó). En otras porciones, la Palabra de Dios distintamente asigna la obra de la creación a cada una de las tres Personas separadamente (en Gén. 1:1-2 – al Padre y al Espíritu Santo; y en Col. 1:16 – al Hijo). Por tanto, es razonable y consistente que el plural de las Personas de la Deidad se indique en el relato del Génesis. En este sentido, el (Sal. 100:3) es crucial, ya que le asigna a “Elohim” la creación, al expresar: “Reconoced que Jehová (Elohim) es Dios; Él nos hizo, y no nosotros a nosotros mismos; Pueblo Suyo somos y ovejas de Su prado”. Es debido a ésto que algunos teólogos, a la luz del Nuevo Testamento, pretenden ver en este nombre una manifestación de la “Trinidad” en el Antiguo Testamento, especialmente en el Génesis. Pero el nombre “Elohim”, no revela esa verdad en sí mismo. Lo que sí revela es un “plural” que corresponde a los “actos de Dios” llevados a cabo por más de Una, o las Tres Personas Divinas, en el proceso de la Creación, aunque realizados por un sólo Dios Omnipotente y Santo. Es decir, una “pluralidad” de Personas, en la “unidad” de la Deidad. “Adonai” o “Adon”: Este nombre de la Deidad aparece con gran frecuencia en el AT y expresa dominio y posesión soberanos. El nombre equivale a “El Señor” y nos manifiesta el carácter esencial de la Deidad: Sal. 9:2-5 – “… Cantaré a tu nombre, oh Altísimo. Mis enemigos volvieron atrás; Cayeron y perecieron delante de Ti…. Te has sentado en el trono juzgando con justicia. Reprendiste a las naciones, destruiste al malo, Borraste el nombre de ellos eternamente y para siempre”; Conclusión: - Lo maravilloso del conocimiento de los nombres de Dios es que, en esencia, Su significado va más allá de la acepción que surge de la expresión literal de los mismos, ya que manifiestan en Sí mismos que el Dios Altísimo y Creador, con toda Su Omnipotencia, gracia, misericordia y amor, desempeña ese rol especial que Su nombre indica, para con nosotros, Sus hijos en Cristo, en los momentos en que el creyente lo necesita, recibiendo Su especial ayuda acorde con Su Majestuosa Deidad (1 Cró. 29:12-13). IV) LA “TRINIDAD” a) El “discernimiento espiritual” y la “TRINIDAD” - Lo primero que debemos tener en cuenta, es que la Biblia, siendo infinitamente cierta, no busca apoyo de nuestra finita razón, en lo concerniente a este punto, ya que la creencia en la doctrina de la Trinidad – un Dios que existe en tres modos de existencia – no debería fundarse en nuestra capacidad de pensar y discurrir. Pues es la Escritura quien nos enseña que en la Deidad encontramos distinciones de Personas cuya naturaleza e identidad divinas están entrelazadas en armonía y atributos eternos de igual sabiduría, poder y gloria, las cuales además de constituir una santa “pluralidad”, coexisten en una santísima “unidad”. Siendo inútil que intentemos explicación o lógica alguna que distinga, comprenda o entienda la magnitud infinita de estos términos divinos. En la Biblia, el nombre completo y final de la Deidad es: “El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo” (Mt. 28:19), usándose el término “TRINIDAD” para expresar que el Ser divino subsiste en esas Tres Personas. Y, aunque en sí mismo no es un término bíblico, es el conveniente para el Dios que se revela en la Escritura en la forma enunciada, enseñándonos la expresión que dentro de una única esencia de la Deidad, se distinguen Tres Personas, haciéndose esto más explícito como: Dios el Padre, Dios el Hijo y Dios el Espíritu Santo. Esto es un solo Dios en Tres Personas. Es decir, la Trinidad no es meramente teología (como expresión técnica) sino que es la manera como el mismísimo Dios se ha revelado al hombre; la expresión de cómo realmente es. En cuanto a la SEGUNDA PERSONA, encontramos en la Biblia unos trescientos títulos o designaciones que se refieren a Ella. Aunque Su nombre completo y final es: “Señor Jesucristo” (Hech. 15:26; 1ª Cor. 1:7; 1ª Tes. 3:13; 2ª Tes. 1:12; 2ª Ped. 1:16); Respecto a la TERCERA PERSONA, no tenemos otro nombre revelado distinto al de Espíritu Santo, siendo conocido por medio de más de veinte títulos descriptivos, como por ejemplo: El Espíritu de Dios – Gén. 1:2; Rom. 8:14; 1ª Cor. 3:16, o El Espíritu de Cristo – 1ª Ped. 1:11. Revelándonos (1ª Ped. 4:14) uno de los más sublimes: “El glorioso Espíritu de Dios”. Así, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son constantemente mencionados como PERSONAS separadas con operaciones específicas efectuadas por cada una, apareciendo esto en la narración bíblica, es decir, en la doctrina y en la adoración que es rendida por los creados en sus relaciones con el Creador, siéndoles atribuidos tanto los atributos divinos como las propiedades de personalidad “propias” a cada PERSONA de la Deidad con tanta certeza y frecuencia, que el hecho de un modo trino de existencia no puede jamás dudarse para siempre. Además, Dios se nos revela en la Biblia claramente y en numerosas circunstancias, como UNO en esencia, siendo estas dos aseveraciones de la Escritura, igualmente autoritativas y meritorias de un reconocimiento reverente en un mismo grado. Amén. De esta manera, la doctrina de la TRINIDAD se deriva única y exclusivamente de la Revelación, siendo digna de ser creída aunque no es explicable, ya que presenta una complejidad que sobrepasa nuestro entendimiento sin que ello excluya elemento alguno de contradicción, pues la realidad de la Santísima Divinidad, nunca podrá ser captada ni explicada por nuestra mente y capacidad finita, aunque Sus pensamientos, son siempre de paz y para Así, tenemos a la TRINIDAD, Padre; Hijo y Espíritu, con atributos divinos y eternos, en existencia y actividad, y suficientes en Sí mismos, con Su: Es importante fijarnos que los tres nombres primarios de la Deidad en el AT (Jehová, Elohim y Adonai) son asignados a cada una de las Tres Personas. Yendo de suyo que podemos, en primer término, atribuirlos a la Primera Persona, como hemos expresado en detalle. Pero, también los mismos son aplicados a la Segunda Persona, llamándosele “EL” o “Elohim” (Dios Fuerte) en (Is. 9:6) y “Jehová” o “Yahwe” o “JAH” en (Sal. 68:18; Is. 6:1; 45:21). Así también, el Espíritu Santo es llamado “Elohim” en (Éx. 31:3 Jue. 15:14). Aún más, ya en los comienzos patriarcales, en la triple bendición que Jacob impartió sobre los hijos de José, podemos apreciar – de alguna manera – la doctrina de la Trinidad, cuando dijo: “… El Dios en cuya presencia anduvieron mis padres… el Dios que me mantiene… el Ángel que me liberta de todo mal, bendiga a estos jóvenes;… ” (Gén. 48:15-16). Siendo este pasaje avalado por la Escritura que describen a “Dios el Padre” como el guiador y maestro en cuya presencia anduvo el pueblo de Dios; al “Espíritu Santo”, que nos nutre de alimento espiritual, como el Dios autor de toda iluminación, santificación y consuelo; y al “Hijo de Dios” como el “JOEL” (“REDENTOR” – Job 9:25; Is. 43:1), el Ángel que redime por medio de Sí mismo. No podemos dejar pasar en este punto, el sentido trinitario implícito en “la bendición” que el sumo sacerdote invocaba sobre el pueblo de Israel, por autoridad divina (Núm. 6:24-27 –“Jehová te bendiga, y te guarde; Jehová haga resplandecer Su rostro sobre ti, y tenga de ti misericordia, Jehová alce sobre ti su rostro y ponga en ti paz”). Ya que las tres partes de la bendición concuerdan con los ministerios de las Tres Personas de la Trinidad. La primera bendición del pasaje expresa el “amor” benévolo de Dios, el Padre de misericordias y fuente de todo bien; la segunda bendición concuerda con la “gracia” de nuestro Señor Jesucristo, que redime y nos reconcilia con Dios; y la última es apropiada a la pureza, consolación y gozo, que se reciben por la “comunión” del Espíritu Santo. Todo lo cual mantiene una perfecta correspondencia con las bendiciones registradas y asignadas en el NT a las Personas de la Deidad, “Padre, Hijo y Espíritu Santo” (2ª Cor. 13:14). Fijémonos que en ambos pasajes aparecen claramente: LAS TRES PERSONAS DE LA SANTA TRINIDAD. - Podemos concluir diciendo que en el énfasis que percibimos en el AT, en lo que a nuestro tema refiere, fue el de destacar la singularidad de Dios: “Oye, Israel: Jehová – YAHWE – nuestro Dios, Jehová uno es” (Dt. 6:4). Debido, principalmente y a nuestro entender, al “politeísmo” imperante en aquél entonces. Independientemente de: El uso del plural “Elohim”; los plurales “nuestra” (Gén. 1:26); y “descendamos y confundamos” (Gén. 11:7), que parecen indicar alguna conversación en Dios, lo cual no indica en absoluto que Él conversaba con los ángeles, ya que ellos nunca han estado asociados con Dios en la creación; Las referencias al “Ángel de Jehová” el cual señala el camino de una “distinción” en la Deidad (Gén. 18:2,17; 18:22 juntamente con 19:1; y Jos. 5:13-15 simultáneamente con 6:2; Jue. 13:8-21 y Zac. 13:7); Las alusiones al “Espíritu de Jehová”, que en (Gén. 1:2) es sólo una Energía divina, aunque en el correr del Antiguo Pacto lo encontramos también como un Agente divino (Is. 40:13; 48:16; 59:19; 63:10); y La Triplicidad de los Nombres Divinos en (Núm. 6:24-27; Is. 6:1-3). Exaltándonos todas estas indicaciones que encontramos, hasta que vino “el cumplimiento del tiempo” (Gál. 4:4-5), fundamentalmente, la trascendencia, la omnipotencia y la omnipresencia del Dios Eterno, quedando para nosotros, la Iglesia de Cristo: El desarrollar la doctrina de la Deidad sobre la base de la plenitud, profundidad y riqueza que encontramos en la revelación del Hijo Encarnado de Dios, nuestro Amado Salvador, el Señor Jesucristo, el cual nos señala con Sus manos horadadas, el Nombre del TRINO DIOS: “Padre, Hijo y Espíritu Santo” (Mt. 28:19). Amén. V) DIOS “EL PADRE” - Debemos tener presente, cuando hablamos o nos referimos a “Dios ‘EL PADRE’”, que Él no es el Dios de la Biblia más de lo que es el HIJO o el ESPÍRITU, sino que los Tres son Un solo y mismo Dios. A través de la Palabra, reconocemos que, para los propósitos de manifestación al hombre y la redención del pecador, el Hijo ha elegido voluntariamente el hacer la voluntad del Padre (Jn. 5:30; Heb. 10:7) y hacer esa voluntad en dependencia del Espíritu – (Concepción: Mt. 1:18-20; Lc. 1:35; Bautismo: Mt. 3:16; Mr. 1:10; Lc. 3:22; Jn. 1:32-33; Conducta y Servicio: Mt. 12:18,28; Lc. 4:1,14; 11:20; Resurrección: Rom. 8:11, y en Su Testimonio a través de esta dispensación de la Iglesia: Jn. 7:39; 14:16-17; 15:26; 16:7-11;13-14) – durante toda Su vida (1ª Tim. 3:16c). Con el mismo propósito, el Espíritu Santo ha escogido voluntariamente no hablar de Él mismo como el Autor de lo que dice, sino hablar todo lo que oyere “Pero cuando venga el Espíritu de verdad, Él os guiará a toda la verdad; porque no hablará por Su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oyere, y os hará saber las cosas que habrán de venir” (Jn. 16:13) (Lc. 12:12; Jn. 14:26; Hech. 2:4; 1ª Cor. 2:10-13; 1ª Jn. 2:27). Es anti bíblico y trivial, además de deshonrar al Hijo y al Espíritu el asumir que estas sujeciones voluntarias se deben a una inherente inferioridad, pues tal pretensión les roba a estas Dos Santísimas Personas que son Dios, una de Sus más grandes glorias: “La sujeción voluntaria en aras de que pudieran realizarse objetivos celestiales dignos y sublimes”, y que hacen a “nuestra redención y santificación progresiva (En la Vida Cristiana: Fil. 2:12b; en Fruto: 2ª Cor. 9:10; en Cristo: Ef. 4:15; en Amor: 1ª Tes. 3:12; 4:9-10; Fil. 1:9-10; en Perfección: Heb. 6:1; en la Palabra: Heb. 5:14; 1ª Ped. 2:2; en Gracia y en Conocimiento: 2ª Ped. 1:5-6; 3:18), hasta que lleguemos a la glorificación final” (1ª Cor. 13:10; Ef. 4:13; 1ª Ped. 1:5; 1ª Jn. 3:2). Amén. Por tanto, amén de las circunstancias descritas, el PADRE no es en ninguna relación constitutiva superior ya sea al HIJO o al ESPÍRITU. Es evidente, por la Escritura, que la relación del PADRE y del HIJO solamente exhibe los aspectos de “procedencia” y “manifestación”, no incluyendo los conceptos usuales de todo aquel que es creado, como nosotros, es decir, la derivación, inferioridad, o distinción, los cuales caracterizan al “tiempo” de algo o alguien, cuando “comienza”. En Su relación con el PADRE, el término “Primogénito” se usa para expresar Su superioridad sobre, y preeminencia por encima de la “creación”, no en el sentido de ser el primero en nacer. Ya que el HIJO, siendo verdadero DIOS, es eterna y absolutamente igual con el PADRE (Jn. 10:30; Col. 1:15). Es decir, esta relación entre el PADRE y el HIJO no tuvo principio, sino que existió desde siempre, como el mismo Señor lo asegura con total explicitud en (Jn. 8:58; 17:5,24) y disposición Divina (Jn. 1:1; Col. 1:17; Ap. 22:13). La regla de oro está, entre otros, en el consejo del Apóstol: “Sino que [más bien] siguiendo la verdad en amor, crezcamos en todo en [hacia] Aquel que es la Cabeza, esto es, Cristo” (Ef. 4:15). Es decir, el evangelio tiene mayor eficacia si Su verdad se expresa con “amor”, pues sin piedad y madurez espiritual, el mensaje se torna frío y lo que pareciera amor, no es más que sentimentalismo extrovertido e ineficaz. Nunca olvidemos, que las columnas de Sus cualidades y atributos, no lo sostienen a “EL” sino a Su creación, a nuestra “fe” y a nuestra “esperanza de gloria”. Siendo todo, “para alabanza de Su Gloria” (Ef. 1:6,12,14). Amén. Hermanos, por toda esta gloria, amemos, loemos, alabemos y adoremos con todo nuestro ser a: ¡DIOS! EL “ALTÍSIMO”… “DAD A JEHOVÁ LA HONRA DEBIDA A SU NOMBRE; TRAED OFRENDA, Y VENÍD DELANTE DE ÉL; POSTRAOS DELANTE DE JEHOVÁ EN LA HERMOSURA E LA SANTIDAD” (1ª Cró. 16:29). Amén. ENTRE MÁS JOVEN TE ACERQUES A DIOS, TU VIDA SERÁ MEJOR. ES MAS FÁCIL SE SANTO QUE PECADOR. INTÉNTALO. PROPONTE A SEGUIR A DIOS. Salmo 71:5 Porque tú, oh Señor Jehová, eres mi esperanza, Seguridad mía desde mi juventud.
Posted on: Sun, 07 Jul 2013 05:14:09 +0000

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