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MI AMIGO JULIÁN JAVIER HERNÁNDEZ PROLOGÓ MI LIBRO "HISTORIA DE DOS CRÍMENES" PRÓLOGO Vicente Villasana González fue un emprendedor exitoso, a la usanza de la cultura actual, que estaba acostumbrado a un único objetivo: ganar. Incluso los resultados adversos los convertía en estímulos para enfocar sus energías a otros beneficios. Creó periódicos en Tamaulipas y San Luis Potosí a paso triunfal, el más importante de los cuales fue El Mundo, de Tampico. Si había un magnate admirado, influyente y temido en la región, ése era Villasana González. Colmado de audacia, de dinero y poder, no es de extrañar que este editor creyera empuñar el cetro del destino en su mano. Anhelaba imponer sus ideas a la autoridad; también quería (o soñaba) derrocar un gobierno entero con la tinta. Cuando al fin lo consiguió, fue a costa de su propia sangre. Villasana González no era dueño, sino un instrumento más del destino. Murió asesinado a balazos el 31 de marzo de 1947, en una recámara del Hotel Sierra Gorda, de Ciudad Victoria. Su muerte violenta provocó un vacío de poder de consecuencias traumáticas para Tamaulipas, que la historia aún no termina de aclarar. Ha sido un acierto de Alfonso de los Reyes poner de nuevo sobre relieve el caso de Vicente Villasana y el episodio de la desaparición de poderes en Tamaulipas, el 9 de abril de 1947, que trajo como consecuencia la muerte de aquel. He ahí dos cadáveres: el del director de El Mundo, y el de la voluntad popular. Hugo Pedro González Lugo fue destituido como gobernador del Estado en sesión solemne del Congreso de la Unión, sin tomar en cuenta a los tamaulipecos. No bien se enteraban del desafuero de González Lugo cuando se les designó a Raúl Gárate al frente del poder estatal. En esta investigación, de los Reyes muestra no sólo el punto culminante del tema, con el atentado al director de El Mundo, sino el desarrollo de dos historias paralelas: la vida y muerte de Vicente Villasana González, y la lucha por el poder político entre el presidente Miguel Alemán Valdés y una facción de leales al ex mandatario Emilio Portes Gil. En este cuadro se pueden encontrar las infaltables características de una tragedia: la ambición, el deseo, la lucha. Vemos a un modesto periodista convertido en un respetable editor de periódicos, a un hombre de ideas conservadoras, fascinado por Adolfo Hitler y el III Reich, a un pisaverde confrontado con un bronco director de policía por el amor de una mujer ajena. Atención, nos dice Alfonso de los Reyes, no es el retrato de un monstruo; es un ser humano, un hombre de carne y hueso, que careció de la fuerza de voluntad para poner freno a su egocentrismo y adivinar sus efectos. Por tales razones, éste no es un libro cualquiera. De todos los títulos publicados por de los Reyes, ninguno es más personal y cercano a sus afectos. El periodismo ha sido la pasión de toda la vida del autor. La otra es la historia. Aquí, merced al entusiasmo de Alfonso, sus principales intereses se dan la mano. Con esta obra no hace más que cumplir una encomienda contraída hace 30 años, cuando llegó a la redacción de El Mundo, con las inquietudes de la juventud, y oyó por vez primera el nombre de Vicente Villasana. Por ello sobresale el empeño de documentación escrita y oral para componer su trabajo; por ello ha consultado archivos de la ciudad y foráneos con afán fiscalizador. Acaso no haya agotado el tema. Lo ha enriquecido y vigorizado; lo ha puesto al día. Quienquiera abordar el caso Villasana en el futuro, tendrá por fuerza que pasar por sus escritos. El asunto de la obra reviste una importancia capital a la luz de los problemas políticos actuales. Ahora y siempre, la prensa y el poder aparecen estrechamente unidos en la vida local y nacional. A pesar de su pretendida separación, ni los gobernantes ni las empresas de información pueden vivir desligados unos de otros. Para el sociólogo francés Dominique Wolton, el interés por la gente es un error: “El rol de los periodistas es esencialmente político. Son ellos quienes legitiman la información y quienes convierten la información en comunicación”. Según este pensador de la mediana burguesía, reporteros y analistas de prensa son intermediarios indispensables entre los ciudadanos y los políticos, ya que “la democracia directa sería un horror (sic)”. Este elogio a la función de los informadores explica los acontecimientos en torno al periódico El Mundo, de Tampico, utilizado primero para debilitar al gobierno de Hugo Pedro González Lugo, y para disolverlo después bajo consigna presidencial por su pertenencia al grupo de Emilio Portes Gil, contrario a Miguel Alemán Valdés. Vicente Villasana muere fulminado por un rival de amores; eso no lo sabrá la gente. El Presidente de la República y los diarios de la época condenan el crimen como un atentado a la libertad de expresión, y piden la cabeza del gobernador. Con razón Wolton acuña la divisa: “El periodismo es la espina dorsal de las democracias masivas”. A pesar de tantos ejemplos, como el caso de Vicente Villasana y la destitución del gobernador González Lugo; a pesar de la claridad y número de las evidencias, todavía hay politólogos que desechan la acción de los grupos políticos, los poderes fácticos y los intereses económicos en las decisiones de Estado. Ya desde entonces se camuflaba la autocracia con los velos de la democracia. México ha alcanzado la alternancia política, pero la autonomía de sus instituciones públicas es aún muy débil y tornadiza. A una facción le basta con aliarse a un consorcio de comunicación para incidir en los asuntos del gobierno. A esto se le llama conspiración, y no se usa precisamente para dominar a millones de individuos. Se buscan objetivos de gobernabilidad temporal o privilegios. Después de todo, ningún sistema político puede ser eterno; el reto es hacerlo duradero el mayor tiempo posible. En la búsqueda de la ansiada gobernabilidad, Alemán Valdés asestó un duro golpe contra el mandatario tamaulipeco González Lugo, a sabiendas de su inocencia en el homicidio de Villasana. Era el inicio del México moderno e industrial, y el fin de los gobiernos revolucionarios. La nueva clase política no quería fusionarse con su antecesora. Comenzaba entonces la llamada “muerte” de la Revolución Mexicana. El país se dividía en dos visiones diferentes, cuyas resonancias todavía nos afectan. Tamaulipas, junto con México, cambió por voluntad de una minoría, y no por las mayorías democráticas. Quedan aún viejos compañeros, hijos y parientes de los personajes centrales de este relato. Gracias a su testimonio es posible recrear el ambiente y las circunstancias que tuvieron en vida. Alfonso de los Reyes ha tomado notas y exhumado antiguas entrevistas con otros protagonistas para ampliar la narración. Bajo su pluma vuelven a vivir el editor Vicente Villasana, el presidente Miguel Alemán, el gobernador Hugo Pedro González, el asesino Julio R. Osuna, la profesora Hortensia de la Torre. Lamentablemente, nada se puede hacer por el periódico El Mundo, de Tampico. Ha desaparecido para siempre. ¿O es sólo un retiro temporal? Julián Javier Hernández
Posted on: Thu, 29 Aug 2013 20:21:36 +0000

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