MIS PRIMERAS DIMENSIONES DE SUEÑO EN SUEÑO (Recuerdos de mi - TopicsExpress



          

MIS PRIMERAS DIMENSIONES DE SUEÑO EN SUEÑO (Recuerdos de mi niñez y mi primera adolescencia) Nací un día de la post guerra, una noche que no elegí. Fue en noviembre mes de escorpiones y de Marte que rige las guerras. Tenía ojos de siglo lleno de tristeza hambrientos de amor. Desde muy temprana hora en aquella mañana ya lanzaba miradas que como líneas de fuga se perdían en mi horizonte. Mis padres nunca supieron la responsabilidad que acarrea parar un ser humano sobre la faz de este planeta. Siempre amé la noche por enigmática, y por su energía infrahumana. La noche siempre ha sido mi confidente en el amor y en las tragedias. Tuve una madre concertista con ojos de cielo que hablaba otro idioma distinto al de la familia mediocre que solo leyó sus noticias de fama en el periódico y no la nostalgia de una niña incomprendida llena de deseos frustrados y de ganas de ser libre fuera de una sala de conciertos. Yo fabricaba casas debajo de su Steinway de gran cola con mi amiguita imaginaria que guardaba los tronquitos en su cestica. Otra tarde como a eso de las dos en la casa de Cojimar me dijeron del ataque cerebral de mi tía Eloísa y sin saber por qué salí a mirar las olas de enfrente y pensé como la vida se nos acaba en un suspiro de tiempo mientras pensaba en Eloísa adentro de la casa inconsciente, hecha un vegetal y en los tiempos hacía poco que me instaba a rezar y a pedir porque mi mami estuviera bien en el cielo, y ahora ese cielo la aguardaba a ella también sin ella ni imaginárselo días atrás.. Tenía yo esa tarde cuatro años de edad, y ya mi mente rondaba la muerte. Aquél mismo año una tarde que andaba en bicicleta por el pueblo aquél llamado Cojimar, entré al restaurante La Terraza a pedir un vaso de agua, y allí vi aquél señor gordo, vecino y amigo de mi abuela, muy quemado por el sol escribiendo en una máquina portátil y con un vaso de mojito enfrente. Se veía totalmente embriagado y por eso, y por gruñón nunca lo soporté. Tenía ese día su barba blanca llena de sudor por el calor excesivo de aquella playa. Años después me di cuenta que aquél señor gordo, nuestro vecino era Ernest Hemingway escribiendo El Viejo y el Mar, tomando en cuenta aquellos años de mi niñez y la época y el lugar en que él escribió el libro. Otra tarde tomé de la mano mis experiencias cortas y lacias de entonces y mirando la actitud pasiva de mi familia estancada en el tiempo pensé “Todo siglo nos hará vivir a la velocidad de nuestros deseos.” A partir de aquél mediodía me interesé por la pesca submarina y me adentré en aquella otra realidad de aquél mundo silente. Cada mañana a las siete me despertaba religiosamente y me iba a bucear solo como siempre, a jugar con mis nuevos amigos, las manta rayas y los pulpos acrobáticos que me despertaban mis fantasías de niño de cinco años ansioso de conocer el mundo. A veces me ponía un cinturón de plomo y me sentaba los treinta minutos que duraba aquél Aqua Lung pequeñito en el fondo de aquél golfo de México tan lindo a tocar los peces ya medianos con una euforia incandescente sin percatarme del peligro que corría solo allí abajo, si me intoxicaba de Monóxido de Carbono. Nunca nada me pasó, pues los dioses sabían que aún tenía mucho que pintar y me dejaban jugar con mis amigos acuáticos, creo que los primeros y los únicos verdaderos amigos que tuve. Fui rebelde, fui el niño más rebelde que nació en aquellos años, mis inquietudes se volcaron de pronto muy niño aún hacia los aviones. En aquellos años la Marina de Guerra de Cuba tenía su propia Fuerza Aérea y por la playa de Cojimar sobrevolaban mucho los PBY Catalinas lentos como tortugas y los Stearman PT-19 de entrenamiento básico tan rápidos y brillando al sol a veces complicados en las más arriesgadas acrobacias según yo pensaba con mi mente de niño sobre el mar de aquella playa linda. Ya para entonces mi mente había sido conquistada para siempre por aquél nuevo mundo, aún inalcanzable para mí de aquellos seres maravillosos que habían logrado vencer la ley de la gravedad y se remontaban en lo alto lejos del mundo desastroso que habitaba la tierra, y hacían “murumacas” como mis amigos los pulpos. Recuerdo aquella mañana que entré corriendo a la casa y le dije gritando a mi abuela que ya había decidido que iba a ser cuando fuera grande. Ella me dijo: ¿Sí mi amor? A ver dime. Y yo muy eufórico le dije: Voy a ser piloto cuando sea grande. Y causé una catástrofe familiar, pues según la leyenda de la época todos los pilotos morían carbonizados en accidentes truculentos. Fueron mis primeras dimensiones de sueño en sueño de mis días de mi niñez, días que solo marcaron los primeros pasos del sendero que me tenían designado las estrellas que tanto miraba en las noches lleno de intrigas y de curiosidad. Era una época de arena, de mar, de lluvias torrenciales en un país tropical, época de presagios y de contar las piedras de mis ancestros, en noches de aquellas lunas sobre el mar, adonde me sentaba callado a escuchar a mi abuela anécdotas de su niñez en el siglo diecinueve, en las noches de aquella playa de la que tanto hablo en mis escritos. Anécdotas de los carruajes con caballos y las casas sin luz eléctrica, sin radios, ni televisores, ni automóviles, ni refrigeración, cuando oía aquello, mi abuela me daba pena de imaginármela en la oscuridad, a caballo y sin agua fría para tomar, y yo me sentía feliz de los bombillos, y del hielo, y de los carros de mi padre aún sin aire acondicionado y del televisor en blanco y negro de la época, que ya era un logro. El tiempo fue pasando y como en la época de los descubrimientos, un día descubrí la motocicleta, la velocidad y las fracturas de los huesos. Me hice pedazos en tres carreras, casi me volví momia de tanto yeso, pero logré alcanzar un tercer lugar nacional en alta velocidad en pista y como consecuencia una pierna más averiada que la otra después de tres cirugías, pero fue otra meta cumplida en mi vorágine por imponerme al siglo. Los años pasaron y mi abuela murió un día y mi mirada se tornó al cielo azul de Cuba un día que oí un bombardero B-26 Invader pasar por encima de mi casa, y mi mente voló a la Cojimar de los años 50 y a mis memorias de los Stearman PT-19 sobre el mar en las mañanas y mi decisión de volar se consumó. Una mañana cualquiera cuando contaba solo catorce años como ya lo conté antes, logré despegar un Zlin Z-326 (un Trener Master) de la tierra que siempre había pisado, piloteado solo por mi, sin instructor de vuelo que evitara una catástrofe y regresé sano y salvo a tierra. Ese día me di cuenta que en esta vida no hay sueños imposibles. si uno está dispuesto a pagar el precio que sea por lograrlo. Los años pasaron y la pintura me ubicó en mi destino a seguir para siempre. Sin embargo hoy recuerdo aún aquél niño triste que fui, que al verse huérfano un día, solo quiso trascender su tiempo y su espacio a mas velocidad de la cuenta, para hacerse notar en la vida y no pasar desapercibido, cuando aún no sabía que su destino era pintar y que la pintura lo haría colgar sus sueños y sus vivencias por el mundo. Hoy doy gracias a la vida por todo los logros que he tenido, y que me trajo de la mano hasta aquí esta noche para escribir esto muy solo pero rogando que el amor de nuevo me llegue a tiempo y que todos mis sueños e ilusiones de estos últimos meses se me hagan realidad, y no se queden en la nada como tantas cosas antes en mi vida.
Posted on: Sun, 14 Jul 2013 00:27:15 +0000

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