Magia Varsham Shalámov (Rusia) Un palo golpeaba el cristal y lo - TopicsExpress



          

Magia Varsham Shalámov (Rusia) Un palo golpeaba el cristal y lo reconocí. Era la vara del jefe de sección. -Ahora voy -grité por la ventana; me puse los pantalones y me abroché el cuello de la chaqueta. En aquel mismo instante en el umbral del cuarto surgió Mishka, el correo del jefe, y en voz alta pronunció la fórmula acostumbrada con la que comienza cada uno de mis días de trabajo: -¡A ver al jefe! -¿Al despacho? -¡A la sala de guardia! Pero yo ya salía. Me resultaba fácil trabajar con aquel jefe. No era cruel con los presos, era inteligente y, aunque cualquier tema elevado lo tradujera a su burdo lenguaje, comprendía bien las cosas. Es cierto también que en aquel tiempo estaba de moda «reconvertirse», y el jefe simplemente quería mantenerse dentro de aquella desconocida corriente siguiendo el rumbo correcto. Tal vez fuera así. Tal vez. Por entonces yo no pensaba en esto. Sabía que el jefe -Stúkov se apellidaba- tenía muchos enfrentamientos con los de arriba, que le «endosaban» muchas causas en el campo, pero los detalles, así como la naturaleza de aquellas causas, tanto de las que se quedaron en agua de borrajas como de las que no se abrieron y de las que se cerraron, yo los desconocía. Stúkov me apreciaba porque yo no aceptaba sobornos ni me gustaban los borrachos. Por alguna razón Stúkov odiaba a los borrachos... Y además me estimaba por valiente, creo. Stúkov era un hombre mayor, solitario. Le encantaba cualquier novedad del mundo de la técnica y la ciencia, las historias sobre el puente de Brooklyn lo llenaban de entusiasmo. Pero yo no sabía contarle nada que se pareciera al puente de Brooklyn. De esto se encargaba, en cambio, Miller, Pável Petróvich Miller, un ingeniero del proceso de Shajtí1. Miller era el preferido de Stúkov, ávido oyente de cualquier novedad científica. Alcancé a Stúkov junto al puesto de guardia. -Siempre durmiendo. -No es cierto. -¿Qué me dices entonces del contingente llegado de Moscú? Por Perm, ¿eh? Lo que te digo: que no te enteras. Reúne a tu gente, vamos a escoger a unos cuantos hombres. Nuestra sección se encontraba en el límite mismo del mundo libre, donde acaba la vía férrea; de ahí en adelante se sucedían las largas marchas a pie por la taiga de los contingentes, y Stúkov gozaba del privilegio de quedarse con los hombres que necesitaba. Los trucos, sacados se diría de la psicología aplicada, los trucos que se montaba Stúkov, un jefe que se había hecho viejo trabajando con los presos, parecían fruto de una magia asombrosa. Stúkov necesitaba espectadores, y seguramente solo yo podía valorar su portentoso talento, un don que me pareció sobrenatural durante largo tiempo, hasta que noté que también yo estaba dotado de aquel mágico poder. Los mandos superiores dieron permiso para que se quedaran en la sección cincuenta carpinteros. Ante el jefe se formaba a todo el grupo que había llegado en el contingente, pero no en una sola fila, sino en tres y en cuatro. Stúkov avanzaba lentamente a lo largo de la formación golpeando sus sucias botas con el bastón. De vez en cuando la mano de Stúkov se alzaba. -A ver, sal tú, tú. Tú también. No, tú no. El otro... -¿Cuántos llevamos? -Cuarenta y dos. -Bien, ocho más. -Tú... tú... tú... Apuntábamos los apellidos y recogíamos los expedientes personales. Y los cincuenta sabían usar el hacha y la sierra. -iTreinta torneros! Stúkov recorría la formación frunciendo ligeramente el ceño. -Sal tú... tú... tú... tú, atrás. ¿Qué, eres común? -Sí, jefe. Y sin siquiera un error escogía treinta torneros. Se necesitaban diez oficinistas. -¿Puedes sacarlos a ojo? -No -Vamos entonces. -A ver, sal tú... tú... tú... Llamó a seis personas. -En este grupo no hay más chupatintas -dijo Stúkov. Lo comprobé por sus dossiers y así era: no había más. Conseguimos más oficinistas en los siguientes grupos. Era este el juego preferido de Stúkov, un juego que me dejaba boquiabierto. El propio Stúkov se alegraba como una criatura de su facultad mágica y se torturaba si no se sentía seguro en su elección. No es que se equivocara, simplemente perdía la seguridad, y deteníamos la selección de los hombres. En todas las ocasiones yo observaba con placer este juego, un juego que no tenía nada que ver ni con la crueldad ni con la sangre ajena. Me asombraba su conocimiento de los hombres. Del nexo ancestral que se producía entre el cuerpo y el alma. Cuántas veces había visto la ejecución de estos trucos, estas demostraciones del misterioso poder de mi jefe. Tras ellos no se ocultaba nada que no fueran los muchos años de experiencia de trabajar con presos. La ropa del recluso reduce sus diferencias, y esto no hace más que aligerar la tarea, que consiste en leer la profesión de un hombre en su cara, en sus manos. -¿Hoy a quién escogemos, jefe? -A veinte carpinteros. Y mira lo que me pide la dirección: elegir a todos los que hayan trabajado en los órganos2 -Stúkov dibujó una sonrisa- y que tengan condenas por lo criminal o penas administrativas. O sea que de vuelta a la mesa de los interrogatorios. Y bien, ¿qué me dices a eso? -Yo, nada. Una orden es una orden. -A ver, ¿te has dado cuenta cómo he elegido a los carpinteros? -Me lo imagino... -Sencillamente escojo a los mujiks. Todo campesino es carpintero. Y los buenos trabajadores también los busco entre la gente del campo. Y no me equivoco. ¿Pero cómo puedo dar por su cara con la gente de los órganos? No se me ocurre. ¿Les bailarán los ojos o qué? Dime. -No lo sé. -Pues yo tampoco. Bueno, quien sabe, a lo mejor lo aprendo de viejo. Antes de que me jubilen. El contingente formaba, como siempre, a lo largo de los vagones. Stúkov pronunció su acostumbrado discurso sobre el trabajo, sobre el cómputo de las jornadas, alargó la mano y recorrió dos veces las filas formadas junto a los vagones. -Necesito carpinteros. Veinte hombres. Pero que nadie se mueva, que los elijo yo. -A ver, sal tú... tú... y tú. Ya está. Recoged sus carpetas. Los dedos del jefe palparon un papelillo en el bolsillo del abrigo. -Quietos. Otra cosa. Stúkov alzó la mano con la hoja de papel. -¿Entre vosotros hay alguien de los órganos? Los dos mil reclusos callaban. -¿Si hay pregunto, alguien que haya trabajado antes en los órganos? ¡En los órganos! De las filas de atrás, empujando con la punta de los dedos a sus vecinos, se abría paso con energía un escuálido personaje al que, en efecto, le bailaban los ojos. -He trabajado de informador, mi jefe. -¡Largo de aquí! -dijo con desprecio y satisfacción Stúkov. 1 En el proceso de Shajtí (1928) se juzgó y condenó a un grupo de cincuenta y tres especialistas entre ingenieros y técnicos que, según el tribunal, se dedicaron a sabotear la minería soviética en la cuenca hullera de Donbass. 2 Se refiere a los órganos de Interior.
Posted on: Fri, 21 Jun 2013 00:54:00 +0000

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