Marcos abrió los ojos y dirigió la mirada hacia la ventana. - TopicsExpress



          

Marcos abrió los ojos y dirigió la mirada hacia la ventana. Pegado al vidrio estaba el rostro distorsionado de su hija, su amada Laura. La apariencia de la niña ya no era la que recordaba. No había dulzura en ella y mucho menos algún rastro de humanidad. Era una máscara grotesca que reflejaba ira y ansiedad. Marcos se levantó de la cama y se dirigió allí. Los pasos fueron lentos pero decididos, mientras que la vista en todo momento se mantuvo fija en las puntas de los pies, como si ya se hubiese entregado a la desesperanza y la tristeza hubiese ganado la batalla. Su mano, tosca y grande, se posó en la manija del postigo. Marcos pareció dudarlo. Luego, sin vacilar, abrió el postigo de par en par. Laura realizó una mueca similar a una sonrisa y se lamió degustando. Ambas manos se doblaron en forma de garras y al ver la ventana abierta intentó tomar la comida de los hombros para sacarlo fuera de la protección de la casa. Las uñas apenas le arañaron la ropa, como una promesa que acababa de esfumársele entre los dedos. Tenía hambre. Estaba ansiosa y furiosa. Marcos permanecía con la cabeza inclinada hacia abajo. Retrocedió algunos pasos hasta que las piernas se toparon con la cama. Se sentó, y permaneció inmóvil. Al verlo tan abatido, los rasgos de Laura se suavizaron retomando el aspecto de una niña inocente. Al hablar los labios se le movieron de forma exagerada; articuló las palabras con dificultad, tal cual lo hacían en el doblaje de las antiguas películas de kung-fu. — Déjame entrar papá. ¡Por favor!... ¿Me dejarás entrar?— rogó. El antes llamado padre no levantó la cabeza al oírla pero pudo ver cómo caían lágrimas que le mojaron la rodilla de los pantalones. La actuación había dado resultado. Era cuestión de tiempo y sucumbiría al pedido. — ¡Por favor!— repitió con dulzura. Marcos rompió el silencio. Su voz tembló conmovida y su pesar se transmitió en cada silaba. — Puedes entrar hija. Las palabras estaban dichas. Ya no había magia que lo proteja. Sólo quedaba una gran invitación a cenar. El vampiro se paró con las piernas abiertas sobre el marco de la ventana y estiró los brazos agarrándose de ambos lados. Se encorvó como un atleta en la línea de largada y salió catapultado hacia Marcos, con la boca abierta y los colmillos ávidos de sangre. La saliva chorreó haciendo un camino de aroma nauseabundo. En cuestión de segundos, se desplomó con fuerzas sobre su víctima haciéndolo caer hacia atrás. Dominando la situación, el vampiro acercó el rostro a centímetros de la piel y con la obscenidad de una puta le lamió el cuello, saboreando el momento venidero. Saciaría esa sed descontrolada que cargaba su nueva existencia y lo haría con la sangre de la última atadura con la humanidad: su padre. continúa leyendo en hambrerojo/
Posted on: Wed, 31 Jul 2013 14:08:50 +0000

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