Medoc XVII En el crujir de las hojas secas reconoce su paso. Se - TopicsExpress



          

Medoc XVII En el crujir de las hojas secas reconoce su paso. Se detiene y olfatea: en el viento de la noche viajan las sombras de los muertos. Las hojas vuelven a crujir; el chirrido de una reja con olor a deja vù la conduce a un mausoleo. Escudriña la oscuridad, se dirige al rincón donde es más compacta y el silencio se instala en su entorno. Cuando comienza a adormilarse alguien susurra en el laberinto de su oreja: “La cronología no existe. El orden desapareció”. Es la señal para que un enjambre de voces se lance contra ella. La rodea, se adhiere a su piel como si fuera la piel misma: “Perdón por alejarme un poco, por dejarme caer en la parte de afuera de la esfera”, dice alguien; “Hungría, la mañana del 14 de febrero de un año de finales de mil setecientos y tantos”, reverberan los muros. Tonos graves, agudos; en ritmo lento o acelerado; voces retumbantes o en sordina, zigzagueantes, sibilinas; relajadas o tensas: “Me perteneces, me pertenecen todos. Siempre me han pertenecido”; “Miró su rostro, su piel se diluía”; “Lo mío es el silencio, la oscuridad… a lo más el fulgor de la penumbra”; “¡Partenogénesis!, irrumpió Eso, ¡Cenotafio!, atajó furiosa”, y en una de esas voces reconoció la suya: provenía de estratos olvidados.“Duerme, mi pequeña, cierra los ojos”, y el pelo que la cubría comenzó a desaparecer vertiginosamente, se contrajeron garras, hocico y esos dientes propicios para herir y destrozar se retraían. Abrió el hocico: su aullido se transformó en suspiro. Se encontró desnuda, inerme sobre detritus vegetales de muchos años de abandono. Voces rezagadas murmuraron: “El año de 1800…, no, de mil novecientos y algo”; “Su lengua atravesó lustros, décadas, siglos, hasta el inicio de todos los tiempos, hasta alcanzar las raíces del árbol sagrado”. ¿Eso, que compartía su cuerpo, constituía el reverso de todo lo sacro y palpitaba soterrado, acallado, desde el principio del principio?¿De dónde provenían aquellas voces que desde un tiempo ajeno ordenaban qué hacer, qué decir, qué pensar, quién era y quién no, que la hacían huir, detenerse, refugiarse y parecían crearle el entorno? ¿Se encontraban dentro de ella? ¿En su mundo? ¿En la parte de afuera de su esfera? Se incorporó y al tiempo que atravesaba el umbral, dijo en voz alta: No existiré en un mundo en ruinas. Al salir, su mirada se topó con la leyenda inscripta: Anastasia: 1901… El sol emergía en el horizonte. Donde la palabra cambia de piel
Posted on: Sat, 22 Jun 2013 18:38:42 +0000

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