Mis entrevistas casuales (y III) CON CHAVELA VARGAS, SANTIAGO - TopicsExpress



          

Mis entrevistas casuales (y III) CON CHAVELA VARGAS, SANTIAGO CARRILLO Y ALASKA …. Mi encuentro con la cantante Chavela Vargas fue de la mano de lo que Herder consideraba los dos mayores tiranos del mundo: la casualidad y el tiempo. Coincidimos frente a frente, en una mesa, en un local de Argüelles, durante la presentación de un disco de Joaquín Sabina. Ella estaba junto a la ex ministra Carmen Alborch. Sabina ya me había presentado su disco, en privado, en su casa, junto a mi amigo el reportero gráfico, Gilberto Villamil. No me esperaba novedades sabinescas. Pese a mi prisa – tenía pendiente una entrevista con José Luis Sampedro—me interesaba contrastar personalmente algún asunto con la cantante mexicana. Yo estaba preparando un reportaje especial sobre las “Fridas Kahlo” españolas, la personalidad artística de pintoras famosas, tanto como sus maridos, que como la mexicana Frida Kahlo, casada con el pintor Diego Rivera, no estaban a la sombra de ellos, como María Moreno, esposa de Antonio López, Amalia Avia, de Lucio Muñoz e Iris Lázaro, de Eduardo Laborda, entre otras. La condición lesbiana de Chavela Vargas era de sobra conocida, pero me interesaba un dato más oculto entonces, que podía parecer extemporáneo: confirmar si entre sus amantes estuvo la pintora Frida Khalo, que se divorciaba y se casaba, cada dos por tres, con su marido, dependiendo del trajín con sus amantes respectivos. Le pregunté, medio en broma, si bebía para olvidar a Frida Khalo- ante la carcajada de la Alborch— .Y tal como me contestó, lo tuve claro, no se trataba de describir el Kamasutra: “ Era una mujer bellísima, sublime, un ser maravilloso, mis canciones son parte de ella; cuando me la presentaron fue vivir un sueño total”. Incluso erótico. Con Santiago Carrillo, acompañado de su esposa, coincidí frente a frente –separados por nuestros platos y unos pocos centímetros, en una comida en el restaurante Lucio, de Madrid, con motivo de la presentación de una biografía del hostelero, escrita por mi amigo Lorenzo Díaz. Antes, en otro tiempo, hasta le había entrevistado, en casa de un comunista, luciendo pelucón, en plan Pepe Bono, en periodo de semiclandestinidad. Casi me procesan por ello. Sí lo hizo la Guardia Civil – aunque todo quedó en agua de borrajas-- cuando publiqué que varios guardias habían pegado a comunistas de Alpera (Albacete), la noche en que fue legalizado el Partido Comunista de España. Recibirían las noticias con palomas mensajeras. Carrillo, en lugar de hablar del libro de Lorenzo y de lo bien que cocinaba Lucio, me señalaba, machaconamente, que él había traído el eurocomunismo y no había sido comprendido. El eurocomunismo era una especie de excusa para abrazar la socialdemocracia y distanciarse de la desprestigiada ortodoxia soviética, en la que había estado, desde que se fue de la Juventudes Socialistas. Carrillo no se había inventado nada. El eurocomunismo no era más que un seguimiento del planteamiento anti URSS que había hecho Federico Berlinguer, líder del Partido Comunista Italiano. Fue el principio del final político de Carrillo, con la debacle electoral de 1982: sólo 20 diputados, él que se creía que representaba la mayor parte del antifranquismo. Carrillo, como chaquetero no tenía previo, por eso tiene un capitulo en mi libro “Camaleones, desmemoriados y conversos”. En la época de la comida en Lucio, acababa de salir por pies del PCE, y recomendaba a los suyos que se fueran al PSOE. Como no se conformaba con su nueva realidad política, había fundado el Partido de los Trabajadores de España-Unidad Comunista, un gran fracaso, que integró en el PSOE, menos él, que prefería estar de santón en segundo plano, como buen camaleón. Había publicado varias veces sus memorias, pero no contaba nada. Así es que yo prefería las patatas esas raras de Lucio y hablar de tópicos culinarios. No iba a preguntarle sobre sus profundas convicciones comunistas porque no las tuvo nunca. O por Paracuellos, más de cuatro mil muertos, muchos de ellos niños, donde hay pruebas documentales muy graves sobre su responsabilidad directa, a través de un escrito de Georgi Dimitrov, líder de la Internacional Comunista al servicio de Stalin. No era el caso de profundizar en esto. Teníamos que comer las patatas esas raras que hacía Lucio y nos podían sentar mal. Con la cantante Alaska, coincidí en una cena de varias horas, en París. Mesa para cuatro, ella con su pareja y yo con la mía, en un “Bateau Mousse”, Sena hacia arriba y Sena hacia abajo. No había forma de escaquearse como no fuera a nado. La cena se debía a una invitación especial de la agencia periodística internacional Sigma. Eran los tiempos de Alaska y los Pegamoides, todo aquello de la “movida”. No hubo forma de sacarle nada publicable a Alaska, que no fueran tópicos sobre lo bonitos que eran los monumentos parisinos iluminados. Y hacía bien, lo suyo era cantar, no estar citando a Kant cada dos por tres, analizando la actualidad, que es lo que muchos exigen. En una mesa cercana estaba la nietísima, Carmen Marínez Bordiú, que entonces vivía en París con no se qué anticuario. La hubiera preferido a ella, al menos habríamos hablado de su abuelo y de otras antigüedades.
Posted on: Fri, 30 Aug 2013 12:09:37 +0000

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