Mujer del Sur Por: Horacio Bilbao Fecha de publicación: - TopicsExpress



          

Mujer del Sur Por: Horacio Bilbao Fecha de publicación: 01/02/13 Foto Historias: por azar, un joven cineasta argentino llega a una reunión de juventudes comunistas en Corea del Norte. Corre el año 1989. Allí es testigo de los últimos estertores de la Guerra Fría, que a veces continúan. Y conoce a “la chica del sur”, una militante por la reunificación de Corea, protagonista de la película –mezcla de documental y ficción– que filmó 20 años después. El cine de ficción gana cuando hay una historia detrás. Pero el peso de esa historia es crucial cuando se trata de un documental. Es el caso de La chica del sur, la película escrita y dirigida por el argentino José Luis García. Tenemos el caso de una mujer valiente en un escenario político –el fin de la Guerra Fría– que funciona como un mirador implacable, sumado a la curiosidad de un autor que se involucra hasta los huesos. El comienzo es puro azar. O una serie de causalidades que no llega a entenderse, como diría Borges. Ocurrió en 1989. García, que por entonces tenía 24 años, viajó con una cámara VHS que le prestó un amigo al norte de Corea. Él se cuida de decir Corea del Norte. Viajó con la delegación argentina al Festival Mundial de la Juventud y los estudiantes. El último encuentro de militantes que auspiciaría la corroída ex Unión Soviética, que terminaría de caer dos años después. “Turismo revolucionario en la cubierta del Titanic”, define García en el filme. El contexto del viaje era surrealista. “Tres semanas antes, había ocurrido la masacre de Tianamen en China; cuatro meses después caería el Muro de Berlín”. Aquí no había tal muro, pero sí una frontera, la más vigilada del mundo, que ponía a yanquis y comunistas al borde de la guerra bastante seguido. “Sólo sabía que al terminar la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos y la Unión Soviética desalojaron a los japoneses de la península y la dividieron en dos mitades, que no tardaron en enfrentarse en una guerra devastadora”, cuenta García. Hay que decir que más de 70 años después, el conflicto sigue vigente. Y que García no llegó al Norte de Corea ni como militante ni como periodista. Él mismo se define: “Era una especie de paracaidista ocupando el lugar de mi hermano mayor, que debía cancelar su viaje y me lo ofreció”. El documental arranca entonces con las imágenes de la comitiva argentina en el avión, un viaje interminable que, tiene entre los viajeros al periodista argentino Eduardo Aliverti y al hoy ministro de Cultura de la Ciudad de Buenos Aires, Hernán Lombardi. La película muestra desde el arranque imágenes impactantes de Pyongyan, la capital del Norte, en ese verano de 1989. Fidel junto al líder local, carteles de solidaridad antimperialista, marchas multitudinarias, consignas altisonantes. García grabó todo eso con su cámara VHS prestada. “Fuera ingleses de Malvinas, fuera yanquis de América Latina” era la consigna celeste y blanca. Lucía en las remeras de la delegación. Un dato anecdótico: ese verano, en Pyongyan, el Partido Comunista inglés reconoció la soberanía argentina sobre las Islas Malvinas. Ése era el contexto histórico. De la historia a la ficción García tiene a su heroína. Un hallazgo, una llave maestra para contar su historia. En ese mismo viaje, casual, desopilante, impactante para él, una joven surcoreana llegó clandestinamente hasta allí para participar del encuentro. García la vio primero por la televisión, y luego asistió a una conferencia de prensa donde ya le quedó claro que ella había ido a luchar por la reunificación de Corea. Amada por sus primos del Norte, vivada entre las multitudes, tocada y acariciada por el pueblo hasta sangrar, así anduvo Lim Sukyung –ése es su nombre– en el festival organizado por la ex Urss. Nacida en Seúl, había estudiado allí hasta la universidad, bombardeada con una educación anticomunista que ella no esconde: “Llevamos 45 años separados, puede ser mucho tiempo”, dijo y pidió por la reunificación de los pueblos. Aseguró que era primordial que el Ejército de los Estados Unidos saliera de Corea. Y dijo muchas cosas más en esos pocos días en los que vivió en Corea del Norte. García contrasta muy bien la frescura de las palabras de Sukyung con la burocracia del gobierno, del movimiento y de las delegaciones oficiales. ¿Cómo no sobresalir? Era una viajera clandestina. Y para llegar allí debió dar la vuelta al mundo, con escalas en Tokio, Moscú y Berlín. Estaba prohibido cruzar la frontera. Alguien la bautizó como “la flor de la reunificación”. Para García, “su perfume era mucho más encantador que el de la espuma revolucionaria en la que estábamos sumergidos”. Y el aroma le duró. -“Voy a volver al Sur a través de la frontera de Panmunjon. No quiero pasar por un tercer país, lo haré aunque me muera allí, dijo Sukyung. -¿Cómo vas a hacer eso?, le preguntó un periodista. -Caminando.Y cantando con las manos arriba, respondió ella. Cuando semejante acto político ocurrió, seguido por las cámaras del mundo, García ya estaba de vuelta en Argentina. Había terminado su viaje. Pero también había sido embriagado por aquella flor que repetía en cada discurso: “Nuestras ideologías, nuestros sistemas, difieren demasiado, pero nosotros somos un pueblo. Corea es una. No pueden dividirnos”. Amada por la multitud, acompañada por muchos de ellos hasta la frontera, prometió volver a encontrarlos en una patria unificada. Sus palabras se derrumbaron cuando cruzó la línea, volviendo a casa. Ni bien pisó Corea del sur, fue detenida. Era el 15 de octubre de 1989, y lo hizo a pie, cantando, como había prometido. Fue acusada de subversión y contrabando, por llevar zapatillas del Norte. La condenaron a 10 años de prisión; salió a los tres y medio en libertad condicional. 20 años después García seguía flechado por aquella historia. Guardó como un tesoro aquellos videos VHS, hasta que en 2008 conoció y se hizo amigo de Alejandro Kim, un traductor que dividía sus días entre Seúl y Buenos Aires. A García lo desvivía una pregunta: ¿Qué habría pasado con ella? La buscaron por Internet, la rastrearon y no tardaron en enterarse que había sido madre, que perdió a su hijo cuando tenía 8 años y que un diario conservador había hablado de la muerte “del hijo de la comunista”. Luego se había perdido en un monasterio budista enclavado en la montaña. Más tarde supieron que estaba en Seúl, que daba clases de periodismo en la universidad, y que tenía un programa de radio. Allí, frente al micrófono, ha vuelto a hacer campaña por la reunificación de Corea. Consiguieron su dirección de correo electrónico y los recibió en Seúl. Veinte años después, García volvía a Corea, pero esta vez al sur de Corea. Seguir contando esta historia es revelar el final de un filme que merece ser visto. Sólo se puede decir que “la chica del sur” en su vida actual, enigmática, tiene un cargo político, que la izquierda surcoreana sigue cercada por el anticomunismo, que los yanquis siguen allí, y que Lim Sukyung viajó a Buenos Aires, con García y el traductor. Una historia lejana y cercana que conmueve. Y que abre la pregunta: ¿Qué las hace nuestras también a estas historias?
Posted on: Sun, 03 Nov 2013 23:23:39 +0000

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