Mónica Se miró al espejo para ver la apariencia que tenía. - TopicsExpress



          

Mónica Se miró al espejo para ver la apariencia que tenía. Algo de saliva colgaba de la boca y los ojos estaban brillantes que parecian un par de piedras en el fondo del rio, a causa del esfuerzo que había hecho. Hizo unos buches con agua, pero el paladar le decía que no era suficiente para ahuyentar el sabor agrio estomacal que siempre le quedaba. Tomó el pomo del dentífrico y se puso un poco en la boca. Luego hizo unos buches. Pareció quedar conforme. Pestañeó varias veces para espantar las insipientes lágrimas y gesticuló frente al espejo una sonrisa que fue trabajada y moldeada hasta que perdió ese algo que la hacía verla forzada. Era una profesional. Tomó el picaporte y a punto estuvo de abandonar el baño, cuando algo dentro de ella, (tal vez el mismo demonio que se había colado dentro de su cuerpo y obligado a hacer ese terrible acto una y otra vez cada noche) le recordó que olvidaba algo. “Pequeño detalle”, se dijo para si Mónica mientras retrocedía unos pasos hasta el inodoro. Echó una mirada dentro por curiosidad, por simple curiosidad. Mientras, al mismo tiempo se preguntaba: “¿Cómo puede haberme entrado todo eso?” Pero la curiosidad la llevó a descubrir algo, que otras veces no estaba presente. Intentó recordar si había comido algo que pudiese relacionar con ese color, pero no estaba segura. Se inclinó ante la taza y el olor agrio del vómito, que flotaba en el inodoro, le abofetio las narices. Lo analizó detenidamente. “Es sangre. ¡Dios mío es sangre!” ─Mónica, ¿estás bien? ─preguntó su madre desde el otro lado de la puerta haciéndola sobresaltar. ─Si, ma’, ya salgo ─respondió Mónica intentando disimular sus nervios. ─Apurate. Se incorporó sin quitar los ojos de aquello que había sido el exquisito pollo con papas a la crema, que su madre había cocinado y la abundante ensalada de fruta que había preparado su tía, todo aderezado por eso que parecía una salsa especial. Pero que en realidad era sangre y no cabía ninguna duda. Quizas…su sangre. Apoyó el pulgar en el botón de la mochila del inodoro y tubo serias dudas de presionarlo. “Pensá, Mónica. Pensá... ¿qué haces? ¿Le contás a mamá?” “No. No, ni lo pienses. ¡Mónica de esto no tiene que enterarse nadie! No pasó nada. Acá no pasó nada.” Y mientras se daba ánimos y controlaba a aquella Mónica miedosa e indecisa, presionó el botón de la mochila borrando toda la evidencia de su enfermedad. Y esperó a que se marchase todo por el caño. Luego, echó una última mirada al espejo y se acomodó el flequillo. Hecho todo esto, tomó el picaporte y sacó la llave lentamente y sin hacer ruido, para que no se enterasen de que se había encerrado. ─Vamos Mónica, apurate. ─Ya voy, ya voy ─respondió mientras salía corriendo del baño. En el comedor estaban todos reunidos. Su padre y tíos ya habían abierto las sidras y servido las copas. Era una gran familia que casi no entraba en el comedor. Justo cuando Mónica llegó, todos gritaron a coro: ¡Feliz Navidad! Las risas, los brindis, los besos abundaron. Mónica recibió un poco de todo. Su abuelo la alzó en brazos, como hacia mucho no lo hacía. ─ ¿Cómo está mi chiquita? ─Bien, abue...no, no me hagás cosquillas... Mónica rió. ─ ¿No te habrás olvidado de escribirle al Niñito Dios? ─No. ─ ¿Y qué fue lo que le pediste? ─Le pedí una Barbie playera ─y en un apartado especial, le rogaba que cumpliera su sueño de ser modelo y aclaraba que no importaba tanto la Barbie como el ser modelo. Las risas y carcajadas continuaron a granel. Afuera las bengalas y fuegos artificiales coloreaban la noche. Mónica tenía el brazo derecho pasado por sobre los hombros de su abuelo y esa mano tenía impreso, sobre los nudillos, el signo de Russel del que había olvidado cubrir como solía hacerlo, como si alguien fuese a advertirlo. La abuela se acercó con una compotera rebosante con confites de chocolate. ─ ¿Dónde está mi nieta? ¿Dónde está mi nietecita? ─Acá, abu. ¡Acá estoy! ─gritó Mónica siguiendo el juego de su abuela. ─Mirá lo que te traje… especialmente para vos. Mónica abrió grande los ojos. ─ ¡Almemdras con chocolate! ─Tus preferidas, mi amor. El abuelo la bajó al suelo porque no daba más del dolor de columna. Ya no era una nena. ─Gracias, abu. ¡Te quiero un montón... y a vos también! Mónica besó a sus abuelos. Con once años era la nieta más pequeña y la más consentida. Mónica comenzó a comer las almendras con chocolate mientras pensaba en la Barbie que le había pedido al Niñito Dios y cómo haría para sacarse después las almendras con chocolate del estomago.
Posted on: Sun, 21 Jul 2013 04:40:16 +0000

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