NATIVIDAD DE MARÍA María nació con incomparable santidad, - TopicsExpress



          

NATIVIDAD DE MARÍA María nació con incomparable santidad, porque Dios le dio la mayor gracia desde el principio, y fue extraordinaria la fidelidad con que María correspondió, bien pronto, a Dios Suelen los hombres celebrar el nacimiento de sus hijos con fiestas y señales de alegría; pero, si bien se mira, debieran dar muestras de tristeza y dolor al considerar que nacen con la culpa original, y sujetos desde la cuna a miserias y a la muerte. Mas la natividad de nuestra niña María es justo que se celebre con fiestas y gozo universal pues vino a la vida niña en la edad, pero colmada de méritos y de virtudes. María nació santa y gran santa. Para entender algo el grado de santidad con que nació, es necesario considerar cómo sería de grande la gracia primera con que Dios enriqueció a María; y en segundo lugar cuán grande fue la fidelidad con que María correspondió a Dios. PUNTO 1º 1. María supera en gracia a santos y ángeles juntos Es cierto que el alma de María es la más bella que ha creado Dios después de la del Verbo Encarnado; ésta fue la obra más grandiosa y de por sí la más digna que realizó el Omnipotente en la tierra. “Una obra que sólo es superada por el mismo Dios”, dice san Pedro Damiano. La gracia de Dios no se dio a María con medida como a los demás santos, sino “como el rocío que humedece la tierra” (Sal 71, 6). Fue el alma de María como lana que absorbió dichosa la gran lluvia de la gracia sin perder ni una gota. “La Virgen –dice san Basilio– absorbió toda la gracia del Espíritu Santo”. Es decir, como explica san Buenaventura, poseyendo en plenitud todo lo que los demás santos poseen en parte. San Vicente Ferrer, hablando de la santidad de María antes de su nacimiento, dice que esa santidad sobrepasó la de todos los ángeles y santos juntos. Que María superó en gracia a cada uno de los santos en particular y a todos los ángeles y santos a la vez, lo demuestra el P. Francisco Pepe, de la Compañía de Jesús, en su obra “De la grandeza de Jesús y de María”, y afirma que esta sentencia tan gloriosa para nuestra reina, es común y cierta entre los teólogos. Y narra que la Madre de Dios mandó por medio del P. Martín Gutiérrez, agradecer de su parte al P. Suárez haber defendido esta sentencia con tanto valor. Sentencia que el P. Señeri, en su libro “El devoto de María”, declara que ha sido sostenida comúnmente por la Universidad de Salamanca. Si esta sentencia es común y cierta, mucho más lo es la sentencia de que María recibió esta gracia superior a la de todos los santos y ángeles juntos desde el primer instante de su Inmaculada Concepción. Esto lo defiende con toda su fuerza el P. Suárez, al que le siguen los P. Señeri, Recupito y de la Colombière. Pero esta autoridad de los teólogos queda fundamentada en dos grandes y convincentes razones. 2. María, predestinada a ser Madre de Dios La primera razón de este privilegio es porque María fue elegida por Dios para Madre del Verbo divino. Dice Dionisio Cartujano que habiendo sido elevada a un orden superior al de todas las criaturas –porque, en cierto modo, como afirma el P. Suárez, la maternidad divina pertenece al orden de la unión hipostática– con toda razón le fueron otorgados desde el principio de su vida dones superiores que sobrepasan de modo incomparable, los dones otorgados a todas las demás criaturas. Y en verdad no puede dudarse que, al mismo tiempo que en los divinos decretos se destinó al Verbo de Dios para hacerse hombre, le fue designada la madre de la que había de recibir el ser humano; y ésta fue nuestra niña María. Enseña santo Tomás que el Señor da a cada uno la gracia proporcionada a la dignidad a que lo destina. Antes lo enseñó san Pablo al decir: “El cual nos capacitó para ser ministros de una nueva Alianza” (2Co 3, 6), indicando con ello que los Apóstoles recibieron de Dios los dones proporcionados al gran ministerio para el que fueron elegidos. Añade san Bernardino de Siena que cuando alguno es elegido por Dios para cualquier estado, recibe no sólo las disposiciones necesarias, sino también las gracias para desempeñarlo con decoro. Siendo elegida María para Madre de Dios, fue necesario que Dios la dotara desde el primer instante de gracias inmensas y de categoría superior a las gracias de todos los ángeles y hombres juntos, pues debía corresponder esa gracia a la dignidad inmensa y suprema a la que Dios la exaltaba. Lo afirman todos los teólogos con santo Tomás que dice: “La Virgen fue elegida para ser Madre de Dios, y por eso no se puede dudar de que Dios la hizo con su gracia idónea para esa misión”. De modo que María, antes de ser realmente la Madre de Dios, estuvo dotada de santidad tan perfecta, que la hizo idónea para esa dignidad. “En la Santísima Virgen, la perfección fue como dispositiva, pues con ella se hizo idónea para ser la Madre de Cristo, y ésta fue la santidad perfecta”, dice el santo doctor. Y antes había dicho que María fue llamada llena de gracia porque atesoraba en su alma una gracia tan inmensa que era proporcionada a la dignidad altísima a que estaba predestinada, de manera que fue hallada digna de ser Madre del Unigénito de Dios. De modo que para comprender la excelencia y sublimidad de la gracia concedida a María hay que tener en cuenta su dignidad de Madre de Dios. Con razón dice David que los fundamentos de esta ciudad de Dios, María, debían plantarse sobre las cimas de los montes, lo que viene a significar que el comienzo de la vida de María debía de ser más elevado que la de los demás en su santidad consumada. “Ama el Señor las puertas de Sión, dice el Profeta, más que todos los tabernáculos de Jacob. Y el mismo David da la razón, pues Dios debía nacer de su seno virginal” (Sal 86, 5). Por eso Dios tenía que dar a esta Virgen, desde el primer momento en que la creó, la gracia correspondiente a la dignidad de una madre de Dios. Lo mismo dio a entender Isaías al profetizar que en los tiempos venideros, la casa de Dios, que fue María, había de levantarse sobre todos los montes, y que por eso todas las gentes irían presurosas a este monte para recibir las divinas misericordias. “Sucederá en días futuros, que el monte de la Casa de Jahveh será asentado en la cima de los montes y se alzará por encima de las colinas. Confluirán a él todas las naciones y acudirán pueblos numerosos” (Is 2, 2). San Gregorio lo explica así: “Monte sobre todos los montes porque brilla la alteza de María sobre la de todos los santos”. San Juan Damasceno dice: “Monte que Dios se complació en elegir para su descanso. María fue llamada también ciprés, pero ciprés del monte Sión; cedro, pero cedro del Líbano; olivo, pero olivo muy hermoso; escogida, pero escogida como el sol (Ecclo 24, 13-14; Ct 6, 9); porque, como dice san Pedro Damiano, como el sol, con su luz, excede totalmente al esplendor de las estrellas, pues cuando él sale, sólo se ve su brillo, así la Virgen Madre de Dios supera con su santidad los méritos de toda la corte celestial. San Bernardo dice con elegancia: “María fue tan sublime por su santidad, que a Dios no le iba otra Madre distinta de María y María no podía tener otro Hijo más que Dios”. 3. María, nuestra medianera La segunda razón con que se demuestra que María, desde el primer instante de su existencia, fue más santa que todos los santos juntos, es su gran misión de mediadora para con los hombres, que tiene desde que existe; por eso era necesario que, desde el principio poseyera mayor cúmulo de gracia que la de todos los santos. Ya se sabe que los santos padres y teólogos atribuyen a María este título de mediadora, porque ella con su poderosa intercesión y méritos nos obtuvo la salvación, procurando al mundo perdido el gran beneficio de la Redención. Su mérito se llama de congruo porque sólo Jesucristo es nuestro mediador con toda justicia o de condigno, como dicen los teólogos, habiendo ofrecido sus méritos al eterno Padre que los aceptó para nuestra salvación. María, por su parte, es mediadora por su intercesión, o por mérito de congruo, que dicen los teólogos con san Buenaventura, habiendo ofrecido a Dios sus méritos por la salvación de todos los hombres; y Dios, porque así lo decidió, los acepta en unión de los méritos de Jesucristo, su Hijo. Como dice Arnoldo de Chartres: “Ella con Cristo nos obtuvo el mismo efecto: nuestra salvación”. Todo bien, todo don de vida eterna que ha recibido cualquiera de los santos, lo ha recibido de Dios, y por medio de María se le ha dispensado. Esto quiere dar a entender la Iglesia cuando honra a la Madre de Dios aplicándole estas palabras: “En mí toda gracia de vida y de verdad”. Dice de vida, porque por María se nos conceden todas las gracias a los viadores; y dice de verdad porque por María se nos da la luz de la vida. “En mí toda esperanza de vida y de virtud”. De vida, porque por María esperamos obtener la vida de la gracia en la tierra y la de la gloria en el cielo; de virtud, porque por medio de María se obtienen todas las virtudes, muy especialmente las virtudes teologales de la fe, la esperanza y la caridad, que son las virtudes fundamentales de los santos, “Yo soy la madre del amor hermoso, y del santo temor, y del conocimiento y de la santa esperanza”. María con su intercesión consigue para sus devotos el don del divino amor, del temor santo, de la luz celeste, y de la santa confianza. De lo cual deduce san Bernardo, que es enseñanza de la Iglesia, que María es la mediadora universal de nuestra salvación. “¡Gloria y honor a la que halló la gracia, a la que es mediadora de la salvación y restauradora de los siglos! Estas cosas me canta de ella la Iglesia, yme enseña que las cante yo”. Afirma san Sofronio, patriarca de Jerusalén, que el Arcángel san Gabriel la llamó llena de gracia, porque mientras a los demás se les da la gracia con medida, a María se le otorgó toda entera. Esto sucedió –afirma san Basilio– a fin de que, de ese modo, pudiera ser digna mediadora entre los hombres y Dios. De otra manera –afirma san Lorenza Justiniano–, si la Santísima Virgen no hubiera estado desbordante de gracia divina ¿cómo hubiera podido ser la escala del paraíso, la abogada del mundo, y la verdadera mediadora entre Dios y los hombres? Así queda bien aclarada la segunda razón propuesta. Si María, desde el principio, por estar destinada a ser Madre del Redentor de todos, recibió el oficio de mediadora para todos los hombres, y por consiguiente de modo especial de todos los santos, fue necesario que, desde el principio, tuviera gracias superiores a las que han tenido todos los santos por los que había de interceder. Me explico más claro: Si por medio de María debían hacerse queridos de Dios todos los hombres, fue necesario que María fuera más santa y más amada de Dios que todos los demás hombres. Si no ¿cómo hubiera podido interceder por ellos? Para un príncipe que obtenga gracias en favor de todos los vasallos, es del todo indispensable que él sea más querido del monarca que todos los otros súbditos. “Y por eso María –concluye san Anselmo–, mereció ser la digna reparadora del mundo perdido, porque ella fue la más santa y la más pura de todas las criaturas”. María fue mediadora de los hombres, pero dirá alguno ¿cómo pudo ser mediadora para con los ángeles? Es sentencia de muchos teólogos que Jesucristo mereció la gracia de la perseverancia también a los ángeles. De modo que si Jesucristo fue mediador de condigno, así también María debió ser mediadora de los ángeles de congruo. Habiendo acelerado con sus plegarias la venida del Mesías, mereció para los ángeles la recuperación de las sedes perdidas por los demonios. Por lo que dice Ricardo de San Víctor: “Ambas criaturas son reparadas por María, por ella se ha reparado la ruina de los ángeles, y ha sido reconciliada la naturaleza humana”. “Ambas –dice san Anselmo– por medio de esta santa Virgen han sido devueltas al estado primitivo y restauradas”. Nuestra celestial niña, por haber sido hecha la mediadora del mundo y por haber estado destinada a ser Madre del Redentor, desde el principio de su vivir, recibió una gracia superior a la de todos los santos juntos. ¡Qué espectáculo tan sublime para el cielo y la tierra la hermosísima alma de esta niña afortunada aunque oculta aún en el seno de su madre! Era la criatura más amable a los ojos de Dios, porque colmada ya de gracia y de méritos, podía exclamar con toda verdad: “Desde niña agradé al Altísimo”. Era al mismo tiempo la criatura que más amaba a Dios, sin que nadie jamás en el mundo se le pudiera comparar en la fuerza de su amor. De suerte que si hubiera nacido inmediatamente después de su purísima Concepción, ya hubiera venido al mundo más rica de merecimientos y más santa que todos los santos. Pensemos cuán santa nació viniendo al mundo después de nueve meses de su Concepción en que no dejó de ir acrecentando merecimientos en el seno de su madre. Pasemos a considerar el segundo punto en que veremos cuán grande fue lafidelidad con que María correspondió desde el primer instante a la gracia de Dios. PUNTO 2º 1. María recibió todo don y supo responder enseguida a la gracia No es una simple opinión, dice el P. La Colombière, sino el común sentir, que la santa niña, al recibir la gracia santificante en el seno de su madre santa Ana, recibió al mismo tiempo, la gracia de la ciencia infusa, que es una luz divina correspondiente a toda la gracia de que fue enriquecida. Así que bien podemos creer que desde el primer instante en que su alma se unió a su cuerpo, ella quedó iluminada con todas las luces de la divina sabiduría con que conoció la verdad eterna, la belleza de la virtud, y sobre todo, la infinita bondad de su Dios y cuánto merecía ser amado de todos, pero especialmente por ella por razón de los especialísimos privilegios con que el Señor la había dotado, distinguiéndola sobre todas las criaturas, preservándola de la mancha del pecado original, dándole gracias tan inmensas, y destinándola para Madre del Verbo y reina del universo. Porque, desde el primer momento María, llena de gratitud para con su Dios, comenzó presurosamente a trabajar negociando fielmente con aquel gran capital de gracia de que se veía dotada. Dedicándose a complacer y amar la divina bondad, desde aquel instante la amó con todas sus fuerzas, y así continuó amándolo durante los nueve meses que precedieron a su nacimiento, en los que no cesó ni por un momento de unirse siempre más a Dios con actos fervientes de amor. Ella estaba exenta de la culpa original, por lo que estaba libre de todo afecto terreno, de cualquier movimiento desordenado, de cualquier distracción, de cualquier obstáculo que le hubieran podido oponer sus sentidos en su constante progreso en el divino amor. Todos sus sentidos estaban perfectamente de acuerdo con su alma santa en correr hacia Dios; de modo que, libre de todo impedimento, sin detenerse jamás, volaba hacia Dios, amándolo siempre y siempre creciendo en su amor. Por eso ella se llamó plátano plantado junto a la corriente. Ella dice: “Como plátano me he elevado” (Ecclo 24, 14). Ella es la planta elegida por Dios que siempre se elevó junto a la corriente de la gracia divina. Por eso de modo semejante se llamó vid: “Como la vida he hecho germinar la gracia y mis flores son fruto de gloria y de riqueza” (Ecclo 24, 17); no sólo porque fue tan humilde a los ojos del mundo, sino porque progresó siempre en el amor, como crece indefinidamente la vid. Los demás árboles, como el naranjo, el peral y la morera, se desarrollan hasta determinada altura, al paso que la vid crece siempre sin límite. Así la Virgen siempre creció en la perfección. “Dios te salve, vid siempre llena de verdor”; así la saluda san Gregorio Taumaturgo. Siempre estuvo unida a su Dios que era su único apoyo. De ella habló el Espíritu Santo cuando dijo: “¿Quién es ésta que sube del desierto, apoyada en su amado?” (Ct 8, 5). “Esta es –comenta san Ambrosio–la que sube para adherirse al Verbo de Dios como sube la vid apoyada al árbol”. 2. María creció en gracia prodigiosamente Dicen muchos y graves teólogos que quien posee el hábito de una virtud, siempre que corresponde fielmente a la gracia actual que de Dios recibe, produce un acto de igual intensidad al hábito de virtud que ya posee; de modo que cada vez adquiere un nuevo merecimiento igual al cúmulo de todos los méritos antes adquiridos. Este acrecentamiento, como dicen, ya fue concedido a los ángeles en su primer estado; y si fue concedido a los ángeles ¿quién podrá negar este don a la Madre de Dios mientras vivió en la tierra, y por tanto en el tiempo que vivió en el seno de su madre, en el que fue incomparablemente más fiel que los ángeles en corresponder a la gracia? María a cada momento doblaba aquella sublime gracia que poseyó desde el primer instante pues correspondía con toda su alma perfecta y en todo acto que hacía, redoblaba sus merecimientos... Multiplicad por un día, multiplicad por nueve meses, y considerad qué tesoros de gracias, de méritos y de santidad trajo María al mundo en su Natividad. Alegrémonos por tanto con nuestra preciosa niña que nació tan santa, tan amada por Dios, tan llena de gracia. Y alegrémonos, no sólo por ella, sino también por nosotros; porque ella vino al mundo llena de gracia, no sólo para su provecho y gloria sino para nuestro bien. Considera santo Tomás en el Opúsculo octavo, que la Santísima Virgen estuvo llena de gracia de tres modos. Primero, estuvo llena de gracia en su alma porque desde el principio su alma hermosísima fue toda de Dios. Lo segundo, porque estuvo llena de gracia en su cuerpo, ya que mereció dar su purísima carne al Verbo eterno. Lo tercero, porque estuvo llena de gracia para provecho de todos, pues así todos los hombres podrían participar de la gracia. Algunos santos, añade el Angélico, poseen tanta gracia, que no sólo basta para salvarse ellos, sino que alcanza para salvar a muchos otros, pero no para salvarlos a todos. Sólo a Jesucristo y a María se les concedió tal cúmulo de gracia que bastara para salvar a todos. “Lo máximo sería que alguno tuviera tanta gracia que bastara para la salvación de todo; y esto es lo que ha sucedido con Jesús y con la Santísima Virgen”. Así lo enseña santo Tomás. Lo que dice san Juan (1, 16): “De su plenitud todos hemos recibido”, lo mismo dicen los santos de María. Santo Tomás de Villanueva le dice: “Llena de gracia, de cuya plenitud participan todos”. De forma, dice san Anselmo, que no hay quien no participe de la gracia de María. ¿Dónde hay en el mundo alguien con quien María no sea benigna y no le dispense su misericordia? 3. María es tesorera de las gracias De Jesús, claro está, recibimos la gracia como autor de ella, y de María como medianera; de Jesús como Salvador, de María como abogada; de Jesús como fuente de la gracia, de María como su canal. Dice san Bernardo que Dios constituyó a María cual acueducto de las misericordias que quería otorgar a los hombres; por ello la llenó de gracias, para que de su plenitud se comunicara a cada uno su parte. Por eso el santo exhorta a considerar con cuánto amor quiere Dios que amemos a esta Virgen excepcional, pues en ella ha colocado todos los tesoros de sus bienes, y así, cuanto tengamos de esperanza, de gracia y de salvación, todo se lo agradezcamos a nuestra muy amada reina pues todo nos viene de sus manos y por su intercesión. Estas son sus bellas palabras: “Mirad con qué afecto y devoción desea que la honremos, el que puso toda la plenitud de los bienes en María, pues todo lo que en nosotros hay de gracia y salvación, comprendamos que de ella nos viene”. ¡Infeliz el que cierra para sí este canal de la gracia al no encomendarse a María! Olofernes, cuando quiso apoderarse de la ciudad de Betulia, mandó ocupar los acueductos de la ciudad (Jdt 7, 7). Esto hace el demonio cuando intenta apoderarse de un alma: le hace abandonar la devoción a María santísima. Cerrado este canal, ella perderá fácilmente la luz, el temor de Dios, y al fin, la salvación eterna. Léase el siguiente ejemplo en el que se verá lo grande que es la piedad del corazón de María, y la ruina que atrae sobre sí el que ciega este canal al abandonar la devoción a esta reina del cielo.
Posted on: Sun, 08 Sep 2013 11:23:39 +0000

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