OJALÀ TODOS LOS PELOTUDOS QUE CORREN DETRÀS DEL DOLAR DEBERÌAN - TopicsExpress



          

OJALÀ TODOS LOS PELOTUDOS QUE CORREN DETRÀS DEL DOLAR DEBERÌAN TENER ESTA RELACIÒN CON ESE PUTO BILLETE: El mejor falsificador de billetes de la Argentina. “Me retiraron a los sopapos” Los detectives de la Federal lo llaman “el Artista”, por la calidad de sus reproducciones truchas. Estuvo preso cinco veces. Vive de la pintura y de la venta de bombachas. Con los cinco millones de dólares que falsificó en toda su historia criminal, Héctor Fernández podría haber empapelado de billetes las paredes descascaradas de su casa de José C. Paz. Soñó con ser millonario y viajar por el país en el aeroplano que inventó en sus ratos libres. Fracasó en el intento cinco veces. Estuvo preso otras tantas. Jura que se retiró del delito. Ahora vende bombachas para jubiladas en las calles del conurbano y pinta cuadros. Su última obra, un billete de cien dólares, será subastada en internet con una base de 20 mil pesos. “Me retiraron del delito a los sopapos. Muchos dicen que soy el mejor falsificador del país, pero si lo fuera nunca me hubiesen atrapado”, admite Fernández, de 67 años. Los detectives de la División Falsificación de Moneda de la Policía Federal lo bautizaron “el Artista” porque sus billetes eran una “obra de arte”. Los jueces que tomaron su caso lo elogiaron por la calidad de sus billetes, que parecían verdaderos. Se hizo falsificador en 1986. “Los australes que fabriqué eran más originales que los del Banco Central”, se jacta. La última vez que cayó preso, el 22 de diciembre de 2007, lo sorprendieron en plena tarea, en su casa, con los billetes y las máquinas. Les pidió de rodillas a los policías que lo detuvieran en dos días. “¿Para festejar la Navidad?”, le preguntaron. El falsificador respondió con altanería: “¡Ni loco, es para terminar los billetes!”. Fernández fue el preso estrella del Operativo Tinta Fresca, como lo bautizó la Policía Federal. Los detectives creen que Fernández fabricó el aeroplano que tiene en los fondos de su casa para fugarse con los billetes. En la cárcel de Ezeiza fue idolatrado por sus compañeros. Algunos le propusieron negocios sucios. Para sacárselos de encima, les dijo que le temblaban las manos. Su esposa lo dejó. Su amante también: como no le dio ningún billete le robó hasta el inodoro de la casa. La obra que Fernández subastará por internet es un billete de 100 dólares hecho con tinta china. El cuadro, con marco negro, mide 80 centímetros por 30. Lleva su firma. “Tardé seis meses en hacerlo. Soy un obsesivo. Utilicé la misma técnica con la que falsificaba los billetes. Falsificar es un delito, pero también es un arte. Pasé noches enteras sin dormir en busca de la perfección”, dijo Fernández. Su obra será subastada en la página hectorfernandez.ar, que estará lista en dos semanas. “Además me gustaría colaborar con el Banco Central para diseñarles una medida de seguridad para los billetes”, dijo el falsificador. En 1991, Fernández fue detenido como integrante de una banda de falsificadores liderada por el empresario Daniel Bellini, el dueño del boliche Pinar de Rocha, de Ramos Mejía, detenido por la muerte de su novia Morena Pearson. El Artista pasó cuatro años en prisión por falsificar dos millones de dólares en un sótano. No fue la única vez. El 4 de mayo de 2005 cayó con 260 mil dólares falsos durante el Operativo Papel Picado. Mientras espera que se resuelva su situación procesal (es probable que vaya a juicio oral), el mejor falsificador de dólares de la Argentina jura, besándose los dedos en cruz, que no volverá a delinquir. “Como soy artista plástico volví a pintar. Sueño con exponer y vender mis obras. Quiero utilizar mi talento para algo honesto. Dejé el mal camino y estoy dispuesto a ayudar al Banco Central a fabricar una medida de seguridad para detectar los billetes falsos”, asegura Fernández. En otras épocas, Fernández solía pararse en la esquina de Florida y Corrientes con un billete de cien dólares falso que dejaba sobresalir de su bolsillo. Así conoció los bajos fondos porteños: atrajo a prostitutas, proxenetas, tangueros fracasados y personajes tan sórdidos como los de Roberto Arlt. “Conocí malos y buenos. Me hundí una y mil veces, pero siempre salí a flote”, dice el criminal de guante blanco. La pintura no es la única ocupación del ex falsificador: por las mañanas, después de tomar mate con galletitas de agua, sale a la calle con una bolsa llena de bombachas para vender. Desde que su historia salió en el programa Cárceles, de Telefe, dice que muchas de sus clientas lo reconocen, lo saludan y hasta lo invitan a salir. El viejo falsificador les sonríe, se pone colorado y les hace precio. Almorzando con Picasso En los años de la dictadura, el comisario que lo torturó le ofreció truchar dinero para él. En los del austral, la Casa de la Moneda dictaminó que sus billetes truchos eran auténticos originales. La policía lo bautizó “el Artista”, un homenaje a su talento. Hoy, tras varias estadías en la cárcel –la última vez fue detenido junto con Daniel Bellini– y unas cuantas traiciones, vive solo en una casa humilde de José C. Paz, cuenta sus historias y comparte algunos de los secretos del oficio. El señor Fernández pela, impecable, un billete de 100 pesos del bolsillo de su camisa. Lo acaricia. Lo da vuelta una vez. Lo da vuelta otra. Lo acerca a un centímetro de sus ojos miopes. Lo aleja, despacito. Lo frota contra su cabeza calva, como si quisiera lustrarla. Después lo mira a trasluz, lo raspa a la altura de la barba de Roca con la uña del meñique, lo huele. Y suspira. Y sonríe, sonríe con placer. –Para que te dure, a la guita hay que tratarla como a las minas. Eso dice Héctor Fernández, hombre de oficios extravagantes. Fue vendedor de pollitos bailarines, cuidador de fieras en un circo, autodidacta, inventor de aeroplanos y artista plástico. Pero se destacó más, y logró más rédito, como falsificador de dólares. La policía lo considera uno de los mejores del país por la más obvia de las razones: sus billetes falsos parecían verdaderos. Él se pone colorado por ese halago, hace una mueca de sorpresa. –No es para tanto, che. El hombre recibe al cronista y al fotógrafo en el umbral de su casa humilde de José C. Paz. “Pasen, el barrio es seguro. Es increíble, pero no hay robos. Aunque dicen que en la cuadra vive algún que otro falsificador.” Invita a entrar, la calle es de tierra. No parece un hogar acorde con un hombre que dice haber falsificado más de cinco millones verdes en los últimos 20 años. El taller donde hasta hace cinco meses funcionó su máquina de la alegría se convirtió en un depósito de chatarra más bien lúgubre, con olor a pis de gato. En un jardín está el esqueleto de un ultraliviano que no llegó a terminar. Los investigadores sospechan que pensaba fugarse vía aérea y atmosférico con toda la guita; Fernández lo niega con una carcajada. Lleva los pantalones subidos hasta el ombligo, como se usaba en los 50, como los usaba Perón durante su exilio. El hombre, de 67 años, es servicial. “Si no se quedan a almorzar, me voy a enojar”, dice. Y es que tiene todo preparado y ofrece Gancia y una picada con salame, jamón, matambre y langostinos. Su obsesión por el brillo no sólo la aplica a los billetes: lustra los vasos con una servilleta de papel. –No quiero hacer apología de nada, pero en 1991 falsifiqué dos millones de dólares en billetes de 100. Lo hice en apenas tres meses. Laburé día y noche. Empezaba a las 5 de la mañana y terminaba a la medianoche. ¡La bolsa con toda la plata pesaba 22 kilos! –¿Los billetes olían como los verdaderos? –¡Claro! El secreto es ponerles grasa de cerdo. EL BILLETE COMO LIENZO. Como todo ex preso veterano, Fernández se ganó un alias de prontuario. Los detectives de la División Falsificación de Moneda de la Policía Federal lo llaman “el Artista”, porque fabricaba cada billete como si fuera una obra de arte. Para Fernández, el papel almidonado es un lienzo. Cayó en prisión cuatro veces. La última fue el 22 de diciembre de 2007. Los policías lo sorprendieron cuando estaba por culminar su obra cumbre. Obsesionado con su trabajo, les pidió que lo detuvieran dos días después para que lo dejaran terminar la tarea; los oficiales se rieron, lo festejaron, pero qué gracioso. Y lo llevaron esposado. El operativo Tinta Fresca –algún otro gracioso–, ordenado por el juez federal Claudio Bonadío, había sido un éxito. El Artista Fernández había instalado la fábrica en el fondo de su casa, donde tenía impresoras de última generación, papel moneda artesanal, planchas matrices, filminas con impresiones para los billetes de 100, tinta, plumines y pasta de papel. Estuvo detenido en la cárcel de Ezeiza. Recuperó la libertad hace cuatro meses. Ahora espera el juicio. En el expediente, los investigadores elogian su producción: “Ha podido determinarse que la moneda cuya falsificación se pretendió gracias a la habilidad de Fernández alcanza un grado de perfección que hasta sorprende al personal policial”. –¿Le gusta que lo elogie la policía? –No me enorgullece porque, al fin y al cabo, se trata de un delito. Nunca le pegué a nadie ni disparé un arma. Pero es verdad que me obsesionaba. Enloquecía si los billetes no me salían perfectos. Aspiraba a hacerlos mejor que los verdaderos. Tenía que lograr engañarme hasta a mí mismo. Nunca estafé a un pobre. Pero tampoco me hice rico. Me agarraron siempre. –¿Ganó mucha plata? –¡No! Perdí mucho más. No se imagina la cantidad de horas que pasé en busca de la perfección. Fui un apasionado. Sentía más placer haciendo plata que gastándola. –¿A qué edad cometió su primer delito? –Antes que nada quiero dejar en claro que tuve una buena infancia. Me críe leyendo las aventuras del Pato Donald y Mickey. En 1959 tenía 18 años y necesitaba ganar unos mangos para irme a vivir solo. Venía de trabajar en un circo, donde les daba de comer a los leones. Fue así como se me ocurrió vender pollitos bailarines. Me paraba en algunas esquinas de Morón con una mesa y una caja con los pollitos. Cuando encendía una vieja radio, bailaban como locos. Primero levantaban una patita, después la otra. La gente se ponía loca. Se llevaban de a cinco pollitos. Se los daba en bolsas. Después me venían a putear porque cuando llegaban a su casa y ponían música los pollitos se quedaban quietitos. –¿Cómo hacía para que bailaran? –¡Jua, jua, jua! El secreto de los pollitos bailarines era simple: llevaba una mesa con mantel y debajo encendía un soplete. ¡Por eso saltaban como locos! YABRÁN/ DICTADURA/ PINAR DE ROCHA. En 1991, Fernández fue detenido como integrante de una banda de falsificadores liderada por Daniel Bellini, el dueño del boliche Pinar de Rocha, de Ramos Mejía, capturado por la muerte de su novia Morena Pearson. El Artista pasó cuatro años en prisión por falsificar dos millones de dólares en un sótano. No aprendió la lección: el 4 de mayo de 2005 cayó con 260 mil dólares falsos durante el Operativo Papel Picado (de nuevo: más graciosos). –¿Trabajó para Bellini? –Me contrató por la calidad de mis billetes. Me dijo que las máquinas las había comprado Alfredo Yabrán. –¿Cuándo se hizo falsificador? –Entré en el negocio porque siempre me gustó la textura y el olor de los billetes. En 1980 me detuvieron cuando intentaba falsificar pesos. Los canas me torturaron. Era una obviedad en épocas de dictadura. Pero la saqué barata. Salí en libertad. Fue insólito, pero el comisario que me torturó y me hizo perder la audición del oído derecho me ofreció falsificar para él. Me negué. Cuando vi la película Los falsificadores me puse a llorar. Me identifiqué con la historia del protagonista, que es obligado a falsificar dinero para los nazis en un campo de concentración. Su supervivencia dependía de su talento. –¿Alguna vez logró burlar al sistema financiero o siempre lo atraparon? –Una vez. No es fácil este negocio. Lo más difícil es meter los billetes en el mercado legal. Pero ésa no es mi parte. De eso se ocupan los pasadores. Pero en democracia falsifiqué australes de 100. Agarraba los billetes de un austral, los lavaba en ácido para mantener el papel y los dejaba impecables. Eran tan perfectos que la Casa de la Moneda dictaminó que eran originales. Por eso me liberaron. EL PINTOR Y LA DAMA. En las paredes descascaradas del living de su casa hay diez cuadros pintados por Fernández. En uno sobresale la figura de una mujer pensativa; en otro hay una tormenta y un barco a la deriva. El que más llama la atención es un león desafiante. –¿Viste cómo se destacan los pelos de la melena? Los pinté uno por uno, como si fueran los dos millones de puntitos que tiene el billete. –¿Nunca intentó ganar plata a través del arte? –¿Para qué ganar plata pintando cuadros si se puede ganar plata falsificando más plata? Igual, que quede clarito: me retiré. No falsifico nunca más. Quiero llegar tranquilo a los 135 años. Hasta esa edad pienso llegar. Después, no sé. ¡Jua, jua, jua! –¿Conquistó más mujeres como falsificador o como artista plástico? –¡Gané más minas con la plata falsa! Hay mujeres que tienen cierto atractivo por los malandrines. Y no hace falta incursionar en los bajos fondos para tal menester. Alcanza con que sepan que uno falsifica billetes. En una época solía ponerme un billete falsificado en la solapa. Me paraba en Florida y Córdoba. Las atorrantas se me abalanzaban. Fernández vive solo desde hace cinco años. Una tarde, cansada de verlo acurrucado con una lupa sobre láminas con billetes, su esposa le paró el carro. “Esto no puede seguir así. Elegí: las máquinas o yo.” El Artista no dudó: en lugar de llevarla a cenar, se mudó con todos los equipos a la casa de José C. Paz. En soledad pensó en crear el billete perfecto. Conquistó a una mujer, que cayó a sus pies cuando él le reveló su plan para hacerse millonario sin salir de su casa. En las escuchas que figuran en la causa, hay este tipo de diálogos: –¿Amorcito, cuándo van a estar? –¿Qué decís, linda? –¿Cuándo vas a sacar los billetitos? –Pronto, hermosa. Dame tiempo. En unos días. El primero te lo voy a regalar a vos. Con el resto nos vamos a ir de viaje por el mundo. Pero no hubo regalo, dedicatorias ni viaje por el mundo. La policía frustró el cuarto intento del artista por llenar la ciudad con sus dólares falsos. Lo atraparon dos días antes de que un grupo comando, liderado por el delincuente que financió la falsificación, entrara en su casa para robarle el dinero y las máquinas. Planeaban matarlo, según reveló la investigación. Su amada también lo traicionó. Mientras Fernández estuvo en prisión, le desvalijó la casa. Se llevó 32 cuadros pintados por él y algo de plata. A veces, el artista se siente una sombra de lo que fue. Deambula por su casa con una copa de Gancia y un tango de fondo. Dice estar perdido, sin inspiración. En voz baja lo dice, que va cuesta abajo: “Me quedé sin mujeres y sin billetes”. Bellini: “Está loco” “El Artista Fernández está loco. Lo conozco desde sus comienzos y lo único que hizo en su vida fue falsificar dinero. Es buena gente, pero pensó que podía ser millonario. Fue iluso. Por eso su familia lo dejó solo. Así terminó de hundirse. Sin millones y sin afecto. Los cuadros que pintaba eran muy buenos. Tenía talento para dibujar billetes, pero fue gil porque lo agarraron siempre”, dijo a Crítica de la Argentina Daniel Bellini, ex socio de Héctor Fernández. Los dos fueron detenidos en 1991 como parte de una banda profesional que falsificó dos millones de dólares que pretendían introducir en el extranjero. “Todo lo hicimos por ideología”, dijo Bellini, sin precisar demasiado a qué le llama “ideología”. La pena máxima que contempla el Código Penal para un falsificador es de 15 años de prisión. Hacia 1824, los falsificadores argentinos la pasaban mucho peor. Es el caso de Marcelo Valdivia, un joven de 24 años condenado a ocho años de prisión y a destierro por falsificar dinero. Reincidió y la pasó peor: por falsificar su orden de libertad, lo pasearon por la Plaza del Retiro y le tiraron encima los billetes que había falsificado. Luego lo ejecutaron en una horca. El hecho aparece relatado en el libro de José Antonio Wilde, Buenos Aires desde 70 años atrás.
Posted on: Sun, 14 Jul 2013 13:49:04 +0000

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