Orale Playitenos.... Las Playitas. Dicen los que saben que al - TopicsExpress



          

Orale Playitenos.... Las Playitas. Dicen los que saben que al lugar donde has sido feliz, no debieras tratar de volver…..¿Será cierto..? Las playitas, es un charco de casas que se distingue en un camino poco elevado, carretera sembrada de matorros, piedras y granos bailando en las orillas, que se ocultan y rien de los vehículos y carretas, granos que tienen el temor de pájaros. Desde las alturas se dejan ver mosaicos coloreados de variedad de sembradíos, de tierra hambrienta de nuevas semillas. Tan cerca de todos y a la vez tan lejos. Con canales que ni saludan, que van envejeciendo y reduciendo su cauce, canales de huellas hundidas en sus veras. Zacates rondando y jugando mientras pueden. El trigo juguetón que extenso se mece con el aire. La espiga traviesa que chirotea dentro de los pantalones de buquis descalzos cuando se mete abajo hasta que obliga a quitarse esta prenda. Nadie sabe con certeza el origen de su nombre, que igual que la gente, el ocio reduce su nombre que se transforma en algo seco; pero curiosamente con mas vida que su nombre original: ‘Las Playas’. Su nombre de cariño es lo contrario a lo acostumbrado. Las Playas, esas ‘Playas’ que el tren despreció, que la industria perenne se asomó un día y luego corrió, dejando la cáscara y recuerdos furtivos que los viejos platican. Sus tierras salitrosas que como gota dentro del ejido, en ese pueblo llegó, rodeado de fértiles campos; pero en ‘las playas’ se acurruca el salitre y aguanta los embates de un ejidatario que su siembra le dice que se gana esta pelea y el le hace caso. El tiempo se asoma y descubre que la gente se va a perseguir su supuesto sueño, y el que se queda, va guardando una arruga mas en la piel adormecida y oscura. Es paso de carros, camiones que cabalgan dia con dia, ni se inmutan, ni miran cuando pasan, sólo se detienen un poco, no hay desprecio; pero si indiferencia y de esto, “los playiteños” le sobra el humor, para eso “se pintan solos”. Los topes logran que los carros bajen la velocidad, los topes no coinciden con las reglas estéticas y se aferran a seguir la tarea que se les encomendó. Pero a las Playas eso no les importa, ni a su gente. Ellos son ellos, ni se intenta cambiar el esquema. “El Puente” se entierra: pero existe. Existe en la frase común, todos ahí lo pronuncian aunque ya no exista, los nuevos no saben porqué, desconocen la razón. El Puente ha sido testigo de todo registrable en este pueblo, punto de juegos, de espera del camión que alivia dicha espera, de suspiros al notar el amarillo y/ó azul en el horizonte, que bellos colores, termina mi espera! Los niños se duermen con cuentos de abuela, que hacen la imaginación despertar, fantasear y volar por otros lugares impensables de visitar, cuentos que duermen y los hacen desear un nuevo cuento a la noche siguiente, Niños pobres; pero niños ricos en ilusiones, sin nada que los detenga en aprender lo que se porponen, niños que trabajan y ayudan desde que caminan, enseñados a darlo todo educados a no recibir por eso. Juegos nocturnos que se juegan a veces para asustar sin maldad. Noche de triquis y cuetes de varios niveles, que los pequeños tratan el peligro omitir, porque “Las Playas” no son “las Playas” sin los cuetes, tronidos que asustan a los perros en noches decembrinas, sonidos de tambores de semana santa, fariseos mudos de bailes de esperanza, queriendo elevar su plegaria de sus ancestros que se han ido. Combinación de sonajas y ténabaris de alta galanura y que no han podido sobrepasar el municipio. Bailes que duran de paso dos, tres noches, en ramadas de batamotes, que alcanzan el verde y el aroma se divierte entre la gente cuando el sonido del arpa lo escuha arrullar en el conti de San Pedro. “Las Playas” no son “Las Playas” sin el Rubén de los mandados, de la burla sinfín, sin las andadas del Alejo, que se mueve sin cesar; pero que lée y lée bien cuando se le pide y se le da el taco. Un Boni presumido que escoge el centro de Las Playas” para vivir por alguna razón, cerca de la escuela, cerca del centro. Sus calles recorridas, andadas una y mil veces, sintiendo el huarache, la piel de los niños que corren siguiendo la sombra del cable de luz, tratando de minimizar la ardiente tierra, de zapatos usados, pocas veces nuevos, carretas vivientes con paso lento y con increible capacidad de carga. Los perros siempre vigilantes, fieles y dispuestos a compartir las malas nuevas, conformistas de lo que les brindan, de lo que encuentran; pero fieles antes todo. Qué sería un niño de este pueblo y otros sin ese amigo incansable? Su estadio despierta antes que nadie, se viste de ‘chinos’ después de la lluvia y se siente de fiesta cuando el tablón pasa en sus lomos llenos de huellas abiertas de vacas que se asoman hambrientas temprano y satisfechas de tarde. Testigo mudo de juegos de temporada. Estadio que llora; pero rie mas y es porque le gusta y sabe reir. Consciente de todo aquel que lo aprovecha. Cuántos ‘playiteños han caminado, jugado, corrido, barrido y caido en sus suelos; pero cuantos de estos se han ido y no han regresado. Gente inconsciente que olvida sus raices, que descubren otros ‘sueñitos’ y que quieren volar, Al estadio eso no le importa siempre estará ahí esperando que un día regresen y vuelvan a correr, oir tronar los ‘chinos’ bajo sus pies y llenarse de el, con los hijos y los hijos de los hijos, con nuevos balones, nuevos guantes, nuevos uniformes y un nuevo “equipo” de beisbol. Cuando las hojas empiezan a caer, el estadio se prepara para recibir las lluvias y su suelo sabe contener de manera exagerada el agua, conservarla a tal grado que todo aquel que pasa por su centro, recorre tal ‘lago’ con la vista, el cual llama su atención y dice: “A la madre…., ya sé porqué se llaman ‘Las Playitas’” Caminan al lado de las playas como hijos: el tinaco, la bomba y la planta. Hijos que no se separan de su madre que los arrulla y los consciente. Y sólo lo cpmprendes si hubieras estado ayer. “El tinaco” actual, que mas que hijo, es nieto. Se mantiene intentando portar la herencia de su padre, el padre que murió ayer, con el paso del tiempo que lo embistió, que no alcanzó a llegar al siglo presente y tanto que lo presumía, el hijo es falta de gracia, sin historia. Existe; pero emula los jóvenes actuales, un nini de hoy. El padre es otra historia muy diferente, testigo de grandes batallas deportivas, de desfiles, de huracanes, crecidas de rios, gradas de gente tímida y anecdotario. Desde el gancho bajo la bola roja oxidada, de la escalera temeraria, de patos y gallinas lanzadas al vacío desde su cresta, puestos a prueba por alguien curioso. Como un faro que se miraba desde el camión desde la talamante y la vasconia, de marcas varias en su panza, como recuerdo imborrable del que las imprime, del orín de ‘oracio’ con hache, que soportó los años, de la maravilla que desde niños disfrutó de la llenada y rebosante caía en nuestras cabezas, el mejor espactáculo a nuestros ojos de niño insaciable en medio del triángulo, de hacernos felices, porque sólo eso necesitábamos y lo mostraba nuestra risa y el placer de mi panza al recibir las gotas enormes que como cascada jugueteaban, sin importer el vidrio que ocasionalmente quería participar e improvisar en el juego de nuestros pies. Tinaco que jugaba con todos y respondiendo con un sonido entrañable a nuestros oídos al saludarlo a diario arrojándole una piedra para que despertara y decirle “aquí estoy, pinchi tinaquito”, figura de acero, capitán robot, parte del equipo en todo jugar. Silbato en el “Liza” en el 78, de una escotilla ya oxidado pero que abrió sus fauces y se dió a notar con un sonido increible diciendo sarcásticamente y valientemente a tal vendaval: -”¿Es todo lo que traes…?” “La bomba” tan desprotegida; pero tan necesitada Su otro hijo, que se viste conforme el clima, desprecia el estrés que se quiere aparecer, recibiendo los gritos, risas y juegos en el agua, clavados no ortodoxos pero divierten al testigo, sus bases se forman de arena y se enlodan, enfrían y oscurecen a medida que se alejan y entretienen al tule naciente. No cualquiera soporta el chorro sobre si mismo, aguantando la respiración, bajo el tubo de la bomba, la vida misma. No necesitas gran cosa si descubres la magia de los juegos, de ejercicio sinfín, sin triunfos obsesivos ni egoístas, el triunfo es para el que juega y sabe reir. No existen puntos en estos juegos, si juegas ganas, si no juegas, pierdes, así de sencillo. Y a diario tienes mas oportunidades de reir. La bomba disfruta cuando la visitan, le gusta saciar la sed del visitante. Se pone triste en invierno que no la buscan para jugar, sabe su destino y realiza su trabajo como debe ser, esperando llegue pronto el verano, con paciencia, y sí que ha sabido esperar…. “La planta” es testigo mudo del paso del tiempo, que nunca ha jugado con sus hermanos; pero sabe que existen, nació en los setentas y vive hasta hoy, creció como volcán de esperanza, no sólo para el pueblo, sino todo el ejido que proclama ser el mas grande del país: “San Pedro”. Construido primero por la fama de una flor vestida de rojo que adornaría el valle de un fuego, de las mejores galas. Monedas nuevas de fin de semana en cada pizca del “Cempoal”, de surcos deseosos de ser recorridos, que esgriman las flores y que te abre las puertas a la compra de todo lo que se necesita en el tanichi de “Doña Rufles”. Es necesario preguntar a los viejos para entender la historia, aquellos viejos que amarraron, jalaron, llenaron y vaciaron ‘sacas’ entre los surcos de vida, aquella experiencia que nació prmero con el oro blanco, no como lo conocemos hoy en nuestra ropa. El “Cempazuchitl” floreció de pronto, desplazando la mota blanca y transformando su naturaleza, manchó nuestras manos durante semanas; pero las manchó de emociones al ver la bascula y su flechita roja moverse hacia abajo y con la mirada desear que siga bajando en nuestras caras de joven hambriento que comió bajo la sombra de troques y árboles que cubrían nuestros pesares falsos ante un aroma que parecía que apestaba, que se vestían con mascaras de esfuerzo, de carga y sombreros de sufrir. Pero nos fué transformando con paciencia, como una mano de un padre, de abuelo y que nos prepararon en la obra de lo que somos hoy. Sergio Gracia Vilches.
Posted on: Sun, 30 Jun 2013 01:26:10 +0000

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