PARO - Vaya afuera, por favor. - El tono imperativo, inapelable, de la pequeña médica, sonó metálico en los oídos de Carlos. Demoró unos segundos en reaccionar, unos instantes mirándola sin comprender y luego, como un autómata, obedeció la orden. - Junto con los doctores, dos enfermeras y otro médico, algo mayor que la primera, componían el cuadro en la inmensidad de esa sala. - Y allí estaba, en el centro, Elena. Con los ojos apenas abiertos mirando al vacío, respirando trabajosa y ruidosamente. Moviendo suavemente su cabeza con cada inspiración. Tendida en esa cama alta, de hierros despintados, sin moverse, sin responder, con su frágil cuerpo que parecía más indefenso aún. Ella había llegado presurosa aquella vez, apurada como siempre, obsesivamente puntual y junto a los diarios entregados, prolijamente disimulados en un primoroso paquetito floreado, esa vez, tomó fugazmente su mano esbozando una sonrisa suave. - Una luz potente, una especie de camisón blanco y un barbijo y la médica más joven comenzó a abrir el brazo de Elena, apenas por sobre el pliegue del codo. Se acercaron otros médicos y una de las enfermeras le aprisionaba una máscara de oxígeno sobre la boca de Elena. Carlos miraba todo desde el ventanal exterior con su nariz sobre el vidrio. Ella se plantó firme, la democracia era prioritaria, aunque no fuera completa, aunque estuviera lejos de lo esperado, aunque subiera Luder. Era lo primero, lo popular vendría después, los pobres, la revolución y lo demás. Antes había que correr a los milicos y a El le gusto la tozudez, los argumentos de la Petisa. Un ruido seco, intimo, como desde lo más hondo y luego esa respiración, esa flaccidez. Carlos la llamó en vano, le gritó, le tomó la cara, intentó abrirle los ojos, sus ojos, esos que penetraban, pero fue en vano. Después su cuerpo hirviendo y ese resfrío que no la dejaba desde hacía semanas y el dolor de cabeza. Después la ambulancia del hospital y la sala 15. - El médico mayor parecía dar órdenes. De pronto todo pareció suspenderse en el aire, fue un instante de parálisis, de tensa calma y luego desesperación. Tiraron brutalmente de sus espaldas, la cabeza quedó extendida hacia atrás, colgando en el aire mientras otro de los médicos jóvenes intentaba introducir, en la boca de Elena, un tubo. Una y otra vez, hasta que pareció lograrlo. Siempre le gustó Picasso y cuando ella trajo esa buena copia del Guernica ocupó el centro de la pieza, y Vivaldi, y los Trovadores y Clemente y Sui Generis, y el Fito. - La pequeña Doctora súbitamente se incorporó y golpeó fuertemente en el pecho de Elena. El medico mayor comenzó a apretar también su pecho con cierto ritmo. Ya no daba órdenes. Luis Mario o Miguel o Ernesto, alguno de esos, todos nombres queridos que nos llevaban a algo o alguien. Metáforas de la vida, presencias, milagros de tenerlos siempre. Se llamaría así, que venga, compartiremos todo, lo haremos bueno. - Después todo fue calma, por primera vez la médica pequeña miró hacia la ventana y se sacó los guantes. Los dos, ella y el médico mayor se dirigieron hacia Carlos, hacia la galería, hacia fuera. Ella se acercaba lentamente, sigilosamente. Carlos hacía como que estudiaba aunque la presentía. Le tapaba los ojos con sus pequeñas manos y todo era un mar de besos. - Se acabó, ha fallecido, no pudimos hacer nada. Carlos los miraba sin gestos. Continuaron hablando, el médico mayor le apretó un brazo y se fueron. Carlos siguió mirando, sin moverse. La lluvia de la mañana reavivaba los colores de los enormes árboles del hospital. Aparecía tenue el sol y todo olía a mojado.
Posted on: Tue, 09 Jul 2013 13:56:29 +0000