PDF Fernández Ponte, leyenda del periodismo * Su vida - TopicsExpress



          

PDF Fernández Ponte, leyenda del periodismo * Su vida refleja lo que debería de ser el periodista * Tener algo de cosmopolita para poder explicar los acontecimientos * Reflexiona sobre la pérdida del valor pedagógico que debería tener Abraham Gorostieta / Luces del Siglo lucesdelsiglo.mx Dentro de la prensa en México hay periodistas que tienen brillo propio, uno de ellos fue, sin duda, Fausto Fernández Ponte, inigualable. Rafael Cardona, periodista excepcional, dice acerca de don Fausto que “fue un modelo a seguir por toda una generación de aspirantes a reporteros”, su columna Asimetrías formaba y forma parte del archivo de varios columnistas que lo leían ávidamente. De oficio, reportero. Recorrió esta labor por más de 50 años en donde fue corresponsal de guerra, y así cubrió conflictos como los de Vietnam, Etiopia y Angola; también corresponsal en Washington del periódico Excélsior, dirigido por don Julio Scherer. Memorables son sus entrevistas a Lyndon B. Johnson, Richard M. Nixon, Indira Gandhi y William Clinton. Reportero de diarios estadunidenses y agencias de noticias como LaCrosse Tribune, LaCrosse, Wisconsin, y The Philadelphia Inquirer, en Pennsylvania; fue director de los diarios Tabloide, Diario Sotavento y México Hoy; fue director del área internacional de la agencia Notimex entre 1989 y 1990. Como tantos otros que seguíamos el trabajo de don Fausto, el 4 de septiembre de 2010, nos llegó un correo electrónico que a muchos, seguro, nos sorprendió: “Estimados amigos y caros leyentes de don Fausto: “Tengo que participarles de una muy mala noticia, don Fausto no podrá enviar sus materiales habituales, ya que don Fausto anoche sufrió un tipo de derrame cerebral. Estamos en la espera del diagnóstico médico final, en este momento está en coma y entubado. Esperemos que se recupere”. Dos días después, el mensaje fue terrible: “Estimados caros leyentes de don Fausto: “Con pena y dolor les informamos que don Fausto falleció hoy a las 04:35 de la madrugada de un paro cardiaco. No dejó de luchar en ningún momento por su vida, que tanto apreciaba y disfrutaba. Ahora don Fausto es libre, aunque él siempre peleó por serlo”. Si bien, como dicen nuestros maestros en este oficio, es momento de recuperar en la memoria a este gran reportero, maestro de generaciones y, como pocos, con un verdadero amor a su oficio que se reflejaba en su disciplina, escrutinio, lenguaje impecable o como lo dice el propio Rafael Cardona: “el vigoroso ejemplo de respeto a su trabajo y amor por la profesión. Además de un enorme amigo, Fausto fue un ejemplo”. Si a alguien detestaba Fausto Fernández Ponte fue a un vivales de nombre Othón González, oriundo de Coatzacoalcos, que se acercó a él e hizo fraudes con políticos utilizando el nombre de don Fausto para cometer sus fechorías. Pocos meses antes de morir, recibió en su casa a este reportero y nos concedió una entrevista. Siempre generoso con los reporteros que se acercaban a él. En esta ocasión don Fausto nos hizo partícipe de su otro oficio, el de chef. Esta entrevista inédita la publicamos ahora en Luces del Siglo. Primeros recuerdos En toda su casa había un olor a caldo de pollo. Cocinaba una sopa de zetas con col morada, caldo de pollo y pasas, al mismo tiempo meneaba con una cuchara un aderezo hecho con base de mostaza y miel, y con la otra mano ponía los últimos toques de sal y pimienta negra molida a unos filetes de pescado que se marinaban en no sé qué salsa. “Traigo vino blanco y un ron, don Fausto” le dije. “Magnífico, aunque no tomo”, respondió. Viéndolo así, parado en su cocina, meneando las manos por aquí, por allá alrededor de las hornillas de la estufa, su estatura y su vitalidad, su barba blanca y bien recortada, me parecía estar frente a una especie de William Faulkner. ¿Cuénteme algo de su infancia?, le dije y don Fausto hizo una pausa. El vinagre español en sus manos. Miró hacia sus adentros para recordar y dijo: “Tuve una infancia feliz, creo que todos la tenemos. Además, a esa edad, no hay demasiada conciencia de la pobreza o de la desigualdad que uno vive. Tuve la suerte de que mi abuelo materno me tomó bajo su ojo, me enseñó muchas cosas. Él era un viejo anarquista español que cayó en México en la primera década del siglo pasado, como por 1909. Un aventurero mi abuelo. “Con pocos centavos –cuenta don Fausto mientras menea con una cuchara de madera una cacerola– iba mi abuelo en un grupo de españoles que se dirigían a Buenos Aires y que se quedaron en La Habana varios meses. Allí alguien se compadeció de ellos y les dijo que había un lugar muy lindo que ni siquiera iban a poder pronunciar su nombre Coatzacoalcos”, don Fausto hace una pausa, agrega un chorrito de vinagre a los filetes y prosigue: “y ahí cayó mi abuelo. Las primeras semanas dormían en el muelle, donde había pencas de plátanos que se iban a Nueva Orleans, ahí vivían. La gente del puerto, pues se fue acercando a los españoles y mi abuelo fue uno de los primeros que organizó cooperativas pesqueras, organizaba pescadores. En su natal España, en la Coruña, él trabajaba en los muelles de astillero y cuando no había chamba de eso pues le hacía de pescador o de artesano, sabía construir barquitos, lanchas, veleros”. La comida está lista, don Fausto emplata con paciencia de artista sin dejar de conversar: “Ya en Coatzacoalcos construyó un velero, era 1914, organizaba las cooperativas pesqueras y se metió en muchos problemas –más que con el gobierno los tuvo con la población–, el gobierno de alguna manera lo alentaba pero en plena revolución y en plena Primera Guerra Mundial, resultó una tarea muy difícil. Mi abuelo me enseñó a velear y a pescar, se llamaba Felipe Ponte Pérez”. Pasamos a su comedor, la mesa impecable, un mantel color salmón, muy claro. El vino blanco frío. Don Fausto se sienta y comemos. La comida deliciosa, su charla aún más. El oficio, periodismo Oiga, don Fausto, ¿por qué decide dedicarse al oficio de reportear? Don Fausto toma un trozo de pan, y responde sin dudar: “De mi abuelo y mi madre. Ella escribía poesía, la máquina de escribir era inexistente en Veracruz, ya ni digamos en Coatzacoalcos. Aprendí a leer al estallar la Segunda Guerra Mundial; me llamaban mucho la atención los despachos de guerra que publicaba un periódico regional y que todavía existe: La Opinión. Escuchábamos la radio en las madrugadas, la BBC de Londres. Estábamos muy pendientes de la guerra. Para ese entonces, mi abuelo había regresado a España y mi madre tenía ya tres hijos. Yo creo que fue eso lo que me jaló a escribir. Todo es consecuencia de un inducimiento, el entorno me marcó. Mi abuelo escribía mucho, cartas, muchas cartas, lo veía siempre escribiendo, y entonces le preguntaba sobre lo que escribía y él me contaba muchas cosas. De ahí aprendí”. La charla es muy amena, el reportero que escribe esto interviene muy pocas veces, sólo para sugerir un tema. Don Fausto sigue charlando: “Mi primer trabajo fue a los 15 años de edad, bueno, el primero que me pagaron 20 pesos y fue por hacer una crónica de una carrera ciclista, era 1951. Llevé mi crónica al dueño del periódico La Opinión, que se llamaba don Manuel Rodríguez. Él no sabía leer. Era tipógrafo, así que la turnó al jefe de redacción. Don Manuel componía los textos porque conocía los tipos, era cajista y un buen día montó su imprenta y un amigo le dijo: ‘¿por qué no haces un periódico?’. Don Manuel le respondió que él no era periodista pero el gusanito le quedó y en poco tiempo se rodeó de maestros y gente letrada y nació así La Opinión”. ¿Dónde estudia periodismo, don Fausto? –En Estados Unidos, en Minnesota. Lo estudié gracias a una beca que estando ya en Excélsior me otorgaron. Me sirvió mucho, tuve un maestro de apellido Nixon que fue muy fundamental, incluso este profesor me pedía que me encargara de la clase, cursé mi carrera en dos años y no en cuatro. ¿Quién ejerce este oficio de su generación? –De mi generación sigue ejerciendo el periodismo el buen Pancho Cárdenas, Ángel Trinidad Ferreira, Manuel Mejido, que son mayores que yo. También Miguel Ángel Granados Chapa (fallecido recientemente). El más veterano vendría siendo…, bueno, la columna de Granados Chapa empezó en 1977 pero la de Cárdenas Cruz en 1976, Pancho continuó una columna que se llamaba Frentes Políticos y después del cisma del 76 en Excélsior, Pancho se fue a El Diario de México y ahí fundó Pulso Político. Asimetrías, mi columna, tiene desde 1991 y se creó originalmente con el tema de las relaciones bilaterales México-EUA pero trascendió y comencé a tratar temas más generales, más de la vida nacional. ¿Cree que los periodistas al igual que los vinos, con el paso del tiempo, se degustan mejor? –Los años me han hecho mejor periodista, definitivamente. Las experiencias sobre todo, hay procesos mentales que durante muchos años mantienen las vivencias a tener su propia dialéctica y lo influyen a uno. Entonces, es uno más sereno, más prudente y, sobre todo, tienes conciencia más precisa del alcance de la palabra, sobre todo impresa, la hablada se va, no hay trascendencia, la escrita perdura y tiene un alcance y un peso bárbaro. Oiga, ¿y qué es el periodismo para usted? –El periodismo para mí es educar. Estoy convencido de que es una enorme aula magna y, es educar con las mejores herramientas científicas, políticas y sociales. Hay una vocación pedagógica en eso, pero bueno, uno explica las cosas de la mejor manera posible y con base en las ciencias tratando de eliminar los prejuicios, dogmas, supersticiones. Siento que un periodista para ejercer cabalmente debe estar provisto de honestidad, de buena fe, sin duda, despojado de prejuicios ideológicos o políticos. Un educador debe de ser un descreído de todo, un escéptico. Ésas son las características de los maestros, sembrar siempre la duda, joder paciencias, abrir y encender conciencias. Su definición es casi socrática, sí su generación pensaba así, ¿qué pasó?, ¿por qué en las redacciones ya no se enseña? –Actualmente no es así, el periodismo siempre se ha visto como una herramienta crematística, de interés y de provecho de grupos de poder, ahora más que nunca. Ahora los medios tanto impresos o electrónicos son parte de la gran oligarquía o la gran plutocracia para ser más precisos. Ahora ya no necesitan recibir la consigna del presidente o del secretario de Gobernación –al decir esto don Fausto se detiene por un instante, entrecierra los ojos y luego mira fijamente: A Vázquez Raña no le llama el secretario de Gobernación para decirle “esto va así”, ahora son valores sobreentendidos porque los dueños forman parte de la plutocracia y actúan en defensa de sus intereses comunes. Poderes de facto que usan y abusan de los poderes formales y los dominan. Para usted, ¿cuándo se perdió el rumbo? –Lo que pasa es que desde 1995 se hace en México un periodismo de opinión que sobrepasa ya (y por mucho) al periodismo de investigación. Todo mundo es todólogo y esto nos lleva a una crisis, me parece que hay que definir lo que es el periodismo mexicano. El periodismo mexicano no tiene conciencia de cuál es su misión, excepto de proteger los intereses de los dueños de los diarios o televisoras. Los periodistas actúan como gatilleros y se convierten en parte de esa plutocracia, no son empleados, sino parte. Esa crisis del periodismo que se refiere a la misión central del periodismo pues ya ni se discute. Quedó en olvido y ahora los periodistas se dedican a hacer negocio. Yo he platicado con muchos periodistas, reporteros, editores, fotógrafos, que cuando tocamos el tema, pues me causa la impresión de que hablamos dos lenguas distintas, inexplicable para ellos o para mí, estamos en distintas frecuencias. Es muy raro que un periodista, cualquiera que sea su jerarquía en los medios, comparta este tipo de opiniones. Ésa ha sido mi experiencia, quizá para otros sea distinto. Vuelvo al punto don Fausto, el periodista Manuel Mejido me comentaba que antes los periodistas eran los maestros de los nuevos reporteros, y las escuelas de periodismo eran las redacciones, se fomentaban los géneros dentro del periodismo, se les pedía a los jóvenes reporteros que leyeran, y sobre todo, se hacía hincapié en la naturaleza de este oficio: sólo informar… –Es cierto, ya no existen los diarios que cultiven los géneros periodísticos, no los hay, pues sale caro. Hay una degradación de los géneros, precisamente por esta crisis de identidad y misión del periodismo que menciono. Todos los géneros han decaído. Las escuelas no están produciendo periodistas. Es una crisis general, de la superestructura así como hay malos estudiantes de periodismo hay malos estudiantes de historia, sociología, política, etcétera. Al final, ¿con qué se queda uno como periodista? –Con mi oficio –responde don Fausto al instante y aclara: “es el mejor oficio del mundo, sin duda y con eso te quedas, con lo que has hecho. Me ha costado construir mi credibilidad –que es realmente el único capital con el que cuenta el periodista– y la cuidas como no tienes idea. Como una flor en un jardín la riegas, le platicas, la hueles y le hablas, es el único capital con el que cuenta el periodista, sobre todo en los de mi generación o, como yo, que mi trabajo se ha encaminado a la opinión. Después de muchos años de reporterismo, crónicas, entrevistas, reportajes pues vas acumulando un acervo y lo trasmites en la opinión informada, contextualizada y uno echa mano de lo que aprendió como reportero. Aprendes a investigar como te enseñaron pero descubres que lo que te enseñaron en la escuela queda muy rezagado cuando lo llevas a la práctica. Lo vi en mi caso, en la Universidad de Minnesota, yo llevaba ya varios años de reportero entonces me parecía que la visión del periodismo académico era muy ingenua”. A esta altura de la charla con don Fausto, el olor de su casa se había transformado en un aroma muy distinto: café de grano de Veracruz. ¿A qué periodista admira? –Admiré mucho y admiro aún a Manuel Buendía. Era un hombre con una sensibilidad política poco común, le admiraba sobre todo su imaginación y su capacidad recursiva, siempre tenía el recurso para resolver cualquier situación. Manuel no era un hombre ortodoxo a pesar de ser creyente, creía en Dios y recuerdo grandes discusiones por eso precisamente, pero él sabía disociar muy bien sus prejuicios de su oficio. Le aprendí, por ejemplo, nunca escribir con tono lenguado, es decir, escribir opinión, porque aunque controles tu ira o cualquier otra emoción, ésta encuentra el camino y la transmites inconscientemente. Manuel no era brabucón, andaba siempre con pistola pero no, era un dulce. Traía siempre un pistolón pero nunca lo usó; aunque le daba a él una seguridad psicológica que era indudable. Me acuerdo que había un restaurante en donde nos reuníamos todos los miércoles, Las Mercedes, en la Zona Rosa. Y ahí iba Carlos Ferreira y se sentaba con nosotros, otras veces iba Raymundo Riva Palacio que estaba muy chavo. Ahí Manuel sacaba la pistola. Él se sentaba siempre en la esquina y yo le decía: “Te vienen a disparar y ni te va a dar tiempo de quitar el seguro”, entonces me miraba a los ojos y decía: “No puedo dejarla. Es mi seguridad”, yo creo que él no se refería a la seguridad física sino psicológica”. Oiga, ahora que habla de la esquina, ¿usted conoció al periodista Francisco Martínez de la Vega? –Lo conocí poco. En esos años, una de mis pretensiones era escribir en Siempre! en la época de José Pagés Llergo. Era una revista hermosa, pionera, yo fui una vez a entregar una colaboración que no fue publicada, pero Pagés te recibía y te daba trato de presidenciable, ahí estaba Francisco y platicamos sabroso. Francisco era un gran periodista del estilo de Jorge Piñó Sandoval, él fue quien sentó precedente del columnismo que hace Pancho Cárdenas, por ejemplo, el chisme, la notita. A Pancho, lo veo ahora, nunca fue crítico, más bien boletinero, era parte del sistema, toda su vida fue priísta, quizá nunca lo confesó y ahora que le toca criticar, pues te das cuenta que no hay oficio en ese aspecto, en la crítica, para escribir es un chingón pero le falta ahí, en eso, pero Pancho Cárdenas lo sabe, es mi amigo. ¿Y cómo es su visión de José Pagés Llergo? –Yo lo entendía como un periodista muy completo, entrevistó a Hitler, así, callejeramente. Todo su oficio enseñaba. Recuerdo una vez en Washington, estábamos los periodistas en una fila e iba pasando Jimmy Carter siendo presidente y dije quiero entrevistarlo pero dónde lo agarro y me acordé de la entrevista de Pagés a Hitler, que lo abordó en una calle en una reunión pero con la desventaja de que Pagés no sabía alemán y Hitler no sabía castellano pero aún así lo entrevistó. Entonces veo pasar a Carter y le grito: “¡Hey, Jimmy, Jimmy Carter!” y de inmediato me registra con la mirada, se acerca y me extiende la mano. Yo lo saludo y le digo, “soy fulano de tal, del periódico Excélsior de México” y me dice “ah, yes”, y se detuvo a platicar. Le hice cuatro, cinco preguntas antes de que el Servicio Secreto me lo arrebatara y me rodeara. Y todo gracias a Pagés. ¿Cómo eran Gastón García Cantú y Daniel Cossío Villegas? –Eran muy distantes en la redacción de Excélsior, llegaban y entregaban sus colaboraciones a Julio Scherer, platicaban largo rato. Julio se encerraba con ellos y con otras gentes… Vicente Leñero no, él estaba muy distante de la redacción, pregunta y todos te van a decir lo mismo, lo veíamos de pasada. ¿Y Manuel Becerra Acosta hijo? –Manuel era un hombre que como subdirector lo abrumaba la presencia de Julio. Lo abrumaba, así como lo digo. Le desarrolló ciertos complejos. Manuel quería recuperar su territorio, su propia personalidad, tenía muchas ideas pero lo perdía la soberbia. Siempre en constante pique con Julio, pero lo perdía la soberbia y entonces no sabía relacionarse con los reporteros, con la infantería. Él salía de la subdirección pero era muy parco, no tenía ese don, era muy forzado al relacionarse. Me invitó varias veces a echarnos unos tragos pero yo no tomo. Estando como corresponsal en Nueva York, Manuel me cayó varias veces allá pues quería hacer entrevistas y reportajes, entre ellas con el secretario general de la ONU y fue muy penosa porque él tomaba mucho y llegó en un estado donde fue todo menos profesional. Yo sentía que quería acercarse con los reporteros pero nunca pudo. ¿Cuál sería su consejo a los jóvenes que deseen ser reporteros? –Que lean, que escriban, que escuchen. Es fundamental la práctica. Que reporteen y no busquen la gloria, sino un trabajo bien hecho, bien acabado, bien escrito, bien reporteado. Los años en Excélsior Don Fausto habla de cómo llegó a Excélsior: “Originalmente yo llegué a la sección de inglés con Armando Camacho, que era el editor de esa sección y le decían El Diablo porque tenía una barba de Mefistófeles, habrá sido como en 1962. Llegué y pedí trabajo y no me lo dieron porque me dijeron que la cooperativa estaba cerrada y no iban a contratar a nadie. Por ese entonces, conocí a Rogelio Cárdenas, el fundador de El Financiero, que entonces escribía la columna Frentes Políticos, que él fundó, por cierto. Y cuando lo vi, le dije: ‘Oye, no hay manera de que me ayudes’, y él me dijo ‘Mira, la cooperativa está cerrada y en este acuerdo de la asamblea no contrataron a nadie’; en ese entonces el director era Rodrigo de Llano, pero siempre fue un director ausente, nunca estaba, yo no lo conocí, nunca lo vi. El que realmente dirigía el periódico era Manuel Becerra Acosta padre, entonces para mí fue difícil entrar. A mí me veían en la sección de inglés y como ayudante de El Diablo que era inglés, hijo de padres españoles pero educado en Londres y que vestía como inglés, con bastón y con bombín y además a las tres de la tarde estaba ebrio. Luego me hablaba y me decía ‘ahí te encargo’. No me gustaba mucho eso y los pagos no eran constantes pero estaba inmerso en la cultura de Excélsior, la redacción, aunque no hacía nada pero ahí estaba. “Tenía otro trabajo en la agencia de noticias Prensa Independiente Mexicana, no sé si exista aún pero era una agencia que montaron varios periódicos independientes para abastecerse de noticias sobre la ciudad de México. Tenía la fuente de Presidencia y, en el día andaba en Palacio Nacional y éramos muy pocos reporteros, ocho, creo y hacíamos antesala en el despacho del presidente en turno, esperando, quién iba y quién llegaba. Ya en las tardes estaba con El Diablo –que no pagaba y me quitaba el tiempo– y un día le dije ‘bueno, ahí nos vemos’, se lo dije en el Angus. Le dije: ‘Ya vengo a renunciar, usted no me paga’, entonces El Diablo me vio y me dijo, ‘No, no te vayas, pero sí estás aprendiendo’, total, lo dejé varios meses y sin perder contacto con Excélsior me llegó la información de que la asamblea decidió abrirse y contratar a cinco que iban a ser sometidos a prueba. Mi oportunidad. De esos cinco solamente quedó Raúl Torres Barrón y yo, durante meses Excélsior no nos pagó nada, ni siquiera para el camión y nos ponía a reportear todos los días, luego, además te añadían trabajar para Últimas Noticias del medio día o de la tarde, así que era doble y a veces triple chinga”. ¿En ese entonces, quién era Julio Scherer García? –En esa época, él era asistente del director, me acuerdo que una vez, había una tradición en Excélsior que después se rompió con la salida de Scherer, era que el reportero que le asignaban cubrir la nota de la Guadalupana, el 12 de diciembre, y que tenía que hacer una crónica era el que se quedaba en el diario, y a mí me asignaron esa tarea. Hice mi crónica. Yo no sabía de esa tradición pero me la platicaron varios, el propio Rogelio Cárdenas, Jorge Manuel Jugado, El Bate Campos Díaz, y bueno, la escribí y se publicó a ocho columnas. Estaba esa mañana recibiendo las órdenes del día 13 sentado en un sofá que antes había en la redacción y pasa Julio y grita “espléndido trabajo, brillante”, lo gritó tres, cuatro veces y yo no sabía a quién se dirigía. Sabía quién era Julio pero no que él supiera quiénes éramos los reporteros y más los nuevos, no, o los aspirantes a quedarnos y entonces me di cuenta de que se dirigía a mi. Y me dijo “de antología” y me apretó el hombro. Me quedé en Excélsior. Al día siguiente, Armando Rivas Torres, buena gente, buen periodista dentro de esa concepción del periodismo de esa época, me dio mi orden de trabajo y me asignaron provisionalmente la fuente de las religiones, por lo de la Guadalupana, entonces le dije, “para empezar, yo no creo en Dios”, y se me queda mirando, mirando, me dijo “entonces eres el más apto para ello”. Para ese entonces esa fuente estaba cerrada, actualmente lo sigue estando, sigue siendo una cofradía, una mafia pero en ese entonces era picar piedra, yo inicié a abrir esa fuente y creo que Excélsior fue muy importante para que se fuera abriendo, pues si el periódico se fijaba en ella, entonces era importante. Antes ni te contestaban las llamadas, así que había que ir a la Catedral o a la Basílica y hacer la chamba, ni boletines había, nada, había que cazar la noticia. Pero Scherer siempre estuvo pendiente de todos sus reporteros. ¿Cómo se hace corresponsal? –De repente viene otra beca para Excélsior, que era para estudios superiores de periodismo, a ver quién le entraba, nos dijeron. Lo de la Universidad de Minnesota, la beca, se me dio porque me ayudó mucho El Diablo Camacho en la embajada. El Diablo me dijo “si te interesa, yo te apoyo”. Yo sabía hablar inglés y escribirlo siendo chamaco, porque le hacía mandados a un gringo en Coatzacoalcos que siempre estaba entequilado, él y su esposa, los dos, a él tequila, a ella mezcal. Les traía los limones y el tequila y otros mandados. Ellos me enseñaron a hablar inglés, lo aprendía leyendo los periódicos que le llegaban de Kansas. Los hojeaba y me decían “¿los entiendes, honney?”, negaba con la cabeza, y entonces me fueron enseñando dos, tres horas diarias. El gringo era el único que hablaba inglés en Coatzacoalcos y le dieron la chamba de profesor de inglés en la secundaria y yo era su asistente. El aprender inglés u otro idioma es fundamental, es una ventana que te abre a otro mundo, a otras lecturas, otras informaciones, eso ya no sucede con los periodistas, mi abuelo me enseñó gallego y portugués, los leo y leo en francés, leo Le Monde todas las mañanas, El Fígaro no me gusta tanto, Granma es increíble, único. ¿Usted conoció a Carlos Denegri? –Conocí a Carlos Denegri, todo un personaje que tuvo mala prensa, Jekyll y Mister Hyde, cuando estaba ebrio o con alguna otra droga era terrible pero en sus cabales era un hombre extraordinario, amigo, amigo, amigo. Yo empezaba en Excélsior y Díaz Ordaz iba en gira a Washington. Me hablaron del periódico y me dijeron “cubre la gira” y empecé a reportear y publicar. El día que llega Denegri con la comitiva se hospedaron en el hotel Hilton –que estaba en el centro– y de repente me vio y me dijo: “No pues ya nos dejaste sin escribir”. Yo andaba sin dinero y Excélsior no me mandaba dinero, pues estaba estudiando una segunda beca y pura madre que me iban a mandar pero me dieron la orden de cubrir a Díaz Ordaz en Washington y ahí voy, sin lana pero con ganas de escribir. Me pude pagar un hotel que ni era de estrellas, entonces cuando Carlos me vio me preguntó: “¿Dónde te hospedas, mano?”, acá, en tal hotel cerca del Capitolio, “no, no puede ser, vente para acá, al Hilton”, es que no tengo dinero, “Vente mano, te lo paga Excélsior y si no, yo te lo pago” y efectivamente me consiguió una habitación y todo, por ese entonces andaba muy jodido, imagínate, era un estudiante. Cuando Denegri me pago el hotel, hasta con agua caliente me bañé. Carlos tenía una capacidad increíble, así como lo digo. La gira duró dos días pero Carlos avisó que se quedaría más tiempo. Tenía una sensibilidad política tremenda, trabajaba mucho, inalcanzable era cuando se sentaba a escribir, un reporterazo. Se quedó dos días más, y me dijo “quédate en el hotel, que lo pague Excélsior”, sobrio todo el tiempo, todos decían “te va empedar, Denegri te va empedar” pero no. Al final me preguntó que cómo andaba de lana y yo me sinceré, le dije: Pues vivo de una beca y ese día me dejó como 2 mil dólares que en ese entonces era mucha lana. Después supe que la Presidencia le había dado dinero y que él no lo necesitaba, hasta se daba el lujo de compartirlo y ganarse a un amigo. En el lanzamiento del Apolo 11 a la Luna en 1969, Excélsior despachó a un grupo formado por el gran periodista Guillermo Ochoa, Carlos Denegri, Alejandro Íñigo y yo. Y traíamos una consigna que venía de muy alto, y era la de reventar a Carlos y ésa fue la última vez que escribió Denegri en Excélsior. Comentaba sobre esto de la “orden” con Memo Ochoa. Íñigo estaba en otra liga, digamos triple “A”. Nosotros no estábamos en ligas mayores, y platicábamos de esto, incluso hay una foto que nos tomamos, creo en Cabo Kennedy, que la debe tener Memo. Ahí Memo y yo decidimos que no podíamos hacerle eso a Carlos, y decidimos hacernos pendejos con esa “orden”. Trabajamos en cubrir el lanzamiento, hicimos crónicas, entrevistas y reportajes pero nos hicimos pendejos con la otra “orden”. En represalia, no nos publicaron nada, nada de nuestros trabajos, nada. A Carlos nada, por supuesto. Ésa fue una canallada a Carlos, de lo más injusto que se hizo en Excélsior. No éramos amigos en el sentido convencional pero Carlos siempre tuvo detalles muy solidarios conmigo. Regreso a México A su regreso a México, Fausto Fernández Ponte echó a andar el servicio en inglés de Notimex, cuyo director era Raymundo Riva Palacio. Los reporteros que convivieron con él lo recuerdan de camisa, corbata y tirantes, con pantalón de mezclilla, “no importa que vengas de mezclilla, nunca debe faltar la corbata”, solía decir a los jóvenes que trabajaban como redactores o editores en la sección internacional. A Fausto le toca reportear el fin de una era: la Guerra del Golfo Pérsico, la caída del Muro de Berlín, la salida de Gorbachov y llegada de Yeltsin a la extinta Unión Soviética, la desintegración de Yugoslavia, entre tantas noticias internacionales. Pero don Fausto estuvo poco tiempo en Notimex, al salir Raymundo Riva Palacio, Fernández Ponte regresa a Estados Unidos a la Universidad Estatal de Florida, campus Fort Myers, donde daba clases de literatura hispanoamericana. “Allí estaba, cuando me buscó el periodista Carlos Ramírez, quien por órdenes de Rogelio Cárdenas, fundador y director de El Financiero, me hacía la invitación de escribir en ese diario y hacer una sección México-Estados Unidos y otra internacional, por supuesto que acepté”, cuenta don Fausto. Con él a la cabeza de esa sección El Financiero puso en la mira el tema de la emigración mexicana a Estados Unidos, buscó a los críticos del Tratado de Libre Comercio de América del Norte, y les dio voz. Entrevistó un par de ocasiones al presidente William Clinton quien era un férreo opositor al TLCAN. Y es ahí, cuando inicia la columna Asimetrías. Don Fausto Fernández Ponte murió en la víspera a los 74 años de edad a consecuencia de una afección cardiaca, en el Centro Médico del Instituto Mexicano del Seguro Social en la ciudad de Veracruz. Fue velado en la Escuela Naval Militar, en el Centro Histórico del puerto de Veracruz, donde familiares, amigos, colegas, políticos y funcionarios lo despidieron. Nos cuenta Rafael Cardona que don Fausto, “como una extensión de su vida profesional, hacía deporte y practicaba la navegación a vela. Tenía un barquito en Annapolis (y una licencia de la US Navy aunque hubiera preferido una de Antón Lizardo) y su mayor orgullo era invitar a sus colegas a navegar un rato en las heladas aguas del Atlántico. ¿Cuál es su mayor satisfacción don Fausto? –Mi mayor satisfacción ocurre todos los días, el mero hecho de sentarme y escribir es un reto diario. Cuando empiezo a escribir ya me leí varios diarios mexicanos, además a The New York Times, The Washington Post, Le Monde, y otros. Pero lo que mas disfruto son a mis lectores, tengo mucha correspondencia con los lectores, eso es algo que los columnistas descuidan, yo lo atesoro. Y cuando me siento en la computadora ya tengo mi tema. ¿Colecciona algo? –Colecciono libros. ¿Se ha quedado con ganas de algo? –Me han quedado muchas ganas de escribir un libro sobre la sucesión presidencial. Tengo ganas de escribir ficción.
Posted on: Sat, 21 Sep 2013 05:53:51 +0000

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