PERSECUCIÓN NO SISTEMÁTICA CONTRA LA IGLESIA EN CUANTO - TopicsExpress



          

PERSECUCIÓN NO SISTEMÁTICA CONTRA LA IGLESIA EN CUANTO TAL. Bajo el emperador Septimio Severo (193-211). La persecución cristiana entró en una segunda etapa cuando las autoridades romanas se dieron cuenta de que las cada vez más numerosas comunidades cristianas formaban una unidad poderosa mediante una organización eclesiástica universal. La presentación de la Iglesia católica como una organización jurídica supranacional, que apareció visible desde finales del siglo II ante todo el mundo, constituyó el fondo sobre el que surgió un decreto del emperador Septimio Severo en el año 202, debido al cual la persecución de la Iglesia se extendió y aumentó. Como ya se ha dicho, en el año 202, Septimio Severo prohibió por medio de un edicto las conversiones al judaísmo y también al cristianismo, “bajo pena grave”. Septimio Severo era un gobernante que pretendía obrar con jus­ticia. Sus consejeros eran los famosos jurisconsultos Papiniano, Paulo y Ulpiano. Este último recopiló la legislación hasta entonces dictada sobre la cuestión cristiana en un escrito: “Sobre los deberes del procónsul”, pero por desgracia se perdieron. Las leyes dicta­das sobre este asunto eran, naturalmente, más que las pocas que se conocen. Así, por ejemplo, en las actas de san Apolonio se habla de un senadoconsulto sobre los cristianos, del que no queda ninguna otra noticia. Todas estas disposiciones tenían un punto flaco, que era definir como hecho delictivo la simple circunstancia de ser cristiano. Esto no podía pasar por alto a un jurista tan agudo como Ulpiano. El edicto del año 202 seguía siendo tan inicuo como los anteriores, pero al menos ponía las cosas en claro: la recepción del bautismo era definida como un acto delictivo. Desde entonces, empezó una persecución contra los catecúmenos y neófitos, acudiéndose a investigaciones policíacas. Sobre la manera como éstas se llevaron a cabo, sólo se tienen noticias de Alejandría y Cartago, de forma que ni siquiera se está seguro de si el edicto se extendía a todo el Imperio. Sin embargo, “la persecución de los catecúmenos fue suspendida pronto, sin que se pueda saber la causa. Surgió un tiempo de relativa paz, aunque no faltaron en él algunos martirios aislados”. De este periodo se pueden destacar bastantes mártires: Es muy probable que la puesta en práctica de la nueva prohibición fuese la que ocasionó la desorganización de la escuela catequística de Alejandría. Su jefe, Clemente, fue obligado a alejarse de ella; el discípulo de Clemente, Orígenes, cuyo padre, Leónidas, acababa de padecer el marti­rio, fue perseguido al intentar valerosamente restaurarla, y aunque el escapó a la muerte, varios nuevos convertidos, que habían sido instruidos por él, fueron ejecutados. Hubo muchos otros mártires. La virgen Potamiena, fue quemada con su madre en una caldera de betún ardiendo, y el oficial Basilides, decapitado en Alejandría, figuran entre los mas célebres. La persecución llegó a la provincia de África, donde hizo víctimas ilustres, como Perpetua y Felicidad. Eran dos mujeres jóvenes de Thuburbo Minus; matrona la una, y la otra, una de sus esclavas, que perecieron en Cartago con otros cuatro cristianos, dos jóvenes, Sa­turnino y Secundino, el esclavo Revocatus y el catequista de ellos, Saturo, el 7 de marzo del 203, bajo el gobierno interino del procu­rador Hilariano, que sustituía al procónsul. La propia Perpetua escribió el relato de sus últimos días. Luego, cuando le llego la hora de morir, un testigo, que parece no ser otro que Tertuliano, concluyó la emotiva narración, a la que añadió un prólogo y reunió las diversas partes enmarcándolas en una exhortación moral y religiosa. No es sorprendente que en esas condiciones la pasión de Perpetua emitiese un cierto aroma a montanismo; no hay, por el contrario, ningún indicio serio de que ella y sus compañeros, por más que se haya podido decir de las visiones que tuvo Perpetua en la prisión, hayan compartido la fe particular del narrador de sus suplicios. Aparecían sin duda como espirituales, cristianos de altísima vida interior, pero guardando, hasta en la exaltación del martirio, un sentido de la medida, una elegancia humana y un aire de dignidad romana singularmente asombroso. Es célebre el detalle de pudor de Perpetua recogiendo los pliegues de sus vestidos destrozados por la vaca furiosa a la que fue entregada y atando en su frente el broche que sujetaba sus cabe­llos, lo mismo que el gesto de gracia maternal con el que, viendo a Felicidad caída y medio destrozada, le tendió la mano y la levanto del suelo. El pueblo, emocionado en ese instante, pidió que las dos mujeres salieran vivas de la arena. Pero un momento después el pueblo las volvía a llamar y pedía que se les diese el golpe de gracia. Muchas otras pasiones populares se desen­cadenaban entonces contra los cristianos. Al­gunos motines llegaron a violar sus cemente­rios, que querían destruir. La fecha y las circunstancias del martirio de San Andeol, inmolado por la fe cerca de Viviers en presencia del propio Septimio Severo, también parecerían más ciertas si estu­vieran garantizadas por un documento más autorizado que los martirologios de Adón y de Usuardo. Es igualmente posible que diversos mártires honrados en ciudades de la región lio­nesa, Chalon, Tournus, Autun, tales como los santos Alejandro, Epipodio, Marcelo, Valentín y Sinforiano, hayan sido victimas de la persecución de Severo, pero no es posible ninguna afirmación al respecto. Por último hay que señalar, que el obispo de Roma, Víctor I, sufrió el martirio en el año 201, aunque la existencia de su martirio algunos la ponen en duda. Bajo los emperadores sirios Caracalla, Heliogábalo y Alejandro Severo. Un cambio favorable para los cristianos vino después de la muerte de Septimio Severo (4 febrero 211). Con su hijo Marco Aurelio Antonino Caracalla (211-217), cuya madre, Julia Domna, era hija de Bassianus, sumo sacerdote del dios Sol de Emesa, en Siria, subió al trono imperial romano la dinastía llamada siria. Sus tres representantes no muestran ningún interés por la persecución de los cristianos, porque ellos no tenían relación alguna intima con la religión del Estado romano. La circunstancia de que Caracalla no excluyese de la amnistía que ofreció poco después de la toma de posesión del trono a los condenados al exi­lio, ni de la concesión de la ciudadanía romana a todos los súbditos libres, mediante la constitución antoniana (212), es una prueba mas que suficiente para concluir que el no estaba animado de sentimientos hostiles para con los cristianos. Pero esto no impidió al procónsul Scapula (211-212), así como a los legados de Numi­dia y a los gobernadores de Mauritania, buscar a los cristianos de la provincia de África con el fin de perseguirles con una severa persecución. Por el rescripto de Tertuliano a Sca­pula se sabe que ellos perecieron con la espada, mientras este condenó a los cristianos también a morir abrasados y entregados a las fieras salvajes. Sin embargo, no consta con seguridad ningu­na persecución fuera de África. Después del 8 de abril del año 217, en la campaña contra los persas, fue nombrado emperador el prefecto de la guardia, Macrinus (217-218). Sin embargo, pronto consiguió Julia Mesa, la hermana de la emperatriz Julia Domna, elevar al trono a su nieto Heliogábalo, el hijo de su hija Julia Semias. El corto reinado de Heliogábalo (218-222) no se acompañó de ninguna nueva amenaza para la Iglesia. Campeón imperial del monoteísmo solar bajo la forma del culto de su dios personal, el Baal de Hemesa, no podía emprender la defensa de la antigua religión de Roma. Heliogábalo manifestó incluso el deseo de edificar en el Palatino un Heliogabalum, donde habría reunido los símbolos de todos los cultos, incluidos los de la devoción cristiana. Pero formaba implícitamente parte de su programa el que el cristianismo se hubiera dejado asimilar de buen o mal grado por la religión sincretista que Heliogábalo quería implantar en todo el imperio; si hubiese vivido sin duda hubiera recomendado la persecución. Sin embargo, el joven emperador fue asesinado en su palacio por los soldados sublevados en el año 222. Le sucedió su primo Alejandro Severo (222-235), que no tenía catorce años. La madre de éste Julia Manea, que era la sobrina segunda de la emperatriz Julia Domna. Él estuvo durante todo su gobierno bajo la tutela de su madre. Es cierto que ésta mujer mostró para con los cristianos una positi­va simpatía. Testimonio de esto son sus relaciones con los dos más grandes teólogos de su época, Orígenes de Alejandría e Hipó­lito de Roma. Y aún más todavía prueba esto la presencia de numerosos cristianos en la corte imperial. Sin embargo, que ella se hizo cristiana es una leyenda que aparece por primera vez en el siglo I. Su hijo condescendió con el sincretismo religioso de su familia, pero se puso en enemistad con su sobrino en el campo del culto romano. Su posterior biógrafo, Lampritius, afirma que ante las efigies ante las cuales el mismo ofrecía sacrificios en el palacio, se encontraban también las de Abraham y Cristo y que asimismo tenía la intención de edificar un templo en honor de Cristo y colocar a este entre las divinidades. Estas y otras noti­cias de Lampritius fueron recibidas como dignas de crédito hasta la más temprana edad por los historiadores, tanto del imperio ro­mano como de la Iglesia primitiva; sin embargo, son negadas como fidedignas por investigadores más modernos, basados en solidos fundamentos. La posición exacta del emperador para con los cristianos se transparenta en otro lugar de Lampritius: “El soportó la existencia de los cristianos”. Este soportar no significa ningún cambio esencial de la situación general de la cristiandad. El cristiano particular era puesto fuera de la ley y podía ser condenado a con­secuencia de una acusación. Los martirios que son colocados en la época de Alejandro Severo no pueden ser propuestos por esto como no históricos. Sin embargo, las narraciones, que sobre ellos se conocen son reconocidas como sin valor. Por lo demás, el nú­mero de martirios es muy reducido. La mayor parte se refieren a mártires romanos, entre los cuales figuran dos Papas, Calixto (217-222) y Urbano (222-230). El primero es contado también en la lista de los mártires romanos en los llamados cronógrafos del año 354; el segundo, no. Urbano, sin embargo, es traído en íntima relación con una mártir popular romana, Santa Cecilia. Pero las actas que lo refieren son muy posteriores y de escaso valor histórico, así como las de Urbano, otras fuentes faltan y su martirio no puede ser colocado con se­guridad en la época de Severo Alejandro. Bajo el emperador Maximio de Tracia (235-238). El asesinato de Alejandro Severo y de su madre en la cam­paña contra los germanos (18 al 19 de marzo del año 235), en los al­rededores de Mainz, significó la caída de la dinastía siria. Ello significaba al mismo tiempo el fin de la época relativamente pacífica. El oficial de la guardia Maximino, un tosco hijo de labriegos de Tracia, a quien nombró pronto como emperador el ejército, vino a ser el portador de una reacción política, en la cual fueron incluidos también los cristianos. Llevado del rumor por el hecho de que la corte de Alejandro Severo constaba en su mayor parte de cristianos, ordenó una persecución y mandó, según noticias de Eusebio, quitar de en medio a los dirigentes de la Iglesia, como responsables de la predicación de la doctrina evangélica. Su carácter de persecución de la Iglesia es declarado claramente con esto, pero parece que no fue llevada a cabo de una manera enérgica, pues las consecuencias de la orden del emperador se dejaron percibir sólo en Roma. “En el edicto que publicó contra los cristianos ordenaba que sólo se castigara a los dirigentes. La persecución iba contra las cabezas y las gentes más influyentes. Sin embargo, no parece que se ejecutaran con rigor estas medidas”. En Roma fueron infligidos los castigos capitales de la deportación a Cerdeña, tanto sobre el legítimo Papa Ponciano (230-235), como sobre el docto teólogo Hipólito, el primer antipapa. Los dos murieron en el destierro; sus cadáveres fueron llevados más tarde a Roma, donde fueron colocados uno en las catacumbas de San Calixto y otro en la vía Tiburtina. An­tero, que sustituyó a Ponciano, murió poco tiempo después (236), pero no fue designado como mártir. Sobre la persecución fuera de Roma se conocen muy pocas cosas. Los dos hombres de los que hace mención Orígenes por esta época, en su libro valioso titu­lado Exhortación al martirio, eran miembros del clero de Alejandría, el uno como diácono, el otro como presbítero; pero ellos escaparon del martirio, como el propio Orígenes. La persecución en Capadocia, de la que se tienen noticias por Orígenes y Firmi­liano, obispo de Cesarea, capital de la provincia, fue ocasionada no por un edicto del emperador, sino a causa de un terremoto, que fue imputado a los cristianos por el pueblo pagano. En gene­ral, no se conocen actas de martirios con fecha de la época de Maximino. Esta falta de noticias se explica, al menos en parte, por la brevedad del gobierno de Maximino. El atrajo sobre sí, debido a su crueldad, el desagrado general, de tal modo que el Senado romano nombró un segundo emperador en la persona del general Papiano, dándole el nombre de Maximo (238). Cuando el mismo Maximino se dirigía en una campaña bé1ica en contra de él, fue asesinado por sus propios soldados. El mismo destino tuvo Papiano, después de algunos meses, de parte de los pretorianos. Su sucesor fue el procónsul de África Antonio Gordiano I, al cual, a causa de su ancianidad, sustituyó su hijo homónimo Gor­diano II. Como este murió pronto en una batalla campal, su padre se suicidó (238). A continuación fue elegido como emperador su sobrino Gordiano III (238-244), a pesar de su minoría de edad. Estos tres emperadores no fueron considerados como perseguidores de los cristianos. Bajo el emperador Felipe el Árabe (244-249). Como dice el Ehrhard “Gordiano III fue asesinado en la campaña contra los persas por el prefecto de la guardia Felipe, que era árabe de nacimiento, el cual fue su sucesor. Fue puesto en relación con los cristianos tan amablemente, que podría pensarse que el mismo era cristia­no”. “La manera como llegó al poder, haciendo matar a su predecesor, no favorecería tal hipótesis, pero Eusebio comunica, sin garantizarla, una tradición según la cual el obispo de Antioquía habría impuesto la penitencia al emperador antes de permitirle entrar en su iglesia el día de Pascua. San Juan Crisóstomo ha precisado incluso que ese obispo era San Babilas. Eusebio conoció cartas de Orígenes al emperador y a su mujer, Octacilia Severa, que debían, como puede pensarse, dilucidar el problema, más su relato, está lleno de dudas. En contrapartida la correspondencia con Orígenes es al menos un indicio de sentimientos cristianos u orientados al cristianismo de la pareja imperial. Parece ser que esas mismas disposiciones serían las que después le hayan dado la reputación de cristiano. Se debe añadir, por último, que el obispo Dionisio hizo alusión al cristianismo del emperador Felipe, que no haría inverosímil su nacimiento en Haurán, país que contaba en el siglo III con muchos fieles cristianos”. “Pero, en contra de esta conversión esta la confesión pública del emperador Felipe del culto estatal romano con ocasión de la conmemoración milenaria de Roma, que se celebró el 21 de abril del año 248, pues la hipótesis de que el era cristiano sólo como hombre privado contradice la actitud de los hombres antiguos con respecto a la religión, que no conocía tales compro­misos”. En resumidas cuentas, no hay quizás motivos para creer que el Emperador Felipe haya profesado hacia el cristianismo más que una simpatía análoga a la de Alejandro Severo. Pero la Iglesia gozó durante su reinado de una paz casi perfecta. Felipe incluso consintió al obispo de Roma, Fabián, sucesor de Antero, traer a Cerdeña el cuerpo del predecesor de ambos, San Ponciano. Ahora bien, la inseguridad jurídica en que siempre se encontró la cristiandad es puesta de manifiesto mediante el hecho de que, a pesar de la positiva benevolencia del emperador, irrumpió una persecución sangrienta contra los cristianos de Alejandría. Acer­ca de ésta dan noticias algo inseguras actas de mártires, y es ates­tiguada por un contemporáneo que podía estar bien informado, por el propio obispo de Alejandría, Dionisio. Según su carta al obispo Fabián de Antioquia, esta persecución fue ocasionada en los últimos años del go­bierno de Felipe por un adivino que provocó a las muchedumbres del pueblo para que fuesen en contra de los cristianos, y que duró largo tiempo. “Este brusco ataque contra los cristianos, por trágico que fuese, sgue siendo un hecho aislado, pero revela la violencia de las pasiones populares que fermentaban todavía contra ellos”.
Posted on: Tue, 22 Oct 2013 18:33:58 +0000

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