PRESENCIA DE DIOS El hombre en el tiempo y en la - TopicsExpress



          

PRESENCIA DE DIOS El hombre en el tiempo y en la eternidad ➥⇉⇉➥⇉⇉⇉➥⇉⇉⇉➥⇉⇉⇉➥⇉⇉⇉➥⇉⇉⇉➥⇉⇉⇉➥⇉⇉⇉➥⇉⇉⇉➥ numero 3 Pero, ¿si Dios esta en todo lo que hacemos, cómo podemos ser libres al hacerlo? Una vez más, Descartes se merece ser recordado: sabemos de antemano que nos exponemos a equivocarnos al hablar de Dios, de la misma manera que de hecho han errado tantos hombres, no deberíamos fiarnos de tales razonamientos falibles si nos llevan a dudar de nuestra libertad de elección. Santo Tomás de Aquino insiste en la idea de que, ya que Dios es omnipotente, poseemos el libre albedrío debido a que Dios quiere que elijamos libremente. No podríamos poseer la libertad en otros términos. Seguramente tiene razón Santo Tomás. Por lo menos en lo que atañe a las buenas obras, no veo ninguna manera de deducir una contradicción del punto de vista de que un acto es a la vez escogido libremente por un agente humano y querido por Dios tal como sucedió. Según las palabras del Apóstol: Debemos procurar nuestra salvación con temor, porque es Dios quien obra en nosotros. Esta conjunción “porque” contiene la misma paradoja que el “debido a que” de Santo Tomás. Sólo veo un poquito de luz en la oscuridad que supone el asunto del querer y obrar de Dios acerca de actos que por parte del agente humano son pecaminosos. La profecía divina no excluye la alternativa de la situación predicha: no sólo porque cualquier profecía ha de dejar mucho sin especificar, sino también por una asimetría lógica entre el pasado y el futuro. Acerca de cualquier acontecimiento A que podemos realmente afirmar que ocurrió en el pasado, siempre será correcto decir que A ocurrió una vez en el pasado. Ahora cambiemos la palabra “futuro”, así como la correspondiente conjugación de los verbos, y tendremos lo siguiente: “acerca de cualquier acontecimiento A que podemos realmente afirmar que va a ocurrir en el futuro, siempre era correcto decir que A va a ocurrir una vez en el futuro”. Pero esto no es verdad. Sabemos perfectamente que lo que no iba a ocurrir, de hecho ocurrirá, y, de modo semejante, que lo que iba a ocurrir, no ocurrirá, en muchísimos casos: iba a celebrarse la boda, pero no se celebrará. Esto se aplica igualmente a la profecía. En el libro de los Reyes leemos que en nombre del Señor el profeta dijo a su rey, Ezequías, que éste iba a morir del carbunclo que le hacía sufrir. Ezequías rezó al Señor e Isaías vino a decirle que se recuperaría a fin de cuentas. (Como señal de que debía fiarse de esta nueva profecía, la sombra de un reloj solar iba a moverse en dirección opuesta a lo normal). Entonces, ¿profetizó falsamente Isaías la primera vez? A mi modo de ver no. El rey iba a morir realmente de su furúnculo. Ya que eso era cierto, un profeta del Dios verdadero se lo podía decir. Pero después el rey no iba a morir de su grano, especialmente después de que Isaías le colocase una cataplasma de higos. Así que Isaías podía decirle en verdad, en nombre del Señor, que no iba a morir de su dolencia. Esto no presenta mucha dificultad acerca del conocimiento y veracidad de Dios. En un momento anterior en el tiempo era verdad decir “el rey morirá de su furúnculo, y Dios lo sabe”; un poco más tarde en el tiempo era verdad decir “El rey no morirá de su furúnculo, y Dios lo sabe”. No hay más dificultad acerca del conocimiento divino en este caso, que con relación a los enunciados sucesivos verdaderos más simples de “el rey está enfermo” y “el rey está curado”. El cambio que se opera no está en el conocimiento de Dios, sino en el estado de salud del rey y en lo que Isaías, que vivía en el tiempo como el rey, tenía que decir para estar diciendo la verdad en todo momento. Puede que exista una dificultad más seria en cuanto a la voluntad de Dios. ¿No implica esta historia un cambio de la voluntad de Dios con respecto al rey? No, no es tan sencilla la cosa. Sin un cambio de voluntad, incluso un hombre puede planear que primero será una cosa y luego otra; si el futuro es cambiante, como creo que lo es, entonces Dios puede querer sin merma de su propia voluntad, que las cosas sean tales para que primero vaya a ocurrir un hecho, y luego para que otro hecho vaya a ocurrir. La verdadera dificultad no se refiere a la posibilidad de un cambio en el conocimiento y en la voluntad de Dios, sino a la posibilidad de cambiar el futuro. Creo que todos funcionamos con la idea de un futuro susceptible de cambios, y que esta idea está implícita en todas nuestras conversaciones acerca de la prevención y las interferencias: actos mediante los cuales hacemos que lo que iba a ocurrir ya no sea lo que va a ocurrir. Aquí puede que se me acuse de equivocación, de pasar por alto la distinción entre lo que va a ser, to mellon, y lo que será, to esamenon. Para esta última expresión la gente dice a menudo: lo que realmente será. Desde luego el adverbio en sí carece de utilidad a la hora de hacer la distinción. Pero sería injusto dejar que sea esto lo que decida la cuestión. Verbalmente, es a todas luces inútil distinguir entre dos significados en “estoy buscando una novela policíaca” diciendo: todo depende de si yo quiero una novela policíaca definida o simplemente una novela policíaca. Pero hay una distinción lógica aquí, por mucho que estas palabras sean pobres a la hora de hacer que lo entendamos. Así que, por todo lo dicho, puede que haya algún significado de “realmente va a ocurrir” en el que lo que realmente va a ocurrir iba siempre a ocurrir realmente, algún tipo de lógica de los tiempos verbales tal vez sirva para captar este significado. Por ahora, sólo recordaré mi convicción de que este significado es un engaño; en su orígen, tal vez sea una superstición de los astrólogos de Babilonia. Para mí el futuro no está fijado, sino que es susceptible de cambios. Cada hombre se aproxima más a Dios en el momento presente, en el que toma sus decisiones; como dice Santo Tomás, es señor (dominus) de sus propios actos, como Dios es señor del mundo. La voluntad del hombre es el quicio del destino, sobre el cual una puerta gira para abrirse o cerrarse para siempre: quizás la puerta del cielo o del infierno. Parte de la concepción falsa acerca del tiempo, según la cual vemos las cosas engañosamente al verlas temporalmente, es la idea de que Dios juzga al hombre según “la realidad total de su vida”. Yo sospecho que la gente tiene vagamente en su cabeza un modelo matemático: una gráfica de virtud o de vicio dibujada sobre el tiempo. Las partes de la curva que se hallan sobre el eje horizontal representan tramos buenos de la vida del hombre; las partes que se hallan debajo del eje horizontal serían los tramos malos. Dios puede ver la curva en su totalidad y evaluar (como en el cálculo integral) el área de bien que hay por encima del eje, menos el área de maldad que se halla por debajo, y así es como Dios solamente se limita a juzgar al hombre según la cola de la curva, buena o mala, de la vida de un hombre. Recuerdo a un historiador profesional que describía los últimos años de aquel pobre hombre, Jaime II; admitiendo que las disposiciones del rey en sus años de exilio eran las de piedad, caridad y perdón, el historiador comentaba: “al fin y al cabo, Jaime sólo tenía una inútil colilla de vida para ofrecer a Dios”. Los historiadores profesionales ingleses a veces demuestran unas actitudes un tanto maliciosas: estas palabras son dignas del demonio Screwtape de C. S. Lewis. El pobre Jaime sabría que en el mejor de los casos él no podría ser exactamente útil para Dios, y que el final de su vida era, al menos, el final recto que le quedaba por ofrecer. El planteamiento acerca del juicio de Dios, como si Dios debiera calcular una integral definida, es extraño tanto a la tradición católica como a gran parte de la protestante. El ladrón arrepentido ha sido un tema constante de la predicación cristiana, y en su devoción a esta cuestión Schopenhauer demostró tener profundos instintos cristianos, a pesar de su flirteo con el pensamiento oriental. Schopenhauer mantenía, por ejemplo, que el impacto repentino de un desastre sobrecogedor -digamos, el ser condenado a muerte-, podría dar lugar a una conversión total de la voluntad y cancelar el vínculo condenable de corrupción innata y de errores de la vida pasada. Cita a Shakespeare: “De estos convertidos, mucho hay para ser oído y aprendido”. Me acuerdo de discusiones universitarias sobre la evaluación continua versus el examen final. A los estudiantes que abogaban en favor de la evaluación continua les solía decir: “la Universidad desea evaluar lo que habéis hecho de vosotros mismos durante el tiempo que habéis pasado aquí; el examen final puede ser un método imperfecto, pero por lo menos demuestra hasta cierto punto cómo sois ahora; el trabajo ya ejecutado, sea bueno o malo, es ya agua pasada”. Según mi fe, Dios me juzgará algún día según lo que ante sus ojos yo sea entonces, no según lo que yo haya sido. Decir que mi pasado es “igualmente real” a los ojos de Dios, proviene de la manera falaz de pensar que ya he intentado refutar. Dios no completa mi vida como un “todo simultáneo” y así la juzga; porque mi vida no ha sido ni puede ser un todo simultáneo, y Dios no podría contemplarla como tal. Me alegro de que Dios juzgue mediante el sistema del examen final, aún cuando se pueda tratar de un examen-sorpresa; si me juzgara por medio de la evaluación continua, ¿qué esperanza me quedaría? Pero tal como están realmente las cosas, puedo prepararme y confiar en su misericordia, mortis in examine, cuando se celebre el juicio y se abran los libros”. Después de la muerte, el juicio. ¿Y después del juicio...? No me atrevo a rechazar la enseñanza clara de Cristo, de que muchos hombres se pierden. Si los expertos en Sagrada Escritura fuesen capaces de poner en tela de juicio si Jesús enseñó o no tal cosa, entonces nuestro conocimiento de su enseñanza sería tan vago que no tendría sentido afirmar que somos seguidores suyos. Igualmente, los que mantienen que, aunque ciertamente Cristo enseñaba tal doctrina, él era un hombre de su época y de su lugar y posiblemente su idea fuese simplemente un error contemporáneo, esas son personas que deberían mantener que más nos vale descifrar nuestras ideas acerca del destino humano: si en una cuestión tan vital se hubiese equivocado Cristo, entonces no podemos seguirle con seguridad alguna. Perderse significa haber perdido el fin primario de la vida humana. Es manifiesta la teología que hay en que una bellota se convierte en un roble; pero la mayoría de las bellotas nunca llegan a desarrollarse así. Esto no quiere decir que se pierdan: desempeñan un papel ecológico. Si un hombre o incluso un ángel se echa a perder mediante una elección mala, Dios no se frustra. El designio de Dios para sus criaturas racionales es que alcancen su fin mediante el libre albedrío; Él prefiere respetar nuestra libertad y no asegurar nuestra felicidad por la fuerza. Hemos de servirle; como dice Spinoza, citando a los profetas de su propio pueblo, los malos son como instrumentos en las manos del Artesano; sirven sin saberlo y al servir se consumen. La experiencia humana podría perfectamente sugerir que por su propia locura un hombre puede hacerse un daño irreparable. Mediante su propia voluntad perversa, un hombre puede separarse de Dios, de la única fuente de la verdad y del amor, de la felicidad y de la paz. En lo que se convierte entonces ese hombre, yo pienso que Dios a veces nos lo hace ver. Con el intelecto despejado, el moribundo se convierte en víctima de una serie de posesiones tremebundas: rabia, malicia, terror, odio, desesperación. Tanto amigos como familiares se hallan desconcertados: ya no reconocen al hombre que conocían. Lo único que quieren es que todo acabe. Ante tal cosa es imposible ya sentir amor o compasión. Así es el Infierno. Un lector de mi libro Providencia y Mal me dijo una vez que lo que acabo de describir no es más que una mera demencia senil. Yo estoy convencido de que se equivoca. Otro de mis lectores, un capellán anglicano de hospital, no creía en ello porque nunca lo había observado en tantos años de experiencia. Me alegro de que no haya tenido nunca que presenciar tal acontecimiento, pero pienso aun así que sus dudas son infundadas. Yo creo en el veneno y en la agresividad de la cobra sudafricana, aunque nunca haya visto ninguna; creo en las manifestaciones del infierno porque he leído testimonios que me parecen dignos de fiar, contados por personas que no tenían intereses religiosos a la hora de relatar sus experiencias. Añadiré sólo una cosa más. La condenación no es, de ningún modo, un estado eterno. El propio demonio no disfruta de una eternidad, y no hay -como a veces se imaginaba estrambóticamente C. S. Lewis- una “Visión miserífica” "en la cual participaban los condenados de la eternidad y la miseria del demonio: como si el infierno fuese como el cielo reflejado al revés en un espejo negro. En Inglaterra, se dice que los condenados en la cárcel “hacen tiempo”; negada para siempre la vida eterna, los condenados en el infierno “hacen tiempo” para siempre. Ahora me refiero a la vida eterna que es nuestra esperanza: nuestra esperanza para el futuro, no nuestra posesión presente; en esta vida no gozamos de la visión de Dios. Tuve la suerte de conocer una vez a un rabino que me estuvo explicando el sentido del texto: “ahora vemos por un espejo en un misterio, per speculum in aenigmitate, pero entonces cara a cara”. San Pablo alude al pasaje del libro de los Números donde el Señor reprende a Aarón y a Miriam por haberse atrevido a reprender a Moisés. El Señor dice que a otros profetas les hablará mediante enigmas, pero que a Moisés le habla cara a cara. En la versión griega de los Setenta la palabra para “enigma”, como en I Corintios, es ainigma, y la palabra en hebreo todavía está en uso, por ejemplo en el caso de los acertijos de los niños a Moisés Dios no le habló mediante acertijos, sino como habla un hombre a su amigo; por muy transitoria que fuese su visión, hizo que el rostro de Moisés brillara con gloria. Tal gloria de cuerpo y alma la tendrán todos aquéllos que lleguen a la visión de la Verdad y de la Belleza eternas: seremos como Él y le veremos tal cual es. Pero esto va más allá de las palabras humanas: como dijo Thomas Hobbes, cualquiera que sea la felicidad que Dios tiene preparada a los que le sirven devotamente, el hombre no la entenderá antes de disfrutarla. arvo.net/filosofia-del-hombre/el-hombre-en-el-tiempo-y-en-la-eternidad/gmx-niv571-con16950.htm
Posted on: Wed, 03 Jul 2013 21:03:41 +0000

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