Padre nuestro. Domingo, 25/08/2013, Domingo XXI del tiempo - TopicsExpress



          

Padre nuestro. Domingo, 25/08/2013, Domingo XXI del tiempo Ordinario del ciclo C. "«Nadie enciende una lámpara y la pone en sitio oculto, ni bajo el celemín, sino sobre el candelero, para que los que entren vean el resplandor. La lámpara de tu cuerpo es tu ojo. Cuando tu ojo está sano, también todo tu cuerpo está luminoso; pero cuando está malo, también tu cuerpo está a oscuras. Mira, pues, que la luz que hay en ti no sea oscuridad. Si, pues, tu cuerpo está enteramente luminoso, no teniendo parte alguna oscura, estará tan enteramente luminoso, como cuando la lámpara te ilumina con su fulgor»" (LC. 11, 33-36). Ejercicio de lectio divina de LC. 13, 22-30. 1. Oración inicial. Iniciemos este encuentro de oración y meditación, en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. R. Amén. Jesús recorría ciudades y pueblos, predicando el Evangelio, con el fin de encontrar, a quienes quisieran alcanzar la salvación. Orar es convertir la consecución de la salvación en nuestra meta vital. Esforcémonos y oremos para lograr que nuestros pensamientos, palabras y obras, se dirijan a la citada meta. Recordemos que el Evangelio no debe ser predicado solo por medio de bellos discursos, pues muchos creyentes han dejado de asistir a sus lugares de culto, porque no han encontrado en los mismos, ejemplos de fe, que los estimulen, a ser seguidores de Jesús. Dado que vivimos en un entorno en que en ciertas ocasiones las palabras carecen de credulidad, debemos demostrar que somos seguidores de Jesús, por medio de nuestros gestos y obras. Jesús no dejaba de predicar, a pesar de que se dirigía a Jerusalén, la ciudad en que fue martirizado. Ello nos recuerda que no debemos permitir que nuestra visión negativa de las dificultades que tenemos, sea más fuerte que la voluntad de superar las mismas, en la medida que nos sea posible. Aunque podemos ceder a la tentación de sentirnos salvados porque afirmamos que nuestra denominación religiosa es la verdadera, y por ello formamos parte del pueblo de Dios, y cumplimos lo que pensamos que es su voluntad, puede sucedernos que nos estemos cerrando la puerta del cielo, y les estemos impidiendo el acceso al mismo a quienes pensamos que son malos creyentes, o, a quienes, aunque carecen de fe, son mejores personas que nosotros. En vez de especular sobre el pequeño número de los que pensamos que se salvarán, y la inmensa multitud de la que pensamos que será condenada, entremos por la puerta estrecha del servicio a Dios, en nuestros prójimos los hombres. Entremos en el espacioso salón de banquetes del cielo, por la puerta estrecha del servicio gratuito y recíproco. Accedamos al cielo por la puerta estrecha de la permanente adquisición del conocimiento de Dios, el cumplimiento de su voluntad, y la dedicación a la oración. Muchos judíos y cristianos que llegaron a creer que serían salvados por formar parte del pueblo de Dios y observar varias prácticas religiosas, serán excluidos del Reino de Dios. La salvación es un don celestial gratuito, y es imposible sobornar a Dios. Aunque Dios nos da muchas oportunidades para que deseemos entrar en su Reino, llegará el día en que cerrará la entrada del mismo, para no volverla a abrir. Muchos que no podrán entrar, se quejarán golpeando la puerta recordándole al Señor que lo sirvieron constantemente leyendo su Palabra, orando, tributándole culto, y predicando el Evangelio, pero el Señor fingirá no conocerlos, por cuanto se negaron a hacer el bien, y vivieron encerrados en una monotonía religiosa, que les impidió tener fe, y los separó de Dios y sus prójimos los hombres, por cuanto observaron los preceptos relativos a su religión, que más les interesaban, quizás porque les hacían olvidar sus problemas, y por ello utilizaron su religión como vía de escape, en vez de buscar la manera, de resolver sus dificultades. De nada nos sirve haber comido y bebido con el Señor, Es decir, habernos consagrado a llevar a cabo ciertas prácticas piadosas-, si no hemos compartido lo que hemos aprendido al llevar a cabo las mismas, con nuestros prójimos los hombres. Esta manera de actuar es negativa, por cuanto nos hace afrontar el riesgo de acuartelarnos en nuestros lugares de culto, y de considerar malditos por Dios, a quienes no se unen a nosotros. La salvación es de Dios, y es un don gratuito que se nos concede, no por nuestros méritos, sino porque somos el objeto del amor, de Nuestro Padre celestial. Es por ello que necesitamos aumentar el número de nuestros hermanos en la fe, afrontando la inseguridad del mundo, y obviando la seguridad del acuartelamiento, que nos cierra la puerta del cielo, aunque nos evita afrontar el riesgo de ser rechazados en este mundo, por ser seguidores de Jesús. Aunque la mayoría de los cristianos nos habituamos a asistir a ciertas celebraciones de culto, a leer la Biblia, y a hacer algunas obras de caridad, el Señor siempre nos pide más de lo que le damos, y puede hacerlo, porque Él se nos entrega, sin escatimar nada. Tal como es difícil romper nuestra rutina religiosa aunque ello repercuta en la mejora de nuestra espiritualidad, cuidémonos de creer que no podemos ser mejores personas, para que no seamos excluidos del Reino divino, no porque Dios nos desprecia, sino porque no nos disponemos a entrar en el mismo. Cuando el Señor concluya la instauración de su Reino entre nosotros, nos sorprenderemos al contemplar, a la multitud de los que se salvarán. Jesús afirma que muchos ateos, agnósticos, y gente considerada impura por los puritanos, se salvarán, mientras que quienes se creen salvados automáticamente, serán excluidos del Reino de Dios. No veamos en el Evangelio de hoy una amenaza de perder la salvación, sino la indicación que necesitamos para recorrer el camino, en que alcanzaremos la plenitud de la felicidad, después de encontrarnos -o reencontrarnos-, con Dios, y nuestros prójimos los hombres. Oremos: Consagración al Espíritu Santo Recibid ¡oh Espíritu Santo!, la consagración perfecta y absoluta de todo mi ser, que os hago en este día para que os dignéis ser en adelante, en cada uno de los instantes de mi vida, en cada una de mis acciones, mi Director, mi Luz, mi Guía, mi Fuerza, y todo el amor de mi Corazón. Yo me abandono sin reservas a vuestras divinas operaciones, y quiero ser siempre dócil a vuestras santas inspiraciones. ¡Oh Santo Espíritu! Dignaos formarme con María y en María, según el modelo de vuestro amado Jesús. Gloria al Padre Creador. Gloria al Hijo Redentor. Gloria al Espíritu Santo Santificador. Amén. (Desconozco el autor). 2. Leemos atentamente LC. 13, 22-30, intentando abarcar el mensaje que San Lucas nos transmite en el citado pasaje de su Evangelio. "Vendrán de oriente y occidente y se sentarán a la mesa en el reino de Dios U Lectura del santo evangelio según san Lucas 13, 22-30 En aquel tiempo, Jesús, de camino hacia Jerusalén, recorría ciudades y aldeas enseñando. Uno le preguntó: —«Señor, ¿serán pocos los que se salven?» Jesús les dijo: —«Esforzaos en entrar por la puerta estrecha. Os digo que muchos intentarán entrar y no podrán. Cuando el amo de la casa se levante y cierre la puerta, os quedaréis fuera y llamaréis a la puerta, diciendo: "Señor, ábrenos"; y él os replicará: "No sé quiénes sois." Entonces comenzaréis a decir. "Hemos comido y bebido contigo, y tú has enseñado en nuestras plazas." Pero él os replicará: "No sé quiénes sois. Alejaos de mí, malvados." Entonces será el llanto y el rechinar de dientes, cuando veáis a Abrahán, Isaac y Jacob y a todos los profetas en el reino de Dios, y vosotros os veáis echados fuera. Y vendrán de oriente y occidente, del norte y del sur, y se sentarán a la mesa en el reino de Dios. Mirad: hay últimos que serán primeros, y primeros que serán últimos»" 2-1. Permanecemos en silencio unos minutos, para comprobar si hemos asimilado el pasaje bíblico que estamos considerando. 2-2. Repetimos la lectura del texto dos o tres veces, hasta que podamos asimilarlo, en conformidad con nuestras posibilidades de retener, si no todo el texto, las frases más relevantes del mismo. 3. Meditación de LC. 13, 22-30. 3-1. Jesús se mostró incansable en la realización de su actividad evangelizadora, a pesar de que sabía que iba a ser asesinado. "Atravesaba ciudades y pueblos enseñando, mientras caminaba hacia Jerusalén" (LC. 13, 22). San Lucas comenzó a escribir la segunda parte de su Evangelio, en los siguientes términos: "Sucedió que como se iban cumpliendo los días de su asunción, él se afirmó en su voluntad de ir a Jerusalén" (LC. 9, 51). San Lucas no hizo referencia en el versículo de su Evangelio que estamos considerando brevemente a la Pasión y muerte de Jesús, pues se refirió a la asunción del Señor, -es decir, su elevación al cielo, y su glorificación, por parte de Nuestro Santo Padre-. Jesús predicaba incansablemente el Evangelio y servía a los carentes de dádivas espirituales y materiales, pensando que, tal como Él sería glorificado después de padecer hasta morir, algún día, muchos que lo aman y otros que lo desconocen, vivirán en un mundo, en que no existirá el sufrimiento. ¿Nos debilitan la fe las dificultades que tenemos? ¿Actuamos como hijos de Dios aunque ello no siempre nos sea fácil, porque tenemos los ojos fijos en el cielo? El autor de la Carta a los Hebreos, nos instruye, en los siguientes términos: "Por tanto, también nosotros, teniendo en torno nuestro tan gran nube de testigos, sacudamos todo lastre y el pecado que nos asedia, y corramos con fortaleza la prueba que se nos propone, fijos los ojos en Jesús, el que inicia y consuma la fe, el cual, en lugar del gozo que se le proponía, soportó la cruz sin miedo a la ignominia y está sentado a la diestra del trono de Dios. Fijaos en aquel que soportó tal contradicción de parte de los pecadores, para que no desfallezcáis faltos de ánimo. No habéis resistido todavía hasta llegar a la sangre en vuestra lucha contra el pecado" (HB. 12, 1-4). 3-2. ¿Son pocos los que se salvan? "Uno le dijo: «Señor, ¿son pocos los que se salvan?"" (LC. 13, 23). Entre los judíos existía la creencia de que solo los hermanos de raza de Jesús y los prosélitos del Judaísmo alcanzarían la salvación, los primeros por ser miembros del pueblo de Dios, y los segundos por haberse adherido al mismo. No todos los judíos observaban esta conducta que ha sido heredada, desgraciadamente, por diversas denominaciones cristianas. Jesús no responde en los Evangelios las preguntas que nos planteamos, cuya misión, más que en resolver nuestras dudas de fe, consiste en satisfacer la curiosidad que nos suscita, las respuestas a las mismas. Tal como veremos en este trabajo, frente a la creencia mantenida por muchos judíos y cristianos de diferentes épocas, referente a que serán pocos los que consigan salvarse, nos percataremos de que, Jesús, nos dice que, serán muchos los que se salven, pues ello no depende de la pertenencia a ninguna institución religiosa, ni, por consiguiente, de las prácticas religiosas, que se llevan a cabo. Dado que lo que os digo resulta controversial para muchos cristianos de siempre, os remito al siguiente texto del Catecismo de la Iglesia Católica: "Los que sin culpa suya no conocen el Evangelio de Cristo y su Iglesia, pero buscan a Dios con sincero corazón e intentan en su vida, con la ayuda de la gracia, hacer la voluntad de Dios, conocida a través de lo que les dice su conciencia, pueden conseguir la salvación eterna (LG 16; cf DS 3866-3872) (CIC. 847). ¿De qué nos sirve ser cristianos, si nuestra salvación depende del hecho de que Dios nos ama, y no de nuestra pertenencia a ninguna denominación religiosa? La pregunta anterior, debe ser respondida, con esta otra pregunta: ¿Somos cristianos por amor a Dios y a nuestros prójimos los hombres, o somos seguidores de Jesús, por el interés de conseguir que nos vaya bien en esta vida, y de alcanzar la salvación? El sentido de pertenencia al pueblo de Dios no es pecaminoso, pues es un signo de identidad característico de judíos, musulmanes y cristianos. Saber que somos lo que en el Antiguo Testamento se define como "la propiedad de Yahveh", nos ayuda a tener más fe en Dios, pero, si nos valemos de ello para despreciar a quienes no son nuestros hermanos en la fe, no comprendemos el Evangelio predicado por Jesús, quien quiere unir a la humanidad de todos los tiempos, sin hacer distinciones marginales. Las prácticas religiosas por sí mismas no son pecaminosas, de hecho, son signos demostrativos de la fe que profesamos, pero si las utilizamos para intentar comprar la salvación, entristecemos a Dios, porque sabe que no le tributamos culto por amor, sino, por egoísmo. Tal como le sucede a mucha gente, los cristianos podemos ser extremistas, así pues, muchos hemos pasado de tener el infierno presente en cada instante de nuestra vida, a considerar que difícilmente alguien será condenado, porque Dios es más bueno que los hombres. La existencia del infierno no depende de la maldad ni de la justicia divina, sino del hecho de que no pueden ser obligados a vivir en la presencia de Dios, quienes rechazan a Nuestro Padre común. Esta es la razón por la que leemos en el Catecismo de la Iglesia Católica: "Dios no predestina a nadie a ir al infierno (cf DS 397; 1567); para que eso suceda es necesaria una aversión voluntaria a Dios (un pecado mortal), y persistir en él hasta el final. En la liturgia eucarística y en las plegarias diarias de los fieles, la Iglesia implora la misericordia de Dios, que “quiere que nadie perezca, sino que todos lleguen a la conversión” (2 P 3, 9): Acepta, Señor, en tu bondad, esta ofrenda de tus siervos y de toda tu familia santa, ordena en tu paz nuestros días, líbranos de la condenación eterna y cuéntanos entre tus elegidos (MR Canon Romano 88) (CIC. 1037). Quienes sean condenados, deben sentir un profundo rechazo a Dios, y persistir en el hecho de pecar, sin arrepentirse del mal que hacen. Antes de sentir un miedo atroz pensando en la posibilidad de ser condenados, debemos pensar si estamos cometiendo pecados graves de los que no nos arrepentimos. El Evangelio predicado por Jesús es un mensaje capaz de romper muchas cadenas con que solemos atarnos. Si serán condenados quienes pequen voluntariamente con pleno conocimiento de su maldad, existen situaciones en que pecamos, porque pensamos que ello nos beneficia, y, al actuar incumpliendo la voluntad de Dios, con perfecto conocimiento de lo que ello significa, es atentar contra nuestra salvación. No seamos extremistas. Oremos y celebremos los Sacramentos sin olvidar hacer el bien, y sirvamos a los carentes de dones espirituales y materiales, sin olvidarnos de estudiar la Palabra de Dios, de orar, y de celebrar los Sacramentos. Nuestra religión se basa en la formación, la acción y la oración. Quedarnos con una de las tres opciones, y obviar las otras dos, equivale a no vivir nuestra fe plenamente. Por lo demás, los activistas que no oran creen poco -o nada en Dios-, y quienes oran sin hacer el bien, se separan de Nuestro Padre común, en la medida que desprecian las carencias de sus prójimos los hombres, porque no intentan solventarlas. Es bueno el hecho de que no pensemos mucho en el infierno, porque, de alguna manera, Dios habita en la gente de buena voluntad, aunque sea desconocido. En este terreno, a diferencia de aquellos de nuestros hermanos de diversas denominaciones conocidas con el nombre de protestantes creen que al estar bautizados nadie ni nada que hagan les impedirá ser salvados, los católicos nos complicamos la vida, porque, día a día, nos jugamos la vida eterna. Al creer que Dios habita en la gente de buena voluntad, podemos bajar la guardia en la lucha contra el mal a la que estamos habituados, y acostumbrarnos a que el mundo es como es, de manera que podemos pecar por costumbrismo y conformismo. El hecho de no temer la condenación nos hace sentirnos libres y nos ayuda cuando somos seguidores de Jesús, pero nos facilita también el hecho de separarnos de Dios, apenas nos sentimos atraídos por los placeres mundanos. No me gusta predicar el Evangelio infundiéndoles miedo a mis lectores, pero tampoco deseo que nos acostumbremos a que la injusticia se instale en el mundo, y no nos sintamos con ganas de combatirla, aunque, en ciertas circunstancias, nos toque ser vencidos. Quienes se creen salvados porque Dios es bueno, pueden observar la creencia de los judíos y cristianos que piensan que solo ellos forman parte del pueblo de Dios, aunque se diferencian de los tales, en que no se glorían de pertenecer a ninguna religión, ni observan ninguna práctica religiosa. Se creen salvados porque Dios es bueno, y actúan como los niños, adolescentes y jóvenes que son servidos por sus padres, sin valorar los sacrificios que los mismos hacen, para concederles sus deseos. Si la práctica religiosa para alcanzar la salvación conduce a la hipocresía, el hecho de creernos salvados sin cumplir la voluntad de Dios, emana de una religiosidad light, basada en el modo de actuar de muchos materialistas, que son muy conscientes de sus derechos, y eluden el cumplimiento de sus deberes. 3-3. La puerta estrecha que accede al Reino de Dios. "El les dijo: «Luchad por entrar por la puerta estrecha, porque, os digo, muchos pretenderán entrar y no podrán" (LC. 13, 24). De alguna manera, el hecho de intentar acceder al Reino de Dios, es una lucha. Necesitamos superarnos a nosotros mismos para ser mejores personas, y tenemos necesidad de no hacer lo que se opone a la voluntad de Dios, aunque ello caracterice el comportamiento de aquellos con quienes nos relacionamos. La puerta que accede al salón de banquetes del Reino de Dios, es estrecha, a pesar de que, el citado salón, es muy ancho. La puerta de acceso al Reino de Dios es tan estrecha, que, para cruzarla, necesitamos hacer grandes esfuerzos. Tales esfuerzos se reducen a superar nuestros defectos, y a actuar como buenos hijos de Dios. Establecer una relación con Dios no es fácil, porque Nuestro Santo Padre conoce el interior de nuestra mente, y quiere purificarnos y santificarnos. El hecho de pensar que la puerta de acceso al Reino de Dios no siempre estará abierta, no debe entenderse como una amenaza con que se nos presiona para que seamos mejores de lo que somos, sino como una infusión de ánimo para que sigamos superándonos, especialmente, cuando nos abrumen las dificultades que tenemos. ¿Quiénes pretenderán acceder al Reino de Dios, y no podrán? Tales personajes serán quienes se hayan sentido salvados por pertenecer al pueblo de Dios, y hayan rechazado a quienes no hayan sido sus hermanos en la fe, quienes se hayan adherido a los preceptos religiosos que más les hayan gustado y no hayan solventado las carencias de sus prójimos los hombres en conformidad con sus posibilidades, y quienes se hayan sentido con derecho a ser salvos, porque Dios es bueno, y no hayan tenido el detalle de cumplir su voluntad, para agradecerle la bondad que, generosamente, derramó sobre ellos. 3-4. Los creyentes que se engañaron a sí mismos. "«Cuando el dueño de la casa se levante y cierre la puerta, os pondréis los que estéis fuera a llamar a la puerta, diciendo: “¡Señor, ábrenos!” Y os responderá: “No sé de dónde sois.” Entonces empezaréis a decir: “Hemos comido y bebido contigo, y has enseñado en nuestras plazas”; y os volverá a decir: “No sé de dónde sois. ¡Retiraos de mí, todos los agentes de injusticia!” «Allí será el llanto y el rechinar de dientes, cuando veáis a Abraham, Isaac y Jacob y a todos los profetas en el Reino de Dios, mientras a vosotros os echan fuera" (LC. 13, 25-28). He conocido a algunos cristianos que viven obsesionados pensando que no serán salvados. Piensan que ello sucederá porque el demonio actúa en ellos induciéndolos a pecar, y no pueden liberarse del maligno. Si queremos salvarnos, después de reconocer que no podremos hacerlo por nuestros medios, debemos pensar que Dios podrá hacer, lo que no nos es posible. Querer salvarnos, y pensar que Dios no nos libra del diablo, es un pecado, porque acusamos a Dios de abandonarnos, olvidando que hemos sido creados por Él, y somos objeto de su amor providencial. Pensemos en un caso totalmente opuesto al que os he comentado. Imaginemos que pensamos que merecemos ser salvos, que Jesús concluye la instauración de su Reino entre nosotros, y somos excluidos del mismo, porque se nos acusa de no haber hecho lo que Dios más esperaba de nosotros, lo cual es, servir a nuestros prójimos los hombres, como si de Él se tratara. Es chocante el hecho de que muchos que han comido y bebido con el Señor, -es decir, han celebrado el culto divino-, serán excluidos del Reino de Dios. Es chocante el hecho de que muchos que se han gozado al creer en el Evangelio, serán excluidos del Reino de Dios. Muchos de quienes esperamos que sean salvados, serán condenados. Oremos para que Dios, -quien puede examinar nuestros corazones-, aunque vea en nosotros una imagen de cristianos comprometidos con el cumplimiento de su voluntad, no vea en nuestro interior un nido de corrupción. Escuchar la Palabra de Dios y admirarnos de los prodigios que hace, no es lo único que necesitamos para ser salvados. Dios espera de nosotros que le demos la espalda al pecado y que confiemos en Él plenamente. 3-5. La gran multitud de los que serán salvados. "Y vendrán de oriente y occidente, del norte y del sur, y se pondrán a la mesa en el Reino de Dios. «Y hay últimos que serán primeros, y hay primeros que serán últimos»" (LC. 13, 29-30). Muchos desconocedores de Yahveh, aunque nunca formaron parte del pueblo de Dios, ni se caracterizaron por cumplir prescripciones religiosas, serán salvados, porque captaron la voluntad de Dios en los mensajes de sus conciencias, y la cumplieron, en conformidad con sus posibilidades. Jesús rompe nuestros esquemas humanos, a fin de que podamos aceptar el Evangelio. Los últimos que serán primeros, son los judíos que no pudieron observar su religión porque no podían entrar en las sinagogas ni en el Templo de Jerusalén, por su pobreza, y sus enfermedades. A estos se añaden los paganos que fueron odiados por muchos judíos, por no ser sus prosélitos. En este grupo están aquellos a quienes muchos cristianos, por causa de nuestro afán de grandeza, les hemos cerrado la puerta del cielo, pensando que no son miembros del pueblo de Dios. Lamentablemente, la posibilidad de servir a Dios en sus hijos con humildad, se ha convertido en afán de grandeza, y en deseo de excluir del Reino de Dios, a quienes no son de los nuestros. Esforcémonos y oremos para no ser los primeros que se contarán entre los últimos. ¡Aceptemos el desafío de ser buenos seguidores de Jesús, e hijos de Nuestro Padre celestial! 3-6. Si hacemos este ejercicio de lectio divina en grupos, nos dividimos en pequeños subgrupos para sacar conclusiones tanto del texto bíblico que hemos meditado como de la reflexión que hemos hecho del mismo, y, finalmente, los portavoces de los subgrupos, hacen una puesta en común, de las conclusiones a que han llegado todos los grupos, tras la cual se hace silencio durante unos minutos, para que los participantes mediten sobre lo leído y hablado en los grupos, individualmente. 3-7. Si hacemos este ejercicio individualmente, consideramos el texto evangélico y la meditación del mismo expuesta en este trabajo en silencio, con el fin de asimilarlos. 4. Apliquemos a nuestra vida la Palabra de Dios expuesta en LC. 13, 22-30. Responde las siguientes preguntas, ayudándote del Evangelio que hemos meditado, y de la meditación que aparece en el apartado 3 de este trabajo. 3-1. Interpreta el texto de LC. 9, 51. ¿Por qué hizo referencia San Lucas a la asunción del Señor, y no a su Pasión y muerte? ¿Qué pensaba Jesús cuando predicaba el Evangelio y hacía el bien, con respecto a Sí mismo, y a la multitud de sus discípulos y oyentes? ¿Nos debilitan la fe las dificultades que tenemos? ¿Actuamos como hijos de Dios aunque ello no siempre nos sea fácil, porque tenemos los ojos fijos en el cielo? ¿Qué significa vivir con los pies firmes en el suelo y los ojos fijos en Jesús? 3-2. ¿Por qué creían muchos judíos que solo ellos y sus prosélitos eran dignos de ser salvados? ¿Piensas que en tu denominación cristiana se ha heredado la citada conducta de muchos hermanos de raza de Jesús? ¿Por qué no responde Jesús en los Evangelios las preguntas que nos planteamos para satisfacer nuestra curiosidad? ¿Por qué creen muchos que serán pocos los que se salvarán? ¿Por qué afirmó Jesús que serán muchos los que se salvarán? Si el hecho de que nos salvemos no depende de que seamos cristianos, ¿para qué asistimos a nuestras iglesias o congregaciones? Si el hecho de que nos salvemos no depende de ninguna práctica religiosa, ¿por qué llevamos a cabo las prácticas que hemos heredado de nuestros antepasados en la fe? ¿Cómo pueden hacer la voluntad de Dios quienes desconocen a Nuestro Padre común, según el texto del numeral 1037 del CIC? ¿Somos cristianos por amor a Dios y a nuestros prójimos los hombres, o somos seguidores de Jesús, por el interés de conseguir que nos vaya bien en esta vida, y de alcanzar la salvación? ¿En qué sentido es un signo de identidad el hecho de saber que pertenecemos al pueblo de Dios? ¿En qué sentido es un contravalor el hecho de saber que somos miembros del pueblo de Dios? ¿En qué sentido son útiles las prácticas religiosas? ¿En qué caso entristece a Dios la puntualidad con que llevamos a cabo las prácticas religiosas? ¿Qué diferencia existe entre tributarle culto a Dios por amor y rendirle culto por egoísmo? No seamos extremistas. No vivamos obsesionados pensando constantemente en el infierno, ni creamos que no existe. ¿En qué sentido es necesaria la existencia del infierno? ¿Por qué no deben ser obligados a vivir en la presencia de dios quienes opten por rechazarlo? Meditemos las siguientes palabras de la Carta de San Pablo a los Efesios: "Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido con toda clase de bendiciones espirituales, en los cielos, en Cristo; por cuanto nos ha elegido en él antes de la fundación del mundo, para ser santos e inmaculados en su presencia, en el amor; eligiéndonos de antemano para ser sus hijos adoptivos por medio de Jesucristo, según el beneplácito de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia con la que nos agració en el Amado" (EF. 1, 3-6). ¿Por qué nos ha elegido Dios para ser santos e inmaculados en su presencia, y no predestina a nadie al infierno, según el numeral 1037 del CIC? ¿Qué tiene que suceder en nuestra vida para que seamos condenados? ¿Es más grande nuestro deseo de evitar pecar por amor a Dios y a nuestros prójimos, que el deseo de hacer el mal, aunque lo último nos puede beneficiar en este mundo? ¿Por qué debe fundamentarse nuestra vida cristiana en la formación, la acción y la oración, y no ha de faltarle ninguna de estas tres opciones, para que pueda ser plena? ¿En qué sentido es bueno el hecho de no pensar constantemente en el infierno? ¿Por qué el hecho de no tenerle miedo a nuestra posible condenación puede impulsarnos a obviar el cumplimiento de la voluntad de Dios? Lee ROM. 8, 1, para comprender la actitud de quienes piensan que nadie ni nada que hagan los excluirá del Reino de Dios, y compara el citado texto con HB. 3, 14, para comprender la postura católica. Nadie puede separarnos de Dios, excepto nosotros mismos. ¿Cómo nos jugamos los católicos la vida eterna todos los días? Aunque creamos que nos salvaremos porque Dios es bueno, ¿podremos decir que lo amamos sin mentir, si no cumplimos su voluntad? 3-3. ¿Por qué es una lucha el hecho de intentar acceder al Reino de dios? ¿Cuáles son los enemigos que necesitamos vencer para poder ser purificados y santificados? ¿Por qué necesitamos superarnos a nosotros mismos? ¿Por qué necesitamos marcar la diferencia en nuestro entorno social aunque nadie imite nuestras palabras, gestos y obras? ¿Por qué es estrecha la puerta que accede al salón de banquetes del Reino de dios? ¿A qué se reducen los esfuerzos que tenemos que hacer para cruzar la puerta estrecha que accede al Reino de Dios? ¿Por qué no es fácil establecer una relación con Dios? ¿Qué nos conviene pensar al recordar que la puerta que accede al Reino de Dios no siempre estará abierta? ¿Por qué? ¿Quiénes pretenderán acceder al Reino de Dios, y no podrán? ¿Por qué? 3-4. ¿Cuándo se convierte en desconfianza con respecto a Dios el miedo de no alcanzar la salvación? ¿Por qué serán excluidos del Reino de Dios quienes se crean con derecho a ser salvados por su cumplimiento de ciertos preceptos religiosos, o, simplemente, porque Dios es bueno? ¿Qué espera Dios de nosotros? 3-5. ¿Por qué serán salvados muchos desconocedores de Dios? ¿Para qué rompe Jesús nuestros esquemas humanos? ¿Quiénes eran los últimos que serán primeros cuando Jesús predicó el Evangelio en Israel? ¿Quiénes son los últimos que serán primeros en nuestros días? ¿Quiénes eran los primeros que serán últimos del tiempo en que Jesús predicó el Evangelio en Israel? ¿Quiénes son los primeros que serán últimos de nuestros días? ¿En qué hemos convertido la posibilidad de servir a Dios en sus hijos con humildad? ¿Podremos corregir nuestra conducta para adaptarnos al cumplimiento de la voluntad de Dios? Si tu respuesta a esta pregunta es afirmatyva, te pregunto: ¿Cómo?, y, si es negativa, te pregunto: ¿Por qué? 5. Lectura relacionada. Leemos y meditamos MT. 7, 1-6. MT. 7, 1-2. Evitemos juzgar a quienes no profesan nuestra fe, porque seremos juzgados con la severidad con que los sometamos a nuestros juicios imparciales. Dado que Dios es el único que puede juzgarnos, dediquémonos a predicar el Evangelio, y a hacer el bien. MT. 7, 3-5. ¿Cómo juzgaremos a nuestros prójimos, si quizás nuestros pecados son peores que los de ellos? ¿Cómo juzgaremos a los no cristianos que cometen los mismos pecados que nosotros, si no conocen la voluntad divina, y nosotros, conociéndola, la ignoramos? MT. 7, 6. Prediquemos sin descanso, sabiendo respetar la santidad de Dios. Evitemos predicar donde no se respeta la santidad de Dios, para que no suceda que, al exaltarnos, terminemos ridiculizando a Dios, por causa de nuestros accesos de ira. 6. Contemplación. Cpontemplemos a Jesús predicando el Evangelio, curando a los enfermos y alimentando a los hambrientos, en su camino a Jerusalén. ¿Llevamos a cabo el cumplimiento de la misión de Jesús, o solo pensamos en cumplir nuestros deseos? ¿Hemos descubierto la alegría que produce el hecho de predicar el Evangelio para poder contribuir a la creación de un mundo mejor que el actual, en el que sean exterminadas las razones por las que existe la exclusión social? ¿Por qué? Jesús no dejaba de cumplir su misión, a pesar de que sabía que iba a ser juzgado y ejecutado en Jerusalén. Esforcémonos y oremos para que las dificultades que tenemos no nos impidan cumplir nuestra misión cristiana. El Señor quiere salvar a toda la humanidad. Que el hecho de ser miembros del pueblo de Dios, no nos impulse a despreciar a quienes no comparten nuestras creencias, sino a fomentar nuestras relaciones con los tales, a fin de que podamos participar en la conversión del mundo, en el Reino de Dios. Aunque nuestras creencias no sean aceptadas por diversas causas, muchos no creyentes desean formar parte de un mundo carente de injusticias. No nos aprovechemos del pensamiento de que Dios nos salvará porque es bueno, para dejar de cumplir su voluntad, porque, Nuestro Padre común, ha concebido un proyecto, en el que todos podemos participar, si lo deseamos. Entremos por la puerta estrecha que accede al espacioso salón de banquetes del Reino de Dios, conociendo su Palabra, cumpliendo su voluntad, y dedicándonos a orar. Superémonos a nosotros mismos, para poder formar parte, del Reino de Dios. Dios quiere que lo amemos y nos amemos unos a otros. Esa es la disposición que necesitamos para poder formar parte del Reino de Nuestro Padre celestial. Esforcémonos y oremos, para que nuestras prácticas religiosas sean demostraciones de fe viva, y no se conviertan en un medio de sobornar a Dios, a fin de que podamos conseguir ser salvados. La multitud de los que se salvarán será incontable. No pensemos que seremos los únicos que tendremos el privilegio de ser salvados, porque ello puede conducirnos, a ser excluidos del Reino de Dios, por no habernos esforzado, en dar a conocer, a Nuestro Padre común, ni la necesidad que tenemos, de cumplir su voluntad. 7. Hagamos un compromiso que nos impulse a vivir las enseñanzas que hemos extraído de la Palabra de Dios, expuesta en LC. 13, 22-30. Comprometámonos a relacionarnos con nuestros hermanos cristianos de diferentes denominaciones, a fin de que nos conozcamos y podamos comprender que, aunque recorramos diferentes caminos, tenemos el objetivo común de salvarnos. Escribamos nuestro compromiso para recordarlo constantemente, y, según lo cumplamos, aumentará nuestro amor a Dios, y a sus hijos los hombres. 8. Oración personal. Después de hacer unos minutos de silencio, expresamos verbalmente lo que pensamos, con respecto al texto bíblico que hemos considerado, y a la reflexión del mismo que hemos hecho. Ejemplo de oración personal: Señor Jesús: Dame la sabiduría necesaria para cumplir tu voluntad, y relacionarme con los cristianos de diferentes denominaciones, a quienes debo aceptar como hermanos, y no considerar como enemigos. 9. Oración final. Leamos y meditemos el Salmo 8, pensando que Dios quiere hacer su Reino de nuestra tierra, y quiere que forme parte de su familia, toda la humanidad. Nota: He utilizado en esta meditación el leccionario de la Misa y la Biblia de Jerusalén. José Portillo Pérez espera peticiones, sugerencias y críticas constructivas, en joseportilloperez@gmail
Posted on: Sun, 18 Aug 2013 04:15:33 +0000

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