Para la mayoría de los habitantes del municipio de Colotlán, la - TopicsExpress



          

Para la mayoría de los habitantes del municipio de Colotlán, la experiencia cooperativista, nos resulta extraña. La mayoría de nosotros hemos convivido toda nuestra vida con una idea individualista, donde la forma más amplia de solidaridad y subsidiariedad se construye en la familia. Más allá de la familia ampliada es muy riesgoso aventurarse en cualquier tipo de asociación de carácter económico, productivo e incluso social. El experimento más cercano al colectivismo en nuestro cercano presente, lo constituyen los ejidos, formados a partir de la reforma Agraria de los años treinta del siglo pasado, cuya su trascendencia y éxito económico es discutible y los remanentes de las organizaciones religiosas que animan año con año cada una de las fiestas dedicadas a nuestros santos patronos.. Otro experiencia importante y exitosa aún hasta nuestros días lo es la Caja Popular que ha sobrevivido por décadas y se ha fortalecido en los últimos años, pero que sin embargo no es el tipo de asociación en donde los socios deciden por consenso casi nada, y en donde la idea del cooperativismo esta casi muerta. Una asociación de carácter colectivo que existió y tuvo gran éxito en nuestro municipio fue la cofradía. Dicha organización cumplió múltiples funciones al interior de la sociedad colotlense durante por lo menos doscientos años. A través de ella se organizaron las fiestas religiosas, el trabajo comunitario, el crédito y una buena parte de la producción y distribución agrícola. Las cofradías fueron algunas de las instituciones traídas a nuestra región por los tlaxcaltecas durante el periodo de colonización, y que favorecieron la cohesión y permanencia de sus poblaciones. La cofradía, como institución estuvo presente en casi en todas la áreas a donde se establecieron y que se consolidaron como estructuras autónomas durante la Colonia. Las cofradías sobrevivieron a la organización religiosa que las inspiró, ya que las misiones fueron abolidas a partir del siglo XVIII y su gobierno fue secularizado, haciéndolas dependientes del clero secular respectivo. De la misma forma, la cofradía trascendió la estructura política que las creó, ya que el régimen colonial culmino en 1821 y la cofradía le sobrevivió, enfrento la reforma juarista y la revolución, y muchas de ellas lograron llegar vivas hasta el día de hoy. La cofradía era una institución colonial de carácter civil y religioso al mismo tiempo, con un doble estatuto jurídico eclesiástico, ligado a la curia episcopal de la diócesis, y de la organización parroquial y civil, atado a los cabildos y municipios cuya dinámica generaba una relación económica y política que provocaba repercusiones con las autoridades civiles. Como asociaciones reconocidas de fieles laicos, las cofradías poseían capacidad jurídica para administrar su propios recursos. En su sentido etimológico, el término significa hermandad. Los cofrades eran sujetos hábiles para ejercitarse en obras de piedad, comprometidos por escritura pública a cubrir los gastos derivados de la administración de los sacramentos y de los actos de culto: el estipendio del ministerio, los utensilios litúrgicos, la cera y el aceite de la lámpara del Santísimo. Para conseguir ese objetivo las comunidades donaban tierras, semovientes y cantidades de dinero, incrementadas por cuotas en especie o en efectivo. Para que el establecimiento de la cofradía fuera legitimo, debía recabarse la licencia del gobierno civil y la aprobación del obispo diocesano; lo primero se conseguía redactando un instrumento público, la escritura de la donación, y lo segundo mediante la aprobación de los estatutos. La cofradía fue una de las herencias medievales traídas a la Nueva España por las órdenes religiosas y la Corona española. La cofradía encontró un desarrollo excepcional, ya que se arraigo en las tradiciones locales y quedó bajo el control directo de las comunidades. Cuando fueron destruidas las estructuras misioneras de las fundaciones tlaxcaltecas, tanto franciscanas como jesuíticas, las cofradías sobrevivieron. Al salir los franciscanos fueron suplidos por el clero secular y los tlaxcaltecas asumieron toda la responsabilidad en el manejo de sus cofradías. La comercialización y producción vitivinícola eran elementos vitales en algunas cofradías, aunque también tenían importancia las frutas de sus huertos, las uvas mismas, los higos, los duraznos, manzanas, peras y los dulces obtenidos de ellos. Estos en especial tuvieron fama en toda la región como frutas secas, como panes, como postres elaborados. Además el vino, la fruta deshidratada, las nueces, el maíz y el trigo convertido en harinas y panes podían ser transportados fácilmente de un lugar a otro, y ser almacenados por largos periodos. El dinero generado de la venta de sus productos, era libre de diezmo y podían gastarlo libremente en sus fiestas religiosas. La cura de almas de la parroquia de Colotlán y su región, estuvo confiada en sus orígenes a la orden de hermanos menores, los franciscanos, quienes fundaron entre 1591 y 1592 la misión de san Luis de Colotlán y cuya sangre fecundó su obra, pues en ella perdió la vida fray Luis de Villalobos a manos de los insumisos huicholes, entre Huejucar y colotlán, en el sitio en su memoria se llama desde entonces el fraile. Durante el siglo XVIII la comarca de Colotlán estuvo habitada de manera preferente por indios aliados, casi todos tlaxcaltecas, que formaron una especie de barrera humana en los confines de la posesiones hasta entonces dominadas por las corona española. A cambio de su lealtad fueron recompensados con el dominio de tierras comunales en las que gozaron de cierta autonomía jurídica y administrativa, pues podían nombrar y deponer a sus autoridades. La conquista del último bastión de los naturales, la Mesa Nayar, en 1721 y la explotación sistemática del mineral de Bolaños atrajo en la primera mitad del siglo XVIII un nutrido contingente de españoles y criollos que invirtieron la tasa demográfica a su favor, posesionándose de los feraces territorios que transformaron en campos de sembradura y dehesas en los cincuenta años siguientes. La drástica disminución de la natalidad entre los indios se acentuó con el ascenso demográfico de los españoles y criollos, lo cual propicio que la cura de almas dejara de estar al cuidado de los franciscanos, y que se hiciera cargo de ella el clero diocesano o secular desde 1754. dos años después, san Francisco de Huejucar fue elevada al rango de vicaria fija o Ayuda de parroquia, titulo que poseería luego Santa María de los Ángeles en 1758. Durante la colonia, con la salida de Jesuitas y Franciscanos en 1775, ocurrió la secularización de las misiones y conventos, afectando también las cofradías y durante el gobierno imperial de Agustín I en el año de 1822, se les quitó la autonomía administrativa de los cabildos tlaxcaltecas. Pero fue finalmente en 1857, cuando él presidente de la república don Benito Juárez a través de un decreto de extinción acabo con las cofradías como comunidades libres y soberanas. Las cofradías no solo se reducían a cumplir con celo y empeño el culto católico, también cumplían funciones sociales, que regulaban la vida económica y social de la comunidad; por ejemplo, si cualquier hermano cofrade estuviera enfermo o en desgracia, se le atendía sin costo alguno; si tenía poca tierra para mantener su familia, se le proporcionaban recursos para adquirirla y la pagaba a largos plazos; cuando moría tenían asegurada misas cantadas por años por el descanso de su alma, y los hijos del difunto eran mantenidos por la cofradía hasta la edad de trabajar. La mayoría de las cofradías lograron establecer cementerios, escuelas y hospitales que quedaban unidos al servicio social de las iglesias. Por su importante función social las cofradías lograron en muchos lugares imponer una influencia civil muy significativa para la asignación de cargos públicos, del reparto del agua y del trabajo en la comunidad. A finales del siglo XVIII; la población aproximada de Colotlán, Santa María, Huejúcar, sus haciendas y ranchos sumaba más de 8,200 almas, de acuerdo al censo parroquial. Aún no había sido creada la diócesis de Zacatecas y la población de Huejucar solo poseía el rango de ayuda de parroquia de Colotlán. Para el servicio del culto religioso existía en la cabecera el templo de San Luis Obispo y las capillas de la Purísima Concepción del Hospital, de San Nicolás y San Lorenzo. Fuera de esta, las iglesias de San Francisco, del Hospital y de San Pedro, en Huejúcar; la de Santa María de los Ángeles, San Diego en Tlalcosahua y Santiago Tlatelolco. El número de cofradías en la Parroquia de Colotlán, era de once. Cuatro de ellas en la cabecera: la del Santísimo Sacramento, la Santísima Trinidad, la Purísima Concepción y Nuestra Señora de los Dolores; dos en Huejúcar, la del Santísimo Sacramento y la Purísima Concepción; en Santa María de los Ángeles, tres: Santísimo Sacramento, de las Benditas Ánimas y de la Purísima Concepción. En Tlacosahua, la de San Diego, y en Santiago, Tlatelolco, una, de la Purísima Concepción. El patrimonio de siete de las cofradías estaba compuesto de cabezas de ganado; dos combinaban la agricultura y la ganadería; una era de ganado y aportaciones de maíz en especie y otra más de capital, impuesto a rédito entre los terratenientes y pequeños propietarios. Fue en esa época que el obispo don Juan Cruz Ruiz de Cabañas y Crespo, visitó Colotlan, don Juan nació en Navarra en 1752 y culminó su brillante carrera eclesiástica en la Universidad de Alcalá de Henares, en donde obtuvo el grado de doctor en teología. Perteneció a la generación ilustrada el último obispos español que durante veinticinco años gobernó la diócesis de Guadalajara. Cerca de los cuarenta años de edad fue aceptado por el papa como candidato para la sede episcopal de León, en Nicaragua, pero la muerte sorpresiva del obispo de Guadalajara, don Esteban de Tristán, lo llevó a ocupar su sitio desde el 13 de diciembre de 1797, y apenas le fue posible se echo a cuestas la tarea de visitar todas las parroquias de su extenso territorio. Tenía como objetivo promover la verdad y pureza de nuestra santa fe y las cristianas costumbres, corregir las malas y exhortar a los pueblos a la piedad, concordia y caridad cristiana. El obispo Cabañas llegó a Colotlán muy de mañana el día 10 de marzo de 1799 y durante dos días se dio a la tarea de revisar documentos, libros de registro y las cuentas de la administración eclesiástica. Fue recibido por el señor cura don Victoriano Palafox Lozano, miembro de una familia de linaje, avecindada en Zapotlán El Grande; un hermano de su padre había sido oidor de la Real Audiencia de la Nueva Galicia. Auxiliaban al párroco dos jóvenes ministros oriundos de la zona: el señor presbitero don Tadeo Suárez Escobedo, de Villanueva, donde nació en 1771 y ordenado desde 1794, de apenas veintiocho años de edad y cinco de ministerio; el otro, era el señor presbitero don José Norberto Pérez Borrallo de santa María de Mecatabasco, nacido en 1769 y ordenado en 1792. De acuerdo con los datos del censo parroquial, los habitantes de Colotlán y su comarca, incluyendo Santa María de los Ángeles y Huejucar, haciendas, pueblos y ranchos, sumaban ocho mil doscientas nueve almas. Para el servicio del culto religioso existía en la cabecera el templo parroquial dedicado a san Luís Obispo y las capillas de la Purísima Concepción del Hospital, la de san Nicolás y la de San Lorenzo , y fuera de ella las iglesias de san Francisco del Hospital y san pedro en Huejucar; la de Santa María de los Ángeles, san Diego en Tlalcosahua y Santiago Tlaltelolco. La visita pastoral comenzó con los actos protocolarios del ceremonial de obispos, contando con la asistencia de las autoridades civiles, españolas e indias: los gobernadores, alcaldes y demás principales del pueblo y sus barrios, ante quienes leyó el edicto de la visita. A media mañana comenzó la cuidadosa revisión de los libros de registro, tanto del archivo parroquial de la cabecera, como los de las ayudas de parroquia. Del examen resultaron algunas irregularidades que de inmediato fueron subsanadas para sucesivos asientos. Los tropiezos graves comenzaron al revisar el libro de cuentas de los gastos destinados al culto, donde el señor obispo advirtió que el párroco anterior, don Miguel Antonio Gómez, finado, resultaba responsable de un faltante de doscientos cincuenta pesos, que el prelado ordenó fueran exigidos a los sucesores del difunto. Las cofradías de la parroquia constituían el último vestigio de la organización de castas en una región ocupada inicialmente por indios fieles a la corona española. Tales cofradías de indios fueron instituidas durante la segunda mitad del siglo XVIII; su propósito original consistía en solventar los gastos para la atención espiritual de los católicos avecindados en un entorno pobre y despoblado. Los resultados que encontró el obispo Cabañas a la luz de la escritura de fundación de la cofradía y la última visita realizada por el obispo Fray Antonio alcalde el 19 de abril de 1776 fueron los siguientes: Las cofradías en la cabecera parroquial. La de la santísima Trinidad, que en sus orígenes había sido la más acaudalada, en la visita anterior reportó 878 reses de fierro y 206 bestias caballares y mulares, pero el día de la visita solo contaba con 544 reses y 68 caballares y mulares. La del Santísimo sacramento, fue la segunda en importancia. De sus actividades religiosas sabemos que la función que se le hacía a san Luís el primero de agosto en la tarde. El ganado de esta cofradía había sido en la visita anterior de 741 reses de fierro arriba y 281 bestias caballares y mulares. El día de la última visita contaba con 320 vacas y toros de cinco a siete años, 16 bueyes y 121 caballares y mulares, un descenso notable sin aparente justificación. La de la Purísima Concepción era la cofradía del barrio de Tlaxcala. En la visita anterior reportó 127 reses de fierro arriba, 71 bestias caballares y mulares y 41 cabezas de ganado menor. Al día de la última visita tenía 74 reses de fierro arriba, 16 bueyes y dos yeguas rejegas. La de Nuestra Señora de los Dolores. Fue la única compuesta por españoles y criollos, administraba dinero en efectivo y funcionó como banco de crédito para los agricultores de origen hispano que comenzaron la explotación de las ricas tierras de labranza y horticultura en la zona de Tlaltenango y en las fecundas labores de las huertas, vergeles que surtirían de frutas y legumbres la zona durante muchos años. El capital inicial de esta cofradía era de 2759.50 pesos. Desde su fundación sus gastos habían sido mínimos, consumiendo solo 174.75 pesos, sin embargo al día de la última visita la existencia en caja era de apenas 250. 75 pesos, el saldo de 2584. 25 se encontraba prestado a las siguientes personas. Sobre tierras de las huertas a, Francisco y Benito de León, doscientos pesos cada uno; Gregorio Ortega y Rita de León y Antonio Gutiérrez 100 pesos cada uno. Pedro Espinosa 80 Bernardo Antonio Meléndez 75 Manuel Enríquez 70 Bartolomé y José Ignacio de Léon, Eligio Vela y Domingo Espinoza 50 c/u Martín Villareal 30 Vicente Mijares, Pedro José de León, María Trinidad Madera 25 c/u. Anselmo de Ortega y Hermenegildo de Nava. 20 c/u. Don Miguel del Real en los ranchos de las Tapias y de la Torre tenía prestados 825 y 414 respectivamente. Antonio Rojas en el ojo de agua debía 300 pesos En el puesto del Saúz, Luis Márquez debía 200 pesos En San José, diego Flores 200. Gregorio Saldaña en el Carrizal 100 y Gregorio Córdoba 20 En las tierras de Villalobos en la feligresía de Tlaltenango, Patricio López 300 pesos. Sumaba el total de los principales 3604 pesos de aquella época. Las cofradias se dieron por muertas en el año de 1849, curiosamente el año en que llegò a Colotlán uno de los grandes benefactores de nuestra comunidad y propulsor de nuestra cultura e identidad el padre Basilio Terán, sin embargo la influencia de esta importante institución de nuestra comunidad aún alumbra su espiritu, en las fiestas religiosas tradicionales. Fuentes: Cuentas de un obispo ilustrado. Tomas de Hijar Ornelas. Mi Pueblo. La Diáspora Tlaxcalteca. Tomas Saldaña Martinez
Posted on: Sat, 20 Jul 2013 15:08:08 +0000

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