Para usted, “señor”, de nombre desconocido y presencia - TopicsExpress



          

Para usted, “señor”, de nombre desconocido y presencia ausente. Con imprecisiones y remaches inventados, porque la vida, señor, es lo que recordamos de ella… Para tí, amiga, mujer de acento inolvidable, hasta donde estás... Pd.- Si inventé mucho, señor, usted y los aludidos, discuparán… Ayer, señor, por la tarde, su hija me llamó por teléfono. A su hija la conozco desde hace casi 15 años. Toda una vida, una quinceañera puede corroborarlo. Su hija es una de mis top five friends y en algún momento, fue la única. De esas amistades raras, entrañables e intermitentes, pues ha de saber, señor, porque estoy segura que lo sabe, que su hija ha andado desperdigada por toda la República, durante toda su vida. Un alma errante, dirían algunos…. Y yo, señor, creo fervientemente que, buscándolo a usted. En una de esas desperdigaciones, vinimos a coincidir en Querétaro y aquí empezó todo. Hemos reído, viajado, caminado , platicado, dormido y soñado juntas. Nunca nos hemos enojado. Ni tampoco hemos llorado juntas. Juntas, lo que se dice juntas, nunca. Y le decía, señor, que ayer me llamó por teléfono. Cosa rarísima, pues habíamos hablado apenas en la mañana. Cosas de mujeres, usted sabe. Andanzas laborales, de hijos, parejas… y después habíamos entrado en las andanzas exclusivamente femeninas, esas en las que las dos nos aconsejamos como si fuéramos las mujeres más sabias del mundo. Y habíamos reído y colgado contentas, haciendo planes para vernos pronto, pues aunque siempre nos andamos buscando, realmente nos hemos visto poco a lo largo de las dos vidas. En esa segunda llamada, señor, yo le contesté con el cepillo de dientes en la boca, viendo que era ella y con la certeza de que me aguanta todo, absolutamente todo, hasta un lenguaje rumiante e impreciso, producto de espuma y de la prisa. Muy quitada de la pena me preguntó: “¿estás ocupada?” Y yo, con el cepillo de dientes en la boca, le contesto con la verdad: “Estoy por salir al dentista” Y luego, con culpabilidad, añado: “Pero dime…. ¿qué pasó?” Y entonces ella suelta una frase, una frase que he oído pocas veces, yo misma ya la dije hace un chorro de años…. “Se murió mi papá”. Y la escucho, escucho su retahíla imparable, ahora más que nunca. El cepillo en la mano, la prisa y la falsa rabia en la boca pierden todo el sentido y me siento a oír lo que tiene que decir. Cosa más rara es escucharla llorar. Con su hija señor, yo no lloro. Siempre me ha dado pena, pues alguna vez me dijo, con ese acento tan suyo, que a ella no le gusta ver llorar a la gente. “Me desespero”, me dijo. “Nunca sé qué decirles.” Por eso, señor, mejor me abstengo. Digo, ¿para qué desesperar a las amigas? Señor, ojalá me acordara de su nombre. Podría investigarlo, podría. Pero últimamente ha cambiado mi creencia antigua de investigar todo lo que no sé o que no recuerdo… Ya no tiene caso. Lo que sé, lo sé y ya. Lo que no, no lo sé y ya. Por eso, esta noche, señor, señor le sigo diciendo. Y me dijo que usted había muerto. Y también me dijo que por fin lo había encontrado. Que su búsqueda había terminado, por fin. Y ahí se soltó a llorar. Y yo con mi inútil cepillo de dientes en la boca. Hice silencio, porque el silencio, usted sabrá, es la mejor invitación a la charla. No hay mejor forma de conseguir que el otro siga hablando. Ojalá haya probado esta técnica usted, alguna vez. Y me dice que lo encontró, por fin y que quiere verlo. Que va a volar, inmediatamente, con rumbo suyo, señor. Yo le pregunto, sorprendida e inútil, porque la distancia siempre ha provocado inutilidad, que cómo se enteró, que quién le dijo. Me cuenta detalles que en este momento no recuerdo. Y así, juntas, ella por segunda vez y yo por primera, hacemos un repaso de lo que pasó ayer, de quién lo vio por última ocasión, del lugar en donde lo encontraron, de la calle en donde siempre caminaba. Hicimos una reestructuración de su rutina, desconocida para ella, mi amiga, su hija, señor. Desconocida para todos. Terrible noticia es que haya muerto como murió. Si ya bastante paquete es morirse, ahora, así, señor… es algo inconcebible. Preguntas… ¿para qué? Respuestas… ¿para qué? Mejor acciones. “Me voy en la noche, quiero verlo, sólo quiero verlo”. Y yo, con mi distancia inútil, con mi cepillo de dientes ahora más seco que mi rostro, con falsa rabia en la boca y el corazón hecho bola, recuerdo la escena de Biutiful, cuando Javier Bardem por fin mira el cadáver de su padre en no sé bien dónde. Un padre que se ve mucho mucho más joven y delgado que él, en una comparación imposible de genes recesivos y dominantes. Y me veo a mi misma escogiendo ataúd para mi propio padre, señor, viéndolo siendo guardado en aquella bolsa negra que lo transportó a la funeraria con su corbata de elefantitos puesta. Y sólo quiero tomarla de la mano, a su hija, señor y decirle que está muy bien, que vaya a ver a su padre, por tanto tiempo buscado, por tanto tiempo negado, por tanto tiempo escondido. Ella, su hija, señor, muchas veces me habló de usted. Ella recordaba sus gustos en comida. “A mi papá le gustaban las enchiladas de mole”, me dijo un día, sin saber bien cómo se hilaba eso a la plática, mientras comíamos gorditas de migajas sentadas en una banqueta queretana. Y así, me soltaba frases relacionadas a usted. Un par de zapatos en un closet. Un traje largo, largo, que nunca le quedó bien. Una mirada fuerte e intensa, penetrante y presente… La distancia, la separación, la pérdida en vida, la ausencia, siendo ella una niña. Su deseo de buscarlo. De googlearlo, de encontrarlo a través de Facebook. “¿Tendrá Facebook mi papá?” Y la respuesta, señor, se quedó en el aire. Y ya ni usted, señor, nos la puede dar. Los disgustos al saber que ella lo buscaba. La lealtades para no encontrarlo. El deseo oculto (de todos) por volverlo a ver. La duda ( de todos) de por qué se fue. La pregunta (de todos) de por qué nunca volvió. El “sería muy bueno que buscaras a tu padre”… Y lo buscó, señor, mi amiga, su hija, lo buscó. Pero parece, paradójicamente, que quien la encontró fue usted. Sólo al alcance de una llamada, de una pregunta. “¿Es usted la hija de?” Y así, señor, la encontrada fue ella. Y ya me imagino la escena, señor, todo lo atorado, brotando, por fin. Reconocer un cuerpo…. Tarea difícil de vida debe ser. Ni siquiera la imagino. Ahora le está tocando a ella, señor. Toda una vida buscando…. Buscando, como pudo. Sin encontrar, como pudo. Sin hallar, como pudo. Y la encontrada fue ella. ¿Y sabe, señor? Lo celebro. ¿Y sabe otra cosa , señor? Voy a investigar su nombre, porque quien muere así, sin ser encontrado y que al morir encuentra… …merece que le llamen por su nombre.
Posted on: Sat, 03 Aug 2013 04:13:26 +0000

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